Fidel, o convertir los reveses en victoria
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¿Quién era aquel joven tan formalmente vestido, atlético y de elocuente y firme palabra, que conversaba amigablemente con los demás estudiantes, tan campante, recién llegado a la Universidad de La Habana procedente de la escuela religiosa más importante de Cuba: el famoso Colegio de Belén, donde el clericalismo era tan significativo, y al cual solo familias pudientes enviaban a sus hijos?
¿Cómo era posible que, en pocos días, ese joven llamara por el nombre a cada condiscípulo del primer año de la carrera de Derecho, y charlara con ellos en la Plaza Cadenas?
Era una figura inusitada (ocurría en 1945) e incluso un joven miembro activo del Frente Nacional Antifascista, y además, comunista, como lo era el también estudiante –aunque de la carrera de Letras– Alfredo Guevara, quien quería saber más de él. «Me sentía asustado. Ahí estaba el tal Castro, enfundado en su traje negro azul, de gala, muy seguro de sí mismo, agresivo, un líder a todas luces, y yo lo veía como una amenaza política. Creía que él, amenazante espectro del clericalismo, sobrevolaba la Universidad, y yo creía que Castro iba a volverla su instrumento…».
Pero Alfredo se convertiría pronto en uno de los primeros amigos y colaboradores de Fidel Castro en las lides estudiantiles, y luego en la lucha revolucionaria, hasta su muerte. Él escribió eso, y lo conversó con muchas personas. Escuché decírselo más de una vez. «Fue una cruzada, para mí», decía Guevara.
¿Cómo se aprendió los nombres de los compañeros?, se preguntaban los estudiantes.
Un joven estudiante de Derecho, un oriental vecino de Fidel, lo contó. El caso es que Fidel conocía a muy pocas personas, quizá a tres o cuatro en la Universidad, pero se brindó para pasarle lista al alumnado del profesor de Antropología –contaba Baudilio Castellanos, Bilito–, porque esa asignatura requería un carné, y la foto de los alumnos era obligatoria.
De ese modo el joven estudiante se aprendió los nombres y los coligó con las fotos, y pocos días después podía identificar a todos sus compañeros de aula. Había convertido aquel revés del desconocimiento en una victoria. Pronto, en las elecciones estudiantiles, sería el delegado de la Asociación de Alumnos de la Escuela de Derecho, y Baudilio Castellanos, el presidente de dicha Asociación.
Muy poco tiempo transcurrió para que el liderazgo de Fidel se afirmara.
Lo que Guevara no supuso entonces es que el estudiante privilegiado de la Escuela de Belén, hijo de don Ángel Castro, propietario de tierras, ganado y caña en la provincia de Oriente, conocía más que él –hijo de un ferroviario–, sobre la realidad de Cuba, porque su educación no fue esquemática. La niñez y la adolescencia de Fidel transcurrieron en Birán, la hacienda de Ángel Castro, entre las plantaciones, los campesinos pobres, los inmigrantes haitianos y jamaicanos, los braceros menesterosos.
Su padre, sí, era rico, pero de primera generación. Así lo aclararía el propio Fidel en una carta fechada en 1965, que forma parte del libro de Robert Merle, Primer combate de Fidel Castro, publicado en 1965, en Francia:
«Mis compañeros de clase, hijos de humildes campesinos, solían acudir a la escuela descalzos y cubiertos de harapos. Eran sumamente pobres. Aprendían poco y mal, y no tardaban en dejar la escuela, incluso cuando su inteligencia era superior al promedio. Caían entonces en el mar sin fondo y sin esperanza de la ignorancia y la penuria, sin que jamás ninguno de ellos consiguiera escapar al inevitable naufragio. Hoy en día, sus hijos les siguen los pasos, aplastados bajo la losa del fatalismo social».
La exhaustiva mención de Fidel en el Manifiesto del Moncada a la nación, en sus respuestas al fiscal y a los magistrados del Tribunal durante el juicio del Moncada, describen la situación de Cuba y el estado de penuria en que se encontraba la mayoría de las familias campesinas. También la describen sus respuestas a preguntas puntuales de los magistrados.
Cierto que la Universidad fue un escenario adecuado para Fidel, y desde allí libró campañas cívicas y revolucionarias excepcionales, hasta el fenómeno preorganizativo de una masa de combatientes clandestinos –organizada en células– dispuestos a dar la vida por la Revolución: con la Marcha de las Antorchas, el 28 de enero de 1953, en la cual marchó con sus compañeros. Fidel puso a prueba el silencio, la discreción de su plan para revertir el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, y echar a andar la Revolución.
El plan elaborado silenciosamente no pudo concretarse el 26 de julio; pero Fidel usó su magia: convertir el revés en victoria. De acusado se convirtió en acusador.
En La Historia me absolverá, en el Granma, en la Sierra Maestra, en la Revolución victoriosa: esa fue siempre la divisa principal del Comandante en Jefe, hasta su muerte.