«Y el mismo ángel que allá en Chile vio bombardear al presidente...»
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«Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor».
De esta forma, decía adiós para siempre el presidente Salvador Allende, momentos antes de ser asesinado un día como hoy, pero del año 1973, en el Palacio de la Moneda.
Mientras esto ocurría, miles de jóvenes representantes de la izquierda en esa nación sudamericana se encontraban en peligro inminente ante el golpe de Estado que marcaría el inicio de una de las dictaduras más brutales de América Latina, la de Augusto Pinochet.
Sin embargo, ese día no solo moría un gran líder popular como lo fue Allende, sino también la posibilidad de pensar diferente de la clase dominante, la cual utilizaría todos los medios posibles para permanecer en el poder.
El 11 de septiembre, el mundo observó conmocionado cómo los mismos militares que habían jurado lealtad al Presidente de Chile se volteaban en su contra y, de esa forma, en contra del pueblo que democráticamente había elegido seguir el camino de la igualdad y la justicia.
Pero esta traición no nació sola, fue impulsada y financiada por el Gobierno de Estados Unidos, como bien lo reflejan Pilar Aguilera y Ricardo Fredes, autores de la introducción del libro El otro 11 de septiembre.
Para Aguilera y Fredes, la ayuda de la cia fue de vital importancia para una ejecución exitosa del golpe de Estado de Pinochet. El Gobierno estadounidense y las grandes compañías poseían importantes empresas en suelo chileno, por lo que un mandatario como Allende era un impedimento para seguir implementando sus políticas neoliberales.
Sobre el 11 de septiembre se ha dicho mucho, pero, sin duda alguna, una de las expresiones de apoyo más emotivas al pueblo chileno y a los familiares del desaparecido mandatario fueron las expresadas por nuestro líder histórico Fidel Castro Ruz, en el discurso pronunciado el 28 de septiembre de 1973.
«El Presidente no solo fue valiente y firme en cumplir su palabra de morir defendiendo la causa del pueblo, sino que se creció en la hora decisiva hasta límites increíbles. (…) Salvador Allende demostró más dignidad, más honor, más valor y más heroísmo que todos los militares fascistas juntos. Su gesto de grandeza incomparable, hundió para siempre en la ignominia a Pinochet y sus cómplices. ¡Así se es revolucionario!».
Lo que pasó después bien lo sabe Chile. Las canciones de Víctor Jara no volvieron a inundar los escenarios. La disolución del gobierno de la Unidad Popular, culminó uno de los sueños más hermosos de la América Latina del siglo xx. Y, constituyó además, un lamentable retroceso histórico en un país que tenía sueños de más.