Elogio del compañero
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Por tan solo colocar la palabra compañero en el título de este comentario, cierto lector diría: Ya este escritor viene con el teque político. ¿Y por qué, si la palabra compañero –que aparece 43 veces en el Quijote y 77 en la Biblia–, proviene de una lengua tan antigua como el latín, donde la unión de cum y panis significa comer solidariamente del mismo pan?
Pero es que ya son dos las palabras sospechosas: compañero y solidaridad, argumentaría con cierto retintín el mismo lector. Sin embargo, no es culpa mía que estas fueran las dos primeras acciones que distanciaron al hombre de los animales. Cuentan que cierta vez un estudiante preguntó a la antropóloga y poeta Margaret Mead cuál ella consideraba el primer signo de civilización. Esperaban que dijese la invención de la rueda, la agricultura, el alfabeto…; pero su respuesta fue: «Un fémur fracturado y sanado».
En la vida salvaje, un fémur nunca sana, porque solo puede hacerlo si alguien se preocupa de cuidar al herido, si alguien lo alimenta y protege en su convalecencia. Un animal con un fémur fracturado es abandonado por su manada, y se convierte en presa fácil.
La descripción tradicional de la evolución cultural de la humanidad incluye su paso por tres estadios: salvajismo, barbarie y civilización. Quiere esto decir, que toda relación humana que no se base en principios de solidaridad y compañerismo nos regresa a las etapas primitivas del desarrollo.
Justo es decir que, en ocasiones, se ha hecho un uso hueco de esas palabras, con lo cual se les resta corazón; pero la principal causa , tendríamos que hallarla en una apología del capitalismo que, por diferentes vías, penetra. Se vende como un valor la idea de que el semejante es nuestro rival, la imagen del triunfador como la del pícaro que obvia cualquier consideración ética, porque, en definitiva, lo inaceptable sería ser un loser, un perdedor. Hemos tenido que afrontar el reto de una peligrosa enfermedad para comprender que no son esos triunfadores. Comprender que, si la salud humana es vista como una mercancía, no podemos llamarnos civilizados.
Por estos días hemos asistido a dolorosas manifestaciones egoístas, que retratan en primer plano la esencia del capitalismo. Países que actúan como si vivieran en el salvaje Oeste, rapiñando mascarillas protectoras necesarias para salvar vidas en otras naciones; oportunistas subidas de precios de equipos vitales para los cuidados intensivos; la negación de tratamientos más costosos a los ancianos, como si estos fueran aparatos que sobrepasan la obsolescencia programada.
Sin embargo, también por estos días hemos visto las imágenes de muchos héroes, hasta ahora anónimos, que ponen en riesgo sus vidas y trabajan hasta el total agotamiento por salvar otras; personas que, con recursos propios y de manera voluntaria, han fabricado miles de mascarillas para donarlas a los necesitados; países que comparten información científica y ofrecen recursos a otros que viven una situación desesperada. También es un orgullo que, a pesar del cruel bloqueo que le ha sido impuesto por Estados Unidos, entre estos países solidarios esté el nuestro.
Muchas enseñanzas nos está dejando este virus; pero –y a riesgo de inflamar algunos colonizados escrúpulos–, creo que la paradoja del momento es ver cómo muchas palabras, sistemáticamente proscritas por los medios hegemónicos: solidaridad, compañerismo, ética, moral, altruismo, unidad, cohesión social, capacidad de resistencia, de pronto son las que necesita el mundo para vencer en esta batalla.