1973. Fidel en Vietnam del Sur, en la hora más difícil
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“Todo comenzó durante una recepción, a mediados de 1970, en honor de una delegación vietnamita de alto nivel de visita a nuestro país. En momentos en que Fidel departía con su presidente, al verme cerca me llamó y dijo: ‘Tu embajada en Vietnam del Sur es la que más me gusta de todas las de Cuba, pero no me has invitado a visitarla’. Mientras varios presentes –cubanos y extranjeros– reían, yo sentí que los ojos de Fidel revelaban realmente un sentimiento muy fuerte y que en el fondo no bromeaba. Ahora, con el golpe de Lon Nol –le repliqué, por decirle algo– todo es más difícil. La entrada era por Cambodia, desde mi otra embajada.
“’Bien, pero, ¿y el resto del sur?’ El sur no se reduce a Tay Ninh. Habrá, Comandante, que esperar el momento oportuno. ‘Yo estoy listo para ir tan pronto los vietnamitas me inviten y al riesgo que sea. O te puedo hacer una visita particular en tu casita sin paredes de la selva. El aire debe ser allí muy puro’”.1
Recordada treinta años después por Raúl Valdés Vivó, entonces embajador en Vietnam del Sur, en el Norte del hermano país y en el Reino de Cambodia, esta conversación fue el preámbulo para la materialización de uno de los episodios solidarios más significativos del siglo XX y que evidenció cómo Cuba, su Revolución y sus máximos dirigentes jamás abandonan los compromisos contraídos con sus compañeros de ideales y lucha, ni en los peores momentos.
El diplomático cubano también rememoró que en 1972 en un intercambio en Hanói (capital vietnamita) con Pham Van Dong, primer ministro de la nación indochina, este le participa sus ansias de visitar la Isla de la libertad pero que ese deseo era de momento irrealizable por el crudo escenario de la invasión yanqui. A lo que Valdés Vivó contestó: “Así que Fidel tiene dos motivos de queja. Ustedes no pueden ir a Cuba, lo que él comprende. Y él tampoco puede venir a Vietnam, lo que no comprende.
“¿Cómo? –le replicó el dirigente asiático–. Hanói es su casa. Viene hasta sin avisar”. “Es que para Fidel Vietnam es ahora el Sur. ¿Cómo llegar hasta aquí y no bajar?”, le replicó el representante cubano.
“Debemos pensar la idea de Fidel. Desde luego será nuestro gran secreto. Entre usted y yo”, fue la pronta respuesta de Pham Van Dong. “¡Por supuesto! Ni siquiera al propio Fidel le contaré de esta conversación. A él menos que a nadie, compañero embajador. Le creo capaz de venir la semana próxima”2, convinieron los dos “confabuladores” revolucionarios, que devinieron resortes decisivos para el tan ansiado viaje del Comandante a la tierra de los anamitas.
La herida de Chile
Testigo de excepción, el doctor José M. Miyar Barruecos (conocido por Chomy) llevó en 1973 un diario en el que consignó detalles del periplo realizado junto con Fidel por algunas naciones del Tercer Mundo, entre ellas Vietnam. En sus páginas registró que el 11 de septiembre “ya en el aire, después de hacer escala en Bagdad, a las 11.00 a.m. el Comandante en Jefe pide materiales de Vietnam y lee. A las 11.25 viene a nuestro compartimiento y habla con Melba Hernández, Hoang Bich Son y los otros vietnamitas sobre el viaje que haremos al sur por carretera. […] Al llegar sobre la India gran nubosidad y lluvia. A las 4.01 tocamos tierra”. Una vez en suelo indio el testimoniante refiere que al líder de la Revolución cubana y a la delegación que le acompaña los recibe Indira Gandhi.
Después, a la noche, tuvo lugar la comida oficial, en el hotel Ashoka, al que Fidel llegó acompañado de la mandataria (asesinada en 1984). Tras los discursos de rigor, hubo una degustación de platos típicos y el disfrute de varios grupos folclóricos, que en versión de Chomy fue de gran colorido y belleza. Sin embargo, faltaba poco para que se consumara una tragedia para América Latina y las fuerzas de izquierda del mundo. Tal como cuenta Miyar Barrueco, “aproximadamente a las 9.05 entró Orlando Fundora al salón y susurró brevemente al Comandante que se había iniciado (9 a.m. de Chile) el golpe de Estado contra Allende. Dijo: acaba de ser derrocado Allende en Chile. El traductor era Felo (Minrex) que tradujo de inmediato la información del hecho a Indira. Conmoción. Terminamos. Regresamos al Palacio Presidencial con el tremendo impacto del golpe de estado a Allende y la dudosa situación allí planteada.
“Habló con el Presidente Dorticós por teléfono, quien le informó sobre los cables que habían llegado, la supuesta muerte por suicidio de Allende, según Radio Agricultura, el Palacio de la Moneda destruido e incendiado, así como toda nuestra gente concentrada en la Embajada, en posición de defensa, habiendo repelido una incursión del ejército”, y prosiguen los recuerdos de Chomy: “Estuvo toda la noche conversando, buscando noticias. Llegó una de que Allende se había entregado y volaba a asilarse en México. El Comandante dijo: Eso es falso. Salvador no se rinde ni se entrega. Él me dijo que moriría en la Moneda”.
Apoteosis en Hanói
Fidel se dirige hacia Vietnam, nación a la cual le profesa una honda admiración, ahora con el dolor de la noticia por la muerte del entrañable compañero a manos del ejército fascista. Este escenario nuevo –refiere Chomy– fue desmenuzado por el Comandante en Jefe, quien consideró existían, dadas las circunstancias, real peligro para la delegación cubana y de ahí la necesidad de tomar medidas excepcionales: reducir en días el viaje a Vietnam, eliminar el recorrido ulterior y cambiar la ruta de regreso.
Solo el cariño del pueblo vietnamita pudo conjurar –por breve tiempo– el sentimiento de pesar de los cubanos, porque desde el primer día patentizaron que con Vietnam los unían razones de peso más allá de las meras consignas. BOHEMIA, a través de sus enviados especiales Fulvio Fuentes y Aramís Ferrera, les relataron a sus lectores la calidez humana desbordada en cientos de miles de personas de todas las edades que se apropiaron de ese suceso histórico inédito: ver al primer y único líder del planeta que pisaba el suelo de Vietnam en constante amenaza de ataque. Sí, porque si bien era en la parte sur donde se libraban las batallas frontales contra los invasores extranjeros, el norte no escapaba de la saña imperial, que cada tanto bombardeaba ciudades y asentamientos humanos en la más elemental violación del derecho internacional. Así y todo, Fidel recorrió las calles de Hanói en un carro descapotado.
En honorable silencio el líder cubano depositó una hermosa corona en el Monumento a los Mártires, para después encaminarse hacia el Palacio de Gobierno, más específicamente a la casa de Ho Chi Minh, una pequeña edificación de madera de dos pisos. También se dirigió al estuario en cuyas orillas muchas veces se sentara el Tío Ho, no solo a alimentar a los peces, sino a meditar para luego hacer propuestas importantes al Buró Político, porque según su método de dirección las decisiones debían colegiarse continuamente.
Otra de las actividades destacadas en Hanói –además de las conversaciones oficiales– fue el encuentro directo con el general Vo Nguyen Giap, quien fungió de guía en el famoso Museo de Dien Bien Phu. Ante una maqueta, el experto oficial le explicó a Fidel detalles de la mundialmente conocida batalla que derrotó al colonialismo francés.
Reportes cubanos de prensa dan cuenta de las numerosas preguntas que hizo el líder cubano: ¿qué posibilidades tenían las fuerzas galas de reforzar por tierra?, ¿por qué no lo intentaron?, ¿cómo hicieron los vietnamitas el traslado de los abastecimientos?, ¿cuántos cañones y piezas de artillería tenían?, ¿cómo eran las trincheras? Al final del encuentro, Giap impuso los sellos de combatientes de Dien Bien Phu a Fidel y a otros integrantes de la delegación cubana.
Nada es imposible
La cercanía de un tifón, con lluvias terribles y vientos descomunales, casi pone en riesgo el traslado de Fidel hacia el ansiado punto de la geografía vietnamita, allá por el Paralelo 17. La reacción inicial de las máximas autoridades del país fue desechar el itinerario y proponer un programa alternativo, el cual fue rechazado amablemente por el Comandante, en su firme intención de estar en la primera línea.
De este modo, fue sacrificado su recorrido por Haiphong, a pesar de su valiosa referencia de heroísmo y total entrega a la causa, porque desde ese puerto se repartían hacia el Sur parte de las armas y los alimentos, llegados desde la URSS, Cuba y otros lugares. El internacionalismo cubano también dejó su huella allí, al ayudar en el desminado del área portuaria, en las labores de estiba y en la operación de buques mercantes. Pero no había otra salida si Fidel quería compartir con los combatientes y enviar el mensaje al mundo de que Vietnam nunca estaría solo.
“El plan era –y se cumplió– de la capital de Luang Binh pasar a la zona especial de Vinh Linh, próxima al paralelo 17, a unos 40 kilómetros, y de ahí seguir hasta el sitio de los sueños de Fidel… Sueños de vigilia, pues apenas había dormido un par de horas cada día de la última semana”3, rememora Valdés Vivó.
“En Dong Hoi –prosigue el testimonio del entonces embajador cubano–, pasó algo tremendo. Apenas descendimos del avión, después de que Kim Thanh, secretario interino del Partido, dio un fuerte abrazo a Fidel, tropezamos con un campesino viejo, de barba rala, que iba detrás de sus búfalos y quien se quedó boquiabierto mirando al Comandante. ¿Sabes quiénes somos? Le preguntó Pham Van Dong. Creo saber que sí, respondió, sin apartar su mirada de un Fidel pletórico de alegría. ¿Quiénes?, insistió Pham Van Dong. ¿A que decirlo si estamos en guerra?, y siguió su camino vigilando sus búfalos, como si tal cosa.
“Se durmió en Vinh Linh y al alba del 16 de septiembre Fidel cruzó al fin el paralelo. Después que la caravana atravesó sobre pontones el río Ben Hai, flanqueado este por dos grandes mástiles –uno en cada orilla– con la bandera de la RDV y la joven República de Vietnam del Sur, respectivamente, a las 5.25 a.m, Fidel se fundió en un abrazo con un emocionado jefe militar vietnamita, el general Tran Nam Trung”.4.
Desde ese momento es posible afirmar que Fidel se va internando en el núcleo principal de la vanguardia sudvietnamita, pasando por diferentes puntos en los que pudo ver con sus propios ojos la devastación provocada por el agresor imperialista y, por lo mismo, el ejemplar empeño de los vietnamitas en superar cualquier obstáculo. Incluso fueron auxiliadas por los médicos de la delegación caribeña tres muchachas locales heridas por una mina de contacto, detonada mientras trabajaban en el campo cuando transitaba la caravana.
De ese épico viaje hay varias narraciones. En la de Fulvio Fuentes, señala que “a poco de avanzar aparecen despojos de la famosa línea McNamara. En algunas partes renace la vida: crece el arroz para la cosecha de octubre. El recorrido se hace profundo. Fidel se interesa por el desarrollo de los combates de 1972… En un escenario que exhibe las huellas profundas de la guerra –cráteres de bombas, tanques semidestruidos, uniformes despedazados, alambres– se imponía un mitin en el que hablan Nam Trung (ministro de defensa del Gobierno Revolucionario Provisional de Vietnam del Sur) y Fidel”5.
Entre las primeras experiencias compartidas por el Comandante en aquella memorable e inusual intervención, sobresalen las siguientes: “Las impresiones de este día, desde que nos acercábamos en el avión, veíamos el paisaje de toda esta región del sur, los miles de cráteres de bombas, las casas destruidas, y puedo decirles que en esos instantes el enorme odio que nosotros sentimos contra el imperialismo se multiplicaba ante la vista de esos hechos. Solo viniendo a este lugar se puede comprender la magnitud del crimen que los imperialistas han cometido contra este pueblo, se puede apreciar en toda su dimensión el heroísmo del pueblo vietnamita. Sentimos multiplicarse nuestra admiración y nuestro reconocimiento hacia ustedes”6. ¡Qué lección de humildad de un hombre que se arriesgó para estar más cerca de la verdad! Solo había una actitud posible en el auditorio: gratitud, que tomó forma en “un tifón de aplausos”, al decir de Valdés Vivó.
En esa oportunidad, el Comandante reflexionó sobre la victoria de esa nación, la cual valoró como “un problema de moral, de dignidad, de patriotismo, de espíritu revolucionario, porque es verdaderamente asombroso que un pueblo pequeño y un pueblo pobre como el pueblo vietnamita haya derrotado al país imperialista más poderoso industrialmente, más poderoso militarmente y más poderoso económicamente. Porque no hay la menor duda de que después de tantos años de agresión, el imperialismo salió completamente derrotado de Vietnam”7.
Con esa visión de futuro, tan característica en él, ya Fidel anticipaba la victoria total, la que se daría dos años después, el 30 de abril de 1975. De ese modo las tropas vietnamitas cumplieron la promesa hecha al guerrillero de la Sierra Maestra: la de colocar en Saigón –hoy cuidad Ho Chin Minh– la misma bandera que le regalaran como símbolo de la amistad eterna entre ambos pueblos.
“Al fondo, la cordillera de Truong Son. Al frente, la carretera número nueve. Esta era para los norteamericanos la famosa base Carrol. Por aquí se pasearon los asesores, coroneles y oficiales enemigos. Ahora fue sede de un mitin de solidaridad con motivo de la visita de Fidel Castro. Gran contraste. Los combatientes entregaron a Fidel fusiles automáticos, trofeos de guerra valiosos que el Comandante agradeció con palabras emocionadas. Posteriormente, la caravana se trasladó a Cam Lo, antes base militar y ahora punto de reunión de Fidel Castro con los representantes del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur”.8.
Con sumo sigilo
Era bien entrada la noche cuando Valdés Vivó, urgido por Pham Van Dong y el general Giap, despierta al líder cubano: “Perdone, Comandante, que vengamos así, a esta hora”. Fidel contestó con una sonrisa y Pham Van Dong pasó a explicar que el Buró Político acababa de examinar la situación general de la guerra y acordó pedirle a Cuba un apoyo más, referido al camino Ho Chi Minh, cuya importancia estratégica más que nunca había apreciado Fidel en su visita al sur. Dijo que Saigón y Washington estaban que trinaban al conocer la noticia de su viaje, mientras por todas partes, las tropas revolucionarias sureñas, saludándolo, hacían compromisos de lucha. También la emulación socialista en el norte se realizaría bajo ese signo los próximos meses.
“Vietnam quería sincera y escrupulosamente cumplir los Acuerdos de París, que significaban una gran victoria de su pueblo, dado que fijaban la retirada del agresor principal. Sin embargo, el régimen títere, en complicidad con los mismos círculos imperialistas que derrocaron a Allende y amenazaban a Cuba, se empeñaban en reanudar las hostilidades que nunca habían cesado del todo. Eran noticias de agentes infiltrados y no solo análisis lógico”. 9.
‘¿De qué se trataba?’, indagó el cubano. A lo que los visitantes aclararon: ampliar el camino Ho Chi Minh –que con tanto esfuerzo y trabajo el pueblo vietnamita había abierto durante años– y para ello se le hacían a Fidel tres peticiones: equipos (que debían comprarse en Japón para que Estados Unidos no sospechara), entrenamiento de hombres en la isla caribeña e instructores cubanos en el terreno. A todo expresó que sí, y “apenas aterrizó –en el mismo aeropuerto– en Cuba, el Comandante en Jefe explicó al Buró Político los planteamientos vietnamitas y fueron adoptadas medidas concretas con toda urgencia.”10
La primera vinculación cubana con esta vía estratégica que cruzaba tanto cordilleras, acantilados como selvas, se remonta a 1967, en momentos en que el Minfar envió una misión para “estudiar sobre el terreno las experiencias vietnamitas en la guerra de todo el pueblo. El ministro de las FAR (Raúl Castro) le confió al comandante Omar Iser Mojena, antiguo rebelde, quien entonces era miembro de la dirección de lucha contra bandidos, el mando de la apasionante acción de adentrarse con otros cuatro oficiales en el corazón mismo de la guerra en Vietnam. Raúl orientó que la misión viajara a Vietnam como si fuera de nuestro sector agrícola. Nuestros oficiales debieron prepararse físicamente para recorrer las rutas casi fantasmagóricas del camino que era cada vez más la pesadilla de la administración norteamericana”.11
Esta otra incursión de la Isla en el Camino se iniciaría en julio de 1974. La operación total se fraguó en nueve meses, con absoluta discreción –como era preciso y así habían acordado Fidel y los vietnamitas más el embajador cubano–, tanta que el enemigo jamás detectó que en esa obra estuvieron alrededor de 50 cubanos, bautizados como “los peloteros”. Agrupados en la UM 4539, para el mando de Cuba, y A-74 para Vietnam, los mecánicos, técnicos, especialistas e ingenieros caribeños contribuyeron al avituallamiento en armas, municiones y alimentos como parte del necesario “empujoncito” para derrotar a los yanquis en un Girón indochino.
Lealtad
¡May, bay my Hanói! (¡Aviones yanquis sobre Hanói!), fue frase recurrente escuchada por esta reportera cuando niña en su estancia de cuatro años en Vietnam como hija del embajador cubano en los sesenta y setenta del siglo pasado. Se trataba de un simulacro de entrenamiento, hasta que el 18 de diciembre de 1972 se desató de nuevo el infierno. El presidente estadounidense, Richard Nixon, había ordenado la maniobra aérea “Linebacker II” contra Vietnam del Norte: unos 200 aviones B52, con la ayuda de 5 portaaviones, descargaron miles de toneladas de bombas sobre las ciudades de Hanói y Haiphong en un desesperado intento por frenar lo que era imparable: su ignominiosa derrota.
Los niños de la misión diplomática cubana debíamos acudir para protegernos, junto a nuestras madres, a los dos refugios existentes en nuestro pedacito de Cuba. Muchas veces bajé las escaleras de mi hogar soñolienta, aún en pijama y con la jaula donde dormía mi mascota: un conejo blanco regalado por la embajadora de la India. Tenía 9 años.
A partir de esa mañana de invierno habría un cambio radical en mi rutina. La vuelta a mi cama no se produciría enseguida; al contrario, se prolongaría por dos horas la espera en el refugio detrás del patio de la residencia, porque la cancillería vietnamita había confirmado la noticia de los planes yanquis. Me estrenaba así en los tristes menesteres de la guerra. Y aprendí, con el pecho desbocado en latidos, qué se siente al oír el agudo y particular silbido de las bombas en su trayectoria hasta el suelo para finalizar en un potente estallido. Y ese es un sonido que no se olvida nunca.
Paradójicamente, por esas vicisitudes del destino, el conjunto de edificaciones de la embajada cubana –residencias varias y oficinas– estaba “protegido” por los yanquis: frente a la sede diplomática caribeña había una cárcel con soldados estadounidenses capturados años atrás en otras incursiones bélicas contra la capital vietnamita. Esa singularidad nos confería un relativo “amparo”, sin minimizar para nada las condiciones de destrucción y muerte a nuestro alrededor, con altas probabilidades de peligro directo.
Una tarde mamá y yo salimos a las calles de la ciudad en busca de frutas, pues la vida continuaba su normal curso, cuando nos sorprende el llamado de ¡May, bay my Hanói! Comenzamos a correr; a los pocos segundos un vietnamita que venía en sentido contrario nos empuja brutalmente hacia un hueco en la acera (refugios elementales de tierra y hojas construidos por la población) y nos salva la vida. Ni tiempo hubo para darle las gracias.
En los ejercicios básicos que recibimos se nos proporcionaban nociones de supervivencia y primeros auxilios, aunque el recuerdo más impresionante de toda esa experiencia traumática se refiere a las tácticas diseñadas por nuestros padres para elevar la moral y autoestima del grupo de niños cubanos: a cada uno se nos dio una tarea: a mi hermano el cuidado del baño (un simple cubo) y a mí la entonación de nuestro Himno Nacional. Aquel 18 de diciembre, los hombres de la misión realizaban un trabajo voluntario en los diques de Hanói, por lo que estábamos solos con las madres. Nadie se “rajó”. Al grito de ¡Viva Cuba, Viva Vietnam, ¡Viva Fidel!, La Bayamesa nos sirvió de escudo psicológico y mitigó un poco la percepción del estruendo de las bombas al caer. Luego, en septiembre de 1973, el Comandante en persona elogió la lealtad de los diplomáticos cubanos, y eso compensó nuestra hora más difícil.
Fuentes utilizadas:
1, 2, 3, 4, 8, 9, 10, 11. Raúl Valdés Vivó. El Gran Secreto: Cubanos en el Camino Ho Chi Minh. Editora Política, La Habana 1990.
5, 6, 7. BOHEMIA. No.38. Año 65. 21-9-1973