“Cuba va a seguir estando"
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"Voy a escribir un libro sobre este encuentro", le dijo Augusto Roa Bastos a uno de sus colaboradores no bien se hubo despedido Fidel.
Todavía flotaba en el ambiente aquel aire de familiaridad y satisfacción que reinó durante los 45 minutos en que conversaron.
El gran escritor parecía arrobado mientras escuchaba a Fidel comentarle o preguntar sobre sus libros, la guerra de la Triple Alianza que desataron Argentina, Uruguay y Brasil contra Paraguay, en el siglo XIX; la cultura, la educación que tanto necesitan los pueblos de América...
Roa Bastos era todo atención, como si quisiera apresar cada sílaba y cada instante: el ceño de vez en vez fruncido pero con la suavidad que indica reflexión e interés del interlocutor por el más mínimo detalle. Los ojos pequeños y todavía vivaces, relampagueantes.
Hacía 44 años que no se veían, desde aquel día de 1959 en que el después galardonado como Premio Cervantes de la lengua castellana, le conoció casi por casualidad durante uno de sus exilios en Buenos Aires.
-Le abracé hasta donde pude abarcar con mis brazos aquel cuerpo corpulento, cuenta. Estuvimos charlando muy poquito, porque era una reunión casi oficial pero, yo me atreví. Me acerqué, y le saludé. 'Ah qué tal, chico', me dijo.
"Desde entonces, no le vi más. Pero fue un momento de una aproximación mutua muy rápida, muy linda".
Ahora, sin embargo, habían vuelto a encontrarse con la fraternidad de dos amigos que hubiesen estado en comunicación siempre. "Bueno, para nosotros Fidel es un símbolo", comentaría Roa Bastos después.
El escritor había dejado su habitual abrigo de pana y vestía, atildado, un traje oscuro que contrastaba vivamente con su camisa azul turquesa.
A las doce en punto, el líder de la Revolución que Augusto Roa Bastos tanto admira y defiende, irrumpió en la pequeña sala.
El saludo, fotos para la escasa prensa que presenciaba aquel acontecimiento singular de ver reunidos a un estadista mundial y a un intelectual de tamaña altura, y un primer breve intercambio de palabras:
-Buenos días. Digo, ¿es buenos días todavía?- dijo Fidel no bien traspasó el umbral.
Augusto Roa Bastos se dirigió a él, presto. Un abrazo, esta vez sin prisas, los fundió.
-¿Cómo está? No tengo que preguntar cómo se siente porque lo veo muy bien-, le dijo el Comandante en Jefe.
-Bien, muy bien-, asintió Roa Bastos.
Luego se sentarían en el pequeño sofá y, acompañados por el asistente y el editor de uno de los escritores más grandes de Latinoamérica, iniciarían aquella charla informal y amena.
Fidel, familiar, indagaba detalles de su vida cotidiana:
-¿A qué hora se levanta?
-Temprano, a las cinco.
-¿A qué hora se acuesta?
-Diez u once de la noche- le respondió Roa Bastos y sonrió.
-Me gusta caminar-, abundaría luego el anfitrión. Mover las piernas, ver...
Afuera, como ha sido habitual ante cada movimiento del Presidente cubano por Asunción, los transeúntes enterados de su presencia se empezaban a agolpar junto a la puerta.
Primero eran unos pocos, enterados con antelación de la entrevista que tendría lugar en el primer piso del edificio de tres plantas que hace esquina en las calles Agustín Barrios y Cabo Primero Feliciano Mareco, en esta capital.
Después serían decenas las que esperaban expectantes, y miraban de vez en vez, al primer balcón.
El ventanal, provisto de dos pequeñas macetas floridas, estaba entreabierto desde muy temprano y tenía las cortinas descorridas, como cuando se espera visita y uno quiere que sepa que se le aguarda.
Pero nada rompía la tranquilidad de aquel apartamento tan sencillo como su inquilino.
Dentro, nada denotaba lujos ni esplendor. Algunos cuadros en las paredes, un retrato del escritor que lo muestra, humilde como es, en una foto fuera de su marco junto a un lápiz, una manzana y dos libros.
En una esquina, una pequeña mesa donde atesora fotos y los muchos premios que ha recibido durante sus lúcidos y fructíferos 86 años de vida.
Mirando los retratos pueden conocerse los grandes amores de su vida: sus padres, la casa donde nació, el tío obispo que le dio enseñanza e instrucción, sus hijos...
Quizá su único motivo de presunción sean sus libros, una buena parte de cuyos títulos estaban ahora sobre la mesa de centro, junto al atado que Augusto Roa Bastos había preparado para obsequiar a Fidel.
El Comandante repasó e indagó sobre los ejemplares que tenía ante sí. Poesías reunidas, Cuentos completos, una colección de folklore, historia, sociología, música, ética y moral, todo sobre el Paraguay, y otra titulada Los cinco libros decisivos de Augusto Roa Bastos, entre los que se incluye su trascendente Yo El Supremo.
Desde luego que no podía faltar Hijo de Hombre, el primer libro del escritor "y el que más quiero", confesaría el autor a JR.
Como recuerdo de su visita, Fidel le dejó al artista un paisaje marino en lienzo, y una estatuilla que reproduce en pequeña escala la imagen del Martí con el niño en brazos que preside la Tribuna Antimperialista, en La Habana.
Con la modestia de siempre, el hombre de voz suave y mirada dulce a quien sus colaboradores y vecinos llaman sencillamente Augusto, le pidió un autógrafo al Comandante en Jefe para uno de sus hijos:
Fidel escribió: "Desde el hogar de nuestro querido y admirado maestro, padre suyo, y hermano mío, para un honor infinito con que nos honra a él, Francisco, y a mí".
UN POCO MÁS CON EL ESCRITOR
Todavía escribe semanalmente para la revista Noticias y se preocupa de que la cultura llegue a todos, máxime a los más pobres, "que son quienes más lo necesitan", dice.
Por eso fundó desde 1989 una editora que imprime y vende sus libros en la cuarta parte del precio, nos cuenta el gerente, Pablo León Burián, un joven que le admira por "su lealtad y su sentido de coherencia con sus criterios e ideales. Los ha mantenido toda su vida".
La admiración que profesa a la Revolución cubana no es cosa de hoy. Su firma -una de las primeras- en la carta de reafirmación redactada por intelectuales revolucionarios del mundo ante las campañas difamatorias de que es objeto nuestro país, no fue su primer acto solidario con la Isla.
Sus actitudes de apoyo y fraternidad con la Revolución le costaron que la dictadura de Stroessner lo desterrara.
-Decía que yo era comunista. Pero yo lo acepté y acepté el exilio, porque ese exilio me enseñó muchas cosas. Incluso con respecto a mí país, a lo que puede ser la solidaridad de los pueblos para causas comunes.
-¿En qué consistían sus desafíos?
-Escritos, conferencias, adhesiones frecuentes a la Revolución. Pensaba en romper esa especie de "círculo mágico" en contra de Cuba que hay en nuestros países colonialistas, y traté de dar mi parte, pequeña, pero bastante directa y contundente. Eso me valió, precisamente, el segundo exilio por parte de Stroessner?
-¿Qué le ha parecido la visita del Comandante en Jefe a Paraguay?
-Una voz de aliento, un apoyo muy importante que le estamos profundamente agradecidos.
"Cuba es un gran ejemplo para nosotros, y tenemos que tratar de acercarnos más".
-¿Cómo es que siendo usted un amigo de Cuba tan fiel y tan antiguo, me asombra que no haya ido antes a visitarnos?
-Iré tan pronto pueda. La Isla está ahí desde hace mucho tiempo, y va a estarlo por mucho tiempo más."