CUBA 1959: Fidel, primer ministro
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Tras un mes de derrocada la tiranía, no se habían promulgado las leyes prometidas en el Programa del Moncada que el pueblo ansiosamente esperaba. El Gobierno Revolucionario no funcionaba debido a las concepciones burocráticas del presidente Manuel Urrutia y cierta intranquilidad cundió entre los cubanos. Luis M. Buch, entonces secretario del Consejo de Ministros, recordaría años después: “La crisis interna se intensificaba sin vislumbrarse una solución. Necesitábamos una autoridad de prestigio y arraigo popular, y llegamos al criterio de que Fidel era la figura indicada para hacerse cargo del Gobierno, como Primer Ministro”.
Hasta ese momento, el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde había rechazado ese cargo pero ante la inminencia de un posible desastre, aceptó esa responsabilidad. Solo puso como condición de que debía tener el control directo de la política general, sin menoscabo de las facultades que, conforme a la ley, le correspondían al presidente de la república
Atendiendo a esa solicitud y para que su labor fuera efectiva, el Consejo de Ministros resolvió modificar el artículo 146 de la Ley Fundamental y en vez de “representar la política general del Gobierno”, como hasta entonces, al primer ministro le correspondía dirigirla, además de “despachar con el Presidente de la república los asuntos administrativos, y acompañado de sus ministros, los propios de los respectivos departamentos”.
El 16 de febrero de 1959 Fidel asumió como premier de la nación. Cuando alguien puso reparos a que siguiera usando la vestimenta rebelde, dado el alto cargo que ocuparía, Fidel replicó: “Este uniforme y estas barbas significan la rebeldía de la Sierra Maestra y de nuestra Revolución y no me los quito de ningún modo”.
El acto de transmisión de poderes fue trasmitido por radio y televisión. El líder histórico de la Revolución afirmó en su intervención: “Estaré aquí mientras cuente con la confianza del Presidente de la República y mientras cuente con las facultades necesarias para asumir la responsabilidad de la tarea que me he impuesto. Estaré aquí mientras la máxima autoridad de la república –que es el Presidente-, lo estime pertinente o mi conciencia me diga que no soy útil”.
A través de la pequeña pantalla aseguró a los trabajadores y campesinos que el Gobierno Revolucionario no los olvidaría. Puntualizó que la Ley de Reforma Agraria que se estaba confeccionando iba a tener postulados mucho más radicales que los contemplados en la legislación promulgada en la Sierra Maestra. Subrayó que el futuro no sería nada fácil, convocó al pueblo a mantenerse siempre alerta y no dejar que el entusiasmo decreciera.
Ese mismo día, al sesionar el Consejo de Ministros, se adoptaron una serie de leyes, como la conversión de la Renta de la Lotería Nacional en un nuevo organismo, el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (Inav), que presidido por la veterana combatiente Pastorita Núñez, construiría repartos para el pueblo en todo el país, como el llamado posteriormente Camilo Cienfuegos, en el municipio capitalino de Habana del Este.
Se dictó también una suspensión por 180 días de los despidos a trabajadores por parte de sus patrones. Además se amplió el presupuesto para la Comisión Nacional de Deportes y se eliminaron impuestos sobre proyectos de monumentos que nunca se habían ejecutado.
En los días siguientes, se autorizaron créditos para terminar las obras de diez hospitales en construcción, uno de ellos, el de Santiago de Cuba, llevaba catorce años en esas condiciones. Asimismo, el Consejo de Ministros aprobó la intervención de la Cuban Telephone Company, monopolio yanqui que con la complicidad del tirano Batista había arbitrariamente aumentado las tarifas telefónicas, las cuales la Revolución rebajó considerablemente.
Poco a poco se fueron promulgando las leyes más radicales de esa primera etapa, cuyo punto más alto sería la aprobación de la Reforma Agraria. De un solo golpe, se erradicaba el latifundio, un terrible mal de la neocolonia que gravitaba sobre la economía nacional, y a la vez, al entregar tierras a los campesinos, se resolvía el endémico problema del desempleo rural. Pero al afectar tal medida a poderosos intereses foráneos y de la oligarquía criolla, el bando de enemigos de la Revolución se acrecentó.
Lamentablemente el pensamiento del presidente Urrutia no evolucionó como el de otros compañeros de similar procedencia social a la suya que sí se incorporaron con entusiasmo a la construcción de una nueva sociedad. Sus prejuicios clasistas, su falta de fe en el pueblo, sus temores ante el poderío imperialista, lo llevaron al campo de la contrarrevolución. De tímidas objeciones a las más radicales leyes revolucionarias pasó a una oposición tenaz. A mediados de 1959 renunció a la presidencia, tras provocar una crisis gubernamental. Luego, en los días cercanos a Girón, se asiló en una embajada y abandonó el país.
La Revolución, bajo el liderato de Fidel, continuó su curso. En Washington comenzaron a gestarse planes para destruirla, que no reparaban en el genocidio, el terrorismo más brutal y la agresión armada. Hasta hoy.