Antes de que el Granma zarpara rumbo a Cuba
Fecha:
Fuente:
Autor:
La últimas noticias no son nada halagueñas para los futuros expedicionarios del yate Granma, por lo que el líder Fidel Castro acude presuroso la noche del 21 de noviembre de 1956 a entrevistarse con Jesús Montané y Melba Hernández, quienes residen en un apartamento de la calle Pachuca, casi esquina a Francisco Márquez, colonia Condesa, en la ciudad de México.
Desde hace días Fidel padece un fuerte estado gripal que lo obliga a llevar una gruesa bufanda alrededor del cuello. Pero eso no lo detiene. Continúa con su energía y el entusiasmo que lo caracterizan.
Les da a conocer a Montané y a Melba el informe que ha recibido del capitán Fernando Gutiérrez Barrios, oficial de la Federación de Seguridad, donde le comunica que debe abandonar el país en 72 horas a lo sumo porque la policía mexicana está pisándole los talones, a partir de la ocupación de las armas que se encontraban en la casa de Sierra Nevada.
Todo parece indicar que ese hecho se produjo por la delación de un traidor, como así ocurrió. Por eso Fidel es de la opinión de marcharse cuanto antes, es decir, en 48 horas, porque es muy alto el riesgo que se corre permaneciendo más tiempo en México.
Montané y Melba, que lo han escuchado en silencio y con mucha atención están de acuerdo con él en que no se debe perder más tiempo. Hay que comenzar a desalojar las casas-campamentos.
Luego de visitar otros apartamentos e impartir nuevas orientaciones, Fidel se dirige al motel Mi Ranchito, en Xicotepec, donde recibe a Antonio Conde (el Cuate), el mexicano que había adquirido el yate Granma, que ahora reparaba y acondicionaba para la expedición.
Fidel pone al tanto al Cuate de que es inminente la partida. Discute el plan de traslado de los distintos grupos de combatientes hacia el punto final de concentración y le dice que no participará en la expedición, sino que permanecerá en tierra cumpliendo otras importantes tareas.
Esa noche Fidel se aloja en la cabaña No.13, la más alejada del motel junto con su hermano Raúl y Juan Manuel Márquez.
Al siguiente día, jueves 22 de noviembre, los principales diarios mexicanos informan ampliamente sobre la ocupación de armas en la casa de Sierra Nevada, en Lomas de Chapultepec, el pasado sábado 17, y de la detención de los cubanos Pedro Miret, Enio Leyva y Teté Casuso.
Ese jueves Fidel junto con Cándido González y Carlos Bermúdez abandonan el motel Mi Ranchito en un auto y se dirigen a una casa ubicada en la calle Recreo, entre Alvaro Obregón y Benito Juárez, en Santiago de la Peña, en las márgenes del río Tuxpan.
El inmueble lo componen la casa principal, otra más pequeña y una gran nave que se utiliza como garaje y almacén, rodeada por un amplio terreno sembrado de naranjos. Allí ocultan varias maletas con armas que quedan bajo la custodia de Carlos Bermúdez.
Por su parte, ese mismo día 22 de noviembre, Ñico López llega a la ciudad de Veracruz con la orden de mover al grupo de combatientes en ómnibus hacia la ciudad de Xalapa.
Los 32 hombres que salieron del campamento de Abasolo la noche anterior conducidos por Faustino Pérez, se encontraban alojados en diferentes hoteles en la ciudad de Victoria, esperando el momento de la partida.
Mientras tanto en la capital azteca Jesús Montané y Melba Hernández comienzan a evacuar las casas campamentos de acuerdo con las instrucciones recibidas de Fidel.
Fidel regresa el 22 a la capital mexicana para atender asuntos pendientes. Aprovecha su estancia para despedirse de algunos amigos que le han brindado una valiosa ayuda en los preparativos de la expedición. Uno de ellos es el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, a quién le comunica que se marcha a luchar por la libertad de su país.
El oficial escucha a Fidel y guarda silencio. No le pregunta cuándo, ni cómo, ni dónde.
En la media noche del 23 Fidel acude a la residencia del Pedregal de San Angel, donde se despide de sus hermanas y de otros compañeros. Allí se afeita y encima del traje gris que porta se pone un abrigo azul. Visita otros apartamentos y regresa al motel Mi Ranchito, donde lo esperan Juan Manuel Márquez y un grupo de compañeros.
Temprano en la mañana del 24 de noviembre los combatientes comienzan a abandonar las casas-campamentos en la capital. El apartamento de Sombrero 9, edificio Dolores, donde permanecía René Rodríguez y otros compañeros; la casa de la calle Génova 14, cerca del Paseo de la Reforma; los apartamentos de Insurgentes 5 y 6.
Casi al mediodía de ese sábado 24, Raúl Castro visita por última vez la casa de la calle Fuego 791, esquina a Risco, Jardines del Pedregal de San Angel, para despedirse de sus hermanas Lidia, Enma y Agustina. Allí se cambia de ropa, y luego se dirige a una casa situada en la calle Génova 14 donde lo esperan un grupo de compañeros.
En la noche de ese sábado, Raúl escribe varias cartas y documentos, entre ellos el Testamento Político de Antonio López Fernández y Raúl Castro.
De varios puntos de la capital comienzan a partir rumbo a Poza Rica, los combatientes que aún permanecían en las casas-campamentos. El primer grupo lo hace en dos autos, en uno de ellos viaja Juan Almeida.
El segundo grupo, integrado por tres compañeros, sale casi a la misma hora, pero de otro lugar. Antes de partir dejan un enfermo en el apartamento de Jalapa 68.
El último grupo que abandona la capital azteca es el integrado por Raúl Castro, René Rodríguez, Fernando Sánchez-Amaya y Horacio Rodríguez, que en el camino recogen a Ciro Redondo.
En horas de esa mañana Chuchú Reyes cumpliendo las instrucciones de Fidel, atraca el yate Granma al lado de la casa de Santiago de la Peña y Carlos Bermúdez, en el río Tuxpan. El será el encargado de conducirlo hasta la desembocadura del río. Pero todavía falta un documento muy importante: el permiso de navegación del barco expedido por la Capitanía del puerto.
De esa gestión se ha encargado Antonio del Conde (El Cuate), quien esa tarde se presenta en la Capitanía y solicita un permiso de salida para esa madrugada con destino a la Isla de Lobos, distante a unas 32 millas al norte de allí, para trasladar a unos amigos en un viaje de pesquería y de paseo.
Está anunciado mal tiempo y el Cuate lo sabe, por eso tiene que fundamentar muy bien su solicitud para tratar de convencer a los oficiales de la marina que se encargan de esos trámites. De momento no lo logra. Entonces solicita entrevistarse con el señor Angel Laso de la Vega, a la sazón Capitán del Puerto.
De nuevo el Cuate expone sus argumentos para salir a navegar esa madrugada, insiste y va más allá en su fundamentación cuando tiene la osadía de invitar al funcionario naval a cenar y a que lo acompañe en el viaje.
El Capitán del Puerto frunció el ceño, lo miro de arriba abajo y cedió, no sin antes advertirle que tomara todas las precauciones necesarias para evitar que se produjera un fatal accidente en alta mar y procedió a expedirle la autorización de navegación para el 25 de noviembre.
Tal y como lo organizó Fidel los grupos de futuros expedicionarios del Granma fueron llegando a Poza Rica al atardecer de aquel lluvioso sábado 24 de noviembre, para de ahí trasladarse caminando hasta donde se unen las calles Nacional y Benito Juárez, y luego continuar la marcha por un fangoso camino en la margen del río hasta llegar a la casa de Santiago de la Peña donde estaba atracado el yate Granma.
Ha caído la noche, continúa la lluvia y el mal tiempo y los hombres embarcan las maletas con las armas, otros bultos, las pocas provisiones que se han conseguido y se acomodan como pueden poco a poco en el pequeño espacio de la embarcación.
La presencia de dos soldados que custodian una patana apenas a unos 50 metros de allí, obliga a extremar las precauciones para no ser detectados.
Casi todos han embarcado y la tripulación integrada por Onelio Pino, como su capitán, Roberto Roque, como segundo Capitán y Piloto; el dominicano Ramón Mejías del Castillo (Pichirulo), como primer oficial; Arturo Chaumont y Norberto Collado, timoneles; Jesús Chuchú Reyes como maquinista, y el radiotelegrafista Rolando Moya, se encuentran en el puente de mando.
Es media noche y Fidel está preocupado porque le informan que falta Héctor Aldama. Entonces envía a dos compañeros al pueblo con la encomienda dar con su paradero. Lo esperan un tiempo prudencial, pero no aparece y regresan.
Los compañeros que permanecían dentro de la casa salen para despedir a los expedicionarios. Melba abraza a Fidel, quien luego sube a bordo y da instrucciones para que se inicie la maniobra de salida.
Son aproximadamente las 2:00 de la madrugada del 25 de noviembre de 1956, cuando se retira el tablón que separa el barco del improvisado muelle. Largan los cabos de proa y de popa, el maquinista arranca los motores, el timonel pone timón al medio y el Granma comienza a navegar avante poca con rumbo norte, río abajo.
Con las luces apagadas, en silencio y con la prohibición de fumar, los 82 expedicionarios como pueden se apretujan a bordo, cada uno sumido en sus pensamientos.
El yate ha navegado cerca de media hora para cubrir una singladura de aproximadamente once kilómetros hasta la desembocadura del río. Cuando llegan a este punto Jesús Chuchú Reyes, sube al puente y le entrega el mando del Granma al capitán Onelio Pino, para su travesía en alta mar.
El piloto Roberto Roque marca de través el faro de la boca y el barco va dejando atrás el río, atraviesa las escolleras de la desembocadura y penetra en las agitadas aguas del Golfo que lo recibe con fuertes vientos, mar gruesa y fina llovizna.
Poco después se encienden las luces y los expedicionarios se abrazan jubilosos. Cantan el Himno Nacional y la Marcha del 26 de Julio. Gritan ¡Viva la Revolución!, ¡Abajo la dictadura!.
Fidel lo había dicho apenas unos días atrás: «Si salgo, llego; si llego, entro; si entro, triunfo». Como así sucedió.
Fuentes:
La epopeya del Granma, Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.
La palabra empeñada, por Heberto Norman Acosta, tomo II
Aclaración: Héctor Aldama Acosta, por una confusión no fue avisado a tiempo. Se le reconoció la condición de expedicionario. Coronel ® del Minint, falleció el 1 de noviembre de 2003.