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“Sin cultura no hay libertad posible”

Fidel Castro durante el discurso conocido como Palabras a los intelectuales". 30 de junio de 1961. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas
Fidel Castro durante el discurso conocido como Palabras a los intelectuales". 30 de junio de 1961. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas

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13/08/2022

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Cubadebate

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La cultura no fue jamás para Fidel algo ornamental. La llamó muchas veces “escudo y espada de la Nación”: el escudo que la resguardará frente a las influencias desintegradoras de nuestro núcleo identitario y la espada capaz de llegar muy lejos, así como de transportar y defender la verdad de Cuba en los sitios más remotos del resto del mundo.
 
La vio como una energía transformadora de enorme trascendencia, asociada a los valores, a la conducta, a la ética, a la calidad de vida; capaz de contribuir decisivamente al “mejoramiento humano”, tal como lo había indicado el Apóstol de la independencia de nuestro país, José Martí. Pero Fidel la vio, sobre todo, como el único instrumento imaginable para la emancipación de los seres humanos.
 
En 1993, en los días más amargos del Período Especial en tiempo de Paz, en el Quinto Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), Fidel dijo aquel sintagma sorprendente: “la cultura es lo primero que hay que salvar, si estamos dispuestos a darlo todo por restaurar La Habana Vieja y salvarla, como no hacerlo por la cultura” (Castro, 2021 [1993], p. 112).
 
En un momento de tantas privaciones, cuando nos faltaban tantas cosas esenciales para la supervivencia, el líder de la Revolución ponía en primer lugar a la cultura. Por supuesto, no hablaba exclusivamente de las artes y la literatura. Se refería a una noción más amplia, más honda, que tiene que ver con lo que nos define como nación, con aquello en que pensaba Fernando Ortiz cuando decía que “la cultura es la Patria” (Ortiz, 2008).
 
Por consiguiente, Fidel se refería al vínculo cognoscitivo y afectivo entre la cultura y la nación, así como a la suma de conocimientos imprescindibles para que el ser humano pueda defender su libertad, su memoria, sus orígenes y deshacer la vasta telaraña de manipulaciones que le cierran el paso día a día.
 
No olvidemos lo que dijo en la Universidad Central de Venezuela: “Una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas” (Castro, 1999 [1998]). De ahí que una revolución no puede limitarse a cambiar las condiciones de la vida material de la gente.
 
Aunque realice transformaciones radicales, aunque entregue tierras a los campesinos y elimine el latifundio, aunque  construya viviendas para los que sobreviven en barrios insalubres, aunque ponga la salud pública al servicio de toda la población, aunque nacionalice los recursos del país y defienda su soberanía, una revolución no estaría nunca completa ni sería duradera si no implica una revolución educacional y cultural. ¡Hay que cambiar las condiciones de vida del ser humano y hay que cambiar al ser humano! ¡Hay que cambiar la conciencia de la gente, la cultura de la gente!

II

Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela,
3 de febrero de 1999. Foto: Liborio Noval / Sitio Fidel Soldado de las Ideas

1961 fue uno de esos años decisivos que marcaron para siempre la historia de Cuba con mayúscula y la historia personal de las mujeres y los hombres sumados al torbellino revolucionario.
 
El 3 de enero de ese año, el entonces presidente estadounidense Dwight Eisenhower (1953-1961) rompió las relaciones diplomáticas con nuestro país. Dos días después, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Raúl Roa denunció “la política de hostigamiento, represalia, agresión, subversión, aislamiento e inminente ataque de EE.UU. contra el gobierno y el pueblo cubanos” (Roa, 1986 [1961], pp. 182-196).
 
La agresividad yanqui creció hasta llegar a su clímax: la invasión mercenaria por Playa Girón, iniciada el 17 de abril de 1961. Sus patrocinadores aspiraban a controlar una porción de nuestro territorio, bautizarla como “Cuba libre”, designar un presidente provisional que pidiera a la Organización de Estados Americanos (OEA) reconocimiento y apoyo militar e intervenir, por último, directamente, con toda la fuerza del Imperio.
 
El plan, gestado bajo los auspicios de Eisenhower e instrumentado por John F. Kennedy, fue derrotado por nuestro pueblo en menos de 72 horas.
 
El 16 de abril, en vísperas del ataque denunciado por Roa en la ONU, Fidel había proclamado el carácter socialista de la Revolución. Algo que, teniendo en cuenta la influencia en Cuba del macartismo y del anticomunismo made in USA, evidenció que el joven proceso revolucionario había dado increíbles pasos de avance en la conquista de una hegemonía cultural en torno a las ideas del antimperialismo, la emancipación, la justicia social, la lucha por construir un país radicalmente diferente.
 
Fernando Martínez Heredia sintetizó de modo inmejorable todo el significado de aquel acto del 16 de abril de 1961 en términos de la nueva hegemonía:
 
    La declaración de que la revolución era socialista y democrática, de los humildes, por los humildes y para los humildes, se la hizo Fidel en la calle a una multitud armada. Todos cantaron a continuación el Himno Nacional y se dio la orden a todos de regresar a sus unidades militares. La primera orden del socialismo cubano fue “marchemos a nuestros respectivos batallones” (Martínez, 2016 [2011], p. 90).
 
Fernando contribuyó igualmente a hacer una caracterización más completa de aquel año tan intenso:
 
Fue en el verano de 1961 cuando salían legalmente por el aeropuerto hacia EE.UU. casi sesenta mil personas en tres meses. Es decir, un sector que podía viajar en avión se marchó, horrorizado por la victoria de los revolucionarios en Girón. El primero de mayo desfilaron los milicianos del amanecer hasta la noche. Una semana después, fue nacionalizada la educación en el país (p. 92).
 
Nunca puede olvidarse que durante todo 1961, bandas contrarrevolucionarias, organizadas y financiadas por la CIA, cometieron innumerables ataques terroristas contra la población civil, torturaron y asesinaron a decenas de milicianos, campesinos, maestros voluntarios y alfabetizadores.
 
En ese año el Gobierno de Estados Unidos, ya presidido por el demócrata Kennedy (1961-1963), arreció su ofensiva para aislar a Cuba del mundo occidental y asfixiarla económicamente.
 
Teniendo en cuenta tantas presiones y desafíos, tanta violencia, resulta aún más admirable que la dirección revolucionaria haya convertido a 1961 en un año clave para la educación y la cultura. Contra viento y marea se llevó a cabo con éxito la epopeya de la Campaña de Alfabetización; se creó la Escuela Nacional de Instructores de Arte y Fidel se reunió durante tres largas jornadas con representantes de la intelectualidad cubana en la Biblioteca Nacional y pronunció su discurso fundador de la política cultural de nuestro país (Castro, 2021 [1961], pp. 31-59).
 
Pocas semanas después, en agosto del mismo año, se celebró el Congreso en que se fundó la UNEAC y Fidel, a pesar de sus múltiples tareas y responsabilidades, realizó la clausura de ese trascendente evento (Castro, 2021 [1961a], pp. 61-73).
 
Palabras a los intelectuales” (como posteriormente se tituló la alocución que él pronunció el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional) nos legó una política cultural sin precedentes, ajena a todo sectarismo, aglutinadora, unitaria, antidogmática, que no solo liquidaba las pretensiones de imponer en Cuba el tristemente célebre “realismo socialista” de factura soviética; sino que iba mucho más allá.
 
Su amplísima convocatoria a participar activamente en la transformación cultural del país se dirigía a todos los intelectuales y artistas revolucionarios y a aquellos que, sin serlo, fueran honestos y comprendieran el sentido de la justicia de la Revolución. Su afirmación “dentro de la Revolución todo” incluía y todavía incluye a todas las generaciones, a todas las tendencias estéticas y a todos los grupos artísticos y literarios.
 
En sus “Palabras a los intelectuales”, Fidel insistió en una cuestión que, treinta años más tarde, se colocó, a menudo, en el centro de los debates en la UNEAC, al señalar que la Revolución iba a ocuparse del desarrollo de las condiciones que le permitirían al pueblo satisfacer todas sus necesidades materiales y, además, las culturales y espirituales.
 
Por tanto, anticipó un concepto primordial que desde entonces se fue enraizando en la que, para referirnos a la UNEAC, hemos dado en llamar “la vanguardia intelectual y artística” de nuestro país: la idea de que debemos ver la cultura como un componente básico de la calidad de vida de toda la población de nuestro país.
 
Por eso puede decirse que en 1961 se inició por todo lo alto esa deseada revolución cultural que tuvo sus bases sólidas en las profundas transformaciones económicas, sociales y políticas nacidas en enero de 1959.

III
 

Fidel Castro en el IV Congreso de la Uneac.
Foto: Granma /Sitio Fidel Soldado de las Ideas

 En ese contexto, siempre debemos recordar que en la intervención que realizó el 28 de enero de 1988 en el Cuarto Congreso de la UNEAC, el Líder Histórico de la Revolución cubana concordó con algo que en ese evento había dicho previamente el prestigioso intelectual y entonces miembro del Buró Político del Comité Central del PCC y vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Carlos Rafael Rodríguez: “tenemos un pueblo instruido, pero todavía no tenemos un pueblo culto” e, inmediatamente después, Fidel se refirió a “las lagunas” que se advertían (y aún se advierten) en la formación de las nuevas generaciones. Al respecto indicó:
 
    Tenemos 260 000 o 270 000 maestros y profesores, los maestros primarios están estudiando en la universidad; sin embargo, cuando analizamos los enormes recursos materiales y humanos, y toda la fuerza que tenemos para educar o para instruir –como diría Carlos Rafael–, pero también para hacer más cultos a nuestra juventud, a nuestros niños, a nuestros pioneros, a nuestro pueblo, no podemos sentirnos satisfechos con lo que hayamos hecho en ese campo. / Encontramos lagunas y lagunas de todo tipo. En este mismo proceso de rectificación hemos descubierto lagunas en los programas; ausencias importantísimas para la formación y la educación de un joven, como es lo relativo a la historia, los conocimientos de la historia (Castro, 2021 [1988], p. 79).
 
¿Cómo no recordar, ante este reclamo, el papel que ya iba desempeñando por entonces el desmontaje público de la historia de la Unión Soviética como herramienta ideológica corrosiva que se produjo durante la denominada perestroika?
 
Pero, a la par, a Fidel le preocupan “las lagunas” en la educación estética de nuestras y nuestros infantes. Por ello indicó:
 
Me pregunto si realmente impartimos una educación estética a los niños en nuestro país. ¿Y quién nos lo prohíbe, quién nos lo impide? ¿Es acaso el imperialismo o somos nosotros mismos y nuestras deficiencias, nuestras limitaciones, nuestras incapacidades? Porque en manos de nosotros está. Entonces, digo: si tenemos esos 270 mil profesores y maestros. Y pienso que [estos] podrían haber sido preparados para impartir también una educación estética (Castro, 2021 [1988], p. 80).
 
Para comprender cabalmente ese interés de Fidel, hay que volver a su tesis de que en la cultura debemos encontrar el remedio más eficaz contra los efectos tóxicos de la oleada consumista y de toda la propaganda comercial capitalista. Son ideas que aparecen de un modo u otro en las cartas de José Martí a María Mantilla. En esto, como en todo, Fidel es definitivamente martiano.
 
Por eso recalcó: aunque “todavía no tenemos un pueblo culto”, nuestro pueblo tiene “una cultura internacionalista, tiene una cultura política, tiene una conciencia revolucionaria que no puede, bajo ningún concepto, ser subestimada, son de los logros de la Revolución” (Castro, 2021 [1988], p. 85). Y acto seguido indicó que esos eran “valores tremendos, esos que no se ven en forma de rascacielos construidos con acero o con cemento, no se ven en forma de grandes fábricas”, pero que era vital preservarlos, porque.
 
Hay revoluciones que degeneran, y nosotros, como todas las revoluciones, teníamos también el peligro de degenerar; y no me importa decir que en cierta forma estábamos empezando a degenerar, ¡estábamos empezando a degenerar! La historia está llena de revoluciones que han degenerado, está llena; no, sin embargo, son muy frecuentes las historias de las revoluciones que son capaces de renovar y regenerar sus fuerzas, su ímpetu.
 
Yo digo que nuestra Revolución, que ha sido de verdad una revolución, porque esta no fue ni una revolución de pacotilla ni una revolución de mentirillas, fue una revolución profunda, había empezado a caer en ciertos estados de estancamiento, en ciertos estados de declive, incluso […]; pero, afortunadamente, se habían creado tantas virtudes en el seno de nuestro pueblo que eso no era posible, y se percibe en relativamente poco tiempo, por la reacción del pueblo (Castro, 2021 [1988], p. 88).
 
Debemos recordar que, como parte del que previamente había denominado “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” (iniciado en 1986), en esos momentos Fidel estaba librando una guerra sin cuartel contra la burocracia, contra el “copismo”, contra los teóricos de la construcción de un “socialismo” tecnocrático que rechazaban pragmáticamente toda inversión en el sector cultural y no confiaban en el ser humano.
 
Por consiguiente, en ese Congreso de la UNEAC, Fidel levantó la bandera de la cultura y de la espiritualidad como un factor cardinal en el empeño por ofrecer una vida superior a la población y definió:
 
Nivel de vida no es solamente toneladas de cosas materiales, hacen falta muchas toneladas de cosas espirituales. Nivel de vida es educación, nivel de vida es la seguridad, sentirse seguros [...]/ Hay montones de servicios que son niveles de vida; un buen programa de televisión, una buena película; pero, sobre todo, las actividades artísticas y culturales se pueden convertir en una de las más altas expresiones del nivel de vida (Castro, 2021 [1988], p. 100).
 
Y enseguida agregó: “un museo es nivel de vida, una galería de arte es nivel de vida, ¡y ojalá que los diez millones de habitantes de este país puedan disfrutar con placer de esos niveles de vida, que puedan disfrutar de esa riqueza!” (Castro, 2021 [1988], p. 100).

IV
 

Fidel Castro conversa con el Poeta Nacional, Nicolás Guillén,
18 de julio de 1989. Foto: Periódico Granma / Sitio Fidel Soldado de las Ideas

Sin abandonar los conceptos antes referidos, diez años más tarde, en su discurso de clausura del Sexto Congreso de la UNEAC, Fidel concentró su atención en el que calificó como el tema “más importante entre muchos temas importantísimos” que se habían debatido en ese evento: “el relacionado con la globalización y la cultura”. Al respecto, indicó que la denominada “globalización neoliberal” era “la más grande amenaza a la cultura, no solo a la nuestra, sino a la del mundo” (Castro, 2021 [1998], p. 127).
 
En ese contexto afirmó la necesidad de defender nuestras tradiciones, nuestro patrimonio, nuestra creación, ante el “más poderoso instrumento de dominación del imperialismo”. Y concluyó: “aquí todo se juega: identidad nacional, patria, justicia social, Revolución, todo se juega. Esas son las batallas que tenemos que librar ahora” (Castro, 2021 [1998], p. 144).
 
A la luz de esta severa advertencia (“aquí todo se juega”) es que podemos comprender más cabalmente la envergadura del ya referido concepto de Fidel: lo primero que tenemos que salvar es la cultura.
 
Además de lo ya dicho, ese apotegma también pone de manifiesto el por qué Fidel compartió con los intelectuales y artistas agrupados en la UNEAC las ideas básicas de la que, pocos días después, el 11 de diciembre de 1998 explayó en su discurso en la clausura del Séptimo Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
 
Fue en ese evento que él inició la que denominó “Batalla de Ideas” (Castro, 1998). Esta incluyó el combate a las conductas marginales, al racismo, a la filosofía del “pícaro”; pero tuvo como uno de sus ejes centrales la difusión de la cultura.
 
De ahí el impulso que, como parte de esa “batalla”, Fidel le dio a la formación a escala masiva de instructores de arte, a extender la apreciación artística (en escuelas, comunidades y programas televisivos), a la creación de talleres de ballet para las niñas y los niños de los barrios humildes, a la multiplicación de editoriales en todo el país y a muchas otras iniciativas de difusión, lo más amplia posible, de la cultura, así como a ensanchar la capacidad de nuestro pueblo para apreciarla.
 
En mi concepto, ese ser humano culto y libre que está en el centro de la utopía martiana y fidelista debe estar preparado para entender cabalmente el entorno nacional e internacional, así como para descifrar y sortear las trampas de la maquinaria de dominación cultural que siguen desplegando las principales potencias imperialistas del mundo y, en especial, los Estados Unidos.
 
Sin embargo, se puede afirmar que Fidel rechazaba visceralmente cualquier tipo de elitismo en el campo de la cultura.  
 
Estaba convencido de que podía formarse un receptor masivo capaz de comprender y disfrutar toda manifestación del arte y de la literatura por compleja que fuese. De ahí que la democratización del acceso a la cultura fue (y sigue siendo) uno de los principios de la política educacional y cultural de la Revolución cubana.
 
Al mismo tiempo, esta se fundamentó (y fundamenta) en otro principio: la búsqueda de la masividad en la cultura no puede acompañarse de concesiones en términos cualitativos. Por consiguiente, Fidel desechó tanto las fórmulas (plagadas de estereotipos y didactismo) del llamado “realismo socialista”, como aquellas propias de la “cultura de masas” que propaga en todo el mundo la llamada “industria del entretenimiento” facturada en Estados Unidos.
 
Al respecto, me parece conveniente recordar que el programa Universidad para todos que transmite la Televisión Educativa de nuestro país, fue promovido personalmente por Fidel y ese programa se inició con el taller de técnicas narrativas impartido por el destacado escritor cubano e integrante de la dirección de la UNEAC, Eduardo Heras León, quien, previamente, lo había ofrecido a un grupo mínimo de jóvenes previamente seleccionados.
 
De manera que, algo concebido para formar “vanguardias” en el campo de la creación literaria, repentinamente fue colocado en un medio de difusión masiva y funcionó como un importante instrumento de promoción de la lectura en nuestro país.

VI
 

Alicia Alonso recibe la Orden "José Martí", la más alta distinción que
otorga el Consejo de Estado de Cuba.21 de diciembre de 2000
Foto: Periódico Granma / Sitio Fidel Soldado de las Ideas

A modo de conclusión me parece conveniente afirmar que todo lo dicho en las páginas anteriores nos ayuda a entender mejor el estremecedor discurso que pronunció Fidel el 17 de noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
 
Por ejemplo, en este Fidel se preguntó y le preguntó a los jóvenes y estudiantes asistentes a ese acto cómo una persona ignorante, analfabeta, “puede saber que el Fondo Monetario Internacional es bueno o malo, […] y que el mundo está siendo sometido y saqueado incesantemente por […] ese sistema”. Y se respondió: “Sencillamente, no lo sabe, no puede saberlo” (Castro, 2005).
 
Y fue más lejos en su análisis de la maquinaria de dominación cultural ejercida por las grandes potencias imperialistas cuando indicó: “gastan un millón [de dólares] en publicidad cada año [para] crear reflejos condicionados [...] La mentira afecta el conocimiento; pero el reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar” (Castro, 2005). Acto seguido, añadió:
 
Es agobiante la reiteración para venderle a la gente una marca de cualquier producto, y, a la larga, el consumidor compra sencillamente porque se lo dijeron cien veces, se lo asociaron a una imagen bonita y le fueron sembrando, tallando el cerebro. Ellos que hablan tanto de lavado de cerebro, ellos lo tallan, le dan una forma, le quitan al ser humano la capacidad de pensar; y si todavía le fueran a quitar la capacidad de pensar a alguien que se gradúa en una universidad y puede leer un libro sería menos grave.
 
¿Qué puede leer el analfabeto? ¿Cómo se entera de que lo están engatusando? ¿Cómo se entera de que la mentira más grande del mundo es decir que eso es democracia, el sistema podrido que impera ahí y en la mayor parte, por no decir casi todos los países que copiaron ese sistema? Es terrible el daño que hacen (Castro, 2005).
 
No tengo que decir que hoy, poco más de tres lustros después, esa agudísima observación de Fidel adquiere mucho peso mediante el uso de las redes sociales en las campañas de subversión contra los gobiernos de diferentes países del mundo.
 
Por eso él también señaló: “Dicen que ‘el socialismo es malo’, y, por reflejo, todos los ignorantes y todos los pobres y todos los explotados repiten: ‘El socialismo es malo’. ‘El comunismo es malo’. El Imperio dice ‘Cuba es mala’ y vienen todos los explotados de este mundo, todos los analfabetos y todos los que no reciben atención médica, ni educación, ni tienen garantizado empleo, no tienen garantizado nada y repiten que ‘La Revolución cubana es mala’” (Castro, 2005).
 
De modo que Fidel denunció como la suma diabólica de la ignorancia y la manipulación, engendra una criatura patética: el pobre de derecha, ese infeliz que opina y vota y apoya a sus explotadores, a millonarios demagogos, a fascistas, a quienes lo utilizan vilmente y lo desprecian.
 
Por consiguiente, él reiteró que soñaba la Cuba del futuro, no como “una sociedad de consumo”, sino como “una sociedad de conocimientos, de cultura, del más extraordinario desarrollo humano que pueda concebirse. Una sociedad con una excepcional plenitud de libertad” (Castro, 2005).
 
Sin cultura, repitió Fidel una y otra vez, no hay libertad posible.  
 
Los revolucionarios de cualquier parte del mundo, según él, están obligados a estudiar, a leer, a informarse, a nutrir día a día su pensamiento crítico. Esa formación cultural, junto a los imprescindibles valores éticos, les permitirán emanciparse definitivamente en un mundo donde predomina la esclavización de las mentes y de las conciencias.
 
De ahí que, entre los enunciados del concepto de Revolución que había sintetizado en el discurso que pronunció el 1º de mayo del 2000 (Castro, 2000) y que ahora inspira la Conceptualización del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista (actualizado y refrendado por el recientemente realizado Octavo Congreso del Partido Comunista de Cuba),  nuevamente se haya incluido el llamado de Fidel a “emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos” (PCC, 2021, p. 8).
 
Para lograrlo, la cultura es y será el instrumento principal de ese proceso de autoaprendizaje y de autoemancipación dirigido a desafiar las que Fidel calificó en su concepto de Revolución antes referido como “poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional”.
 

Descargue en PDF el libro: El pensamiento del Che y el legado de Fidel sobre la transición socialista

Fidel Castro junto a Sindo Garay, reconocido músico cubano y un ícono
de nuestra trova tradicional, en ocasión de una visita a la Universidad Popular,
9 de abril de 1961. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas
Fidel Castro junto a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en el homenaje brindado
por el Ministerio de Cultura en la Casa de las Américas a estos dos trovadores,
11 de mayo de 1984. Foto: Estudios Revolución / Sitio Fidel Soldado de las Ideas
Fidel Castro recorre junto a Abel Prieto las áreas de la Escuela de Artes Plásticas
de Manzanillo, 28 de marzo de 2002.
Foto: Estudios Revolución / Sitio Fidel Soldado de las Ideas