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Ideas que son presente

Fidel junto a los estudiantes el 17 de noviembre del 2005.

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

Justamente cuando se cumplían 66 años del ensañamiento hitleriano contra los jóvenes de Praga el 17 de noviembre de 1939, y en el contexto de la celebración de los 60 de la entrada de Fidel a los predios de la Uni­versidad de La Habana, los estudiantes de la colina universitaria vivieron un singular e histórico encuentro en el Aula Magna. Pan­tallas gigantes transmitían desde fuera la intervención del “joven rebelde” que regresaba al lugar donde se hizo revolucionario y marxista-leninista, donde aprendió que la lucha por la verdad y la libertad de los pueblos podía costar la vida. Y aun así, la entregó siempre a esa causa.
 
Diez años se cumplen hoy del discurso de Fidel con motivo de la celebración del aniversario 60 de su entrada a esa Casa de Altos Estudios. Diez años de que pusiera, ante los ojos encandilados —puedo imaginarlos— de los jóvenes que lo escuchaban, los problemas más acuciantes de Cuba y el mundo, los de ayer y los de hoy, como el visionario que, según sabemos, acostumbra a situar el dedo en el futuro y en ese viaje de ida y vuelta, regresa a contarlo con lujos y detalles.
 
Ahora mismo, si se desea, pueden retomarse textuales sus palabras finales, y a través de ese prisma observar los acontecimientos que sitúan al planeta al borde del holocausto: “Debe acabarse en el mundo la zoquetería, los abusos, el imperio de la fuerza y del terror”.
 
Fidel fue al Aula Magna a hablarles a los jóvenes también de eso, del peligro que él mismo anunció en 1992, y que retoma esta vez desde la referencia a la Biblia y a Federico Engels en su Dialéctica de la Naturaleza. “Me atrevo a afirmar que hoy esta especie está en un real y verdadero peligro de extinción, y nadie podría asegurar, escuchen bien, nadie podría asegurar que sobreviva a ese peligro”. Nunca mejor dichas esas palabras que ante un público eminentemente joven, el mismo que todavía hoy, a diez años de aquel discurso, sabe de las secuelas devastadoras que dejan en los pueblos las guerras del “hombre por el hombre”.
 
Quien olvida su historia está condenado a repetirla. Por eso aquel día los universitarios también dominaron —acompañados del didactismo y el método certero— los hilos de un pasado que los devolvió a su misma aula universitaria, algunas décadas atrás. “…no era, por cierto, la universidad de los humildes; era la universidad de las capas medias de la población, era la universidad de los ricos del país, aunque muchos jóvenes solían estar por encima de las ideas de su clase y muchos de ellos eran capaces de luchar, y así lucharon a lo largo de la historia de Cuba”.
 
Aquel día se recordó el fusilamiento de los estudiantes de Medicina en 1871, los jóvenes cuya muerte se conmemoraba ese (este) 17 de noviembre, y también a Mella, Guiteras, Rafael Trejo, José Antonio Echeverría, rebeldes todos, valientes hasta la médula, dispuestos a dar la vida, si fuera necesario. Por eso Fidel los convidó a “no olvidar jamás”: a las bandas mercenarias en las montañas, a Girón, a los sabotajes y atentados que costaron la vida de miles de cubanos, “nada más porque éramos cubanos, nada más porque queríamos la independencia, nada más porque queríamos mejorar la suerte de nuestro pueblo”.
 
El líder de la Revolución retornaba constantemente a esa historia pasada y a la que se escribía en esos momentos con la sangre de otros hombres, por ejemplo, en las cárceles como las de Guantánamo, que en el mundo acogían la tortura como método de coerción. Y presagió una posible guerra nuclear en el mundo, y los planes agresivos de Estados Unidos contra Irán.
 
“Nosotros poseemos otro tipo de armas nucleares —afirmó— son nuestras ideas; nosotros poseemos armas del poder de las nucleares, es la magnitud de la justicia por la cual luchamos; nosotros poseemos armas nucleares en virtud del poder invencible de las armas morales…”.
 
Si de pensamientos actuales se trata, pudiéramos rescatar algunas de sus ideas sobre la necesidad de la crítica y la autocrítica, la batalla contra los vicios, el delito y las ilegalidades, y ponerlas todavía hoy sobre el tapete de mu­chos de nuestros debates económicos y sociales: “el primer deber de un revolucionario es ser sumamente severo consigo mismo… Si vamos a dar la batalla hay que usar proyectiles de más calibre, hay que ir a la crítica y autocrítica en el aula, en el núcleo y después fuera del núcleo, después en el municipio y después en el país”.
 
Sin embargo, es probablemente una de sus más realistas reflexiones de ese día la que vino acompañada del análisis hacia la conceptualización del socialismo, un asunto sobre el que, a la luz de hoy, todavía estamos llamados a teorizar y abordar, también desde nuestros medios de comunicación:
 
“entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo”.
 
“¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? (…) Esta Revolución puede destruirse… nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”, fueron las reflexiones a las que invitó Fidel ante el auditorio, y son las mismas que todavía hoy —y más que nunca hoy— deben plantearse los jóvenes.
 
Durante horas estuvo el líder dialogando, por lo que resulta difícil tratar de hilvanar ideas en pocas líneas que resuman lo que es vigente. Porque vigentes fueron todas sus ideas, aquellas sobre el dogmatismo, aquellas en las que retoma a Marx y Lenin y los ubica en perspectiva para estudiarlos desde las complejidades del presente, o cuando aborda la necesidad pujante de los valores éticos —“son esenciales, sin valores éticos no hay valores revolucionarios”— para la formación de las nuevas generaciones.
 
Cinco años después de aquel 17 de noviembre, en medio de una fuerte vorágine de trabajo, Fidel respondió a la petición de volver a reunirse con estudiantes y dirigentes estudiantiles, esta vez en el Palacio de  Convenciones. En aquel momento, retomó palabras de su discurso, sorprendido él mismo de su actualidad. Cuentan que uno de los más jóvenes de la sala le dijo que esas horas habían sido un regalo para ellos. Cuentan que él respondió: “En realidad fue un regalo de ustedes para nosotros… No me olvidaré jamás de esta reunión”.