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Fidel innovador

Foto: Obra de Rancaño.
Foto: Obra de Rancaño.

Date: 

26/11/2021

Source: 

Periódico Granma

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De todas las estructuras de la Revolución cubana (políticas, organizacionales) ninguna tan extraña como los CDR. Uno puede encontrar identidad absoluta, a la hora de establecer comparaciones, por ejemplo, entre el Partido Comunista de Cuba y aquellos que existían en el resto de los países que integraron el hoy desaparecido “bloque socialista”. Cualquiera de ellos, por encima de particularidades y diferencias, se define a sí mismo sobre la base de los siguientes postulados básicos:
 
1) Es considerado una agrupación de vanguardia,
 
2) que reúne a los elementos más conscientes de la población
 
3) en especial de la clase obrera,
 
4) por ser esta la que lidera la lucha
 
5) contra el enemigo imperialista
 
6) para la toma del poder político
 
7) y la realización efectiva de la “revolución”.
 
8) el carácter de vanguardia de la organización proviene
 
9) de su asunción de la ideología más progresista y emancipadora para los trabajadores, las clases populares y, en general toda la sociedad.
 
10) de esta manera, el derrocamiento del viejo poder es apenas del inicio de la tarea verdadera
 
11) que es la creación e instauración de una nueva forma de Estado
 
12) basada en la abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción.
 
Estos esenciales mínimos son compartidos entre los viejos partidos comunistas de la antigua Europa del Este, así como los modelos chino, vietnamita y coreano. Al menos, en sus inicios e incluso hoy –cuando numerosas fórmulas de economía de mercado y privatización han sido introducidas en estos países (los dos primeros), las luchas por la igualdad en estado “puro” sigue siendo una suerte de referente utópico de la voluntad estatal para alcanzar un mundo mejor para todos.
 
Otra organización, esta de alcance mucho mayor (como es la Federación de Mujeres Cubanas) muestra semejanzas –aunque sean parciales- con las organizaciones de mujeres que, desde 1959 y hasta hoy, existían o existen en diversas partes del mundo para la defensa (en un sentido muy amplio) de las luchas de las mujeres. Batallas como las libradas para garantizar a la mujer oportunidades de empleo, derecho al aborto, libertad para vestir las formas de determinada moda, la superación de obligaciones culturales como la celebración las “fiestas de quince” o el enfrentamiento a la violencia de género, son prácticas compartidas con organizaciones de para la lucha por los derechos de la mujer en otras partes del mundo.
 
Espacios como los del tejido ministerial de un país, en el cual son divididos en parcelas de especialización son igual semejantes a los de cualquiera otro país; los nuestros, de hecho, lo son tanto que incluso hubieron de ser “normalizados” para conseguir (en los distantes 70) una paridad estructural que favoreciera el más pleno entendimiento posible entre las direcciones soviética (por extensión, de los países socialistas) y cubana. Organizaciones como los Sindicatos, la Unión de Jóvenes Comunistas, la Federación de Estudiantes Universitarios, la Organización de Pioneros “José Martí”, la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media tienen –nuevamente con las particularidades de rigor en cada caso- numerosos pares o propuestas asemejadas a lo largo del mundo. Y lo mismo puede ser dicho de los aparatos judiciales, militares, policiales, de la seguridad nacional, etc.  
 
En esta manera de mirar, las diferencias se tornan (y van develando como) rasgos de identidad, en tanto más radical es la distancia del resto de los modelos con los que se les pudiera comparar; esta dificultad para balancear los modelos lo mismo puede tener lugar en el espacio (es decir, en la sincronía) que en el tiempo (es decir, en la diacronía). Lo último, posibilita hacer análisis genealógicos y establecer linajes de lo que ha existido o no en el pasado, así como localizar, marcar, señalar los puntos de ruptura; es aquí, en estas fracturas y lugares de quiebre donde, en atención al potencial de las propuestas, podemos hablar entonces de innovación.
 
A este propósito, ¿en qué sentido es innovadora la Revolución cubana y lo fue (o es) el pensamiento de su líder, Fidel Castro? ¿Qué inventó? ¿Por cuáles razones y qué potencial de futuro contiene aquello que haya podido crear? Creo que son, básicamente, dos los aportes de Fidel a esa ciencia/práctica mayor que es el diseño y organización de sociedades. El primero de ellos, a mi entender, es el hecho de haber propuesto colocar el Parlamento (la Asamblea Nacional del Poder Popular) “en la calle”. Esta fórmula, imitación del viejo ideal griego del ágora, del espacio público donde el ciudadano era convocado a realizar su acción política, subyace en la idea de que el punto más alto en la práctica cotidiana del representante popular (el delegado, en el nivel barrial) sea el encuentro con aquellos a quienes representa, pero en el espacio de la calle. Este encuentro, préstese atención a los términos, no se formula como “encuentro con los vecinos” (cosa que bien pudiera ser, pues se trata de un proceso de barrio), sino con “los electores”, cosa que anuncia la íntima conexión del hecho con el ámbito de las leyes.
 
Claro que sabemos, más allá del mencionado anuncia, todo lo que el Poder Popular no es, sus limitaciones, errores y fracasos, los numerosos aspectos en el proceso electoral mismo que podrán ser corregido/mejorados; sin embargo, una estructura es tanto su existencia concreta como (partiendo del hecho mismo de que es y está) las infinitas posibilidades que nos ofrece para corregirla. Dicho de otro modo, el objeto pide y reclama su propia corrección; la lógica de su devenir en el tiempo es comenzar a envejecer desde el momento mismo en el cual empieza a operar, a interaccionar con lo que le rodea. Por este camino, la segunda creación que necesita ser resaltada, ésta todavía más radical, son los humildes, decaídos y no pocas veces olvidados Comités de Defensa de la Revolución, organización que empieza a sacudir la poca agilidad de años en los que se le vió –a pesar de sus potencialidades enormes- languidecer en silencio.  
 
Conocemos la anécdota, según la cual, en ocasión del acto de masas celebrado en la ciudad de la Habana el 28 de septiembre de 1960 (para recibir a Fidel luego de su intervención en la Asamblea General de la ONU el día 26 de septiembre, par de días antes), mientras Fidel hablaba se escuchó entre la multitud el sonido de un petardo. Este formidable discurso, estaba poniendo en escena tres núcleos articuladores: el enfrentamiento radical al monopolio (como práctica y concepto); la praxis sacrificial de aquellos cubanos que en los Estados Unidos apoyaban a la Revolución cubana; la diferencia, unidad y condición intrínsecamente revolucionaria de aquellos a los que –desde ya- define como oprimidos: obreros blancos pobres, negros, indígenas, latinos, etc., en el corazón de los Estados Unidos; el descubrimiento de un nuevo acceso a la identidad cuando se le lee desde dentro de los Estados Unidos. Pero es cuando habla de los negros estadounidenses que estalla el artefacto. Vale la pena reproducir el fragmento exacto:
 
“Nosotros vimos vergüenza, nosotros vimos honor, nosotros vimos hospitalidad, nosotros vimos caballerosidad, nosotros vimos decencia en los negros humildes de Harlem” (APLAUSOS) (Se oye explotar un petardo)”
 
Es un momento crucial porque el estallido burla, desafía y amenaza la voluntad soberana de la asamblea popular; además de ello, la casualidad hace que el sonido del petardo se escuche justo en el instante en el cual el líder refiere –comentando el viaje a la nación norteña- a la cuestión del racismo, uno de los asuntos neurálgicos para la conciencia nacional de la época. La experiencia asamblearia en el espacio público –no como un hecho episódico o puntual, sino instalada como una práctica continuada- es otro de los procedimientos políticos de la Revolución cubana que llevan la marca de su líder; un procedimiento que, si bien fue utilizado –una que otra vez por políticos anteriores- alcanza tal grado de continuidad en los años iniciales de la Revolución que termina por ser una de sus marcas más reconocibles. Es aquí donde la explosión del pequeño artefacto, que absorbe y representa las contradicciones del momento, concentra: la proyección transformadora de las fuerzas alineadas junto a la Revolución, todavía en sus momentos iniciales; aquellas correspondientes a los enemigos, en escala diversa, de los enemigos del gobierno revolucionario y sus seguidores; y el entretejido de fuerzas que, encabezadas por el gobierno de los Estados Unidos, constituían ya un sólido e importante conjunto de negadores y enemigos de la Revolución cubana. De este modo, la lógica de respuesta –que entonces dio ánimo a la reacción de Fidel- condujo a una interpretación del hecho que terminaría por cambiar la cultura política, las dinámicas barriales y, en general, las conductas de sociabilidad en forma radical a lo largo de todo el país y hasta nuestro presente. Fidel propone, en ese mismo instante, la creación de una organización nueva en la cual:
 
“Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva, ¡vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva! (APLAUSOS) Y vamos a ver cómo se pueden mover aquí los lacayos del imperialismo porque, en definitiva, nosotros vivimos en toda la ciudad…”
 
En el anuncio, todo el potencial movilizativo y actuante de la asamblea es enviado, distribuido y replicado en el corazón mismo de los barrios y los lugares de vida de cada ciudadano. Lo novedad absoluta de la propuesta (de algo que es, en rigor, una estructura de vida política) es combinada en el discurso con la novedad de la vida, verdadero puerto de destino de la Revolución; esta, apelando a un conocido clamor bíblico, es vita nuova, convocatoria a la refundación plena del individuo y a su re-nacimiento mediante la modificación de sus relaciones con lo trascendente, los demás, las instituciones y el sí mismo. La idea de re-nacimiento significa la alteración de toda línea supuestamente “normal” para un territorio y su población, cosa que –sumado al hecho de que se ha arribado al estado presente luego de una “lucha”- condiciona la visión de Fidel según la cual las personas se encontrarían dentro de un presente que “libera” al pueblo cubano “de las tristezas y de las vergüenzas del pasado”. La propuesta invita a cambiar la realidad con el conocimiento y convicción de que el tipo de transformación social que el país, en opinión de su figura líder, demandaba implicaba el emprendimiento de un camino, un recorrido unificado hacia el instante (colocado en el futuro) en el cual se podría afirmar que el estado de padecimiento había sido vencido, superado; es por esto que el discurso del 8 de enero de 1959 avizora el porvenir en los siguientes términos: “(n)o nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.” En esta línea de tiempo, incrustada en la proposición, en voz de Fidel: “el Primero de enero no finalizaba la Revolución, sino que empezaba”. Ese tiempo futuro opera como un atractor, una suerte de inmenso escenario donde las fuerzas (de la transformación revolucionaria) están ya en movimiento a la espera de quien las opere; por tal motivo Fidel expresa que “… el futuro está lleno de sitios; en el futuro hay un lugar para cada uno de nosotros.” Como mismo la apelación implícita en el instante exacto de la invención de los CDR es de vigilancia y control, el final del discurso llama al alineamiento militante y militar al lado de la Revolución:
 
“¡Cada uno de nosotros somos soldados de la patria, no nos pertenecemos a nosotros mismos, pertenecemos a la patria! (APLAUSOS) ¡No importa, no importa que cualquiera de nosotros caiga, lo que importa es que esa bandera se mantenga en alto, que la idea siga adelante, ¡que la patria viva!”
 
Dos semanas más tarde, el 10 de Octubre de 1960, durante el discurso pronunciado por Fidel en el acto clausura del Primer Congreso Nacional de los Consejos Municipales de Educación, efectuado en el Salón Teatro del Palacio de los Trabajadores, lo que el 28 de septiembre (y al calor del significado simbólico concentrado en el petardo que entonces explotó durante el discurso de Fidel) apenas había sido una propuesta, pasados escasos días recibe nuevo impulso. En esta ocasión, el líder se refiere a una nueva agresión (“… ayer mismo, en dos cines de la capital, pusieron dos petardos y hoy, en la madrugada, pusieron una bomba en una de las tuberías maestras de la capital.”) y avizora que la respuesta habrá de estar en lo que identifica como “la organización civil del pueblo” y que define según sigue:
 
“porque estamos organizando militarmente al pueblo en las milicias, en los batallones de combate, bien, hay que organizar civilmente al pueblo, en los comités de vigilancia colectiva, o en los Comités de Defensa de la Revolución (APLAUSOS). Es decir, la defensa civil de la Revolución, ¡la defensa civil de la Revolución! para vigilar a los contrarrevolucionarios, para reprimir sus actividades y para estar preparados en caso de lucha, cumplir la misión que corresponde a esos comités que deben estar organizados manzana por manzana, barrio por barrio, ciudad por ciudad, y campo por campo, no solo milicias, es decir que hay que ir trabajando en la elaboración de los reglamentos para la formación y la organización de los Comités de Defensa de la Revolución para que todo el pueblo participe en esta su batalla por su liberación y por su triunfo.”
 
¿Qué significa “organizar civilmente” a un pueblo? ¿Acaso un desafío y meta de dirección cuya única traducción a hechos palpables lo constituyen acciones de carácter militar?  Meses más tarde, el 28 de agosto de 1961, en las conclusiones de la Primera Reunión Nacional de Producción, Fidel relata la anécdota de un anónimo vecino que, estando de guardia por la noche en su “Comité de Vigilancia”, ve llegar, a la misma cuadra y a diferentes horas, tres camiones repartidores de leche y dejar litros en la puerta de varias casas. El hecho, ocurrido cuando todavía este servicio era contratado de forma individual y no derecho a recibir el producto de forma extendida, en todo el país y hasta determinada edad, sirve al líder para dirigir la atención y fustigar lo que llama “la anarquía capitalista”. Hablando cuando sólo ha transcurrido poco más de año y medio luego del triunfo de la Revolución, la incomodidad del orador se explica por la contradicción que percibe entre la situación de contexto (las condiciones de desigualdad e injusticia que han hecho necesaria la propia Revolución) y despilfarro de recursos que, en un país pobre, demandan en primerísimo lugar aquellos históricamente más desposeídos. Enfrentar esta variedad de anarquía se convierte, para el innominado ciudadano que da pie al relato, en “pensar y analizar” más allá de la lógica comercial de la competencia entre proveedores, en función del ahorro y en beneficio del bien común; semejante proposición, por parte de un compañero que “sin ser economista, ni filósofo, ni sociólogo” se niega a la pasividad del testigo, escribe una carta narrando lo que estima un error que debe ser reparado y así se convierte él mismo (sin siquiera pensarlo) en portador del nuevo mundo cultural que la Revolución ofrece, es ejemplo de lo que debemos entender por un pueblo organizado civilmente.
 
La respuesta se torna más estructurada y compleja en el discurso del 28 de septiembre de 1961, en la Primera Gran Asamblea de los Comités de Defensa de la Revolución, celebrada en la Plaza de la Revolución “José Martí”. A un año exacto de haber sido creada la organización, la manera de hablar Fidel deja entrever el tipo de curiosidad que se experimenta ante lo radicalmente nuevo: “(e)l movimiento de los Comités de Defensa de la Revolución es verdaderamente interesante, y nos enseña algo acerca de las raíces de la Revolución.” La intervención presenta un relato finamente estructurado en el cual entran en colisión: el carácter popular de la Revolución triunfante (“la Revolución en el poder era el gobierno de las grandes masas del país”; las fuerzas que, de manera activa, se oponen al nuevo mundo preconizado por la Revolución (“la minoría explotadora que quería regresar al poder”); “el apoyo total de las fuerzas del imperialismo”, recibido por la minoría organizada para la recuperación de su antiguo lugar en la sociedad y el nuevo tipo de fuerzas armadas que (en paralelo al de los combatientes que lucharon contra el ejército batistiano) surge cuando la defensa del nuevo poder se convierte en un asunto popular-nacional y el sostenimiento de la Revolución –dada la amenaza de invasión extranjera y apoyo foráneo a la violencia armada de la reacción- deriva hacia la preservación de la soberanía. Este nuevo tipo de fuerzas armadas son las Milicias Nacionales Revolucionarias, al cual se llega, en voz de Fidel: “sencillamente, armando las masas, armando el pueblo.” Semejante paso hace que sea Cuba:
 
 “… el primer país de este continente donde las masas organizadas se armaban; Cuba era el primer país del continente que, con un programa revolucionario, armaba a sus obreros y a sus campesinos, es decir, a las masas explotadas de ayer, para que defendieran sus derechos frente a la minoría explotadora que, apoyada en el imperialismo, pretendía regresar al poder.”
 
En este punto, el lugar de los CDR dentro de la estructura de seguridad nacional en el país es definitivamente precisada cuando se les define el complemento imprescindible de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en el enfrentamiento a “terroristas contrarrevolucionarios”, “saboteadores” y “agentes del imperialismo que trataban de obstruccionar la producción, de sabotear nuestras industrias, de sembrar el terror en el pueblo.” La organización que acompaña a las Fuerzas Armadas Revolucionarias son los Comités de Defensa de la Revolución: “… la organización en la retaguardia, retaguardia que a veces se convierte también en primera línea de la lucha, para luchar contra la quinta columna, para luchar contra los saboteadores y los terroristas, para luchar contra los agentes del imperialismo.” Poco0 más adelante, en un sorprendente apunte, Fidel continúa perfilando la identidad de la nueva estructura del siguiente modo: “… es la organización que complementa a todas las demás organizaciones de la Revolución. Es la organización que le permite trabajar a aquellos ciudadanos que no pueden trabajar en ninguna otra organización de la Revolución.” Todavía más adelante, pese a que la misión fundamental de los CDR es aquella que compete, desde el punto de vista de la seguridad nacional, a la defensa de la Revolución desde “la retaguardia” (o sea, privilegiando nuevamente la condición militar), es ahora la Revolución quien amplifica su alcance hasta una virtual infinitud: “… la Revolución es eso:  la gran congregación, la gran unión, la gran hermandad entre todas las personas útiles, honradas y dignas del pueblo.”
 
¿Qué lenguaje es este? ¿Qué tiene que ver el seco mensaje de los órdenes y las estructuras con ideas de congregación, unión y hermandad entre personas dignas y honradas? ¿De qué modo se vive cuando (y donde) se produce esta gran hermandad? ¿A qué se refiere Fidel cuando dice, a los asistentes al acto, “… ustedes están llamados a desempeñar distintas tareas necesarias e imprescindibles a la Revolución”? ¿Qué otras tareas, además de las de vigilancia y defensa? La primera tarea que el líder agrega a las anteriores es la de realización de proselitismo político a nivel barrial y de cuadra; aquí, dentro de una lógica propia de situaciones de guerra, el destinatario inicial de los esfuerzos son personas con claros posicionamientos contrarios a los cambios aparejados a la Revolución. Esto, a su vez, deja las puertas abiertas para que la organización asuma y se apropie –en forma organizada- de las tareas de captación, convencimiento, discusión y proselitismo revolucionario en barrios, comunidades, cuadras; de esta manera, al mismo tiempo que un complemento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, un complemento de las que entonces eran las organizaciones políticas de la Revolución.   
 
Junto a todo lo anterior, un mes más tarde, durante la clausura de la Plenaria Nacional de los Consejos Voluntarios del INDER (Instituto Nacional de Deportes y Recreación), el 19 de noviembre de 1961, la concepción original de los Comités de Defensa de la Revolución suma posibilidades nuevas; en esta ocasión, ante la necesidad de albergar a miles de delegados (que habrían tenido que ir a hoteles o casas de huéspedes), y en un clima de entusiasmo compartido -donde “las organizaciones se ayudan unas a otras”- las autoridades solicitan la ayuda de los Comités de Defensa de la Revolución y estos, destaca Fidel, “se han encargado de albergar en sus casas a los delegados de los  consejos del INDER.” Así, a las alturas del 28 de septiembre de 1962 –en el discurso pronunciado en el acto por el segundo aniversario de la creación de los Comités de Defensa de la Revolución- le es posible afirmar a Fidel que estos se han convertido en “una institución nueva, en un aporte de la Revolución Cubana a la experiencia cada vez más rica de la humanidad.”  Para este momento, el planteo fundacional con el cual nace la organización se ha modificado (“rebasaron el marco de las funciones que en un momento dado inspiraron su creación”, expresa Fidel), ya que –además de las acciones de vigilancia y captación política que antes vimos- “han resultado ser instrumentos también de otra serie de actividades sociales” y así lo explica en el siguiente fragmento del discurso:
 
“… han realizado tareas en el campo de la educación; los Comités de Defensa han realizado tareas en el campo de la salud pública; los Comités de Defensa han realizado censos de viviendas; los Comités de Defensa han organizado el abastecimiento. Y así, se ha descubierto la virtud de esta organización para realizar una serie de trabajos administrativos, económicos, y, en fin, para realizar un esfuerzo creador que se va más allá de sus objetivos iniciales.”
 
Dos años más tarde, el mero hecho de que el IV aniversario de la creación de los Comités de Defensa de la Revolución sea celebrado, el 28 de septiembre de 1964, de manera conjunta con el centenario de la Primera Internacional, es señal clara de que una radicalización política profunda ha tenido lugar. Es por ello que el primer párrafo del discurso plantea la existencia de un tránsito entre lo que llama el “entusiasmo inicial” y un “entusiasmo consciente” que lo sustituye en la medida que el tiempo pasa y la “madurez de las masas” se hace más fuerte. Dicho tránsito resulta equivalente al paso desde la “fe en la Revolución” (propia de los momentos iniciales del proceso) hasta la “comprensión de la Revolución”; este segundo, manifestación de una conciencia liberada.  
 
Finalmente, es en los comienzos de la intervención de Fidel en el acto por el VII aniversario de la creación de los CDR, el día 28 de septiembre de 1967, que la visión (y propuesta) sobre la organización demuestra tal profundidad que nos vemos instalados en los preliminares de un mundo realmente nuevo; ahora se trata de algo mucho más extendido que una cuestión de guerra y aparecen (junto con las tareas de control, vigilancia y resistencia) e incluso que la numerosa cantidad de asignaciones que hemos visto como tareas cumplidas por los CDR. De hecho, las posibilidades de la organización son tales que la situación solo tiene sentido si la vida misma de la nación, la vida entera, es re-fundada sobre bases de solidaridad, entrega, conciencia crítica, claridad ideológica y amor; es decir, todo cuanto sea imaginado o hecho dentro de la organización debe ser entendido como una acción, procedimiento y herramienta para transformar la entidad que surge cuando se funden la historia-presente de la nación, las imágenes de futuro y la vida personal. Hacia semejante tipo de organización es que apunta el siguiente párrafo, tomado de los momentos iniciales de la intervención:
 
“…  se han ido ampliando cada vez más, al extremo de que hoy abarca una gran cantidad de actividades de todo tipo. Y no solo tienen los Comités de Defensa sus tareas específicas, sino que también, cuando hace falta realizar cualquier tarea nueva, cuando hace falta hacer cualquier esfuerzo en cualquier sentido y no hay quien de inmediato pueda encargarse de esa tarea, la solución inmediata es esta: llamar a los Comités de Defensa de la Revolución, en la seguridad de que sabrán cumplirla.”
 
La clave de lectura para todo lo dicho hasta aquí se encuentra un poco más adelante en el discurso cuando, en un razonamiento desafiante, Fidel reflexiona acerca de por qué (recuérdese que el discurso es pronunciado en el año 1967) no existe en el país “una genuina constitución socialista”. En lugar de ello, el líder (se) responde que, en verdad, se trata de “la vieja Constitución burguesa sobre cuyo esqueleto la Revolución ha establecido un sinnúmero de remiendos.” La conjunción entre lo existente y lo posible obliga a preguntar sobre el hecho de que -todavía luego de haber pasado ocho años del triunfo revolucionario, en 1959- la vida del país continúa siendo regida por una constitución. En este punto, el discurso responde:
 
“Nuestra Revolución no quiso, por ejemplo, comenzar haciendo una creación abstracta y mediante esa creación abstracta establecer una rimbombante llamada constitución socialista.  ¡Y cuánto nos alegramos, cuánto nos alegramos!
 
A la luz de la actual experiencia, y mirando hacia atrás en la insondable oscuridad de nuestras pasadas ignorancias, comprendemos con absoluta claridad cuántos errores de concepción, cuántas cosas ininteligibles y cuántos disparates irreales, abstracciones a mil leguas de las realidades habría implicado semejante constitución.”
 
Pese a no emplear la palabra “cultura” la cita anterior permite comprender que es la ausencia de una cultura (que opere como el respaldo necesario para que lo que se legisla se torne saber internalizado) lo que justifica la hibridez entre el cuerpo legal del pasado y los aportes del presente revolucionario; dicho de otro modo, no hay esa constitución nueva porque lo nuevo tiene que ser la cultura y la manera en la que los sujetos son cambiados por ella. En este mundo, donde, es señalado en el discurso, “la realidad precede a la elaboración o la explicación abstracta de las realidades”, la frase es entonces dirigida al análisis y explicación de las lógicas subyacentes a la creación, desarrollo y potencialidades de los CDR; esa institución que nunca antes estuvo en libro alguno de “teorías revolucionarias”, “programa”, “manifiesto” o “pronunciamiento.” Estas lógicas son las que fundamentan el siguiente momento donde el discurso se refiere al rol que los CDR juegan como enlace “entre las masas y las instituciones de poder revolucionario.” De esta forma, en tanto más verdadero es el proceso, más oportunidades hay para generar el fermento de una vida donde la sociedad es orientada “hacia las formas nuevas de desarrollo social, hacia las formas nuevas de instituciones sociales, hacia mecanismos nuevos de enlace entre masa e instituciones de poder, hacia el desarrollo de formas genuinamente nuevas, eficientes, de democracia…”
 
¿Qué es y hasta dónde abarca esta organización posible, creada y alimentada en el interior de la Revolución cubana? ¿Qué desafíos nos presenta, hoy, la pervivencia de esta organización? ¿Cuáles posibilidades contiene la diversidad de flujos que confluyen en ella, hacia ella, desde ella? ¿Qué tiene todo esto que ver con la promesa de mundo radicalmente nuevo que trae consigo la Revolución socialista en un país del circuito del subdesarrollo y recién extraído de las obligaciones y subordinaciones de una fuerte dependencia neocolonial? ¿Qué es todo lo que no hemos, todavía, entendido o hecho con los CDR? ¿Qué desaprovechamos? Voy a terminar con un momento, sumamente desafiante, del discurso pronunciado por Fidel Castro en la concentración por el X Aniversario de los CDR, el día 28 de septiembre de 1970:
 
“… en un futuro el contenido de la actividad de esta organización de masas, los Comités de Defensa, se irá transformando en la medida en que su tarea no solo sea como hoy: vigilar, participar en tal campaña de tal tipo, recoger materias primas y participar en una batalla de masas, sino también en todos estos fenómenos que tienen que ver con la producción de los bienes y servicios esenciales para el pueblo.”
 
¿De qué modo (nos) explicamos el funcionamiento de una organización con semejante grado de elasticidad en su quehacer? El discurso del VII aniversario, pronunciado el 28 de septiembre de 1967, nos dice que se trata de una organización que tiene “tareas específicas”, asume “tareas nuevas” e incluso abarca esfuerzos “en cualquier sentido” cuando de inmediato no aparece quien pueda encargarse de la tarea. Las dos primeras características serían lógicas para cualquier integración en sistema, en tanto la tercera comunica un grado de urgencia y emergencia temporal que hacen de los CDR una estructura única, completamente excepcional, en lo que toca al ejercicio y administración del poder político.
 
La distribución de este poder se tornó todavía más compleja cuando, en 1976, fueron creados en el país los órganos del Poder Popular y el carácter asambleario del contacto entre el líder y la masa se vio súbitamente trasladado a un devenir barrial. Lo político había tenido su expresión popular más elevada dentro del modelo de encuentro directo entre Fidel y el pueblo, lo cual encontraba sus ejemplos supremos en los momentos dialógicos esparcidos a lo largo de los numerosos discursos públicos del líder; ahora, como parte de un desafío descomunal, se trataba de multiplicar esas prácticas, esas pedagogías, esos ejemplos, soluciones a problemas e impulsos hacia la cohesión dentro del flujo de vida de las comunidades en sus escalas territoriales más bajas. No era ya el momento excepcional, y hasta trascendental en ocasiones, del encuentro en el espacio de los grandes discursos, donde confluían más de un millón de personas –en un acto de lealtad básica nunca antes visto en el país-, sino de reproducir esa misma energía en el más diminuto rincón; apelando aquí a la conocida frase guevarista, se trataba ahora de insuflar a la sociedad la sustancia del “heroísmo de todos los días.” Dicho de otro modo, lo mismo que sucedía en la macro-asamblea debía ahora de ocurrir en los momentos de la elección de los delegados de circunscripción, la ejecutoria cotidiana de estos como representantes del pueblo en esos espacios pequeños y, sobre todo, en la intensidad del flujo de opiniones durante esa verdadera chispa de la energía revolucionaria que deberían de ser siempre las asambleas de rendición de cuentas.
 
Mientras que la experiencia (vivida de forma personal, escuchada o leída) me convence de que no ha sucedido así, lo que resulta extraordinario es imaginar un poder donde –de manera continua y en un alucinado ejercicio de imaginación- las estructuras, los liderazgos y el potencial de movilización a nivel barrial de los CDR y las estructuras del Poder Popular se combinan en función de: vigilar, cuidar (propiedades y personas), convencer, dialogar, estimular, impulsar, apoyar dinámicas familiares, proteger a los más desvalidos, ser intermediarios con demandas y necesidades del Estado, escuchar y transmitir necesidades y demandas de la población, organizar, controlar y multiplicar las producciones y ofertas de bienes y servicios en pequeña escala, entre otros muchos contenidos aún por explorar. En esta concepción, el ámbito de acción del dueto de organizaciones abarcaría lo mismo la atención y cuidado a personas en edad mayor y dificultades de valimiento (físicas o económicas) que el estímulo y control popular sobre la micro-economía de carácter barrial; el repaso a los estudiantes con dificultades de aprendizaje (a través de la invocación al apoyo de aquellos padres y vecinos en capacidad de actuar como tutores) que la convocatoria y organización de un domingo con “plan de la calle”, que un bailable para que disfruten los vecinos, una feria, una presentación y venta de libros, el apoyo a una campaña vacunatoria u otro tipo de acción relacionada con la salud, que la discusión de un documento sobre violencia de género, racismo, identidades sexuales, enseñanza de la Historia, desarrollo de huertos comunales, soberanía nacional, herencias coloniales, las estructuras políticas del país o cualquier tema internacional.
 
¿Qué tipo de organizaciones son, no una o cada una, de manera aislada, sino –como si fuesen una sola- estas dos? ¿Cómo se relacionan ellas entre sí y cómo lo hacen con el Partido Comunista de Cuba, organización rectora de la vida política en el país? Dicho de otro modo, ¿cómo se relaciona el PCC con la vida cotidiana barrial? Si aceptamos la propuesta de que gran parte de estas relaciones deberían –o pudieran- estar vehiculizadas a través de esta pareja de organizaciones que son, al mismo tiempo, componente íntimo del poder, pero también no equivalentes al dueto Partido-Estado, ¿de qué tipo, cantidad y calidad de poder son depositarias estas organizaciones? ¿Cómo deberán de ejercerlo, para qué, con cuáles consecuencias en los aparatos estatal y partidista, con cuáles consecuencias en los sujetos? Tanto Poder Popular como Comités de Defensa de la Revolución poseen una identidad gracias a la cual se auto-reconocen en el papel de acompañantes y guardianes de las visiones de país derivadas de la hegemonía y conducción política del Partido, así como de las decisiones del Estado, pero también como intermediarios ante el sujeto popular, testigos, garantes y participantes críticos de estas visiones y proyectos provenientes del núcleo fundamental del poder. Desde este ángulo, la traslación y/o entrega de(l) poder que, hasta aquí, hemos comentado, ¿acaso ni significa la más radical dejación, traspaso o entrega del poder que podamos pensar? ¿Qué tipo de sociedad es (o, más bien, sería) aquella en la cual la totalidad de los procesos descritos se verifica o da en toda su amplitud, diversidad, derivaciones, conexiones, intensidad y radicalidad? ¿Qué tipo de sujetos necesitamos ser, los cubanos, en toda la geografía y posicionamientos, para que esta propuesta sea por entero posible y (si no posible) buscable, deseable? ¿Por qué toda esta cadena de preguntas, entre el delirio y la herida, surgen aquí, en una pequeña isla, del subdesarrollo, extraída del circuito neocolonial gracias a una revolución que –muy rápido- fluyó hacia la identidad socialista? Un proceso que se propuso no sólo cambiar las relaciones de propiedad y las estructuras políticas, sino al sujeto mismo. ¿Qué se descubre desde aquí –donde, puesto que nunca vamos a poder cambiar la geografía, - que obliga, conduce o condiciona semejante “pensar” absolutamente revolucionario y nuevo del poder y del sujeto popular?