Síntesis espiritual de una ciudad
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A La Habana en su nuevo cumpleaños
Jacques de Sores incendió La Habana; Pepe Antonio la defendió de los ingleses con el valor ecuánime de sus milicianos, criollos auténticos; don Francisco de Arango y Parreño la soñó próspera y paradisíaca; Félix Varela y José de la Luz la convirtieron en santuario de patriotas, dispuestos a morir para salvarla del coloniaje perpetuo; Martí la lloró desde el barco que lo deportaba a España; Guillén la reivindicó en sus sones mulatos y bailes de solar; Dulce María nos la regaló convertida en lirismo de amores ansiados; don Fernando la redescubrió en todo su abanico de culturas sincretizadas; Carpentier la dibujó barroca, más hermosa en el ritmo de sus pasos sobre la dureza desgastada de sus adoquines y callejuelas; Lezama la llenó de luz y olores tropicales en el clímax de un erotismo sensual y mágico. El Santo Padre la bendijo con una oración de amor y de paz. Pero Eusebio rehabanizó la ciudad para devolverla voluptuosa y trascendente, enjoyada con el orfebre delicado de los versos de Eliseo, Fina, Cintio y Retamar, barnizada con su verbo fascinante, donde convergen todos los caminos que nos conducen a la humanidad total. Gracias, Maestro de la palabra y de la memoria distintiva, por hacer realidad el sueño de sentir a San Cristóbal de La Habana como la capital de todos los cubanos, en esa síntesis, hechicera, del matrimonio feliz del hombre con su ciudad.