Cuba honra, abraza
La Isla parece sumida en el paso de siempre, la gente que va o vuelve del trabajo, los parques tomados por una niñez ávida de vacaciones, las paradas, las tiendas, la bodega, el sol de agosto... la vida. Pero esa aparente normalidad es solo eso, apariencia.
Basta alzar la mirada, reparar en las banderas a media asta, y sentir otra vez esas emociones que desbordan el pecho desde las noticias al amanecer del sábado 6 de agosto –admiración y tristeza, desasosiego y orgullo– para entender que el duelo es individual y colectivo, que en su carácter oficial pertenece hondamente al pueblo.
Aún no se habla de otro tema que del saldo más duro que dejó el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas: la pérdida de 16 personas.
Y todas duelen. Nos duelen Fabián, Michel, Pablo Ángel, Raciel Alonso, Osmani, Leo Alejandro, Rolando, Luis Ángel, Diosdel, Andy Mitchel, Luis Raúl, Areskys, Adriano, Osley, Elier, Juan Carlos. Nos duelen en su juventud y en su experiencia. Nos duelen en el coraje de sus horas de frente a las llamas. Nos duelen en el dolor de sus familias.
Hay algo muy sublime e impagable cuando, tras un nombre y sus apellidos, se añade «caído en el cumplimiento del deber»; porque ese deber marca la suerte de los otros, la nuestra; es el precio de la sobrevida, del salto frente a la adversidad.
Los restos de 14 de esos caídos no pudieron ser identificados, sus seres queridos no tendrán tal consuelo, y no hay quien no sienta en carne propia el vacío de los familiares, de los amigos; y también la deuda que hemos contraído con sus memorias.
Hoy Cuba honra. El tributo no solo es justo e imprescindible, es sentido, es verdadero, sale de la raíz del alma popular. Cuba abraza a los caídos, abraza a la familias, y se abraza a sí misma, herida en su pérdida.
Y aun después de la jornada de honras fúnebres, incluso luego de la recuperación, o cuando se acumulen los aniversarios, Cuba honrará. Lo hará siempre. No olvidaremos sus miradas ni su sacrificio.