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Fidel

Fecha: 

10/08/2006

Fuente: 

Cubadebate

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A las dos de la tarde del 9 de abril de 1948, un joven cubano que asiste a un encuentro estudiantil en Bogotá sale para entrevistarse con Jorge Eliécer Gaitán. En la calle una muchedumbre grita: “¡Mataron a Gaitán!”, destruye vitrinas, entra en comisarías donde los policías le reparten fusiles. Comienza una balacera. El joven, que había pensado morir por Cuba, reflexiona: “Bueno, el pueblo aquí es igual que el pueblo de Cuba, el pueblo es el mismo en todas partes, este es un pueblo oprimido, un pueblo explotado, le han asesinado al dirigente principal, esta sublevación es absolutamente justa, yo voy a morir aquí, pero me quedo”. El joven Fidel Castro aprende su primera lección: cada vez que el pueblo cree en un guía, le asesinan la esperanza. Toma un fusil, y entra en combate.

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Se atribuye a Fidel haber dicho que la revolución no necesita abogados, pero se gradúa de abogado y su primera batalla contra la tiranía de Batista es jurídica: demanda al déspota por violar la Constitución. Mucho ríen los jueces cuando le rechazan la demanda. Fidel ríe mejor: tiene en el bolsillo la prueba de que ha agotado los medios legales, y la segunda lección: No se puede cambiar el juego siguiendo las reglas del juego. Toma un fusil, y asalta el cuartel Moncada.

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Se ataca el Moncada para llamar a la insurrección popular. La mínima fuerza de idealistas es masacrada. Los po cos sobrevivientes son juzgados. Fidel tiene en el bolsillo su rechazada petición de poner en vigor la Constitución. Uno de los jueces, Osvaldo Dorticós, se niega a condenarlo, pues ha actuado de acuerdo con la Carta Magna. También ha seguido otra norma superior. “La Historia me absolverá”, llama a su brillante defensa. Sobre el juicio de la Historia debaten admiradores y detractores. En todo caso, la Historia no lo olvidará.

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Pasa larga prisión. Fulgencio Batista siente su dictadura tan consolidada que intenta comprar a la oposición con una despectiva amnistía. Fidel se exilia en México y se encuentra con Ernesto Guevara, quien escapó de Guatemala cuando mercenarios entrenados, armados y pagados por Estados Unidos derrocaron al presidente electo Jacobo Árbenz para sabotear su Reforma Agraria. Cada vez que el pueblo apoya un proyecto, asesinan al pueblo.

No se puede luchar sin armas contra el opresor armado.

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Fidel anuncia públicamente la invasión de Cuba, porque el propósito del ataque es de nuevo convocar para la in surrección popular. De ochenta milicianos que desembarcan del Granma apenas quedan en pie de combate doce, exhaustos y aislados. El Che Guevara confiesa haber quedado estupefacto cuando Fidel declara que los días de la dictadura están contados. Fracasada la rebelión urbana, se promueve la guerrilla rural. A tal sociedad, tal método de lucha.

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La guerrilla se funde con el pueblo hasta derrotar un ejército moderno de más de 20.000 hombres pertrechado por Es tados Unidos y poner en fuga a Batista el primero de enero de 1959. Es el poder para un joven aclamado como héroe que apenas tiene la edad de Cristo. Como a Cristo, se le presenta el Tentador: podría dedicarse al dulce oficio de repartir prebendas y no perjudicar intereses poderosos. Pero sus primeras medidas sacuden como un relámpago la conciencia de América. Se castiga a los asesinos: la impunidad es el abono de la reincidencia. Se clausuran los casinos: las mafias prostibularias que regentan garitos huyen. En pocos meses arrancan la Reforma Agraria, la Reforma Urbana, las nacionalizaciones de industrias básicas. Más vale ser invadido por una Revolución cumpli da que por una reforma postergada. El socialismo se demuestra socializando.

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Estados Unidos envía en 1961 por Playa Girón la consabida fuerza de mercenarios y paramilitares pagados, en trenados y armados para aniquilar una vez más el futuro. La que resulta aniquilada es la fuerza invasora. En 1964 el imperio amenaza con desatar una guerra nuclear para acabar con Cuba y termina obligado a prometer no atacarla. Ningún poder puede contra un pueblo resuelto. No hay mayor peligro que el del ejemplo.

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El ejemplo, pongamos por caso, de se puede garantizar educación, salud y asistencia social pa ra todos. En 2003 Cuba contaba con 596 médicos por cada 1.000 habitantes; su poderoso adversario Estados Unidos apenas disponía de 276; la expectativa cubana de vida era de 74,8 años para los hombres y 78,7 para las mujeres, mientras que la estadounidense era de 74,3 para los hombres y 79,9 para las mujeres. El gasto cubano en salud alcanzaba para 2001 el 6,2 % del PIB; proporción que igualaba el estadounidense para el mismo año; el sida en Cuba afecta a menos del 0,1% de la población, y en Estados Unidos al 0,62%; el porcentaje del PIB invertido por la bloqueada Cuba en educación llegaba en 2001 al 8%, mientras que su bloqueador invertía para entonces apenas 5,1%; como resultado, en Cuba el porcentaje de alfabetizados es para 2004 de 96,5% en los hombres y 96,4% en las mujeres, contra 95,7% y 95,3% respectivamente, en Estados Unidos (Estado de la población Mundial 2004, Fondo de Publicaciones Especializadas de la ONU 2004-2005).

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El ejemplo cubano libra a América Latina de la percepción que la rebajaba a patio trasero de Estados Unidos y la si túa en el primer plano del debate mundial. En un planeta paralizado por la Guerra Fría, un pequeño país agrario hace la Revolución, y la sostiene contra la mayor potencia armamentista de la tierra. Las insurgencias latinoamericanas y las contraculturas norteamericanas de los sesenta, los experimentos de comunas, la teoría del foco, el boom, el mayo francés, la teología de la Liberación, la integración, la resistencia contra la globalización: todo está bajo el signo de Cuba.

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Hicimos cosas más grandes que nosotros, dijo Fidel alguna vez. Hay que ser muy grande para reconocerse tan pequeño. Efímeros como chispas, no tenemos otra posteridad que nuestra obra. Sólo quien intenta sobrepasarse da su verdadera talla.