Cinco Palmas, la profecía inquebrantable
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Mucho de simbolismo y de arrojo se respira aún en ese paraje intricado de nuestra geografía que fuera testigo del reencuentro épico entre dos hermanos de sangre e ideas que, en la noche del 18 de diciembre de 1956, avivaron con un abrazo entrañable y un vaticinio profético, el compromiso de una generación rebelde dispuesta a cumplir el anhelo postergado de un pueblo oprimido.
Eran Fidel y Raúl en Cinco Palmas, unidos otra vez –con apenas seis combatientes– tras el desembarco accidentado de los 82 expedicionarios del yate Granma por Los Cayuelos, y el posterior revés de Alegría de Pío, que ocasionó la dispersión de la incipiente tropa en 28 grupos; azotados durante varias jornadas por la sed, el hambre, la retadora geografía y la metralla de la aviación enemiga.
Allí, donde anidó la esperanza que impulsó el paso firme hacia el porvenir soñado, se produjo un diálogo que, 65 años después, aún estremece.
– ¿Cuántos fusiles traes?– preguntó Fidel a Raúl.
–Cinco.
–¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!
De aquella profecía emergió una convicción irrevocable de resistencia que puso en el horizonte inmediato de los ocho combatientes, la fe inquebrantable en la victoria, que llegó con la luz del 1ro. de enero de 1959. Bajo esa premisa los cubanos hemos defendido la obra de la Revolución, que es defender nuestra dignidad, nuestros principios, nuestros derechos, nuestros hogares y nuestras familias.
El imperio lo sabe y por eso no nos perdona la irreverencia de mantener por más de seis décadas una sociedad socialista que, aún perfectible, no precisa de injerencias ni de sórdidas campañas de manipulación para encauzar sus cambios. Ante esos desafíos que nos impone la guerra no convencional de Estados Unidos, nos toca honrar la enseñanza permanente de Cinco Palmas: resistir y vencer.