Fidel, artífice de la Tarea Vida
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Cuando el 25 de abril del 2017 el Consejo de Ministros aprobó el Plan de Estado para el Enfrentamiento al Cambio Climático (Tarea Vida), el país ratificaba una vez más su posición de avanzada a nivel mundial en la lucha contra lo que es considerado el más grave desafío ambiental a encarar por la humanidad en la presente centuria.
Sustentado en un rico caudal de resultados científicos y tecnológicos acumulado durante más de 20 años de investigaciones durante las cuales pudieron identificarse los impactos actuales y futuros de dicho proceso sobre el archipiélago cubano, se trata de un programa conformado por cinco acciones estratégicas y 11 tareas, dirigido básicamente a contrarrestar los posibles daños en las zonas vulnerables, preservando ante todo la vida de las personas.
Tan notable arsenal de conocimientos tuvo entre sus antecedentes el estudio denominado Impacto del cambio climático y medidas de adaptación en Cuba, desarrollado en la década de los 90 del siglo XX y donde intervinieron alrededor de 100 especialistas de 13 centros científicos.
Su principal aporte fue mostrar que había una clara tendencia al aumento de la temperatura media y a la elevación del nivel del mar, además de calcular los probables escenarios del futuro comportamiento del clima en la Mayor de las Antillas en cuatro plazos de referencia: 2010, 2030, 2050 y 2100.
Luego de una minuciosa evaluación de las afectaciones ocasionadas por los huracanes Charley e Iván al occidente cubano en agosto y septiembre del 2004, respectivamente, se elaboró la Directiva No. 1 sobre la Planificación, Organización y Preparación del País para Situaciones de Desastres, refrendada por el General de Ejército Raúl Castro Ruz el primero de junio del 2005, en su entonces condición de vicepresidente del Consejo de Defensa Nacional.
En cumplimiento de lo estipulado en ese documento, en el 2006 comenzaron los Estudios de Peligro, Vulnerabilidad y Riesgos, centrados inicialmente en eventos de inundaciones por intensas lluvias, penetraciones del mar y la ocurrencia de fuertes vientos.
Un año después y luego de analizar por primera vez el asunto del cambio climático en el Consejo de Ministros, el gobierno dio luz verde a un programa de enfrentamiento, que priorizó la adaptación en los sectores económicos y sociales, enfocado hacia la zona costera y vinculado con la reducción de desastres en el futuro.
Se acordó igualmente intensificar las investigaciones científicas, las cuales se integraron en el Macroproyecto sobre Peligros y Vulnerabilidad de la zona costera cubana para los años 2050 y 2100, que involucró a cerca de 300 especialistas de 16 instituciones de cinco organismos de la Administración Central del Estado, conducido por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma).
Este último fue presentado en el Consejo de Ministros el 25 de febrero del 2011, aprobándose seis directivas y un plan de acción para implementarlo en la etapa 2011-2015.
Dentro de sus resultados más notables figura haber identificado que el ascenso gradual del nivel medio del mar es a largo plazo la principal amenaza del cambio climático en Cuba, dada sus implicaciones futuras en la pérdida paulatina de áreas costeras localizadas en zonas muy bajas y la salinización de los acuíferos abiertos al mar.
Puso de manifiesto también que en lo inmediato, las inundaciones costeras ocasionadas por la sobrelevación del mar y el oleaje producido por huracanes, frentes fríos y otros eventos meteorológicos extremos, representan el mayor peligro para nuestro archipiélago tomando en cuenta la destrucción que causan al patrimonio natural y a la infraestructura dispuesta en el litoral.
Ya en el 2016 la máxima dirección del país recomendó presentar un Plan de Estado basado en todas las evidencias científicas validadas y los nuevos conocimientos que obtienen nuestros investigadores sobre las afectaciones del cambio climático en el archipiélago cubano, y las acciones de mitigación y adaptación requeridas.
Como planteó la ministra del Citma Elba Rosa Pérez Montoya ante los diputados a la Asamblea Nacional reunidos en el Palacio de las Convenciones en julio pasado, la Tarea Vida tiene un alcance y jerarquía superiores a todo lo aprobado anteriormente en relación con el tema, y su instrumentación demandará un programa de inversiones progresivas a corto (2020), mediano (2030), largo (2050) y muy largo plazo (2100).
Representa, sin duda, la expresión práctica más abarcadora del compromiso del Gobierno Revolucionario de trabajar desde ahora por la protección de las actuales y futuras generaciones de cubanos frente a las consecuencias del cambio climático.
AMBIENTALISTA DE TALLA MUNDIAL
Solo un hombre con la fe y visión de Fidel, empeñado en mirar el mañana como algo inmediato, pudo colocar a la ciencia y la tecnología dentro de las prioridades de la naciente Revolución Cubana, cuando el 15 de enero de 1960 afirmó con énfasis «El futuro de nuestra Patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia, de hombres de pensamiento, porque precisamente es lo que más estamos sembrando, lo que más estamos sembrando son oportunidades a la inteligencia».
El audaz concepto fue esbozado en un contexto nacional donde había más de un 20 % de analfabetos, existían muy pocos centros de investigación, empezaba el éxodo de profesionales hacia el exterior, y el número de profesores y maestros distaba mucho de poder respaldar tan ambicioso propósito, para no pocos inalcanzable. A lo anterior se sumaba la creciente política hostil del gobierno de los Estados Unidos.
Bajo su permanente guía surgieron nuevas instituciones científicas, varias de ellas dedicadas al desarrollo de las ciencias naturales, premisa de lo que sería la preocupación constante del Comandante en Jefe por los temas ambientales.
También concedió particular importancia a la formación de capital humano en las más disímiles disciplinas. De no haber dispuesto de tan valioso recurso, el país se habría visto impedido de acometer con capacidad propia todas las investigaciones que posibilitaron concebir el Plan de Estado de Enfrentamiento al Cambio Climático.
Vale resaltar que desde los primeros años de la década de los 60 Fidel fue el más entusiasta promotor del rescate de la naturaleza cubana y del estudio de sus principales recursos, entre ellos el suelo. Potenció, asimismo, los programas de reforestación que propiciaron que la cobertura boscosa de la Mayor de las Antillas creciera de apenas un 14 % en 1959 a un 31,1 % al cierre del 2016.
A partir de las amargas experiencias dejadas por el azote del huracán Flora al oriente cubano, en octubre de 1963, dedicó especial atención a la construcción de obras hidráulicas con la finalidad de evitar la repetición de inundaciones de gran magnitud, como las ocurridas durante aquella contingencia, y asegurar el agua destinada al consumo humano y al desarrollo de la ganadería, la industria y la agricultura, en periodos de marcada sequía.
Según lo expresado por el profesor Luis Enrique Ramos Guadalupe en su libro Fidel Castro ante los desastres naturales, la idea de crear una red pluviométrica capaz de cubrir el archipiélago cubano para conocer con mayor precisión la distribución espacial y temporal de las precipitaciones (dato vital en la concepción de los nuevos planes agrícolas en marcha), y de promover mediante la aplicación de la ciencia y la técnica procedimientos dirigidos a incentivar la ocurrencia provocada de lluvias, cuando de manera natural estas no se producían o eran insuficientes, pone de manifiesto cómo el Jefe de la Revolución se adelanta en identificar al agua entre las más importantes riquezas ambientales, y factor decisivo para la existencia humana y la seguridad económica de la nación.
Con el decursar del tiempo, la preocupación de Fidel por los problemas ambientales del planeta devino tema recurrente en muchos de sus escritos y discursos.
El primero de abril de 1991, al hablar en la inauguración de un frigorífico en Alquízar, señalaba: «Los últimos años se caracterizan por los calores excesivos. En nuestra opinión estos ya son los resultados del efecto invernadero, de los fenómenos de cambios que se van produciendo en la naturaleza como consecuencia del exceso de combustibles fósiles y del dióxido de carbono, que produce un calentamiento».
Y agregaba: «En congresos internacionales los científicos expresan una preocupación creciente por este fenómeno, que a largo o mediano plazo pudiera tener consecuencias peores, como es la disminución de la masa de hielo de los glaciares y en los casquetes polares, las posibilidades de las subidas del nivel de los mares, frecuencia mayor de ciclones alternados con sequías, y sobre todo aumento del calor promedio».
Pero su más trascendental denuncia tuvo lugar el 12 de junio de 1992, al intervenir en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro, Brasil.
Bastó que pronunciara la primera frase para captar de inmediato la atención del auditorio, incluyendo la de sus más enconados adversarios políticos: «Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre».
Durante el Coloquio sobre el pensamiento ambiental de Fidel, efectuado en La Habana a principios de julio, en el marco de la XI Convención Internacional sobre Medio Ambiente y Desarrollo, el doctor Ramón Pichs, director del Centro de Estudios de la Economía Mundial, recordaba cómo el Comandante en Jefe fue capaz de exponer con profundidad en poco más de cinco minutos las principales amenazas que se cernían sobre la humanidad y la responsabilidad histórica de las sociedades de consumo en la atroz destrucción del medio ambiente al «envenenar ríos y mares, contaminar el aire y saturar la atmósfera de gases que alteran las condiciones climáticas con efectos catastróficos que ya empezamos a padecer».
En aquel momento, la amenaza del cambio climático estaba bien lejos de ser reconocida a nivel internacional como un proceso inequívoco y acelerado por la actividad del hombre, y apenas se tomaba en cuenta fuera de los círculos académicos.
Su enérgico llamado a que se pagara la deuda ecológica y no la deuda externa, a que desapareciera el hambre y no el hombre, estremeció conciencias y puso la crisis ambiental del planeta en la agenda pública de muchos políticos, partidos, organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales de todo el orbe.
Convencido abanderado de armonizar el progreso económico con el estricto cuidado y protección de la naturaleza, salvaguardando la biodiversidad, las playas, bosques, montañas y otros valiosos ecosistemas, Fidel ha sido el artífice de la política ambiental cubana, impulsada por la Revolución a lo largo de casi seis décadas.
Pero lo que más defendió fue la vida y el bienestar del ser humano, a tan noble empeñó entregó sus mayores energías.
No sorprende entonces que en la introducción al Plan de Estado para el Enfrentamiento al Cambio Climático o Tarea Vida se diga que está inspirado en el pensamiento del Comandante en Jefe.
La siguiente cita de un discurso suyo pronunciado ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 6 de marzo de 2003, corrobora con creces lo expuesto:
«Frente a los cambios de clima, las afectaciones al medio ambiente ocasionadas por otros, las crisis económicas, las epidemias y los ciclones, nuestros recursos materiales, científicos y técnicos son cada vez más abundantes. La protección de nuestros ciudadanos ocupará siempre el primer lugar en nuestros esfuerzos. Nada tendrá prioridad sobre esto».