Fidel y mi Padre
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Mi padre era asmático crónico y Fidel no lo sabía, así que un par de días antes de la inauguración de aquel primer edificio de microbrigada en Cuba, allá por los años setenta, el Comandante se aparece y le dice: "César, vamos a ver quién llega primero al quinto piso". Fidel subió como un bólido por aquellas escaleras aún sin pasamanos... y llegó primero. Mi padre no le dijo que lo había seguido hasta allí, casi con el último aliento.
Años después, el viejo César, que entonces no lo era, tuvo su revancha. A la sazón era director del Plan Experimental Genético "Niña Bonita", que producía casi todo el río de leche que tomaba La Habana. Al final de una de aquellas inmensas jornadas de trabajo, cuando Fidel revisaba hasta el detalle el último invento favorable a la ganadería cubana, un sábado cualquiera, decidió invitar a mi padre a su casa y, error, lo retó a jugar ping pong. Fidel no sabía que César era un campeón desde su juventud. Me contó el viejo que jugaron uno tras otro aquellos partidos casi a muerte, y Fidel no lograba (no podía) ganarle. Como a las tantas de la noche, Chomy (Jesús Miyar Barruecos), secretario del consejo de estado y mano derecha de Fidel, se le acercó a mi padre y discretamente le dijo: "oye, si le sigues ganando no nos vamos nunca de aquí". El viejo comenzó a suavizar su juego y Fidel ganó un primer partido, y después un segundo, hasta que, visiblemente molesto, le dijo: "César, vamos a terminar, porque ya me estás dejando ganar".
Una mañana, Fidel llegó temprano a la oficina del viejo en Niña Bonita. Mi padre dormía en un sofá. Le explicaron que había estado la noche en vela con un tremendo ataque de asma. Fidel se asomó a su oficina, cerró con cuidado la puerta y pidió que no lo despertaran. Dos días después, y en lo adelante, a mi padre le llegaba periódicamente un medicamento especial contra el asma, que le mantuvo controlada la enfermedad por varios años. Nunca tuvo una conversación con Fidel sobre el tema.