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11 de Septiembre de 1973, golpe militar contra Allende

Allende fue gran amigo de Fidel, el Che y la Revolución cubana Foto: Archivo
Allende fue gran amigo de Fidel, el Che y la Revolución cubana Foto: Archivo

Fecha: 

11/09/2018

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

Exergo: “(…) y un ángel, allá en Chile, vio tirotear a un presidente”. 

Silvio Rodríguez.
 
En un artículo de Alfonso Sastre, titulado Salvador Allende o la revolución más imposible -que todo admirador de la figura del líder chileno debiera tener la oportunidad de leer-, este intelectual español recuerda cómo formó parte, a inicio de los ‘70, de una tribu expedicionaria llamada Operación Verdad, compuesta por escritores, críticos, poetas y artistas europeos, invitada por el gobierno de la Unidad Popular para comprobar, in situ, la realidad social de la nación suramericana, sumamente distorsionada por el imperialismo.
 
Sastre y todos los visitantes quedaron cautivados con Chile y la personalidad carismática de su anfitrión, pero también, al menos en su caso, con el exceso de confianza de Salvador en la institución castrense, de donde provendría a la larga, en contubernio directo con Washington, el golpe artero que lo conduciría a su inmolación el 11 de septiembre de 1973 y a la entronización de la dictadura militar más sangrienta que recuerda la historia del subcontinente.
 
Sastre define el idealismo de la Unidad Popular en términos de “ingenuidad política”. Cuenta en su texto cómo fue a un concierto de Víctor Jara, repleto de militares de rostro adusto en medio de la risueña gente que cantaba. Al preguntarle a un dirigente del partido de Allende, este le respondió que era para que se familiarizaran entre unos y otros.
 
El agudo pensador reflexionó entonces, y escribió luego: “¡Dios mío, cuánta ingenuidad!, pensé yo para mis adentros. ¡Pero ello formaba parte de la estrategia de una nueva vía -la “vía chilena”- al socialismo!, que era por fin una vía pacífica! Ello hacía que yo acallara temerosamente mi funesto presagio. Porque, ¡si fuera así, cuánta belleza! -pensaba-. ¡Si tuvieran razón mis amigos chilenos!”.
 
Pero, continúa a seguidas Sastre: “La respuesta de la realidad fue demasiado cruel. La última imagen de Salvador Allende, con un casco de acero en la cabeza y un fusil en la mano -¿aquel que le había regalado Fidel Castro, y que más que un regalo yo lo entendí como una advertencia y un consejo?- echó definitivamente por tierra toda ilusión de un proceso revolucionario desarmado y pacífico. Para que un proceso así fuera posible, la democracia tendría que ser verdad, y no un sistema armado hasta los dientes y que no tolera que el mundo pueda cambiar de base, como proclamaba aquel gran himno que es La Internacional”.
 
El gobierno que en mil días había revolucionado de una manera pacífica el país, que transformaba de manera paulatina los pilares sobre los que debía fundamentarse un nuevo régimen de producción y una nueva entidad socio-política, que era querido por el pueblo trabajador a despecho de la burguesía alta más interesada en otros aires de menos cambio y más capital, se fue a pique por el sedicioso golpe de estado encabezado por el traidor Augusto Pinochet, aupado por la Casa Blanca.
 
Pese a que su frontalidad en los enfoques alguien pudiera juzgarla como ríspida, al parecer no se equivocó Sastre al valorar el status quo chileno, como tampoco al enjuiciar los modos de obrar y pensar de su revolucionaria, pero aun falta de madurar, clase dirigente. Un ejemplo clásico de lo anterior: Allende, en los comienzos del golpe del 11 de septiembre, estaba preocupado por la suerte de su “amigo” Pinochet, que -creía aun- iba a ser muerto en la revuelta por los conjurados, como ha sido evidenciado en testimonios y documentales. No podía imaginarse todavía para ese momento que su “amigo” era el Judas de turno en este pasaje de la historia, el que echó tanques, aviones y bestias asesinas de uniforme sobre La Moneda.
 
Más tarde, luego de comprender ya con claridad la situación real, su claridad visionaria -esa que acompaña a los grandes hasta en los últimos momentos-, también le permitió en tan difíciles instantes adelantarse a su tiempo, otear en el horizonte político futuro de Latinoamérica y asegurar: “Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
 
Danilo Bartulín, amigo y médico personal de Allende, su confidente político y miembro de la dirección del Grupo de Amigos Personales (GAP), quien viviera los últimos instantes del presidente, reconstruyó en una entrevista el asalto golpista.
 
Describió así su valentía y sus actos antes del epílogo definitivo: “Allende, con el casco puesto, estaba tranquilo, muy sereno, pero decepcionado. Los edecanes militares de La Moneda le dijeron: ‘Mire, todas las Fuerzas Armadas están en el golpe, así que renuncie’. Él les responde: ‘Ustedes pónganse a disposición de sus mandos, que yo me quedaré aquí como presidente’. Poco antes transmitiría por Radio Magallanes el discurso de la despedida; el pliego de cargos contra la deslealtad castrense, las ambiciones de la oligarquía nacional y su sometimiento a Washington: ‘¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo’ (...)”.
 
Palabra cumplida. Con su muerte y la disolución del gobierno de la Unidad Popular, se quebraba uno de los sueños más hermosos de la América Latina del siglo XX. Supuso, a no dudarlo, un lamentable retroceso histórico, pero es sabido que la historia no marcha en línea recta y tiene sus vueltas momentáneas atrás que luego se superan.    
 
Es Salvador Allende una figura que marca una experiencia de lo que se debe y no se debe hacer en política, símbolo de la libertad cuya memoria no pudo hollar jamás la ensangrentada bota de aquellas bestias vestidas de verde. Símbolo de lo que nunca podrá ser derrotado.