Fidel y Chávez, cinco anécdotas inéditas: “Solo él es capaz de hacer esto” (+ Fotos)
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¿Cómo surge la Misión Robinson?
A inicios de mayo de 2003, Fidel me indica por teléfono desde La Habana, que entregue a Chávez en sus manos una nota suya y un paquete. Este contiene cuatro videocasetes en formato VHS, con las primeras 20 clases del flamante programa audiovisual de alfabetización cubano Yo sí puedo, que él anunciara en su discurso del 1 de mayo y Chávez le ha expresado su interés en conocerlo. Es pan recién sacado del horno. Apenas ha habido tiempo para editar las primeras dos decenas de clases, y están en proceso las 45 restantes. En todas ellas, los actores interpretan personas humildes latinoamericanas, que aprenden a leer y escribir guiados por una maestra–actriz.
Chávez me cita para vernos en Miraflores, esa misma noche a las 10 pm. Al entrar al Palacio, un edecán me dice que el Presidente no se siente bien de salud y que va a recibirme en su habitación del área privada (donde vive hace casi un año). Algo turbado por la noticia, accedo a la alcoba sin detenerme en los detalles del recinto. Me enfoco en él. Se encuentra en la cama, y su semblante está apagado. Nos saludamos con el afecto de siempre, mas de inmediato comprendo que está enfermo.
Nunca lo había visto con el rostro marchito y el ánimo decaído. No demora en explicarme que ha comido unas ciruelas silvestres, que adquiriera en la carretera cuando venía en su auto –en la caravana– y, al parecer, tenían alguna bacteria que le han provocado numerosas diarreas. Alude también a una situación familiar, que le hiere el alma.
No es difícil percatarse: el momento es inoportuno para hablarle en extenso sobre el tema de mi visita. Decido entregarle la carta de Fidel, informarle el contenido del paquete y agradecerle que me haya acogido, sintiéndose enfermo. De paso, indago por la atención médica que ha recibido. Y mientras lo escucho, discurro sin hacer comentario: “No es todo lo rigurosa que él amerita”. Al despedirme, le sugiero que se cuide y él ilumina algo sus pequeños ojos pardos, aunque su rostro no deja de estar lánguido.
– “Dile a Fidel que cuando me sienta mejor veré las clases” –esboza una media sonrisa y añade un dato que me resulta curioso–: “Quiero escribirle en una maquinita portátil, igual a la que usaba antes de ser Presidente…”
Miro el reloj. Es medianoche, y decido ir para la Embajada a trasladar urgente la información a Cuba. Después voy a dormir. Avanzada la madrugada, oigo el timbre del teléfono. Es Fidel. Le hablo somnoliento y él pide disculpas por la hora, diciéndome con palabras sobreentendidas que al mediodía llegará a Caracas un avión con el director del Centro de Investigaciones Médicas y Quirúrgicas (Cimeq) de Cuba, y dos personas más, para ver de inmediato a Chávez, a quien debo adelantarle el dato enseguida que pueda.
Muy temprano, informo vía telefónica a los edecanes de Chávez. A la 1:00 p.m. él recibe en su área privada a nuestros compañeros –el director del Cimeq, un clínico y un enfermero–, a quienes acompaño a solicitud suya. Antes de ser examinado por los médicos, ahora bastante animado, expresa su asombro por la rapidez con que ellos han llegado a Caracas: “Solo Fidel es capaz de hacer esto”, dice así todo, y veo su cara otra vez iluminada.
– “Entonces tú eres el vampiro” –bromea orondo con el enfermero, cuando este le extrae una muestra de sangre, y su ocurrencia nos hace reír igual que si estuviéramos en una fiesta de amigos.
A las nueve de la noche, luego de conocer nuestros especialistas los resultados del laboratorio del Cimeq –la sangre fue trasladada a La Habana en el mismo avión donde ellos viajaron–, atienden otra vez a Chávez en el área privada del Palacio. Los exámenes son normales, y solo aprecian algo elevado el colesterol.
– “¡Fidel me ha curado, compadre!” –asegura con su voz de barítono, y de su faz brota un manantial de ternura–. “He comenzado a escribirle la carta” –añade, y nos muestra la pequeña máquina portátil Olivetti de color gris, que parece una pieza de museo.
Casi una hora después, al despedimos, con aire de orgullo y una sonrisa espléndida adelanta la buena nueva.
– “Pronto le enviaré por escrito mis opiniones a Fidel, y de ser posible quiero que tú se las lleves a La Habana y me traigas sus reacciones –dice mirándome–. ¡Venezuela será el primer país que utilizará el método Yo sí puedo y el segundo de América Latina en erradicar el analfabetismo! –sentencia, y nos da un abrazo. “¡Qué viva Fidel! ¡Hasta la victoria siempre!”, oímos su voz resuelta, cuando ya caminamos hacia la salida, y disfrutamos otra vez su contagiosa sonrisa…”
¿Cómo nace la Misión Barrio Adentro?
En marzo de 2003, luego de ser derrotado el golpe petrolero contra el gobierno bolivariano, el alcalde de Caracas, Fredy Bernal, me solicita una reunión. Nos explica que en sintonía con el Presidente Chávez, la alcaldía se propone comenzar un programa social que encare los asuntos más sensibles para el pueblo, entre ellos el de la salud, y le llaman Barrio Adentro.
Muy seguro, dice: “la gente ha defendido con el alma a Chávez y al gobierno bolivariano, pero la Revolución todavía no ha entrado a sus casas”. Y adelanta que hablará con el mandatario, para solicitarle al gobierno cubano 200 médicos, que lleguen de modo paulatino a lo largo del año, a fin de fortalecer la atención primaria de salud en los cerros de Caracas, donde residen al menos dos millones de personas humildes.
– ¿Solo nos piden 200 médicos? –me pregunta Fidel por teléfono desde la República Popular China, donde está de visita en esos días, y al leer nuestro mensaje con la solicitud avalada por Chávez no ha querido perder un minuto. En tono lacónico, concluye–: Escucha bien Germán, ahí existe mucha tela por donde cortar….
¿Quién podía saber en ese instante, el tamaño del lienzo y la rapidez que emplearían los dos sastres? Raudos, ambos líderes comienzan a tomar decisiones audaces y originales, y sobre la marcha configuran uno de los saltos sociales más grandes y acelerados realizado por cualquier país en el mundo.
El 16 de abril, llegan a los cerros de Caracas los 53 galenos de la isla que inauguran el novedoso programa de salud Barrio Adentro, cuya premisa es la convivencia de ellos con las familias que atienden.
Por primera vez, los médicos cubanos que brindan atención solidaria de manera estable en otros países, siempre en zonas rurales aisladas, lo harán en una ciudad. De manera que Barrio Adentro es una experiencia inédita. Pero lo será aún más, porque Chávez y Fidel deciden que los pacientes reciban de manos de los galenos, sin costo alguno, los medicamentos que necesiten para curar sus enfermedades más comunes. Y por otros hechos, que vendrán después.
Chávez no demora en reunirse con ese primer grupo, en el salón Ayacucho de Miraflores. Este contacto le permite escuchar anécdotas y experiencias que lo entusiasman aún más: la viejita que enferma en su rancho a las tres de la madrugada y no quiere creer que está siendo atendida a esa hora por un médico, y gracias a este salva la vida; los niños que nunca antes han visto un clínico; la mujer embarazada, que ahora disfruta sin angustias su gestación; los malandros del barrio, que cuidan a quienes los curan; la camilla que improvisan los comités de salud populares, con una colchoneta sobre una tabla… Y muchas otras, que entre jaranas y comentarios develan al líder bolivariano el cuerno de la abundancia que ha empezado a desparramar salud y vida en los barrios caraqueños.
Y cuando él ofrece entregarles colchones idóneos para dormir, pues sabe que casi todos están deteriorados o no existen, su asombro es mayor. Un joven médico, que frisa cuarenta años, pide hablar:
“Presidente no se preocupe, yo vengo de África, donde dormíamos a veces en el suelo, la pobreza allá es veinte veces más grave que la de ustedes aquí”. Y la admiración del barinés crece, cuando escucha decir a otro: “Ubíquese usted en un barrio de estos, llega el médico y al día siguiente le traen una cama con un colchón nuevo y la gente sigue durmiendo en colchones viejos... No es justo, tenemos que dormir igual que ellos”.
Vibra por el comentario, y se repone. Ahora comprende mejor que esos seres humanos tan próximos a su piel, son de una estirpe igual a la de Fidel y la suya. Y entre orgulloso y apenado, reacciona: “Me perdona, tiene usted razón, profesor de la verdad…”.
Después de esa emotiva plática, expresa mirándole los ojos al alcalde: “Fredy, yo te felicito y a todo tu equipo, pero Barrio Adentro ya no va a ser un programa solo de la Alcaldía, esto es una necesidad nacional y hay que extenderlo”. Y pregunta: “¿Cuántos médicos tienes previsto que vengan a Caracas?”. Fredy responde que solo dispone de recursos para traer 200, poco a poco, hasta diciembre. Y Chávez, sin pestañar, dice: “No te preocupes por los recursos”. E ipso facto pide que le llamen por teléfono a Fidel.
Al terminar de hablar con el líder cubano, mira al alcalde y le suelta con cara de felicidad: “Prepárate para recibir mil médicos”. Fredy abre los ojos: “¡Mil médicos! ¿Para cuándo?”. Y Chávez: “¡Para ya!”, y agrega sonriente: “Fidel me dijo que están listos”.
Luego le espeta: “Así que monta en tu auto y vete para la Alcaldía, vamos a empezar por Caracas, si aquí se puede que es una de las ciudades más complejas y de mayor beligerancia política, se podrá a nivel nacional, y Fidel me ha dicho que tendremos los médicos que hagan falta…”.
Cumpleaños feliz: Misión Sucre
En la noche del 27 de julio de 2003, Chávez se encuentra distendido y radiante, vestido de jean, franela y tenis deportivos en su terruño barinés, vísperas de cumplir 49 años en familia y con un grupo de amigos y amigas.
Minutos después de las 12:00 am, llama Fidel para felicitarlo y entablan un animado diálogo de media hora. El dichoso llanero le dice a su amigo, que al siguiente día va a inaugurar en Caracas la sede principal de la Universidad Bolivariana, en un edificio de la antigua Pdvsa.
Fidel le formula varias preguntas y después comenta la experiencia que se está desarrollando en Cuba, que él llama municipalización de la educación superior. Única vía posible, explica a Chávez, para facilitar los estudios universitarios a miles de adultos en todo el país, con el auxilio de medios audiovisuales. Le adelanta también al cumpleañero, que según sus cálculos en Venezuela debe haber alrededor de 500 000 bachilleres adultos, que no han podido iniciar estudios superiores.
Chávez queda prendado de la idea. Al terminar de hablar con Fidel, mientras disfruta su único trago de la noche –un vaso de whisky con hielo y mucha agua– y sigue jugando bolas criollas, no cesa de comentar a quienes estamos cerca de él lo que su entrañable amigo acaba de hablarle. De súbito, luego de hacer un arrime exitoso muy cerca del mingo, indica a un edecán que localice al ministro de Educación Superior: “Llámame a Héctor Navarro”, dice. Y desde la propia cancha de bolas criollas, donde está ganándole la partida al equipo que dirige su hermano Adán, cuenta al ministro la conversación con Fidel y al final lo sorprende:
– Fíjate, he pensado lanzar una nueva misión consagrada a la educación superior, que llamaremos Sucre, y quiero anunciarla mañana al inaugurar la Universidad Bolivariana en Caracas.
¿Quién al margen del antecedente narrado, puede imaginar que tal iniciativa ha surgido apenas 36 horas antes? Semanas después, durante una jornada dominical, se realiza el censo en todas las plazas Bolívar del país y en otros cientos de puntos, para conocer la cantidad aproximada de bachilleres sin cupo. El resultado: casi medio millón. ¡La cifra que Fidel adelantara a Chávez en la madrugada del parto!
¿SÍ o NO?
¿Cuál podría ser la mejor o peor variante para Chávez en la tarjeta que se usará en el Referendo Revocatorio, el 15 de agosto de 2004? ¿SI o NO? Esa es la pregunta que se escucha en ambos bandos, luego de que el Consejo Nacional Electoral validara el 3 de junio las firmas que respaldan la solicitud de la consulta.
La opositora Coordinadora Democrática supone que a ella le asignarán el NO, y trata de que así sea, en razón de que sus adherentes deben votar para negar a Chávez y deponerlo. De la otra parte, casi todos los dirigentes bolivarianos coinciden en que el SÍ debe asignarse a Chávez. Él, que está al tanto del dilema, tiene derecho a escoger. Pero no se apresura. Le asaltan dudas, consulta opiniones, pondera… Sabe que no puede cometer el más mínimo desliz, pues del desenlace del Referendo depende el futuro de la Revolución.
En esos días lo visito en el Palacio de Miraflores. Debo viajar a Cuba y necesito conocer criterios suyos sobre algunos asuntos de las misiones sociales, para informarle a Fidel. Al final, surge el tema del referendo y él me comenta el debate sobre la disyuntiva del SÍ o el NO, en la tarjeta de votación.
“Pregúntale a Fidel qué piensa él”, me dice. Lo percibo seguro del triunfo, pero desea lograr una victoria inobjetable que le conceda más legitimidad para acelerar y fortalecer la revolución.
Casi al terminar de hablar con Fidel en La Habana, le refiero la solicitud de su amigo. Él escucha atento, y va al grano: “Dile a Chávez que mejor es el NO”, reacciona de una vez, y comenta algo que me sorprende: “Entre otras cosas, porque a la gente le gusta oponerse; incluso –dice–, el pueblo bolivariano inventó esa consigna que lo expresa claro, ¡Uh, ah, Chávez no se va!”. Y concluye, mientras sonríe de esa manera suya que transmite seguridad y yo sigo disfrutándolo: “¡Hasta una canción alegre y contagiosa ha creado el Grupo Madera, con el mismo lema…”.
Hace una breve pausa y sin dejar de mirarme a los ojos, imbuido de su inefable capacidad de persuadir, concluye: “Dile a Chávez que no tengo dudas, la mejor variante es NO”.
De vuelta a Caracas, abordo el tema con el Presidente. Me oye en pose de meditación, y cuando finalizo dice divertido: “Lo que más me atrae del criterio de Fidel, es eso de que a la gente le gusta oponerse… Es verdad, nuestro pueblo tiene muchas razones para rechazar a quienes lo han llevado a la miseria y han destruido la Patria; voy a intercambiar otra vez con mis compañeros, y pronto tomaré la decisión”.
La pregunta que aprueba el CNE para consultar a los electores hace nítida la disyuntiva: “¿Está usted de acuerdo con dejar sin efecto el mandato popular otorgado mediante elecciones democráticas legítimas al ciudadano Hugo Rafael Chávez Frías, como presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el actual período presidencial?”.
A los pocos días, Venezuela comienza a inundarse con letreros de NO por todas partes. El mensaje es inequívoco: quienes voten por Chávez deben hacerlo de ese modo, para negar que él sea revocado y seguir adelante con la Revolución. La consigna y la rítmica canción de Grupo Madera, que Fidel evocara, se oyen por doquier y resultan más contagiosas que nunca: ¡Uh, ah, Chávez no se va…! Y desde La Habana, él sigue cada detalle y continúa haciendo todo a su alcance, y más, para que sea así.
Cuarta visita de Chávez a Fidel, en La Habana
Al concluir una exitosa gira por China, Siria y Angola, Chávez decide sorprender a Fidel: hace una breve escala en La Habana, el 1 de septiembre de 2006, de regreso a Caracas. Quiere saber cómo evoluciona el amigo, disfrutarlo cerca y con la magia de los afectos contribuir a su mejoría. Cubavisión transmite buena parte del encuentro, en el que están presentes Raúl y otras personas de Cuba y Venezuela. He aquí fragmentos:
“¡Hermano, caramba!”, exclama Fidel alegre cuando ve entrar a Chávez en su habitación. Él, sonriente, se excusa: “Perdóname que te levanté muy temprano”. Y sigue el diálogo. Fidel: “No importa, no, no importa”. Chávez: “Pero no pude llegar a otra hora”. Fidel: “Oye, ¡qué alegría esta visita!”. Chávez: “Y a mí, una gran alegría”. Fidel: “Un millón de gracias”. Chávez: “No, qué gracias ni qué nada”. (…) Chávez: “Buenos días, caballero” (risas). Fidel: “Caballero, campeón” (risas). Chávez: “Caballero de la resistencia heroica, caballero de la verdad” (risas).
Luego de este introito, Fidel le dice que ha escrito algo para él, en homenaje a su excelente gira, “que superó todos los cálculos, y marca realmente el surgimiento de una época nueva”. Y añade: “Te lo digo de corazón, con la misma sinceridad, amistad, afecto, que he sentido siempre por Venezuela y especialmente por ti, que has hecho tanto por unir estos dos pueblos, culminando la obra de Bolívar y Martí”.
Continúa: “Si dos personas se sentirían en este momento felices de ser testigos, esos serían: Bolívar, Martí, Sucre...”. Chávez lo interrumpe: “Y el Che”. Y Fidel reacciona enseguida: “Bueno, por supuesto, estaba hablando un poco de más atrás, pero tienes toda la razón, el Che”.
Al cabo, Fidel lee lo que minutos antes ha escrito: “Hugo, felicidades a ti y a tu pueblo bolivariano y glorioso, por el éxito de tu última gira que superó todas las expectativas. La época ha cambiado, es nueva y sin precedentes, pero han cambiado o están cambiando los pueblos con gran historia como el tuyo, y surgen estadistas brillantes, audaces y valientes con nuevas ideas como tú; nuevas ideas de lo que esta época necesita, esta época tan difícil.... Fidel Castro, septiembre 1 del 2006, 10:10 AM”.
Gozoso de apreciar el buen ánimo de Fidel, el barinés reacciona enseguida: “Lo que tú dices yo lo veo, esa nueva era uno la ve por todos lados donde vamos, en Asia, en África, Europa, incluso en América Latina, tú lo sabes; yo agradezco mucho esos conceptos y espero merecerlos, estar a la altura de esta nueva era”.
Siguiéndole la rima al que considera su padre político y ético, Chávez le dice que también ha escrito un texto. Y comienza a leerlo: “En esta tercera visita casi médica a Fidel, noto una franca mejoría del paciente, notable a simple vista y en todos los sentidos. Te felicito Fidel, vas bien”. Todos ríen y aplauden.
Interrumpe la lectura, a fin de congratular “a los médicos y todas las personas que a ti te llenan aquí de atenciones y de cuidados”. Y agrega: “Hay millones en el mundo que quisieran cuidarte, te mandaron bendiciones, estuvimos orando por ti en la montaña sagrada de China, allá en Huashan”. Y también en Damasco, en un templo cristiano en las catacumbas.
Luego refiere la sintonía entre su escrito y el de Fidel, y para demostrarlo lee la parte final del suyo: “Venimos de otra vuelta por el mundo, debes saber que el amanecer de la nueva era continúa despuntando. Tú eres parte de este amanecer, todos te necesitamos para seguir empujando el Sol, te traigo un abrazo de millones de seres, quienes como yo, te admiramos y cantamos contigo ¡hasta la victoria siempre! ¡Venceremos!”.
Fidel, sonreído y pleno de dicha, repite: “¡Hasta la victoria siempre! ¡Venceremos!”. Y Chávez remacha: “¡Venceremos!”, mientras los presentes disfrutan cautivados la hermosa escena, en la que esos dos seres parecen tener las ánimas fusionadas, expresión de la genuina amistad en la acepción aristotélica: un alma en dos cuerpos.
* El lector interesado en ampliar sobre los nexos entre Fidel y Chávez, puede leer “Fidel, Chávez y el destino de nuestra América”, ensayo-crónica-testimonio del propio autor, publicado en la obra colectiva “Yo soy Fidel”, por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), Buenos Aires, 2018.