El optimismo revolucionario de Fidel Castro
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Para emprender cualquier proyecto transformador, se necesita una dosis elevada de optimismo, de seguridad personal y fe en el futuro, de espíritu permanente de victoria y confianza en sí mismo y en quienes te rodean. Se necesita además una dosis del optimismo quijotesco de luchar contra imposibles con la seguridad de vencer. Todo ello se multiplica cuando se trata de hacer revoluciones.
La historia de nuestra América es rica en ejemplos. Cuando el 4 de julio de 1817, las fuerzas realistas derrotan el ejército del Libertador Simón Bolívar, después en la acción de Casacoima, estando él mismo a punto de caer prisionero o muerto, reuniendo los gloriosos despojos de sus tropas, les manifestó:
«No sé lo que tiene dispuesta la providencia; pero ella me inspira una confianza sin límites. Salí de los cayos solo, en medio de algunos oficiales, sin más recursos que la esperanza, prometiéndome atravesar un país enemigo y conquistarlo. Se ha realizado la mitad de mis planes: nos hemos sobrepuesto a todos los obstáculos para llegar a Guyana… Dentro de pocos días rendiremos a Angostura, y entonces … iremos a libertar a Nueva Granada, y arrojando a los enemigos del resto de Venezuela, constituiremos a Colombia. Enarbolaremos después el pabellón tricolor sobre el Chimborazo, e iremos a completar nuestra obra de libertar a la América del Sur y asegurar su independencia, llevando nuestros pendones victoriosos al Perú: el Perú será libre».
Juan Vicente González poeta, escritor, político y biógrafo venezolano contemporáneo del Libertador, al narrar aquel impactante momento concluía:
«Sorprendidos, atónitos, se miraban unos a otros los oficiales que le cercaban, nadie osaba pronunciar una palabra. Los ojos de Bolívar arrojaban fuego, y al hablar de la España, de su ruina, tormentas eléctricas parecían ceñir su cabeza, como la cumbre del Duida, cuya sangrienta y encapotada cima alcanzaban apenas a divisar…
Un oficial llamó aparte al coronel Briceño y le dijo llorando:
- Todo está perdido, amigo; lo que era toda nuestra confianza, helo aquí loco; está delirando…. En la situación en que le vemos, sin más vestido que una bata, soñando en el Perú…!».
Y Bolívar hizo su sueño realidad.
Fue ese el optimismo de Benito Juárez cuando hubo de atravesar en largas marchas por inhóspitos caminos la geografía mexicana para organizar, desde las derrotas, las campañas que lo llevarían a expulsar definitivamente de México al imperio francés de Maximiliano de Habsburgo.
Fue el optimismo de Carlos Manuel de Céspedes, derrotado en Yara apenas iniciada la gesta independentista, cuando al quedar con 12 hombres afirmara que bastaban para hacer la independencia de Cuba. También de grandes hombres como Ignacio Agramonte, Calixto García, Máximo Gómez y Antonio Maceo, para quienes no existía la palabra derrota.
José Martí, sin titubeos, echó sobre sus hombros la responsabilidad de arrastrar a un pueblo a una guerra justa y cruenta, en la que, en aras del porvenir glorioso de su Patria, debió enfrentar al mayor ejército colonial que jamás pisara suelo americano.
Los revolucionarios son por naturaleza optimistas y soñadores, o no son revolucionarios. Para ellos no hay obstáculos insalvables, el pensamiento es siempre contagiosamente positivo, pensando siempre en la victoria. Los retos son estímulos y no hay muro que los contenga ni gigante al que se le tema.
Esa fue, durante toda su vida, una premisa del líder de la Revolución Cubana Fidel Castro Ruz, y una de sus mayores virtudes.
De la experiencia negativa de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953, nació un proyecto más sólido de Revolución. La prisión, se convirtió en fecunda escuela transformadora, y el posterior exilio, en oportunidad de lujo para organizar, disciplinar y preparar, a los jóvenes que lo secundarían en la aventura del Granma, un pequeño yate con capacidad para 13 personas, en el que 82 revolucionarios optimistas, atravesaron el Golfo de México y el Caribe occidental, para desafiar a un poderoso ejército entrenado, pertrechado y asesorado por militares estadounidenses.
Tras el desembarco, vino el revés de Alegría de Pío. Oculto bajo cañas secas tras el combate, acompañado de Faustino Pérez y de Universo Sánchez, totalmente rodeado de fuerzas del ejército de la dictadura, Fidel comentaba en voz baja a sus compañeros que escuchaban atónitos e incrédulos, cómo sería la guerra y cuáles los pasos a seguir para cumplir el programa del Moncada.
Pocos días después se reencontraría con su hermano Raúl en Cinco Palmas, y con optimismo cespedista expresó aquel 18 de diciembre de 1956 en medio de contagiosa alegría:
—¿Cuántos fusiles traes? —preguntó Fidel a Raúl.
—Cinco.
—¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!
Veinticuatro meses después, el vaticinio se hacía realidad. Para ello hubo de enfrentar y vencer la Ofensiva del más de 10 000 hombres de la tiranía apoyados de aviación, blindados, artillería y Marina, contra los apenas 100 guerrilleros que lo acompañaban. Para Fidel estaba claro que lo que más valía eran las ideas de quienes empuñaban las armas, y los cien vencieron a los 10 000.
Tras el triunfo de la Revolución, comenzaba la epopeya más compleja y difícil; la obra transformadora que daría la independencia plena a una nación que se despojaría de la tutela neocolonial del imperialismo yanqui. En esa nueva batalla, eran permanentes en el discurso y la prédica revolucionaria de Fidel, palabras como optimismo, confianza, fe, alegría, seguridad, júbilo, esperanza, solidaridad, fuerza, entusiasmo, porvenir, futuro, victoria.
En el lenguaje de los líderes de la Revolución la palabra derrota no existía y si se refería, era para convertirla en estímulo de trabajo y más Revolución.
Ante cada dificultad, una respuesta creativa y movilizativa, contando siempre con el pueblo como principal actor de la obra gigantesca de la Revolución.
El 23 de agosto de 1960, en discurso pronunciado en el acto de fusión de todas las organizaciones femeninas revolucionarias, Fidel, inyectando optimismo, expresaba:
«…Pocas veces se ha respirado aquí un aire de tanto optimismo, de tanta alegría, de tanto espíritu combativo…».
Un año después, el 8 de diciembre de 1961, en acto de graduación de 800 maestros de Secundaria Básica, manifestó:
«…Gran entusiasmo reina hoy en este teatro, entusiasmo que tiene su razón de ser, para todos ustedes y para todos nosotros, en la satisfacción y el optimismo que despierta la obra de la Revolución y la cosecha de los primeros frutos de la Revolución…».
Esa inyección de optimismo fue una constante en el discurso político de Fidel ante cada adversidad. A las acusaciones de fusilamientos indiscriminados de representantes del viejo régimen y sus órganos represivos, la Operación Verdad y una revolución comunicacional; ante la guerra impuesta por el imperialismo con la inserción de bandas contrarrevolucionarias, invasiones y amenazas de invasiones, las armas al pueblo, la movilización popular, los Comité de Defensa de la Revolución y la firme convicción de victoria, la misma que caracterizó los días de Girón y de la Crisis de Octubre.
Su optimismo iba acompañado de la fe y confianza en el pueblo. En el acto por el aniversario 12 del ataque al cuartel Moncada, realizado en la ciudad de Santa Clara el 26 de julio de 1965, patentizó:
«…La conciencia revolucionaria de nuestro pueblo, su generosidad extraordinaria, su magnífica condición humana, su entusiasmo, su optimismo, su carácter, que es el cimiento de su fuerza, eso no podrá destruirlo nada ni nadie».
No alcanzar la meta de los 10 millones de toneladas de azúcar en la zafra de 1970 se convirtió en un estímulo de continuar trabajando, bajo el lema de convertir el revés en victoria. A los desafíos de la guerra biológica, una revolución científica. A la derrota militar angolana – soviética en Cuito Cuanavale, una agrupación de más de 50 000 efectivos a Angola para lograr una victoria militar disuasiva, y ante las amenazas de invasión estadounidense, la doctrina de la guerra de todo el pueblo, también disuasiva.
Ni el derrumbe del campo socialista mermó el espíritu emprendedor, solidario y optimista de Fidel. El período especial generó la Batalla de Ideas, la Revolución Energética, los parlamentos obreros, el desarrollo de la Biotecnología y, sobre todo, la certeza y confianza en la victoria y la justeza de la Revolución.
Vendrían después el ALBA como respuesta al ALCA, el apoyo a los programas sociales en Venezuela, y una de las más bella y altruista acción humanitaria de la Revolución; el ejército de batas blancas que, encabezado por la brigada Henry Reeve, salva vidas en todos los rincones del mundo.
Para Fidel, defensor de las más nobles causas, un mundo mejor es posible y así lo expresó en los foros internacionales en los que participó.
Como era su convicción, un revolucionario nunca se retira y tras su enfermedad y traspaso de sus cargos y responsabilidades públicas a otro optimista raigal, el General de Ejército Raúl Castro Ruz, continuó derrochando optimismo en sus Reflexiones y en los planes de desarrollo de las plantas proteicas para la mejorar la alimentación de los pobres de este mundo.
Quizás, sin proponérselo, el más grande legado de Fidel en su vida ejemplar, fue su legado de optimismo, con los pies en la tierra, para la transformación del planeta en un mundo más justo y solidario. Contagiémonos en él y soñemos, como quijotes fidelistas, en vencer los más complejos obstáculos, transformar el presente y legar a las futuras generaciones una vida plena y solidaria.