¿Qué juventud queremos?
A riesgo de que parezca un eslogan o una frase manida, no encuentro mejor sentencia para hoy —cuando celebramos en esta Isla el aniversario 56 de la Unión de Jóvenes Comunistas— que esta: en Cuba, como en ningún otro país del mundo, la juventud ha sido verdadera protagonista.
Y es que jóvenes fueron muchos de los hombres, de piel blanca y negra, que se lanzaron a la manigua machete en mano para librar a Cuba del colonialismo español. Jóvenes fueron también los que en la década del 20 del pasado siglo, desde la Universidad de La Habana, pusieron en jaque a más de un Gobierno de turno; y esos que, inspirados en las ideas del Apóstol de la independencia, cuando parecía que iba a morir en el año de su centenario, atacaron un cuartel y subieron a la Sierra Maestra a luchar por la libertad definitiva.
Pero jóvenes somos también los que estamos llamados hoy a continuar una Revolución de casi 60 años, en tiempos en que, por ley de la vida, la generación histórica de ese proceso va llegando a su fin. Y se equivocan quienes creen encontrar allí una espada de Damocles, pues lo cierto es que podremos tener otros intereses, otras necesidades, otras motivaciones; pero vivimos orgullosos de ser cubanos, de tener un sistema que nos ha permitido recibir una educación gratuita y de calidad, y que pese a las limitaciones materiales y tecnológicas, vela por el constante bienestar social de sus ciudadanos.
Ello, unido a la confianza que se ha depositado en nosotros para las más disímiles y decisivas tareas de la Revolución, nos ha hecho una generación agradecida. Así que se equivocan quienes creen que, por habernos tocado vivir los años más difíciles y complejos, seremos los jóvenes los que apostemos por un futuro diferente para Cuba.
Aunque puede que sí lo hagamos, pero convencidos de que diferencia no significa otro sistema, sino, tal y como nos legara Fidel en su concepto de Revolución, ese que juramos cumplir millones tras su muerte, cambiar todo lo que debe ser cambiado.
Fue precisamente Fidel quien nos inculcó como nadie la necesidad de ser auténticos, de ser revolucionarios, no por imitación, sino por el real significado de esa palabra. “¿Qué juventud queremos? ¿Queremos, acaso, una juventud que simplemente se concrete a oír y a repetir? ¡No! Queremos una juventud que piense. ¿Una juventud, acaso, que sea revolucionaria por imitarnos a nosotros? ¡No!, sino una juventud que aprenda por sí misma a ser revolucionaria, una juventud que se convenza a sí misma, una juventud que desarrolle plenamente su pensamiento.”
En esa aspiración le ha tocado a la Unión de Jóvenes Comunistas ser protagonista. Esa organización que surgió, precisamente, ante los ojos de Fidel, y a la que cedió la función de formar jóvenes con una actitud comprometida ante la sociedad y la vida, de formar jóvenes que habrían de vivir en una sociedad nueva, distinta a la de entonces y construida con sus propias manos.
“No decimos —afirmó una vez— que el ejemplo no valga; el ejemplo influye, el ejemplo vale, pero aun más que la influencia del ejemplo, vale la propia convicción, vale el pensamiento propio”. Porque el joven comunista —decía— tiene que ser un apóstol de sus ideas, un predicador de sus ideas, y tiene que predicar, en primer lugar, con el ejemplo; tiene que conquistar jóvenes y no alejar jóvenes”.
Así pensaba Fidel de nosotros; y así, estamos llamados a ser los jóvenes: revolucionarios, progresistas, luchadores incansables. Otro es el momento histórico, otras las tareas; pero el objetivo sigue siendo el mismo: vivir en Revolución.