El hombre feliz que nos salva
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Sus ojos son varias capas de transparencias. Ha llorado. Los hombres de esta Isla han llorado, los héroes de Cuba han llorado. Las huellas del dolor siguen clavadas en su mirada, pero camina firme por la escalinata, rodeado de jóvenes, para el tributo. Gerardo Hernández Nordelo tal vez no tenga tiempo en estos días para el desplome —hay mucho que hacer para honrar a Fidel— pero muy seguramente será otra vez el propio gigante, como tantas veces en prisión, la fuerza para ese extra necesario, para seguir y hacer.
A lo largo de 16 años muchas veces esa figura imponente, esa voz poderosa y esas manos infinitas fueron asidero constante. A los tres meses de su llegada contó que en las horas más duras pensaba en que si algún día tenía la oportunidad, quería contarle a Fidel algunas anécdotas de la prisión. Él, que estaba condenado a dos cadenas perpetuas más 15 años de encierro, básicamente a morir en una cárcel de máxima seguridad, acarició entre sus sueños de libertad el diálogo con el Comandante, para que supiera cómo los había salvado de tanto, cómo se aferraron a su inocencia comprobada, a su ejemplo y a aquella promesa suya: «Solo les digo una cosa: ¡Volverán!».
Fidel Castro no necesita de fechas, es una presencia más allá del 25 de noviembre de 2016 y se me antoja que en estos días nuestros héroes habrán de volver a las casi cinco horas que también forjaron el material de sus enterezas.
Ocurrió el 28 de febrero de 2015. Como escribiera Fidel, habían pasado 73 días desde aquel 17 de diciembre que nos trajo a Ramón, a Gerardo y a Tony, los tres que nos faltaban y que completaron por fin a los Cinco. Gerardo recordaba cuánto se especuló previo al encuentro y sobre el porqué no ocurrió antes. Y allí otra huella más de la sensibilidad del hombre que anhelaban ver: «él estaba dando un poco más de tiempo para que nos sintiéramos más cómodos con nuestra vida después de habernos rencontrado con los familiares».
Como desde el principio, Fidel los cuidaba: «Lo principal a su llegada era saludar a sus familiares, amigos y al pueblo, sin descuidar un minuto la salud y el riguroso chequeo médico», escribió el Comandante un día después del encuentro.
Gerardo, que para entonces tenía en su pecho la medalla de Héroe de la República de Cuba, que disfrutaba de dormir al calor de su amada y con Gema completando el cuadro de familia; allí, aquella tarde, desparramado en una butaca… en casa, calificó aquel día como «una de las experiencias más importantes de mi vida». Sus hermanos también lo sintieron así.
Cada quien se escuda ahora en su propio Fidel y a mí me gusta pensar que nuestros Cinco vuelven al Comandante, al guerrillero que forjó el carácter de toda una generación, pero sobre todo a ese Fidel feliz que los recibió en su casa. Quiero pensar que el brillo en los ojos de Gerardo al revivirlo es el mejor modo de enjugar sus lágrimas de estos días, las suyas, las de los Cinco.
«Lo que más me gustó, aparte de tenerlo tan cerca, fue que se trató de un ambiente nada protocolar, un ambiente familiar, muy animado, muy acogedor, en una sala relativamente pequeña de su casa, y ahí estábamos sentados como se sienta uno con un familiar, con un tío, un abuelo, un vecino, conversando animadamente».
Entonces Gerardo reconoció que estaban tensos, así que el líder, con sus casi 90 y, como siempre, se hizo cargo de la situación.
«Bueno, cuéntenme algo de la prisión. ¿Había muchos mosquitos?». Esa fue la primera pregunta de Fidel en el encuentro con los Cinco, recordó Gerardo.
«Nos reímos y enseguida comienza a contarnos: “Sí, porque en Isla de Pinos teníamos bastantes mosquitos… Bueno, no me has dicho nada de Gema, no me has contado nada de Gema…”». Uno imagina la voz del gigante «Y a mí me llamó mucho la atención que se acordara de la niña por su nombre», completa Gerardo.
«Él mismo le pidió a su esposa si había alguna botella para hacer un brindis, comimos con él y fue bien ameno. Nos sentimos como en familia y le dimos las gracias por todo lo que él representó para nosotros en estos años de lucha, por haber dicho que volveríamos y por haberlo hecho realidad y él nos dijo: “Lo único que lamento es que no haya podido ser antes”, pero nosotros sabemos que no fue por falta de esfuerzo, ni de empeño de nuestro Gobierno».
Después llegaron las anécdotas, esas que ardía en deseos por contarle y que Fidel escuchó atento.
«El centro de detención de Miami es un edificio de 13 pisos y al lado estaba el inmueble de la Corte donde los jueces ven a los presos para los diferentes procesos; los dos edificios se conectan por un sótano. Para llevarte de una instalación a otra era largo: te desnudaban en un lado, te revisaban, te ponían la ropa de ir a la Corte, te encadenaban e ibas para ese sótano, donde hay un parqueo. Los presos van en fila, encadenados, entrando a la Corte. Un día estábamos formados y yo me doy cuenta de que hay un preso en una de las filas; la fila nuestra iba a tener que pasar por delante de la suya para entrar a la Corte. Y yo me doy cuenta de que el tipo tiene una cara de loco del carajo, tiene unos espejuelos amarrados con esparadrapo y nos está mirando fijamente. Y yo le digo a los muchachos: “Oye, tengan cuidado, porque ese tipo que está en la esquinita nos está mirando con cara de malo y tiene tipo de loco”. No podía hacer nada, porque estaba encadenado y hay 40 guardias, pero por lo menos nos podía escupir o cualquier cosa de esas.
«Cuando pasamos por ahí el tipo nos dice: “¿Ustedes son los cubanos?” Sí, le digo. Y dice: “Resistan cojones, porque Fidel nunca los va abandonar. Yo vine en el 80, pero soy cubano y …” él siguió hablando y gritando, porque la fila no puede detenerse. Para nosotros eso fue una inyección tremenda, una reacción así de un cubano, que llevaba casi 20 años en ese país… fue algo bien emotivo en esos primeros días.
«Y la otra fue también al principio del arresto, contarle cómo fue que nosotros supimos de aquellas declaraciones suyas en la Cumbre de presidentes en Portugal, en octubre de 1998, cuando Lucia Newman lo entrevista informalmente en un pasillo y le pregunta: “Comandante, ¿qué se puede decir de las diez personas que arrestaron?”
Tengo entendido que ellos van a juicio; lo que yo pueda decirte los puede perjudicar, pero si es verdad que ellos trabajaban para Cuba, Cuba nunca los va a abandonar. No son palabras textuales, pero en esencia fue eso lo que dijo, según recuerda Gerardo.
El hombre que hablaba había vivido en dos tiempos: uno feliz con el Comandante cercano y otro lejos de todo lo suyo, en un ambiente sumamente hostil, donde también Fidel fue la fuerza telúrica que sostuvo a los Cinco. Y sus ojos revelaban el brillo de la emoción, porque lo contaba en un presente de libertad y, mientras hablaba, Adriana pasaba a ver si tenía hambre, si quería tomar algo… ya no más la soledad, la incertidumbre, la rutina cruel de la cárcel.
«Estábamos en el hueco y el preso de la celda del frente nos dice: “¿Vieron el periódico?. Tiren la línea para mandárselos”». La línea llegó y ellos leyeron.
«Leímos las palabras y luego nos los pasábamos entre nosotros. Ese fue un día importantísimo, muy alentador. Desde ese día sabíamos que no había nada que pudiera doblegarnos o rompernos. Tuve siempre el deseo de contárselo y agradecerle».
Volvemos al día que vivieron ellos y que los cubanos vimos en esas imágenes hermosas que transmitían el buen ambiente, ese espacio de intimidad, como el padre que comparte con sus otros cinco hijos varones.
«Conversamos de todo y me gustó mucho que para el final de nuestro encuentro llegaron algunos familiares suyos a visitarlo —sus nietos— y me gustó mucho ver la reacción suya con los niños en su familia: los mimaba, les hacía gracia como cualquier abuelo.
«Las horas se nos fueron volando, casi cinco horas, y él no quería que nos fuéramos. “Ah, ¿pero ya se van?”, preguntó Fidel. Si por él hubiese sido, hubiésemos seguido, pero sabíamos que debía descansar», recordó Gerardo.
«Fui feliz durante horas ayer. Escuché relatos maravillosos de heroísmo del grupo presidido por Gerardo y secundado por todos, incluido el pintor y poeta, al que conocí mientras construía una de sus obras en el aeródromo de Santiago de Cuba. ¿Y las esposas? ¿Los hijos e hijas? ¿Las hermanas y madres? ¿No los va a recibir también a ellos? ¡Pues también hay que celebrar el regreso y la alegría con la familia!», escribió Fidel el 1ro. de marzo de 2015.
Un Fidel feliz nos salva de su partida. Es cierto, delicado, pone transparencias en los ojos de Gerardo, de los Cinco, de los hombres y mujeres que amanecen en estos días silentes. Pero el guía que inspira semejantes lágrimas será siempre el autor intelectual de esa fuerza telúrica llamada a impulsarnos a seguir y hacer… a salvarnos.