Girón, Mangosta y los misiles
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El 22 de octubre de 1962 el presidente J.F. Kennedy anunciaba que se habían obtenido pruebas inequívocas de que en Cuba se estaban instalando bases de misiles soviéticos cuyo objetivo, puntualizaba, “no puede ser otro que mantener una fuerza de ataque nuclear contra el hemisferio occidental”.
En esta misma intervención, el mandatario estadounidense informaba que, en su condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de su país, había ordenado la ejecución de siete medidas preliminares, sustentadas en la doctrina de seguridad nacional: riguroso bloqueo de todo equipo militar ofensivo consignado a Cuba; incremento de la vigilancia sobre Cuba y sus instalaciones militares; consideración de que cualquier cohete nuclear lanzado desde Cuba contra cualquier nación del hemisferio occidental se interpretaría como un ataque de la Unión Soviética contra los Estados Unidos; reforzamiento de la Base Naval de Guantánamo; convocatoria a la Organización de Estados Americanos (OEA) para que apoyara la decisión asumida por la administración norteamericana, sobre la base de los denominados “principios de la seguridad hemisférica”, aunque no existió consulta previa a los Estados miembros; convocatoria al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para enfrentar la amenaza que esta acción significaba para la paz mundial; exhortación al presidente Nikita Jruchev para detener la “clandestina, temeraria y provocadora amenaza contra la paz mundial” que significaba la presencia de armas nucleares de carácter esencialmente defensivo en territorio cubano.
Para Kennedy, en el juego de ajedrez político entre Estados Unidos y la Unión Soviética, Cuba era sencillamente un peón sin voto ni voz. Washington y Moscú no fueron capaces de evaluar, con objetividad y precisión, el carácter autónomo, legítimo y autóctono del socialismo cubano ni el liderazgo excepcional de la vanguardia revolucionaria cubana encabezada por Fidel, el más extraordinario político y estadista de la segunda mitad del siglo XX.
Kennedy, influido por su arrogancia imperial, no captó en ese momento la originalidad de la Revolución Cubana; Jruchev, a pesar de su apoyo solidario y efectivo a Cuba en lo económico, militar, tecnológico y diplomático, no obró en consecuencia con los fundamentos de la diplomacia soviética.
La respuesta de Cuba ante las palabras de Kennedy no se hizo esperar. No hubo claudicación ni abdicación. Era la expresión de la democracia socialista cubana: Con las armas y con las masas.
Un país en pie de guerra
A las seis horas y cuarenta minutos del 22 de octubre de 1962, Fidel dio la orden de alarma de combate a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. En pocas horas miles de combatientes hombres y mujeres se movilizaron con precisión matemática. Los cuadros del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) y de las organizaciones de masas se incorporaron de inmediato a las tareas de la defensa de la patria. El país, en minutos, estuvo en pie de guerra.
Al día siguiente, en horas de la noche, el Comandante en Jefe compareció en la televisión cubana. Declaró que para arrebatarle a Cuba la soberanía era necesario borrarla de la faz de la tierra. Insistió en que Cuba resistiría el bloqueo y enfrentaría y derrotaría la agresión directa.
Resulta necesario recordar, en este momento, un aspecto de la política de Estados Unidos contra Cuba de ese período. En febrero-marzo de 1962, sin cohetes atómicos en nuestro territorio, el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos había propuesto a Kennedy la Operación Northwoods, la que a partir de pretextos falsamente diseñados, como por ejemplo, una autoagresión a la Base Naval de Guantánamo o supuestas acciones terroristas de Cuba en la Florida, entre otras, tropas norteamericanas invadieran el territorio cubano con la más moderna tecnología e ilimitados recursos materiales y humanos.
Kennedy rechazó la propuesta de esta operación. Consideró que una invasión directa a Cuba conllevaba un costo militar, político y humano, que Estados Unidos no podía asumir. De esta forma se enajenó para el resto de sus días el apoyo de los principales mandos militares de la nación, y dicho sea de paso, de la comunidad de inteligencia.
El 24 de octubre se realizaron en el mundo entero manifestaciones de solidaridad con la isla caribeña en tanto el secretario general de la ONU, U. Thant, enviaba sendos mensajes a Kennedy y Jruchev para evitar la confrontación mundial.
Un día de intensa actividad para los halcones del Pentágono resultó ser el 26 de octubre. El dilema era: si atacar a Cuba con armas convencionales o nucleares.
El Departamento de Estado ya había señalado, ese mismo día, que a pesar de las negociaciones no se descartaba la acción militar directa contra Cuba. Horas después, ya sábado 27, continuaron los preparativos del Pentágono para bombardear o invadir a Cuba. La URSS, por su parte, solicitó a Estados Unidos la retirada de sus cohetes en Turquía, que apuntaban al territorio soviético, y el compromiso de no invadir a la isla antillana, a cambio de retirar sus armas atómicas de la Isla.
Ese mismo día, Fidel Castro anunció en un comunicado que Cuba no aceptaría la violación de su espacio aéreo en tanto atentaba contra su seguridad nacional. Señaló que aviones que violaran el espacio aéreo cubano enfrentarían el fuego artillero de las Fuerzas Armadas.
A pesar de las advertencias de Cuba, un avión U-2 de la CIA, violó el espacio aéreo cubano ese mismo día y resultó abatido por el fuego artillero de una agrupación militar soviética.
A espaldas de Cuba
El domingo 28 se anunció al mundo entero que la URSS y los Estados Unidos habían llegado a un acuerdo mediante el cual se retirarían las armas nucleares del territorio cubano, las que se habían instalado en la Isla a petición de la URSS. La administración Kennedy, por su parte, se comprometió a suspender el bloqueo naval y prometió, sin firmar acuerdo, de forma verbal, no agredir a Cuba. Durante todo este proceso negociador Cuba no fue consultada ni informada del desarrollo y resultados de estas conversaciones.
Al evaluar este proceso negociador, Fidel Castro expuso que para llegar a un arreglo con nuestra Revolución, Cuba demandaba y exigía el cumplimiento de cinco condiciones que serían la garantía de la soberanía política y la independencia de la nación: cese de todas las acciones subversivas, lanzamientos y desembarcos de armas y explosivos por aire y mar, organización de invasiones mercenarias, infiltraciones de espías y saboteadores que se llevan a cabo desde territorio de los Estados Unidos y algunos países cómplices; cese de los ataques piratas que se llevan a cabo desde bases en los Estados Unidos y Puerto Rico; cese de todas las violaciones de nuestro espacio aéreo y naval por aviones y navíos de guerra norteamericanos; retirada de la Base Naval de Guantánamo y devolución del territorio cubano ocupado por los Estados Unidos.
Cuba se negó a la exigencia de Washington de inspeccionar el territorio nacional. Ese mismo domingo Fidel invitó a U Thant para viajar a La Habana y discutir personalmente la crisis. Este había tomado en cuenta la opinión de Cuba para la solución del conflicto. La nación, sin embargo, seguía en plena movilización combativa y alerta máxima. Todavía resuenan las palabras de Raúl Castro pronunciadas ese 28 de octubre en homenaje a Camilo Cienfuegos: “Donde sea, como sea y para lo que sea, Comandante en Jefe, Ordene”.
Fiel reflejo del dramático evento que fue la Crisis de Octubre, son las palabras escritas en 1965, por el comandante Ernesto Che Guevara en su carta de despedida al máximo líder de la Revolución Cubana: “[…] sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días […]”.
Manipulaciones
En el libro Trece días, escrito por Robert Kennedy, se presentan documentos oficiales de la administración Kennedy relacionados con el inicio de la Crisis de Octubre y su desenlace, identificando, para los Estados Unidos y la URSS, el 28 de octubre como el final de la crisis. Estos materiales ignoran las fuentes cubanas y constituyen una apología de la diplomacia de la administración Kennedy, sin rigor histórico y objetividad.
Para Cuba los orígenes de la Crisis de Octubre se identifican a partir de un memorándum de la CIA del 11 de diciembre de 1959 en el que el director del hemisferio occidental de la Agencia, J.C. King recomendó al director de la CIA, Allen Dulles, emprender un conjunto de operaciones clandestinas apuntadas a derrocar la Revolución Cubana. Entre las medidas recomendadas se relacionaban operaciones de inteligencia, guerra psicológica, formación de redes de agentes, creación de una oposición política, apoyo a grupos armados dentro del territorio cubano y la eliminación física de Fidel Castro y otros dirigentes de la vanguardia revolucionaria. Este memorándum fue rubricado como “autorizado” por Dulles.
El 17 de marzo de 1960, el presidente Eisenhower aprobó el informe elaborado por la CIA con el título de Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro. Este plan contemplaba la conformación de una oposición política al interior de la sociedad cubana; el establecimiento de una emisora subversiva en la isla Swan para trasmitir propaganda contrarrevolucionaria al archipiélago cubano; la organización de grupos terroristas y de espionaje en el territorio de la Isla controlados por la CIA; y la creación en el exterior de una fuerza paramilitar para que dirigiera un levantamiento armado contra la Revolución.
Este proyecto, en el transcurso del tiempo, se concretaría en la Brigada de Asalto 2506, entrenada en Guatemala y otros terceros países, que en abril de 1961 desembarcó en Playa Girón. Esta operación no descartaba la eliminación física de los principales dirigentes de la Revolución mediante planes de atentados planificados por la CIA, los cuales fueron neutralizados por la seguridad cubana.
Después de Playa Girón, con una no disimulada prepotencia imperial, Kennedy señaló que Cuba era y sería siempre un asunto de seguridad nacional para los Estados Unidos, con o sin el respaldo de América Latina. Con un frenesí patológico, la administración demócrata y el Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos priorizaron a su máximo nivel la política hacia Cuba, la cual apuntaba a aniquilar una nación, una cultura y una ideología. Presa de esa histeria, el mandatario aprobó en noviembre de 1961 la Operación Mangosta, totalmente ultrasecreta para subvertir la Revolución Cubana que contemplaba nunca informar sobre ella al Congreso de los Estados Unidos.
Las direcciones de Mangosta abarcaban la guerra económica; operaciones psicológicas; planes de inteligencia; organización de una invasión directa a Cuba; fomento de grupos de alzados en las principales zonas rurales de la Isla, en especial las provincias de Las Villas y Matanzas; sabotajes para destruir la economía; operaciones militares y terroristas; promoción de redes de agentes para acciones de espionaje, subversión política, terrorismo, abastecimiento y realización de planes de atentados contra el Comandante en Jefe y otros dirigentes revolucionarios como Raúl Castro y Ernesto Che Guevara. En febrero de 1962 se aprobó el bloqueo económico, comercial y financiero contra la Isla, que perdura hasta nuestros tiempos.
Cientos de sabotajes contra la economía cubana se perpetraron entre noviembre de 1961 y enero de 1963, fecha en que se canceló, en apariencia, la Operación Mangosta. Los grupos de alzados operaron en las seis provincias, asesinaron a hombres y mujeres humildes del pueblo, sin excluir alfabetizadores. Para octubre de 1962, según revelan documentos de los Estados Unidos, desclasificados posteriormente, había 410 organizaciones, grupos y grupúsculos contrarrevolucionarios operando contra Cuba.
Al surgir la Crisis de Octubre de 1962, el 22 de octubre, con la proclama del presidente norteamericano de bloqueo naval y total y sus amenazas en esos días de guerra convencional o nuclear, el Estado cubano libraba una guerra frontal contra la comunidad de inteligencia norteamericana desatada desde el primer año de la Revolución. Ya para entonces la mayoría de los planes de esta operación habían sido liquidados en su casi totalidad por el heroísmo del pueblo cubano, sus instituciones armadas y los Órganos de la Seguridad del Estado, cuyo pensamiento operativo y estratégico estuvo orientado directamente por Fidel.
Para las generaciones futuras y presentes, debe quedar bien claro que fue la Unión Soviética la que solicitó a la dirección política de la Revolución, en el primer semestre de 1962, instalar armas atómicas de carácter defensivo en territorio cubano, en función de aproximarse a una paridad nuclear con Estados Unidos y además reforzar, colateralmente, la defensa militar cubana frente a una posible agresión externa. El Gobierno Revolucionario accedió a la solicitud soviética en aras del internacionalismo revolucionario, aunque siempre demandó que el acuerdo militar suscrito fuera dado a conocer a la opinión pública mundial y no se mantuviera en secreto como decidió hacer la URSS a pesar de las advertencias cubanas.
La Crisis demostró al mundo que la Revolución Cubana se apoyaba en principios de legitimidad, autonomía y autoctonía y que estaba en la mejor disposición de convivir con los Estados Unidos sobre la base del respeto pleno a su autodeterminación, soberanía política e independencia plena. En estos tiempos, cuando la administración Trump amenaza al mundo con una nueva Crisis de Octubre, Cuba, soberana e independiente, está lista para enfrentar cualquier escenario probable, consciente, como nos han enseñado Fidel y Raúl que nuestra nación y nuestro pueblo pueden ser destruidos, pero jamás vencidos ni conquistados.
*Especialista del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado (CIHSE)