El Fidel que vive en mí
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Conocerlo fue un privilegio; acompañarle en varias tareas por algunos años, todo un reto; aprender de sus enseñanzas, un permanente desafío.
Fidel era un huracán de ideas. No dejaba un minuto de analizar, escudriñar, proponer, preguntar, contrapuntear. De cada idea le nacían ideas nuevas; de cada problema, variantes de soluciones.
Era capaz de pensar lo infinito y de indagar por el más sencillo detalle. ¿Por dónde sale el sol en el lugar del acto? ¿En qué orden se reparten las golosinas en el cumpleaños colectivo de los niños de Cárdenas? Y es que su pensamiento viajaba más allá que el de todos, para soñarnos una potencia médica y un gran polo científico biotecnológico; pero era capaz de aterrizar para que no quedara cabo suelto alguno. “Es que por un detalle perdimos el Moncada”-decía. “Si hubiéramos sabido de la hora en que pasaba aquella guardia cosaca el factor sorpresa no se hubiera perdido y habríamos tomado el cuartel”
Su espíritu era eternamente joven y rebelde. Nunca envejecieron sus ideas. Quizá por eso siempre se rodeó de jóvenes, les dio alas, lecciones, caminos. Quizá por eso guardó siempre especial afecto a Artemisa y a aquella pléyade de jóvenes que lo acompañó al sacrificio por la Patria.
Tenía la sagacidad para valorar con mirada fija y el diálogo franco la altura, el ánimo, las cualidades de los seres humanos. ¿Cómo si no entender su disposición de acompañar a Juan Miguel en la pelea por su hijo apenas después de intercambiar con él por unas horas? ¿O aquel instinto que le permitió darse cuenta de los pesares que abatían al joven compañero que se sentaba en su frente durante muchas noches de reuniones de trabajo, y que por pena o modestia no exteriorizaba?
Hacía siempre gala de especial sensibilidad hacia las mujeres. Más de una vez lo vi criticar con justeza y rectitud a alguna de nuestras compañeras, en los días imparables de la Batalla de Ideas, y después terminar la reunión mano encima y afecto estremecedor hacia la criticada.
Era un lector pertinaz y buscador voraz de información. Utilizaba métodos propios de lectura rápida y contrastaba fuentes y puntos de vista. Sus boletines de noticias de las agencias eran proverbiales en tamaño y, después, como hombre de todos los tiempos, añadió a sus lecturas otro voluminoso resumen de artículos destacados publicados en la internet.
Creo no hay otro orador y conversador incansable de su estirpe. Podía estar horas intercambiando con amigos o visitantes. Preguntaba de lo humano y lo divino. Pero era capaz también de escuchar atentamente a sus interlocutores. Y respetaba mucho el criterio propio y la controversia. Era un experto conquistador de adversarios y un hombre de profundo respeto en el diálogo con los amigos. Le vi lidiar con políticos, académicos renombrados, economistas de peso, cineastas, músicos, plásticos, escritores, periodistas, deportistas. Sus profundos conocimientos lo hacían lucir en cada intercambio.
Perenne inconforme con la obra fue siempre. Recuerdo en su etapa de febril actividad periodística como Soldado de las Ideas, en que sus Reflexiones pasaban por sus manos una y otra vez para añadir un detalle, cambiar una idea, arreglar un término, hasta que finalmente, tras horas de fecundo trabajo, la publicábamos en las páginas digitales de Cubadebate. O aquella noche del 30 de abril en que escribió y rescribió sobre el papel el concepto de Revolución que estremecería la Plaza aquel Primero de Mayo de 2000.
Si algo aprendí bien de él es que a los combates, de cualquier tipo, se va con la moral alta y la convicción de victoria y que al enemigo nunca se le da la espalda.
Su gran desafío fue el Tiempo. Siempre vivió a contrarreloj. Dormía poco. Una vida no le alcanzaba para lo tanto pensado y por hacer. Hablaba del tiempo físico, del filosófico, del real. Más de una vez el término está en sus reflexiones. Y el tiempo le agotó sus fuerzas aquel 25 de noviembre cuatro años atrás.
Pero, como los seres humanos excepcionales, pudo domar al tiempo con la enormidad de sus ideas. Ellas le trascienden y se multiplican. Fidel renace cada 13 de agosto, cada 26 de julio, cada 2 de diciembre. Renace en cada médico, en cada científico, en cada trabajador. Fidel renace en su pueblo, irredento y batallador.
Fidel fue un vencedor perenne. Hagamos nuestro cada día ese espíritu, para que la Revolución por la que luchó y guió siga viva y justiciera.
(Publicado originalmente en El Artemiseño como contribución especial a esa publicación, órgano de la provincia que aportó 28 asaltantes al Cuartel Moncada)