Lo que Cuba ratifica
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Cuando la contrariedad arrecia; cuando no asistimos al mejor momento; cuando el esfuerzo inmenso no es suficiente, y es preciso buscar otras maneras; cuando lo esperado se frustra, debido muchas y tantas veces a dificultades provocadas por un bloqueo económico que solo un ciego de sentido común se negaría a ver, nos preguntamos ¿qué haría Fidel?, como si en él estuvieran, como sabemos que están, todas las respuestas.
El mundo vive tiempos duros; Cuba, parte suya, los vive también. Después de un año de arduas batallas, en el que sus vecinos del Norte apretaron hasta el cuello al caimancito que no hinca sus rodillas ante el yugo imperial de Estados Unidos, llegó a sus predios, a mediados de marzo, el palpo de la pandemia.
Imágenes horrendas de todas partes del orbe, en forcejeo con la muerte; un crucero británico en apremios, con personas a bordo infectadas con coronavirus, al que Cuba permitió el atraque para que finalmente pudieran llegar a su destino; países ricos con sistemas de Salud colapsados a causa del altísimo contagio; brigadas de médicos cubanos, alistándose y salvando vidas por todas partes, mientras la mala fe del imperio procura deshonrar lo que por su propio peso es gloria; una Isla-barca, desafiando lo tremendo, protegiendo a sus hijos, procurando para todos todo lo que tiene, sin que a uno solo de sus hijos se les dé la espalda.
Cuando la contrariedad arrecia; cuando no asistimos al mejor momento; cuando el esfuerzo inmenso no es suficiente, y es preciso buscar otras maneras; cuando lo esperado se frustra, debido muchas y tantas veces a dificultades provocadas por un bloqueo económico que solo un ciego de sentido común se negaría a ver, nos preguntamos ¿qué haría Fidel?, como si en él estuvieran, como sabemos que están, todas las respuestas.
Desde donde esté –si es que además de respirar en la esencia misma de su pueblo, pudiera vivir en otra parte–, Fidel nos contempla.
Quien vivió para devolver a sus compatriotas la dignidad por siglos negada; quien hizo que Cuba entera leyera para que la ignorancia no le arrebatara el entendimiento; quien hizo de la dicha de los niños la prioridad más alta de la Patria, sin exclusiones de ningún tipo, ofreciéndoles a todos el derecho de brillar por lo que se es y no por lo que se tiene; quien derribó flancos para que ningún ser humano se creyera superior a otro, quien formó médicos para Cuba y el mundo, supo, sin más escuela que su propio ejemplo, erigir continuidades.
No es casual que el Presidente Díaz-Canel, quien junto a la estrella certera de Raúl, hoy conduce por senderos nítidos el destino de Cuba, sostenga en cada una de sus decisiones los principios fidelistas y los de la Revolución Cubana. Basta haberlo acompañado más de cerca en los últimos años, para advertir en él el rigor y las bondades de su altísima enseñanza.
El Presidente sabe que el mundo, si se quiere acabar con el desenfreno neoliberal que tantas desgracias cobra, precisa de un cambio categórico, por eso sostiene las banderas del socialismo, el más justo y humano de los sistemas sociales.
Su confianza en el pueblo; su actuar solidario demostrado a toda prueba; su natural elocuencia, siempre de frente, llamando cada cosa por su nombre; su esperanza en el porvenir; su solícita decencia y su constancia para trabajar y construir, no dejan espacio a las dudas. Fidel haría lo que, desde la conducción de su Presidente, en cada nueva acometida Cuba ratifica.