El inspirador y el agradecido
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Una reflexión a propósito del Moncada
En el «combate terrible por la verdad», Alejandro –el inspirador–, ora acusado, ora abogado, respondió preguntas intoxicadas y denunció vilezas desmesuradas. Casi 67 años después, Alejandro –el agradecido– respondió a las infamias que hieren a sus colegas.
Cuando encaró al tribunal, en un cuartico del santiaguero Hospital Civil, «rodeado de centinelas con bayonetas», el inspirador, juzgado por el Asalto al Moncada, concluyó que la justicia estaba «presa y enferma».
Muchos aguaceros purificadores han pasado desde entonces por esta Isla. Hace pocas horas –distanciamiento por medio–, Alejandro, el agradecido, emergió de la multitud en una plaza cubana, libre como el viento que hace de paredes y techo en el espacioso lugar.
En la voz de aquel joven, graduado más integral del presente curso en la Universidad de Ciencias Médicas de Guantánamo, discurrió agradecida el alma de más de un millar de profesionales y técnicos representados allí, en composición reducida, para recibir sus títulos.
Más que palabras, aquel verbo era «sangre del corazón y entraña de la verdad», devolviéndonos el alegato del otro Alejandro en 1953. Habló por todos; evocó recuerdos, vivencias colectivas, escaramuzas académicas, los insomnios, las tensiones previas a los exámenes; batallas; Moncadas que debieron librar en los seis años de la carrera.
Minutos antes, en un aparte con Granma, el orador delineó otros Moncadas que dibuja el horizonte cercano: «el servicio social donde mi aporte haga falta; y a la par los estudios para formarme como especialista, primero en Medicina General Integral y luego en Medicina Intensiva».
Pero ahora, desde la tribuna, hablaba por él y sus compañeros. Hacia los padres vertía gratitud infinita; ponderó a su Cuba y a quienes la hicieron posible así: «martiana, fidelista, rebelde». Dijo que, «sin bondad, de poco o nada sirve el conocimiento»; que como máxima llevarán el respeto a la condición humana; y proclamó que servirían a la humanidad «sin distingos de geografías, tiempos ni circunstancias». Una alerta –también adelantada en el aparte con Granma– brotaba implícita en aquellas palabras, ahora dirigidas a los esclavos del odio: «si hay esclavitud en el acto de salvar vidas a riesgo de las nuestras, seremos los esclavos más felices y orgullosos del mundo».
Las palabras de Alejandro Javier Sánchez García –el agradecido–, ciertas utopías espontáneas escuchadas allí, entre confidenciales descuidos, y la juventud en aquellos rostros iluminados, nos devuelven a Abel, a Renato, Haydée, Melba, Chenard, Gómez García, Boris Luis…
Vuelve multiplicada, en esas batas blanquísimas, la de Mario Muñoz Monroy, libre ya de la sangre que enlutó a la Cuba. Es la sobrevida de los que cayeron en la clarinada y después; la certeza de que el Moncada –«Big Bang (la gran explosión) de la patria»–, se expande hacia el infinito, con su luz entre emancipadora. Imagino la rabia de quienes nos sueñan vencidos; y la emoción de Alejandro; del inspirador Fidel Alejandro.