Una carta, un Partido, un diario…
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«…Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera)».
Ernesto Che Guevara
Dicen que Fidel habló con la voz entrecortada, quebrada por la emoción. Era el 3 de octubre de 1965, y un silencio dramático, de esos que estremecen la piel, fue cobijando cada espacio del teatro Chaplin, hoy Karl Marx. Dicen que algunos de los presentes se levantaron del asiento, por la conmoción, por lo imprevisible. Otros callaron, y sintieron. Palabra por palabra, Fidel leía a los presentes la carta de despedida del Che.
«Hay una ausencia en nuestro Comité Central –decía– de un compañero que posee todos los méritos y todas las virtudes necesarias en el grado más alto para pertenecer a él y que, sin embargo, no figura entre sus miembros…».
El Comandante Guevara había marchado, a otros pueblos, a ayudar en los sueños de libertad de otras tierras, porque hombres como él dotan de un mayor significado lo que es ser profundamente humano e internacionalista.
La despedida, decía el Che, laceraba una parte de su espíritu, en una extraña mezcla de alegría y dolor. Aquí, en Cuba, «dejo lo más puro de mis esperanzas de constructor y lo más querido entre mis seres queridos… y dejo un pueblo que me admitió como un hijo...».
En la misiva, dirigida al propio líder de la Revolución Cubana, Ernesto Guevara recordaba aquel primer encuentro con Fidel, «en casa de María Antonia», de cuando le propuso venir a Cuba a bordo del yate Granma, de toda la tensión de los preparativos. También le daba las gracias por sus enseñanzas y se enorgullecía por haberlo seguido sin vacilaciones, identificado con su manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios.
«En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes; luchar contra el imperialismo dondequiera que esté; esto reconforta y cura con creces cualquier desgarradura.
«Digo una vez más que libero a Cuba de cualquier responsabilidad, salvo la que emane de su ejemplo. Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos. Que he estado identificado siempre con la política exterior de nuestra Revolución y lo sigo estando. Que en dondequiera que me pare sentiré la responsabilidad de ser revolucionario cubano, y como tal actuaré...».
Y así de revolucionario fue el Che hasta su caída en combate en Bolivia, deviniendo entonces en paradigma de entrega, de sacrificio, de hombre del futuro.
Hace 52 años, en aquel mismo teatro, Fidel también sometió a la opinión de los presentes cambiar el nombre del Partido Unido de la Revolución Socialista, por otro, uno nuevo, que sintetizara «lo que somos hoy y lo que seremos mañana».
«No hay episodio heroico en la historia de nuestra Patria en los últimos años que no esté ahí representado; no hay combate, no hay proeza –lo mismo militar que civil– heroica o creadora, que no esté representada», expresaba Fidel al referirse a la constitución del Partido Comunista de Cuba y de su primer Comité Central.
Pero aquel 3 de octubre fue un día convulso, lleno de sucesos, y esa misma vorágine que envolvía a una Revolución naciente, iba a ser contada desde las páginas de un nuevo diario. El nuestro. El periódico Granma.
Al día siguiente, el 4 de octubre, circularía su primera edición.