¡D1eg0, vamos D1eg0!
Diego no es solo uno de los más grandes que ha pisado una cancha de fútbol, sino el más genial que ha tocado un balón, acaba de entrar en el mito de la inmortalidad.
Diego, el 10, Dios, el amigo. El barrilete cósmico, el irreverente, el de la zurda educada y la mano de Dios. El hombre que nunca se ocultó para expresar sus ideas ni su aprecio por Fidel y la Revolución cubana, deja una huella profunda en millones de admiradores que lo tomaron como paradigma alrededor del mundo.
Diego fue grande y controvertido, como lo tiene que ser un personaje que trasciende a la humanidad. Artista incomparable con el balón en los pies, supo hacer reir y llorar de felicidad a toda la nación argentina y más allá, con el título del Mundial en México-1986.
Diego fuera de los estadios, sufrió altibajos. Fue de un punto a otro en la carrera de la vida. No se puede separar su talento de su fuerte personalidad ni de las terribles tentaciones que vivió en carne propia. Defensor a ultranza de los más humildes y desposeídos, deslumbró como pocos, regaló éxtasis con su fútbol inconmensurable y padeció también de las adicciones al alcohol y las drogas.
Diego a Cuba la llevó siempre en su corazón, a pesar de que muchos de sus seguidores no lo comprendieron. Nunca apagó su voz ante lo mal hecho y su mano siempre estuvo tendida para hacer todo lo que su influencia pudiera mover en favor de los cubanos.
Diego, lo entregaste todo con ese carisma que siempre te acompañó en las buenas y en las malas. El 10 lo hiciste tuyo y solo tuyo, aunque otros lo usen. Le diste a ese número liderazgo, fuerza, tenacidad y personalidad. El décimo número en el deporte es tuyo, te lo ganaste.
Diego, el llanto será profundo hoy, mañana y durante varios días más para tus seguidores. En unas pocas líneas no se puede explicar lo que significaste en vida para quienes te admiraron sin mirar tus manchas, no hay forma de hacerlo, por más que se diga o escriba. Tu grandeza rebasa cualquier punto oscuro. Nunca fuiste perfecto ni te molestaste por ser inmaculado. Todas las batallas las aceptaste en el césped y en la sociedad: caíste, lloraste y te levantaste como un verdadero Dios.
Diego, tú no mueres. Tú no mueres, porque acabas de ascender a donde pocos, muy pocos, pueden llegar. Tú te quedas en el cántico de cada fanático argentino y cada seguidor del fútbol, en cada persona que lucha porque el mundo sea más justo para todos.
Diego, gracias por pasar, por no apagar tu voz, por tocar con un balón de fútbol el corazón de las personas. ¡Vamos D1eg0, vamos, tu partido va a empezar!