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Aquel joven iba a ser el gran Fidel Castro

Fecha: 

06/08/2024

Fuente: 

Cubadebate

Autor: 

Brillante, jefe, grandeza, talento, coraje, heroísmo, dirigente, verdadero volcán, un volcán en erupción, tenía características muy especiales, Fidel es Cuba. Estás son algunas de las cualidades con las que definieron a Fidel Castro Ruz: Amando Llorente, Antonio Núñez Jiménez y Alfredo Guevara Valdés.
 
En vísperas de conmemorar el próximo 13 de agosto el 98 Aniversario de su Natalicio. Cubadebate y el Sitio Fidel Soldado de las Ideas rendirán tributo al Comandante a través de los testimonios de aquellos que compartieron momentos con él.
 
La voluntad de Fidel

En los estudios Fidel era brillante, no tenía mayor problema; era más brillante en la literatura, en las letras que en las ciencias. Pero cuando yo veía que en Física o en Química no sacaba la mayor nota, que en aquel tiempo era sobre cien puntos, yo no hacía más que retarle: “Fidel, si sacas cien en Química, cinco pesos al mes; si sacas cien en Física, cinco pesos”.
 
Después nunca me los cobraba, pero nos retábamos, porque yo noté en Fidel que era un hombre que había que retarlo a lo difícil, a él le encantaba lo difícil. Por ejemplo, en el mismo básquet, si debía jugar con un equipo que no era enemigo, no le interesaba; lo que quería era una cosa difícil de verdad y por ese lado empatábamos muy bien, yo lo estimulaba cada vez más y él pagaba el precio a cualquier sacrificio.
 
Mientras los demás muchachos ―como eran internos―, esperaban ansiosos el fin de semana para salir del colegio e ir a la ciudad, donde tenían amistades, familia, Fidel se quedaba sábado y domingo para practicar el básquet, beisbol o correr en la pista, porque había que pagar el precio para después sobresalir, y esto es lo que yo más admiraba en él, su capacidad de sacrificio para después poder hacer las cosas perfectas.
 
Otra actividad en la que estuvimos juntos fue en las excursiones a los montes de Cuba, de eso se habla en el libro Fidel y la Religión; Cuba es una maravilla para pasear por sus montes porque todos son sanos, limpios, no hay ningún animal peligroso, se puede dormir en ellos perfectamente, se consigue comida con facilidad. En esa experiencia enseguida vi que él sobresalía mucho y lo nombré jefe de exploradores.
 
Se mantuvo como jefe de exploradores por tres años. Esas excursiones las hacíamos cuando había un fin de semana largo, o durante cuatro, cinco o seis días de vacaciones, decíamos: “¡A los montes!” Nos íbamos treinta o cuarenta muchachos. En esas ocasiones conversábamos mucho de temas personales, de la familia, de las preocupaciones. Es así como se hacen amistades que, realmente, no resultan fáciles en otro tiempo.
 
En una de esas excursiones tuvimos una experiencia muy bonita, muy interesante y dramática, que nunca puedo olvidar.
 
Salimos una mañana para subir a un monte por la sierra de los Órganos, en la provincia de Pinar del Río, y enseguida empezó a llover torrencialmente, como llueve en Cuba, como llueve en el trópico. Como eran las montañas, pues claro, el agua empezó a caer para el río, el río Taco Taco, que tiene muchas curvas, porque está en la montaña.
 
Ya al anochecer, cuando estábamos llegando al campamento que lo teníamos al otro lado del río, le digo: “Fidel, adelántate a ver cómo está el río”. Regresó y me dijo: “Padre, cien metros antes de llegar al río, el agua ya me da por el cuello”. Le indiqué: “Pues hay que pasarlo, tenemos que pasar el río, porque llevamos aquí cuarenta muchachos que no son tan fuertes como tú y yo. Ellos no pueden pasar la noche bajo el agua sin haber comido, hay que pasar el río de todos modos”.
 
Yo llevaba una soga muy buena y sabía algo de esas cosas. Entonces le dije: “Mira, Fidel, tienes que empezar tú, tú eres el jefe, de modo que eres el líder. Tú muerdes esa soga con los dientes, no la agarres con la mano, que te puedes matar o ahorcar”. El río era un torrente que arrastraba piedras.
 
Después nos enteramos que aquella tarde había muerto un guajiro con su caballo que, al intentar pasar el río, lo cogió la corriente; se ahogaron caballo y campesino.
 
“No sueltes la soga, la muerdes —le insistí— y yo te voy a ir dando soga. La amarras allá a un árbol y yo acá a otro”. Nadó, con la soga mordida llegó al otro lado, a una distancia de veinticinco metros ―ahí está la voluntad de Fidel― sin soltar la soga. Y todos agarrados a ella pasamos el río, sin ningún problema. Yo, naturalmente, me reservé ser el último, porque tenían que pasar todos primero, tenía que estar seguro de que todos los muchachos habían pasado, esa era una responsabilidad mía.
 
Cogí la soga con la mano para ir pasando, ¡tonto de mí! Quise salvar la soga y, claro, más o menos a la mitad la corriente me arrastró. Cuando Fidel vio lo que sucedía, se tiró a salvarme y los dos fuimos llevados por la corriente ¡qué sé yo cuántos metros! Una vez que llegamos al final, Fidel, emocionado, me abrazaba y me decía: “Padre, esto ha sido un milagro, vamos a rezar tres avemarías a la virgen”. Y rezamos tres “Avemarías” a la virgen en el río Taco Taco. Escenas de esas no son fáciles de olvidar, porque son cosas que se viven en un momento determinado.

 
No se olvidan nunca. Una vez me dijeron que yo siempre hablaba bien de Fidel y respondí: “Bueno, yo hablo del Fidel que yo conocí en el colegio, porque tengo que decir, porque es una verdad, que una vez me salvó la vida, y esas cosas no se pueden olvidar nunca”.
 
Fidel Castro era un muchacho difícil, naturalmente, pero a mí eso me encantaba, no era un muchacho más, él era especial y había que saber cómo tratarlo, cómo respetarlo, cómo retarlo, cómo premiarlo, cómo reconocer lo que hacía.
 
Fragmentos de la entrevista a Amando Llorente para el filme de Estela Bravo Fidel, la historia no contada.
 
Aquel joven iba a ser el gran Fidel Castro

Lo conocí en la Universidad de La Habana, allá por 1946. Yo iba bajando la escalinata y subía un joven que no conocía.
 
Fue Eduardo Querol Martín, que era espeleólogo y estudiante de Medicina, quien me dijo: “Mira, te voy a presentar a Fidel Castro”, así nos conocimos, nos dimos la mano. Yo no sabía, ni remotamente, que aquel joven iba a ser el gran Fidel Castro de los años posteriores; pero se estableció un vínculo que pronto me dio la clave de su futura grandeza: fue el episodio de cuando lo acusaron por primera vez de comunista.
 
En una sesión de la FEU, la que ya tenía los gérmenes de la división entre jóvenes que propiciaban una actitud antimperialista y otros que tenían una cierta visión reaccionaria de la vida, uno de ellos acusó a Fidel de comunista. Fidel pidió la palabra y planteó que era inconcebible que en aquella sala, llamada el Salón de los Mártires, se acusara a alguien de ser comunista, alzó la vista para el retrato de Julio Antonio Mella, y dijo: “Es el fundador del Partido Comunista de Cuba, ¿y quién está a su lado? ―continuó―, Pablo de la Torriente Brau, que murió combatiendo al lado de la República, en la Guerra Civil Española, un joven, evidentemente, de ideas comunistas; de Rubén Martínez Villena que fue el secretario general del Partido Comunista de Cuba”. Fue mencionando a cada uno de los que estaban en los retratos colocados en las paredes. Aquello provocó una conmoción tremenda. Fidel terminó sus palabras en medio de un aplauso general de los estudiantes. Ni afirmó ni negó que fuera comunista. El aplauso fue un reconocimiento a su talento, a su coraje.
 
La epopeya de Fidel

Nuestro gran poeta, Lezama Lima, al referirse a José Martí, habló de “ese misterio que nos acompaña”, y yo creo que también de Fidel podemos decir algo semejante.
 
Si uno ve la epopeya de Fidel en un ámbito planetario universal, tenemos que reconocer que ha encabezado un proceso histórico de los más extraordinarios de este siglo xx.
 
Hay que tener en cuenta que Fidel empezó la lucha con veintitantos años. A fuerza de heroísmo, de luchar contra el gansterismo desde la Universidad, donde estuvo a punto de ser asesinado, organizó a los jóvenes de la Generación del Centenario, con ellos atacó la fortaleza más importante del país, partió a las montañas, fue capturado, intentaron asesinarlo, y el teniente Sarría, un militar de honor, fue quien prácticamente le salvó la vida. Cayó preso en la cárcel de Boniato, donde Batista había dado la orden de asesinarlo con el envenenamiento de la comida; a su salida dos años después de la prisión de Isla de Pinos, marchó a México y organizó la expedición del Granma, desembarcó en Cuba, dirigió la lucha en la Sierra Maestra donde se quedó solo con doce hombres, prácticamente sin armas, en un territorio abrupto, perseguido por un ejército que contaba con ochenta mil efectivos, frente al casi inexistente ejército de Fidel. Sin embargo, en dos años o poco más, logró destruir el espinazo militar de Batista, que lanzó una ofensiva de diez mil hombres con aviones, barcos, tanques; y Fidel, dirigiendo trescientos guerrilleros, pudo poner de rodillas a aquel ejército.
 
Después de la victoria, Estados Unidos, que ayudó hasta el último momento a Batista con dinero, con armas, siendo una tiranía, en lugar de apoyar al nuevo Gobierno democrático de Cuba, lo bloqueó, lo hostigó, lo agredió, a través de todas las administraciones, y Fidel supo encabezar la resistencia del pueblo de Cuba, un país que casi ni se ve en el mapa del mundo.
 
¿Cómo hemos podido derrotar todas las agresiones norteamericanas? Es verdad que es un mérito del pueblo de Cuba, pero no puede, de ninguna manera, desconocerse el papel dirigente de Fidel en esta gran epopeya.
 
Fragmentos de la entrevista a Antonio Núñez Jiménez para el filme de Estela Bravo Fidel, la historia no contada.
 
Había algo excepcional en aquel muchacho

Alfredo Guevara junto a Fidel Castro en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC).
Foto: Archivo

Llegué a la Universidad y matriculé Filosofía, pero también pensando en la importancia de la Federación de Estudiantes Universitarios, con los ojos puestos en la FEU. Venía del Instituto de La Habana, que era un centro revolucionario… Fidel se había matriculado en Derecho. Algunos muchachos amigos me llamaron la atención sobre un joven que resultaba muy interesante, con las características de un líder, que había entrado en la Escuela de Derecho.
 
Fui enseguida a la Escuela de Derecho a ver a ese extraño pez que podía ser interesante para nosotros, que queríamos llevar a la FEU; pero que podía ser un rival, aunque parezca ridícula la palabra rival, hablando de Fidel. Éramos entonces unos muchachos, no sabíamos que Fidel era Fidel y que iba a ser el Fidel que conocemos. Efectivamente, cuando lo vimos en la asamblea nos dimos cuenta de que quien había entrado era un verdadero volcán, un volcán en erupción, una tormenta viva.
 
Fidel tenía características muy especiales. La asamblea más compleja, la situación más difícil de desentrañar, él la dominaba con la palabra, es decir, tenía armas tremendas: su encanto personal, su figura que ayudaba y porque, realmente, organizaba sus ideas en el discurso de modo tal que se apoderaba de la asamblea. Eso hizo temerle y admirarle.
 
Nosotros no llegamos a la universidad de una escuela privada como él, veníamos del Instituto de La Habana y estábamos aliados al Instituto de Santiago de Cuba, con Alfredo Yabur, que había sido el presidente del instituto y realmente éramos una maquinaria que se había propuesto llegar a la FEU, y Fidel tenía un arma, su persona. Ese encuentro con Fidel nos hizo, a todo el grupo, tener un propósito, conquistar a aquel muchacho que surgía en medio de la masa estudiantil como algo distinto y subyugante.
 
Era una época muy turbulenta, de frustraciones en el país, una época en la que toda mi generación se sentía José Martí y esperaba un José Martí, por eso ―hay quienes lo recuerdan― yo definí ese encuentro con Fidel, hablando con mi grupo, diciendo: “Este muchacho va a ser José Martí, no puede haber términos medios con él, y puesto que puede ser José Martí tiene que ser uno de los nuestros”.
 
Desde aquella época apuntaba hacia lo que es y apuntaba con firmeza, nosotros sentimos que había algo excepcional en aquel muchacho, pero no podíamos prever su dimensión.
 
Su obra y su ejemplo perdurarán

El último capítulo de Fidel Castro no estará escrito ni siquiera el día de su desaparición, el último capítulo de Fidel Castro es la marca, la huella profunda e imborrable que deja en la historia de este país, en la que su obra y su ejemplo perdurarán. Es una marca para las generaciones que vienen, que vendrán tras las generaciones que nos siguen, que más allá de las que nos siguen inmediatamente, serán generaciones que mirarán atrás, para hacerlo hacia adelante con mucha más limpieza, sin que su mirada sea enturbiada con dificultades pasajeras o por especulaciones de cualquier clase.
 
Fragmentos de la entrevista a Alfredo Guevara Valdés para el filme de Estela Bravo Fidel, la historia no contada.
 
Referencias:
 
Libro: “Más allá de la leyenda” de los autores: Estela Bravo, Ernesto Mario Bravo, Olga Rosa Gómez Cortés.