El alegato con el que Fidel Castro llevó a Cuba a la Revolución
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“Lo que fue sedimentado con sangre debe ser edificado con ideas”. Así remarcaba Fidel Castro la importancia del texto que había enviado de forma clandestina a Haydée Santamaría y Melba Hernández desde el Presidio Modelo de la Isla de la Juventud de Cuba tras fracasar en su asalto al cuartel de Moncada de Santiago de Cuba y al Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo. Compañeras de lucha, ellas ya habían salido de prisión y debían encargarse de mantener viva la llama de la Revolución editando y difundiendo el alegato que este joven opositor al régimen de Fulgencio Batista había esgrimido en su defensa ante el tribunal que lo había juzgado.
El texto era una reconstrucción de la intervención que Castro había improvisado en su defensa durante más de cuatro horas el 16 de octubre de 1953 en una pequeña sala de la Escuela de Enfermeras del Hospital Civil de Santiago presidida por un retrato de Florence Nigthingale , renovadora de la enfermería, en un juicio de nulas garantías.
Licenciado en Derecho Civil, el propio Fidel decidió asumir su defensa, aunque no llegó a tener siquiera acceso al sumario. A su alegato, el reo añadió lo que se convertiría en el ideario del Movimiento del 26 de Julio, protagonista de los frustrados asaltos. Empezando por esbozar los seis problemas fundamentales de la Cuba de Batista: la agricultura, la industrialización, la vivienda, el desempleo, la educación y la salud.
Como conclusión, Castro esgrimía las cinco leyes revolucionarias que debían ser una terapia de choque: el restablecimiento de la Constitución de 1940, la reforma agraria, el pago de un 30% de los beneficios a los obreros, el pago del 55% de los beneficios a los trabajadores de los ingenios azucareros y la confiscación de los bienes de quienes hayan cometido fraude a los poderes públicos.
El discurso original no fue registrado ni recogido en la sentencia del caso. Y más allá de las partes sólo pudo dar cuenta de él la periodista Marta Rojas, presente en la sala. Fue ella la que ratificó que, en efecto, la intervención acabó con la legendaria frase que da título al texto editado: “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.
De aquella primera derrota militar, la Revolución consiguió una importante y notoria victoria ideológica
Fidel Castro fue condenado a una pena de 15 años de cárcel por su participación en los asaltos, aunque fue puesto en libertad mediante una amnistía que Batista concedió a todos los rebeldes en 1955. Desde la cárcel puso sobre papel su alegato en lo que fue una historia novelesca que agrandó la leyenda: escribió con zumo de limón sobre papeles sueltos que salieron en blanco del presidio y llegaron a las dos editoras acompañados de la carta en la que el condenado incidía en la importancia que, efectivamente, llegaría a tener el texto sobre la población cubana.
“Es un folleto de importancia decisiva por su contenido ideológico y sus tremendas acusaciones al que quiero que le presten la mayor atención. Deben tomarse las medidas de precaución para que no descubran ningún depósito ni detengan a nadie, actuando con el mismo cuidado y discreción que si se tratase de armas. Su importancia es decisiva: ahí está contenido el programa de nuestra ideología, sin la cual no es posible pensar en nada grande”, argumentaba el autor.
La maquinaria funcionó a la perfección y de aquella primera derrota militar, la Revolución consiguió una importante y notoria victoria ideológica que resultaría decisiva cuando Castro y otros 85 integrantes del Movimiento del 26 de Julio regresaron a Cuba en diciembre de 1956 tras un fingido exilio en México para organizarse como Ejército irregular en Sierra Maestra.
EL DISCURSO
“Señores magistrados:
“Nunca un abogado ha tenido que ejercer su oficio en tan difíciles condiciones; nunca contra un acusado se había cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades. Uno y otro son, en este caso, la misma persona. Como abogado, no ha podido ni tan siquiera ver el sumario y, como acusado, hace hoy 76 días que está encerrado en una celda solitaria, total y absolutamente incomunicado, por encima de todas las prescripciones humanas y legales.
“Si este juicio como habéis dicho es el más importante que se ha ventilado ante un tribunal desde que se instauró la República, lo que yo diga aquí, quizá se pierda en la conjura de silencio que me ha querido imponer la dictadura, pero sobre lo que vosotros hagáis, la posteridad volverá muchas veces los ojos. Pensad que ahora estáis juzgando a un acusado, pero vosotros a su vez seréis juzgados no una vez, sino muchas, cuantas veces el presente sea sometido a la crítica demoledora del futuro. Entonces lo que yo diga aquí se repetirá muchas veces, no porque se haya escuchado de mi boca, sino porque el problema de la justicia es eterno, y por encima de las opiniones de los jurisconsultos y teóricos, el pueblo tiene de ella un profundo sentido.
“Los pueblos poseen una lógica sencilla pero implacable, reñida con todo lo absurdo y contradictorio, y si alguno, además, aborrece con toda su alma el privilegio y la desigualdad, ése es el pueblo cubano. Sabe que la justicia se representa con una doncella, una balanza y una espada. Si la ve postrarse cobarde ante unos y blandir furiosamente el arma sobre otros, se le imaginará entonces como una mujer prostituida esgrimiendo un puñal. Mi lógica, es la lógica sencilla del pueblo.
“Los pueblos poseen una lógica sencilla pero implacable, reñida con todo lo absurdo y contradictorio, y si alguno, además, aborrece con toda su alma el privilegio y la desigualdad, ése es el pueblo cubano”
Fidel Castro
“Os voy a referir una historia. Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades; presidente, congreso, tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El Gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el entusiasmo.
“Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada; sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro.
“¡Pobre pueblo! Una mañana la ciudadanía se despertó estremecida; a las sombras de la noche los espectros del pasado se habían conjurado, mientras ella dormía, y ahora la tenían agarrada por las manos, por los pies y por el cuello. Aquellas garras eran conocidas, aquellas fauces, aquellas guadañas de muerte, aquellas botas... No; no era una pesadilla; se trataba de la triste y terrible realidad: un hombre llamado Fulgencio Batista acababa de cometer el horrible crimen que nadie esperaba.
“Ocurrió entonces que un humilde ciudadano de aquel pueblo que quería creer en las leyes de la República y en la integridad de sus magistrados a quienes había visto ensañarse muchas veces contra los infelices, buscó un Código de Defensa Social para ver qué castigos prescribía la sociedad para el autor de semejante hecho y encontró lo siguiente: ‘Incurrirá en una sanción de privación de libertad de seis a diez años el que ejecutara cualquier hecho encaminado directamente a cambiar en todo o en parte, por medio de la violencia, la Constitución del Estado o la forma de gobierno establecida”.
“Yo soy aquel ciudadano humilde que un día se presentó inútilmente ante los tribunales para pedirles que castigaran a los ambiciosos que violaron las leyes e hicieron trizas nuestras instituciones”
Fidel Castro
“Señores magistrados:
”Yo soy aquel ciudadano humilde que un día se presentó inútilmente ante los tribunales para pedirles que castigaran a los ambiciosos que violaron las leyes e hicieron trizas nuestras instituciones, y ahora, cuando es a mí a quien se acusa de querer derrocar este régimen legal y restablecer la Constitución legítima de la República, se me tiene 76 días incomunicado en una celda, sin hablar con nadie ni ver siquiera a mi hijo; se me conduce por la ciudad entre dos ametralladoras de trípode, se me traslada a este hospital para juzgarme secretamente con toda severidad y un fiscal con el Código en la mano, muy solemnemente, pide para mí 26 años de cárcel.
“Cuba está sufriendo un cruel e ignominioso despotismo, y vosotros no ignoráis que la resistencia frente al despotismo es legítima; éste es un principio universalmente reconocido y nuestra Constitución de 1940 lo consagró expresamente en el párrafo segundo del artículo 40: “Es legítima la resistencia adecuada para la protección de los derechos individuales garantizados anteriormente”. Mas, aun cuando no lo hubiese consagrado nuestra ley fundamental, es supuesto sin el cual no puede concebirse la existencia de una colectividad democrática.
“El derecho de resistencia que establece el artículo 40 de esa Constitución está plenamente vigente. ¿Se aprobó para que funcionara mientras la República marchaba normalmente? No, porque era para la Constitución lo que un bote salvavidas es para una nave en alta mar, que no se lanza al agua, sino cuando la nave ha sido torpedeada por enemigos emboscados en su ruta. Traicionada la Constitución de la República y arrebatadas al pueblo todas sus prerrogativas, sólo le quedaba ese derecho, que ninguna fuerza le puede quitar, el derecho de resistir a la opresión y a la injusticia.
“El derecho de rebelión contra el despotismo, señores magistrados, ha sido reconocido desde la más lejana antigüedad hasta el presente por hombres de todas las doctrinas, de todas las ideas y todas las creencias”
Fidel Castro
“Si alguna duda queda, aquí está un artículo del Código de Defensa Social, que no debió olvidar el señor fiscal, el cual dice textualmente: ‘Las autoridades de nombramiento del Gobierno o por elección popular que no hubieren resistido a la insurrección por todos los medios que estuvieron a su alcance, incurrirán en una sanción de interdicción especial de 6 a 10 años’. Era obligación de los magistrados de la República resistir el cuartelazo traidor del 10 de marzo. Se comprende perfectamente que cuando nadie ha cumplido con la ley, cuando nadie ha cumplido el deber, se envíe a la cárcel a los únicos que han cumplido con la ley y el deber.
“El derecho de rebelión contra el despotismo, señores magistrados, ha sido reconocido desde la más lejana antigüedad hasta el presente por hombres de todas las doctrinas, de todas las ideas y todas las creencias.
“Creo haber justificado suficientemente mi punto de vista: son más razones que las que esgrimió el señor fiscal para pedir que se me condene a 26 años de cárcel; todas asisten a los hombres que luchan por la libertad y la felicidad de un pueblo, ninguna a los que lo oprimen, envilecen y saquean despiadadamente; por eso yo he tenido que exponer muchas y él no pudo exponer una sola. ¿Cómo justificar la presencia de Batista en el poder, al que llegó contra la voluntad del pueblo y violando por la traición y por la fuerza las leyes de la República? ¿Cómo calificar de legítimo un régimen de sangre, opresión e ignominia? ¿Cómo llamar revolucionario un gobierno donde se han conjugado los hombres, las ideas y los métodos más retrógrados de la vida pública? ¿Cómo considerar jurídicamente válida la alta traición de un tribunal cuya misión era defender nuestra Constitución? ¿Con qué derecho enviar a la cárcel a ciudadanos que vinieron a dar por el decoro de su patria su sangre y su vida? ¡Eso es monstruoso ante los ojos de la nación y los principios de la verdadera justicia!
“En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres”
Fidel Castro
“Pero hay una razón que nos asiste más poderosa que todas las demás: somos cubanos, y ser cubano implica un deber, no cumplirlo es crimen y es traición. Vivimos orgullosos de la historia de nuestra patria; la aprendimos en la escuela y hemos crecido oyendo hablar de libertad, de justicia y de derechos. Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires.
“Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y Martí fueron los primeros nombres que se grabaron en nuestro cerebro; se nos enseñó que el Titán había dicho que la libertad no se mendiga, sino que se conquista con el filo del machete; se nos enseñó que para la educación de los ciudadanos en la patria libre, escribió el Apóstol en su libro de oro: ‘Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas y permite que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado... En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana”.
“Se nos enseñó que el 10 de octubre y el 24 de febrero son efemérides gloriosas y de regocijo patrio porque marcan los días en que los cubanos se rebelaron contra el yugo de la infame tiranía; se nos enseñó a querer y defender la hermosa bandera de la estrella solitaria y a cantar todas las tardes un himno cuyos versos dicen que vivir en cadenas es vivir en oprobios y afrentas sumidos, y que morir por la patria es vivir.
“Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie”
Fidel Castro
“Todo eso aprendimos y no lo olvidaremos, aunque hoy en nuestra patria se está asesinando y encarcelando a los hombres por practicar las ideas que les enseñaron desde la cuna. Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres, y primero se hundirá la isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie.
“Termino mi defensa, pero no lo haré como hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad del defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo ya en la isla de Pinos ignominiosa prisión. Enviadme junto a ellos a compartir su suerte, es concebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una República donde está de presidente un criminal y un ladrón.
“En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.