Comienza la hora de partir hacia Cuba
Fecha:
00/00/2006
Fuente:
Periódico Granma
Aquel jueves 22 de noviembre, Ñico López arriba a la ciudad de Veracruz para transmitir la orden de trasladar a los combatientes hacia Xalapa, ya en camino hacia el punto de concentración. Estos son Armando Mestre, Miguel Cabañas, Armando Huau, Antonio Darío López, Norberto Godoy, Pablo Hurtado, Luis Crespo, Norberto Abilio Collado, Arnaldo Pérez, Alfonso Guillén Zelaya, Jaime Costa, Enrique Cuélez, Arturo Chaumont y Evaristo Evelio Montes de Oca, quien funge como responsable de la zona. Antes de salir, Ñico plantea que aquel compañero que no quiera partir hacia Cuba se puede quedar. Pero todos están de acuerdo y parten en ómnibus hacia Xalapa.
Aquella noche, los combatientes que residen en Xalapa también reciben la orden de prepararse para partir. Por la madrugada, llega Ñico López y les informa que ha llegado la hora de salir para Cuba, que el que esté dispuesto dé un paso al frente y el que no, puede quedarse. Todos dan el paso al frente, con una alegría tremenda.
Mientras tanto, en Ciudad Victoria permanecen alojados en diversos hoteles los treinta y dos combatientes que, conducidos por Faustino Pérez, salieran la noche anterior del campamento de Abasolo y aguardan el momento de la partida. La mañana y la tarde la aprovechan en visitar algunos lugares de interés o resolver varias cuestiones. Tomás David Royo sufre un fuerte dolor de muelas y tiene la cara hinchada. Pablo Díaz lo acompaña a un dentista, quien le informa que no puede extraerse la muela y debe inyectarse. Entonces Pablo se lo informa a Faustino, quien determina entregarle algún dinero y enviarlo de regreso a Ciudad México. Pero cuando Pablo se lo comunica a Royo, este decidido le responde que ya sabe que se van para Cuba y que a él hay que matarlo junto con todos.
En la capital mexicana también se ultiman los detalles para la partida. Ese día, Jesús Montané y Melba Hernández comienzan a cumplir rápidamente las instrucciones recibidas por Fidel la noche anterior. Una de las primeras casas en ser evacuadas es la de la calle Ingenieros, custodiada por el italiano Gino Doné y que solamente conocen unos cuantos.
Por su parte, Julito Díaz y Ramiro Valdés abandonan el apartamento de Nicolás San Juan 125, colonia Narvarte, donde reside la cubana Clara Villa Milián, Chicha, y se dirigen al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, en compañía de otros combatientes.
De regreso a la capital mexicana, Fidel Castro se reúne en el apartamento de Coahuila 129-C, colonia Roma, con el ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, y su esposa Orquídea Pino para analizar los detalles y la fecha de la partida. Esa mañana, Cándido González los va a buscar a su casa y les dijo que Fidel quería hablarles. Se reúnen y Fidel les habla de las características del barco, que no tienen una garantía de poder llegar a Cuba, pero la situación es apremiante y quiere consultar con ellos su opinión. Les comunica además la fecha de la partida y el itinerario de los distintos grupos hasta el punto de concentración 11.
Casi al anochecer, Fidel acude una vez más a la casa del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, en la calle Teziutlán 30, Coyoacán, para despedirse del oficial amigo e informarle de la inminente partida. Conversan en una calle semioscura y Gutiérrez Barrios recuerda que Fidel, con gran confianza en su persona, le comunica que se va a luchar por la libertad de su país. Por supuesto, el oficial amigo no le pregunta cuándo ni cómo ni dónde.
También Fidel visita esa tarde la casa del exiliado cubano Carlos Maristany y le comunica la inminente salida de la expedición.
Esa misma noche, Fidel cita a algunos jefes de grupo en el Pedregal de San Ángel, para comunicarles la inminente partida y transmitirles las últimas orientaciones. Entre otros, asiste Reinaldo Benítez, a quien da instrucciones de que recoja a su esposa Piedad Solís y regrese a ese punto, para dar un largo viaje. Así lo hace Benítez, fue en busca de Pipí al apartamento de Pedro Baranda 18 y, cuando regresó al punto de reunión, le instruyen recoger dos maletas grandes llenas de armas para llevarlas a Poza Rica. Y aquella noche partió con su esposa Piedad Solís, en un auto conducido por Jimmy Hirzel.
También Héctor Aldama, quien permanece residiendo en el apartamento de Jalapa 68 junto a otros combatientes, acude aquella noche a la casa del Pedregal de San Ángel, donde Fidel lo aguarda para informarle de la inminente partida y darle las últimas instrucciones. Le entrega además una pistola de ráfagas y un reloj, y de ahí regresa a su casa campamento para preparar a los compañeros. En aquella ocasión, Fidel le plantea la imposibilidad de llevar en la expedición a su compañera, la mexicana Marta Eugenia López, debido al poco espacio disponible en la embarcación. Para él es duro decírselo a Marta Eugenia, pues ella había realizado todos los entrenamientos al igual que cualquier otro compañero, y decide comunicárselo a la hora de zarpar.
Con la adarga al brazo
El viernes 23 de noviembre, los diarios mexicanos ofrecen informaciones contradictorias sobre la mencionada conspiración y la cantidad de armas decomisadas, en tanto la policía se mantiene en silencio respecto a los hechos. Algunos afirman que las armas ocupadas ascienden a unos 56 mil dólares, compradas en su mayoría en los Estados Unidos, mientras otros declaran que la cantidad es mucho menor. Últimas Noticias, la edición vespertina de Excelsior, citando una fuente de la policía, informa que entre los documentos ocupados a los detenidos se encuentran cartas del ex presidente Carlos Prío Socarrás, pero la policía no comenta al respecto. Se asegura, en cambio, que la investigación continúa y que conocidos exiliados cubanos están siendo cuidadosamente vigilados. Durante los interrogatorios del día anterior, poco o nada revelaron los detenidos acerca de las armas capturadas y niegan terminantemente conocer a Fidel Castro. Aunque se guarda todavía silencio sobre los detalles, un informante expresa que las armas ocupadas fueron entregadas el día anterior a la Procuraduría General de la República.
Aquel viernes 23 de noviembre, comienza a ejecutarse el traslado de los combatientes hacia el punto de concentración, según el plan trazado por Fidel Castro. Por la mañana, Cándido González acude al apartamento de la calle Coahuila 129-C, colonia Roma, para recoger a Arsenio García, Félix Elmuza y a otros combatientes, y conducirlos en un auto Pontiac hacia el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, estado de Puebla, adonde llegan alrededor del mediodía. En dos o tres cabañas alquiladas, Arsenio advierte a Ramiro Valdés, Ciro Redondo y a Juan Manuel Márquez, y le llama la atención la cantidad de maletas de piel que hay, todas con armas.
Mientras, el nutrido grupo de treinta y dos combatientes procedente del campamento de Abasolo, que desde hace dos días se encuentra hospedado en diversos hoteles en Ciudad Victoria, estado de Tamaulipas, se apresta a partir en ómnibus hacia la ciudad de Tampico, importante puerto a orillas de la desembocadura del río Pánuco, rumbo al sur. Ya de noche, llegan a Tampico y se hospedan en varios hoteles y posadas, hasta esperar la señal de partida. Uno de ellos es el hotel Inglaterra, en la esquina de las calles Díaz Mirón y Olmos.
Por su parte, el grupo de Veracruz, que la noche anterior se trasladara a la ciudad de Xalapa para unirse al otro grupo de combatientes en ese lugar, sale aquella mañana en ómnibus conducido por Ñico López hacia Tecolutla, centro turístico en la costa veracruzana a orillas de la desembocadura del río del mismo nombre. En total, suman cerca de quince combatientes. Antes de llegar, descienden de los ómnibus por unos minutos para cruzar en patana el río. En Tecolutla se alojan en distintos hoteles, en espera de la señal de partida. Evaristo Montes de Oca es de los primeros en llegar y el encargado de alojar a los compañeros en los hoteles, lo cual hace sin dificultad pues no es temporada turística. Dicen ser integrantes de un equipo de pelota y así pasan dos días en Tecolutla.
Esa propia tarde, Reinaldo Benítez y la mexicana Piedad Solís arriban a la ciudad de Poza Rica, en el auto conducido por Jimmy Hirzel. Llevan consigo dos maletas llenas de armas y se hospedan, según lo acordado, en el hotel Aurora.
Mientras los distintos grupos de combatientes se encaminan hacia el punto de concentración, Carlos Bermúdez permanece solo custodiando la casa de Santiago de la Peña, en las márgenes del río Tuxpan. Lo único que ha comido es unas galletas y otras boberías que le dejaron, además de algunas naranjas que pudo recoger, pese a las advertencias del custodio que cuida la casa. Pero ese día llega en un auto Cándido González con otro compañero, quien le indica abrir la puerta de la nave que se encuentra al fondo de la casa, donde hay mucha paja de arroz, y guarda el auto dentro. Antes de salir, Cándido le advierte que no se preocupe, pues va a recibir una visita muy pronto.
Desconoce Bermúdez que, a pocos metros de la casa, en la margen del río, ese mismo día el mexicano Antonio del Conde, el Cuate, y Jesús Reyes García, Chuchú, sitúan el yate Granma y concluyen el acondicionamiento de la embarcación. Días atrás, ambos guardaron en la nave de la casa parte de los uniformes, las botas y otros equipos de la expedición.
Horas después, Bermúdez recibe en la casa de Santiago de la Peña la visita de Chuchú Reyes, quien llega en un botecito de motor por el río para llevarle algo de comer. Le toca a la puerta y, advirtiendo la ansiedad de su compañero, le dice que no se ponga nervioso, que pronto va a tener una sorpresa grande. Conversan un rato, le trae de comer algunas galletas y una lata de chorizos, así como un libro sobre la batalla de Ayacucho. El joven le pregunta si ya está cerca la partida y Chuchú le responde que sí, pero que no se preocupe. Bermúdez le propone entonces que consiga unos cuantos sacos de yute para cargar con todas las naranjas que hay en la casa y Chuchú queda en traérselos. Pero le asegura que va a traer algo más que los sacos y parte sonriéndose.
Aquella propia noche, comienza a ejecutarse en Ciudad México el plan de traslado del grueso de los combatientes hacia el punto de reunión. Fidel Castro cita a otros jefes de grupo a la casa de la calle Génova 14, donde residen dos ancianas tías del ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, para trasmitirles las últimas orientaciones. Entre otros asiste Universo Sánchez, quien funge como responsable de la casa de Insurgentes 5 y recibe instrucciones de prepararse para salir. Pero antes debe concentrar el grupo de compañeros que no pueden integrar la expedición, para dejarles algún dinero y la orientación de permanecer acuartelados sin salir de la casa.
También Calixto García se reúne esa noche con Fidel y Raúl, este último con una relación de los combatientes que formarán parte de la expedición. Fidel le da algún dinero y la orden de trasladarse, en compañía de Roberto Roque, a un hotel en la ciudad de Pachuca, estado de Hidalgo, para al día siguiente continuar viaje hacia el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, donde se concentrarán. Por precaución Calixto, a su regreso al apartamento de Coahuila 129-C, colonia Roma, no le da detalles a Roque, solo le dice que van para un entrenamiento.
Calixto plantea en aquella ocasión a Roque que no puede llevar maleta alguna y debe ir solo con el abrigo en la mano, para no llamar la atención. Tienen una pequeña discusión, pues Roque insiste en llevar la maleta donde tiene todos sus libros de navegación. Tuvo que ponerse duro Roque para convencerlo, diciéndole que si no lleva consigo los libros debía asumir Calixto la responsabilidad. Al fin, Calixto accedió a que Roque llevara la maleta con todos sus libros y parten en ómnibus hasta la ciudad de Pachuca, donde se hospedan en un hotel.
Tarde en la noche, Fidel Castro se dirige al Pedregal de San Ángel, acompañado de Cándido González, para despedirse de todos. Lo hace normalmente, para no despertar sospechas. Abraza a las hermanas que se encuentran aún despiertas, del mismo modo que lo hizo en otras oportunidades. Lleva un traje de invierno y camisa blanca de cuello. Alguien le advierte que debe afeitarse, y sin zafarse el nudo de la corbata siquiera, va al baño y se afeita. Luego, se pone el abrigo azul y se marcha, en unión de Onelio Pino que lo espera.
Momentos después, arriba Fidel en un auto al apartamento de la calle Pachuca, casi esquina a Francisco Márquez, colonia Condesa, donde lo aguarda Enrique Cámara. Horas antes, salieron del lugar en otro auto Jesús Montané, Melba Hernández y Rolando Moya, rumbo a Poza Rica. La noche anterior, lo hicieron el dominicano Ramón Mejías del Castillo, Pichirilo, y el italiano Gino Doné. Cámara permanecía solo esperando como una hora y, cuando decide echar un vistazo a la puerta, en ese momento llega Cándido González a buscarlo. Montan en un auto donde ya se encuentran Fidel y Onelio Pino, y de ahí salen en busca de Ernesto Guevara.
Aquella noche, Fidel Castro y sus compañeros detienen su auto frente al edificio de la calle Anaxágoras, esquina a Diagonal San Antonio, colonia Narvarte, donde se refugia el médico argentino en el pequeño cuarto en la azotea, cedido por el guatemalteco Alfonso Bauer Paiz.
Esa noche sesiona en el apartamento de Bauer Paiz una reunión de la Unión Patriótica Guatemalteca en el exilio, cuando sienten el timbre de la puerta principal del edificio. Desde el lugar donde se encuentran, en la planta baja, pueden observar la silueta de un joven corpulento. Bauer Paiz pide a su esposa que vaya a ver quién es el visitante, mientras continúan reunidos. Cuando Fidel Castro pregunta si está Ernesto, la esposa de Bauer Paiz le responde que allí no vive ningún Ernesto. Pero Fidel, poniendo el pie delante de la puerta para evitar que fuera cerrada, le asegura que allí está y va a entrar. Empuja la puerta y sube corriendo la escalera, hasta llegar al cuartico donde se refugia Ernesto.
Fidel baja al poco rato, después de avisarle. Entonces Enrique Cámara sube y se queda un momento en el cuartico de la azotea hablando con el médico argentino. Recuerda que no hay dónde sentarse, pues lo único que tiene es un catre tirado en el suelo sin colchoneta, algunos libros, un montón de papeles y la bombilla del mate.
Alfonso Bauer Paiz relata:
Al rato, Ernesto me mandó a pedir, por intermedio de mi esposa, la última caja de medicinas que había recibido días antes y que permanecía en una esquina, cerca del patio. Entre cuatro personas, o más, apenas si podíamos mover aquella enorme caja [...]
Antes de partir precipitadamente del lugar, Ernesto cierra el pequeño cuarto por fuera con un candado. En su interior, deja la cama sin hacer, su bombilla de mate, el reverbero, su inhalador de asma, algunas prendas de vestir y una media docena de libros abiertos, entre ellos El Estado y la Revolución, de Lenin, El Capital, de Marx, y un manual de cirugía de campaña. Al abandonar el lugar, por precaución Ernesto no se despide del guatemalteco Bauer Paiz ni de su esposa, quienes le dieran albergue por unas semanas.
Días antes, Ernesto Guevara escribió por última vez a su madre desde tierra mexicana. Luego de informarle que su esposa partiría dentro de un mes a visitar a su familia en Perú, con su acostumbrada ironía comenta:
Yo, en tren de cambiar el ordenamiento de mis estudios: antes me dedicaba mal que bien a la medicina y el tiempo libre lo dedicaba al estudio en forma informal de San Carlos.29 La nueva etapa de mi vida exige también el cambio de ordenación; ahora San Carlos es primordial, es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa más externa [...]
Luego de recordar que estuvo empeñado en la redacción de un libro sobre la función del médico, del que solo terminó un par de capítulos mal escritos y que olían a folletín, por lo cual ha decidido estudiar, esboza su trayectoria en los próximos años:
Además, tenía que llegar a una serie de conclusiones que se daban de patadas con mi trayectoria esencialmente aventurera; decidí cumplir primero las funciones principales, arremeter contra el orden de cosas, con la adarga al brazo, todo fantasía, y después, si los molinos no me rompieran el coco, escribir.
Por último, en vísperas de emprender la gesta libertaria y con la encomienda expresa de entregar la misiva días después de su partida, el joven Ernesto Guevara se despide de su madre:
Para evitar patetismos "pre mortem", esta carta saldrá cuando las papas quemen de verdad y entonces sabrás que tu hijo, en un soleado país americano, se puteará a sí mismo por no haber estudiado algo de cirugía para ayudar a un herido y puteará al gobierno mexicano que no lo dejó perfeccionar su ya respetable puntería para voltear muñecos con más soltura. Y la lucha será de espalda a la pared, como en los himnos, hasta vencer o morir.
Aquella noche, Fidel Castro y sus acompañantes se dirigen en el auto al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, estado de Puebla, donde los aguardan otros combatientes. Cándido González conduce el auto Pontiac, comienza a llover y llegan de madrugada. En una cabaña ya los esperan Juan Manuel Márquez y un grupo de compañeros. Conversan un rato y luego Fidel le dice a Enrique Cámara que duerma allí, en la misma cabaña del motel, para que al día siguiente se levante temprano y fuera con Jimmy Hirzel a ver el yate.
Aquella noche, los combatientes que residen en Xalapa también reciben la orden de prepararse para partir. Por la madrugada, llega Ñico López y les informa que ha llegado la hora de salir para Cuba, que el que esté dispuesto dé un paso al frente y el que no, puede quedarse. Todos dan el paso al frente, con una alegría tremenda.
Mientras tanto, en Ciudad Victoria permanecen alojados en diversos hoteles los treinta y dos combatientes que, conducidos por Faustino Pérez, salieran la noche anterior del campamento de Abasolo y aguardan el momento de la partida. La mañana y la tarde la aprovechan en visitar algunos lugares de interés o resolver varias cuestiones. Tomás David Royo sufre un fuerte dolor de muelas y tiene la cara hinchada. Pablo Díaz lo acompaña a un dentista, quien le informa que no puede extraerse la muela y debe inyectarse. Entonces Pablo se lo informa a Faustino, quien determina entregarle algún dinero y enviarlo de regreso a Ciudad México. Pero cuando Pablo se lo comunica a Royo, este decidido le responde que ya sabe que se van para Cuba y que a él hay que matarlo junto con todos.
En la capital mexicana también se ultiman los detalles para la partida. Ese día, Jesús Montané y Melba Hernández comienzan a cumplir rápidamente las instrucciones recibidas por Fidel la noche anterior. Una de las primeras casas en ser evacuadas es la de la calle Ingenieros, custodiada por el italiano Gino Doné y que solamente conocen unos cuantos.
Por su parte, Julito Díaz y Ramiro Valdés abandonan el apartamento de Nicolás San Juan 125, colonia Narvarte, donde reside la cubana Clara Villa Milián, Chicha, y se dirigen al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, en compañía de otros combatientes.
De regreso a la capital mexicana, Fidel Castro se reúne en el apartamento de Coahuila 129-C, colonia Roma, con el ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, y su esposa Orquídea Pino para analizar los detalles y la fecha de la partida. Esa mañana, Cándido González los va a buscar a su casa y les dijo que Fidel quería hablarles. Se reúnen y Fidel les habla de las características del barco, que no tienen una garantía de poder llegar a Cuba, pero la situación es apremiante y quiere consultar con ellos su opinión. Les comunica además la fecha de la partida y el itinerario de los distintos grupos hasta el punto de concentración 11.
Casi al anochecer, Fidel acude una vez más a la casa del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, en la calle Teziutlán 30, Coyoacán, para despedirse del oficial amigo e informarle de la inminente partida. Conversan en una calle semioscura y Gutiérrez Barrios recuerda que Fidel, con gran confianza en su persona, le comunica que se va a luchar por la libertad de su país. Por supuesto, el oficial amigo no le pregunta cuándo ni cómo ni dónde.
También Fidel visita esa tarde la casa del exiliado cubano Carlos Maristany y le comunica la inminente salida de la expedición.
Esa misma noche, Fidel cita a algunos jefes de grupo en el Pedregal de San Ángel, para comunicarles la inminente partida y transmitirles las últimas orientaciones. Entre otros, asiste Reinaldo Benítez, a quien da instrucciones de que recoja a su esposa Piedad Solís y regrese a ese punto, para dar un largo viaje. Así lo hace Benítez, fue en busca de Pipí al apartamento de Pedro Baranda 18 y, cuando regresó al punto de reunión, le instruyen recoger dos maletas grandes llenas de armas para llevarlas a Poza Rica. Y aquella noche partió con su esposa Piedad Solís, en un auto conducido por Jimmy Hirzel.
También Héctor Aldama, quien permanece residiendo en el apartamento de Jalapa 68 junto a otros combatientes, acude aquella noche a la casa del Pedregal de San Ángel, donde Fidel lo aguarda para informarle de la inminente partida y darle las últimas instrucciones. Le entrega además una pistola de ráfagas y un reloj, y de ahí regresa a su casa campamento para preparar a los compañeros. En aquella ocasión, Fidel le plantea la imposibilidad de llevar en la expedición a su compañera, la mexicana Marta Eugenia López, debido al poco espacio disponible en la embarcación. Para él es duro decírselo a Marta Eugenia, pues ella había realizado todos los entrenamientos al igual que cualquier otro compañero, y decide comunicárselo a la hora de zarpar.
Con la adarga al brazo
El viernes 23 de noviembre, los diarios mexicanos ofrecen informaciones contradictorias sobre la mencionada conspiración y la cantidad de armas decomisadas, en tanto la policía se mantiene en silencio respecto a los hechos. Algunos afirman que las armas ocupadas ascienden a unos 56 mil dólares, compradas en su mayoría en los Estados Unidos, mientras otros declaran que la cantidad es mucho menor. Últimas Noticias, la edición vespertina de Excelsior, citando una fuente de la policía, informa que entre los documentos ocupados a los detenidos se encuentran cartas del ex presidente Carlos Prío Socarrás, pero la policía no comenta al respecto. Se asegura, en cambio, que la investigación continúa y que conocidos exiliados cubanos están siendo cuidadosamente vigilados. Durante los interrogatorios del día anterior, poco o nada revelaron los detenidos acerca de las armas capturadas y niegan terminantemente conocer a Fidel Castro. Aunque se guarda todavía silencio sobre los detalles, un informante expresa que las armas ocupadas fueron entregadas el día anterior a la Procuraduría General de la República.
Aquel viernes 23 de noviembre, comienza a ejecutarse el traslado de los combatientes hacia el punto de concentración, según el plan trazado por Fidel Castro. Por la mañana, Cándido González acude al apartamento de la calle Coahuila 129-C, colonia Roma, para recoger a Arsenio García, Félix Elmuza y a otros combatientes, y conducirlos en un auto Pontiac hacia el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, estado de Puebla, adonde llegan alrededor del mediodía. En dos o tres cabañas alquiladas, Arsenio advierte a Ramiro Valdés, Ciro Redondo y a Juan Manuel Márquez, y le llama la atención la cantidad de maletas de piel que hay, todas con armas.
Mientras, el nutrido grupo de treinta y dos combatientes procedente del campamento de Abasolo, que desde hace dos días se encuentra hospedado en diversos hoteles en Ciudad Victoria, estado de Tamaulipas, se apresta a partir en ómnibus hacia la ciudad de Tampico, importante puerto a orillas de la desembocadura del río Pánuco, rumbo al sur. Ya de noche, llegan a Tampico y se hospedan en varios hoteles y posadas, hasta esperar la señal de partida. Uno de ellos es el hotel Inglaterra, en la esquina de las calles Díaz Mirón y Olmos.
Por su parte, el grupo de Veracruz, que la noche anterior se trasladara a la ciudad de Xalapa para unirse al otro grupo de combatientes en ese lugar, sale aquella mañana en ómnibus conducido por Ñico López hacia Tecolutla, centro turístico en la costa veracruzana a orillas de la desembocadura del río del mismo nombre. En total, suman cerca de quince combatientes. Antes de llegar, descienden de los ómnibus por unos minutos para cruzar en patana el río. En Tecolutla se alojan en distintos hoteles, en espera de la señal de partida. Evaristo Montes de Oca es de los primeros en llegar y el encargado de alojar a los compañeros en los hoteles, lo cual hace sin dificultad pues no es temporada turística. Dicen ser integrantes de un equipo de pelota y así pasan dos días en Tecolutla.
Esa propia tarde, Reinaldo Benítez y la mexicana Piedad Solís arriban a la ciudad de Poza Rica, en el auto conducido por Jimmy Hirzel. Llevan consigo dos maletas llenas de armas y se hospedan, según lo acordado, en el hotel Aurora.
Mientras los distintos grupos de combatientes se encaminan hacia el punto de concentración, Carlos Bermúdez permanece solo custodiando la casa de Santiago de la Peña, en las márgenes del río Tuxpan. Lo único que ha comido es unas galletas y otras boberías que le dejaron, además de algunas naranjas que pudo recoger, pese a las advertencias del custodio que cuida la casa. Pero ese día llega en un auto Cándido González con otro compañero, quien le indica abrir la puerta de la nave que se encuentra al fondo de la casa, donde hay mucha paja de arroz, y guarda el auto dentro. Antes de salir, Cándido le advierte que no se preocupe, pues va a recibir una visita muy pronto.
Desconoce Bermúdez que, a pocos metros de la casa, en la margen del río, ese mismo día el mexicano Antonio del Conde, el Cuate, y Jesús Reyes García, Chuchú, sitúan el yate Granma y concluyen el acondicionamiento de la embarcación. Días atrás, ambos guardaron en la nave de la casa parte de los uniformes, las botas y otros equipos de la expedición.
Horas después, Bermúdez recibe en la casa de Santiago de la Peña la visita de Chuchú Reyes, quien llega en un botecito de motor por el río para llevarle algo de comer. Le toca a la puerta y, advirtiendo la ansiedad de su compañero, le dice que no se ponga nervioso, que pronto va a tener una sorpresa grande. Conversan un rato, le trae de comer algunas galletas y una lata de chorizos, así como un libro sobre la batalla de Ayacucho. El joven le pregunta si ya está cerca la partida y Chuchú le responde que sí, pero que no se preocupe. Bermúdez le propone entonces que consiga unos cuantos sacos de yute para cargar con todas las naranjas que hay en la casa y Chuchú queda en traérselos. Pero le asegura que va a traer algo más que los sacos y parte sonriéndose.
Aquella propia noche, comienza a ejecutarse en Ciudad México el plan de traslado del grueso de los combatientes hacia el punto de reunión. Fidel Castro cita a otros jefes de grupo a la casa de la calle Génova 14, donde residen dos ancianas tías del ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, Fofó, para trasmitirles las últimas orientaciones. Entre otros asiste Universo Sánchez, quien funge como responsable de la casa de Insurgentes 5 y recibe instrucciones de prepararse para salir. Pero antes debe concentrar el grupo de compañeros que no pueden integrar la expedición, para dejarles algún dinero y la orientación de permanecer acuartelados sin salir de la casa.
También Calixto García se reúne esa noche con Fidel y Raúl, este último con una relación de los combatientes que formarán parte de la expedición. Fidel le da algún dinero y la orden de trasladarse, en compañía de Roberto Roque, a un hotel en la ciudad de Pachuca, estado de Hidalgo, para al día siguiente continuar viaje hacia el motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, donde se concentrarán. Por precaución Calixto, a su regreso al apartamento de Coahuila 129-C, colonia Roma, no le da detalles a Roque, solo le dice que van para un entrenamiento.
Calixto plantea en aquella ocasión a Roque que no puede llevar maleta alguna y debe ir solo con el abrigo en la mano, para no llamar la atención. Tienen una pequeña discusión, pues Roque insiste en llevar la maleta donde tiene todos sus libros de navegación. Tuvo que ponerse duro Roque para convencerlo, diciéndole que si no lleva consigo los libros debía asumir Calixto la responsabilidad. Al fin, Calixto accedió a que Roque llevara la maleta con todos sus libros y parten en ómnibus hasta la ciudad de Pachuca, donde se hospedan en un hotel.
Tarde en la noche, Fidel Castro se dirige al Pedregal de San Ángel, acompañado de Cándido González, para despedirse de todos. Lo hace normalmente, para no despertar sospechas. Abraza a las hermanas que se encuentran aún despiertas, del mismo modo que lo hizo en otras oportunidades. Lleva un traje de invierno y camisa blanca de cuello. Alguien le advierte que debe afeitarse, y sin zafarse el nudo de la corbata siquiera, va al baño y se afeita. Luego, se pone el abrigo azul y se marcha, en unión de Onelio Pino que lo espera.
Momentos después, arriba Fidel en un auto al apartamento de la calle Pachuca, casi esquina a Francisco Márquez, colonia Condesa, donde lo aguarda Enrique Cámara. Horas antes, salieron del lugar en otro auto Jesús Montané, Melba Hernández y Rolando Moya, rumbo a Poza Rica. La noche anterior, lo hicieron el dominicano Ramón Mejías del Castillo, Pichirilo, y el italiano Gino Doné. Cámara permanecía solo esperando como una hora y, cuando decide echar un vistazo a la puerta, en ese momento llega Cándido González a buscarlo. Montan en un auto donde ya se encuentran Fidel y Onelio Pino, y de ahí salen en busca de Ernesto Guevara.
Aquella noche, Fidel Castro y sus compañeros detienen su auto frente al edificio de la calle Anaxágoras, esquina a Diagonal San Antonio, colonia Narvarte, donde se refugia el médico argentino en el pequeño cuarto en la azotea, cedido por el guatemalteco Alfonso Bauer Paiz.
Esa noche sesiona en el apartamento de Bauer Paiz una reunión de la Unión Patriótica Guatemalteca en el exilio, cuando sienten el timbre de la puerta principal del edificio. Desde el lugar donde se encuentran, en la planta baja, pueden observar la silueta de un joven corpulento. Bauer Paiz pide a su esposa que vaya a ver quién es el visitante, mientras continúan reunidos. Cuando Fidel Castro pregunta si está Ernesto, la esposa de Bauer Paiz le responde que allí no vive ningún Ernesto. Pero Fidel, poniendo el pie delante de la puerta para evitar que fuera cerrada, le asegura que allí está y va a entrar. Empuja la puerta y sube corriendo la escalera, hasta llegar al cuartico donde se refugia Ernesto.
Fidel baja al poco rato, después de avisarle. Entonces Enrique Cámara sube y se queda un momento en el cuartico de la azotea hablando con el médico argentino. Recuerda que no hay dónde sentarse, pues lo único que tiene es un catre tirado en el suelo sin colchoneta, algunos libros, un montón de papeles y la bombilla del mate.
Alfonso Bauer Paiz relata:
Al rato, Ernesto me mandó a pedir, por intermedio de mi esposa, la última caja de medicinas que había recibido días antes y que permanecía en una esquina, cerca del patio. Entre cuatro personas, o más, apenas si podíamos mover aquella enorme caja [...]
Antes de partir precipitadamente del lugar, Ernesto cierra el pequeño cuarto por fuera con un candado. En su interior, deja la cama sin hacer, su bombilla de mate, el reverbero, su inhalador de asma, algunas prendas de vestir y una media docena de libros abiertos, entre ellos El Estado y la Revolución, de Lenin, El Capital, de Marx, y un manual de cirugía de campaña. Al abandonar el lugar, por precaución Ernesto no se despide del guatemalteco Bauer Paiz ni de su esposa, quienes le dieran albergue por unas semanas.
Días antes, Ernesto Guevara escribió por última vez a su madre desde tierra mexicana. Luego de informarle que su esposa partiría dentro de un mes a visitar a su familia en Perú, con su acostumbrada ironía comenta:
Yo, en tren de cambiar el ordenamiento de mis estudios: antes me dedicaba mal que bien a la medicina y el tiempo libre lo dedicaba al estudio en forma informal de San Carlos.29 La nueva etapa de mi vida exige también el cambio de ordenación; ahora San Carlos es primordial, es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa más externa [...]
Luego de recordar que estuvo empeñado en la redacción de un libro sobre la función del médico, del que solo terminó un par de capítulos mal escritos y que olían a folletín, por lo cual ha decidido estudiar, esboza su trayectoria en los próximos años:
Además, tenía que llegar a una serie de conclusiones que se daban de patadas con mi trayectoria esencialmente aventurera; decidí cumplir primero las funciones principales, arremeter contra el orden de cosas, con la adarga al brazo, todo fantasía, y después, si los molinos no me rompieran el coco, escribir.
Por último, en vísperas de emprender la gesta libertaria y con la encomienda expresa de entregar la misiva días después de su partida, el joven Ernesto Guevara se despide de su madre:
Para evitar patetismos "pre mortem", esta carta saldrá cuando las papas quemen de verdad y entonces sabrás que tu hijo, en un soleado país americano, se puteará a sí mismo por no haber estudiado algo de cirugía para ayudar a un herido y puteará al gobierno mexicano que no lo dejó perfeccionar su ya respetable puntería para voltear muñecos con más soltura. Y la lucha será de espalda a la pared, como en los himnos, hasta vencer o morir.
Aquella noche, Fidel Castro y sus acompañantes se dirigen en el auto al motel Mi Ranchito, en Xicotepec de Juárez, estado de Puebla, donde los aguardan otros combatientes. Cándido González conduce el auto Pontiac, comienza a llover y llegan de madrugada. En una cabaña ya los esperan Juan Manuel Márquez y un grupo de compañeros. Conversan un rato y luego Fidel le dice a Enrique Cámara que duerma allí, en la misma cabaña del motel, para que al día siguiente se levante temprano y fuera con Jimmy Hirzel a ver el yate.