Haití: el infierno de este mundo (XIV)
Fecha:
06/02/2010
Fuente:
Periódico Granma
En Puerto Príncipe hasta la lluvia sería hoy una maldición. Un buen aguacero acabaría con las pertenencias de los miles que viven bajo sábanas y lonas, enfermaría a los más débiles e inundaría en poco tiempo a esta ciudad, llena de escombros y canales obstruidos. Y si cayeran solo algunas gotas, el peligro de epidemia aumentaría cuando a la suciedad se le sumen unos cuantos charcos.
Bajo esas amenazas clarea este sábado en la capital haitiana. La cercanía del periodo lluvioso, a mediados de marzo, anuncia otra tragedia, otra réplica del sismo que no termina. Quizás por eso sean más los quimbos techados con tablas y las casas de campaña recién montadas en plazas y parques. Cada cual hace su espacio lo más seguro posible; sin embargo, lo que del cielo caiga quién sabe hasta dónde logre entrar. Y aunque los medios oficiales anuncian que trasladarán la capital hacia otros lugares, a los que viven en las plazas eso parece no importarles mucho.
Quien recorra hoy Puerto Príncipe no puede hablar de un regreso a la normalidad con tantos miles de personas viviendo hacinados, a la intemperie, con hambre y un sinfín de necesidades, pero son evidentes los síntomas de recuperación de este pueblo. Desde hace días brigadas de escombreo trabajan sin parar, hay lugares como la sede de la cancillería, derrumbada por completo, totalmente limpios. Varias veces durante esta semana nos topamos con grupos de haitianos barriendo las calles, imagen que, dicen algunos, no habían visto nunca aquí. Quienes no tienen los equipos para recoger las pesadas moles de concreto, arremeten contra ellas con mandarrias hasta convertirlas en pedazos más pequeños. Así familias enteras desentierran lo que fue su casa. Hay hasta quien comienza a pintar las fachadas aún en pie.
Asombra la capacidad de adaptación a la calamidad. A las puertas del estadio de fútbol de Puerto Príncipe, donde hoy viven cientos de personas, un hombre ha montado su mesa y su pequeña planta eléctrica para dar carga a los celulares. Todo el que entra o sale deja allí su teléfono, y se va con el comprobante de entrega.
Bajo esas amenazas clarea este sábado en la capital haitiana. La cercanía del periodo lluvioso, a mediados de marzo, anuncia otra tragedia, otra réplica del sismo que no termina. Quizás por eso sean más los quimbos techados con tablas y las casas de campaña recién montadas en plazas y parques. Cada cual hace su espacio lo más seguro posible; sin embargo, lo que del cielo caiga quién sabe hasta dónde logre entrar. Y aunque los medios oficiales anuncian que trasladarán la capital hacia otros lugares, a los que viven en las plazas eso parece no importarles mucho.
Quien recorra hoy Puerto Príncipe no puede hablar de un regreso a la normalidad con tantos miles de personas viviendo hacinados, a la intemperie, con hambre y un sinfín de necesidades, pero son evidentes los síntomas de recuperación de este pueblo. Desde hace días brigadas de escombreo trabajan sin parar, hay lugares como la sede de la cancillería, derrumbada por completo, totalmente limpios. Varias veces durante esta semana nos topamos con grupos de haitianos barriendo las calles, imagen que, dicen algunos, no habían visto nunca aquí. Quienes no tienen los equipos para recoger las pesadas moles de concreto, arremeten contra ellas con mandarrias hasta convertirlas en pedazos más pequeños. Así familias enteras desentierran lo que fue su casa. Hay hasta quien comienza a pintar las fachadas aún en pie.
Asombra la capacidad de adaptación a la calamidad. A las puertas del estadio de fútbol de Puerto Príncipe, donde hoy viven cientos de personas, un hombre ha montado su mesa y su pequeña planta eléctrica para dar carga a los celulares. Todo el que entra o sale deja allí su teléfono, y se va con el comprobante de entrega.