Celia, un regalo de la vida
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A Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley se le evoca constantemente, por ser una luchadora incansable para la cual no hubo imposibles; sobre todo cuando se trataba de defender la igualdad social y la libertad de su Cuba bella.
Por tal razón, cuando se supo una de las mujeres más buscada en la Isla por los integrantes de la tiranía batistiana durante la década de los años cincuenta, tomó precauciones y se convirtió en Norma, Carmen, Aly, Caridad…, pero nunca dejó de reunir y enviarle aseguramientos a los rebeldes que batallaban en la Sierra Maestra por lograr la independencia nacional.
Ella era un soplo bueno desde Manzanillo para las tropas revolucionarias, capaz de sobresalir por sus arrojos y al mismo tiempo, brindar cordialidad. Mas su júbilo fue total cuando pudo llevar personalmente las provisiones a la montaña y saberse desde entonces un miembro más del Ejército Rebelde, al cual quiso y defendió como a su propia familia.
No por gusto Fidel la nombró uno de los pilares básicos de la lucha guerrillera y después, Raúl la bautizó como la Madrina oficial del Destacamento. Identificadores que se mantuvieron, incluso, después del triunfo de 1959.
Estaba predestinada a la bondad y el consuelo desde que fue nombrada por sus padres, apostando siempre por las motivaciones de los humildes y permitiéndole a su espíritu recorrer montes, lomas y llanos, bajo miradas indiscretas, discriminatorias e incomprensivas.
Su voluntad martiana nunca dejó de asombrar. Por ello paseaba en su cuña descapotable roja a los niños pobres del central Pilón y los censaba para que cada uno recibiera un juguete, un par de zapatos o una ropita… el Día de los Reyes.
Además, sin distinción, reunió a los huérfanos provocados por la guerra, para enseñarles respeto, costumbres, disciplina, libertades, sueños, desintereses y atenciones. Así formó su familia digna de la calle 11, que educó entre campañas nacionales y esperanzas enormes, para quienes fue simplemente mamía, manina, tía o madrina.
Su sencillez le permitió llegar a todo el pueblo y nos enseñó a velar por las cosas interesantes que son de verdad, a preferir las causas nobles, los pedidos humildes, el pensamiento justo y el busto de Martí en lo alto del Turquino, antes que la apatía.
Por tal razón no nos acostumbramos a su partida física aquel 11 de enero de 1980 y le hablamos siempre en presente, para que sepa que su grupito aún conserva documentos que permiten acariciar el pasado, y que obras como el Parque Lenin, el Palacio de las Convenciones y la heladería Coppelia todavía la recuerdan, como un regalo de la vida.
¡Qué manera de querer y enseñar, de brindar la mano para acariciar, de innovar sistemáticamente y hacer las cosas más bellas! ¡Qué vida la suya, Celia, para ser nuestra y de las flores!