Famoso corresponsal americano entrevista a Fidel Castro
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Herbert L. Matthews, autor de esta sensacional entrevista en la Sierra Maestra, es uno de los reporteros más sagaces de The New York Times. Profundo conocedor de los asuntos latinoamericanos, con especialidad de los de Cuba, Matthews es autor de varios libros de definida proyección liberal y antitotalitaria. Aparte de su proyección de reportero, Matthews es editorialista del Times, el periódico más influyente de los Estados Unidos. Matthews fue premiado el año pasado con el John Moors Cabot, uno de los galardones más preciados que concede la famosa Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. Suprimida la censura de prensa el último martes, BOHEMIA considera como un deber ineludible publicar este reportaje por su indudable interés público.
FIDEL CASTRO, el líder rebelde de la juventud cubana, está vivo y peleando con éxito en la intrincada Sierra Maestra, en el extremo sur de la isla.
El presidente Fulgencio Batista tiene la crema de su Ejército en la región, pero hasta ahora está en desventaja en la batalla por vencer al más peligroso enemigo que jamás haya enfrentado en su larga y azarosa carrera como regidor de los destinos cubanos.
Esta es la primera noticia confirmada de que Fidel Castro está todavía vivo y todavía en Cuba. Nadie fuera de la Sierra Maestra ha visto a Castro, con excepción de este reportero. Nadie en La Habana, ni aún en la Embajada de los Estados Unidos, con todos sus recursos para obtener informaciones, conocerá hasta la publicación de este reportaje que Fidel Castro está realmente en las montañas orientales de Cuba.
Este recuento romperá la más rígida censura de la historia republicana de Cuba. La provincia de Oriente con sus dos millones de habitantes, sus florecientes ciudades de Santiago, Holguín y Manzanillo, está tan desconectada de La Habana como si se tratara de otro país. La Habana, no sabe y no puede saber que miles de hombres y mujeres están en corazón y en alma con Fidel Castro, así como con los ideales que defienden los jóvenes de la Sierra Maestra. Tampoco conocen que cientos de respetables ciudadanos están ayudando a Castro; que estallidos de bombas y actos de sabotajes se producen a diario (18 bombas estallaron en Santiago el 15 de febrero), y que la fiera represión antiterrorista del gobierno está enardeciendo los ánimos populares aún más contra el presidente Batista.
A lo largo de Cuba, un formidable movimiento de oposición ha estado desarrollándose contra el general Batista. Aún no ha alcanzado su clímax. Los rebeldes de la Sierra Maestra están constreñidos a ese perímetro. La situación económica es buena. El presidente Batista cuenta todavía con la fidelidad de la oficialidad del Ejército y la Policía. Debe poder contar con el respaldo castrense en los dos años que aún quedan a su mandato.
Sin embargo, hay aspectos débiles en la economía, especialmente en el ángulo fiscal. El desempleo es creciente; la corrupción prevalece en la administración pública. Nadie puede predecir nada con seguridad, excepto que Cuba está en un período problemático.
Fidel Castro y su Movimiento 26 de Julio son el símbolo de la oposición al régimen. La organización, que no tiene nexos con la rebeldía de los estudiantes universitarios, está integrada por jóvenes de todas clases. Es un grupo revolucionario que se autotitula socialista. También tiene características nacionalistas, que generalmente en América Latina significa antiyanqui.
El programa es vago y plagado de generalidades, pero entraña un nuevo ideal para una Cuba radical, democrática e incluso anticomunista. Su pujanza está en su lucha contra la dictadura militar del presidente Batista.
Riesgo terrible
Lograr que yo penetrara en la Sierra Maestra y entrevistara a Fidel Castro, significó un riesgo terrible para docenas de hombres y mujeres en La Habana y en Oriente. Naturalmente, que debo tener cuidado en no descubrir su identidad en estos artículos pues sus vidas pueden peligrar –después de la acostumbrada tortura–. No usaré nombres ni lugares, ni brindaré detalles que puedan elaborar una pista dentro y fuera de la Sierra Maestra.
Aparentemente, el general Batista no puede reprimir la revuelta de Castro. Su única esperanza es que su Ejército caiga sobre el jefe rebelde y su Estado Mayor. Esto es improbable que ocurra, por lo menos antes del 1º. de marzo, cuando la presente suspensión de garantías constitucionales supuestamente debe terminar.
Fidel Castro es hijo de un español de Galicia, un “gallego” como el generalísimo Francisco Franco. Su padre fue un obrero de “pico y pala”, que laboró a principios de siglo en la United Fruit Company, que tenía sus plantaciones azucareras en la costa norte de la provincia de Oriente. Su fortaleza, su destreza para el trabajo rudo y su agilidad mental permitieron a su padre convertirse en un rico colono azucarero. A su muerte el año pasado sus hijos, incluyendo Fidel, heredaron una apreciable fortuna.
Vuelo a Norteamérica y a México
Alguien que conocía a la familia, recuerda a Fidel como un chiquillo de cuatro o cinco años, disfrutando de una saludable vida campesina. Su padre lo envió primero al colegio y más tarde a la Universidad de La Habana, donde estudió leyes y se convirtió en uno de los estudiantes que dirigían la oposición contra el general Batista en 1952, cuando se produjo la revuelta militar que impidió las elecciones presidenciales de ese año.
Fidel huyó de Cuba, en 1954, y vivió en New York y Miami. El anunció que, en 1956, seria “el año de la decisión”. Antes que finalizara el año prometió que sería “héroe o mártir”.
El gobierno supo de su estancia en México, donde el verano pasado entrenaba a una brigada de jóvenes que dejaron su país para seguirle. A fines de año, el Ejército cubano estaba alerta, conocedor de que algo ocurriría. Fidel Castro era ya el héroe de la juventud cubana, por su ataque desesperado al cuartel Moncada, de Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953.
Cien muertos en combate
Entonces un centenar de estudiantes y soldados perecieron, pero fracasó la intentona. El arzobispo de Santiago, monseñor Enrique Pérez Serantes, intervino para impedir la matanza y consiguió que Castro y sus hombres se rindieran con la promesa de respetar sus vidas. Fidel Castro fue sentenciado a quince años de prisión, pero logró una amnistía a sazón de las elecciones presidenciales del 1º. de noviembre de 1954: Entonces dejó la isla y empezó a organizar el Movimiento 26 de Julio. Bajo esa bandera la juventud de Cuba está ahora combatiendo al régimen de Batista.
El intento, que a primera vista pareció fracasado se produjo el 2 de diciembre de 1956. Ese día, un yate motor de 62 pies, el Gramma, condujo a ochenta y dos jóvenes con entrenamiento militar de dos meses en un rancho de México, a las costas de Oriente a poca distancia de Niquero en un punto llamado Playa Colorada. El plan consistía en desembarcar por Niquero, reclutar hombres, y ensayar un ataque contra el gobierno. Sin embargo, el Gramma fue localizado por una embarcación de la Marina de Guerra. Los aviones comenzaron a atacar el yate y sus tripulantes decidieron desembarcar.
Playa Colorada, desafortunadamente para los invasores era un traicionero pantano. Los hombres perdieron su aprovisionamiento así como sus armas y pronto fueron atacados por el Ejército. Se dispersaron y se encaminaron a las montañas. Muchos perecieron. De los ochenta y dos no más de quince o veinte lograron sobrevivir después de pocos días de lucha.
El presidente Batista tuvo éxito en ocultar lo que estaba pasando. Los jóvenes capturados fueron forzados a decir que sólo hablaron con Fidel Castro en el Gramma, pero que no lo vieron más. Así se logró producir la duda sobre su presencia en Cuba.
A causa de la censura, La Habana y otras ciudades cubanas se estremecían con los más asombrosa rumores: algunas especulaciones alentadas por el gobierno estimaban muerto a Fidel Castro. Solo los que combatían junto a él, así como quienes tenían fe y esperanza sabían o pensaban que estaba vivo. Solo pocos conocían la verdad de lo ocurrido.
Esa era la situación cuando el reportero llegó a La Habana, el 9 de febrero, para tratar de conocer lo que realmente estaba ocurriendo. La censura amordazaba tanto a los corresponsales extranjeros como a la prensa de Cuba. Todos comentaban, aun quienes creían vivo a Castro, la situación con esta pregunta: ¿Si Fidel está vivo, por qué no dice algo? Desde el 2 de diciembre se mantenía absolutamente tranquilo –o estaba muerto.
Más tarde supe que Castro aguardaba por reorganizar y fortalecer sus fuerzas, así como tener dominio de la Sierra Maestra. Esto afortunadamente coincidió con mi llegada, cuando Castro ya había confiado a una fuente en La Habana que deseaba entrevistarse con un corresponsal extranjero. El contacto se produjo a mi arribo a Cuba. A causa del estado de sitio tenía que ser con alguien que obtuviera la información y que la escribiera fuera de Cuba.
Vino entonces la semana de los preparativos. Fue necesario lograr romper el cerco del gobierno a la Sierra Maestra con falsos pretextos.
Después de las primeras semanas el Ejército reportó que las maltrechas fuerzas de Castro estaban muertas de hambre en las montañas.
Las informaciones que llegaban a La Habana indicaban encuentros en que las tropas del Ejército estaban sufriendo fuertes bajas.
Preparativos para la entrevista
El primer problema fue atravesar los bloqueados caminos y alcanzar un pueblo cercano que sirviera de trampolín. Al atardecer del viernes, 15 de febrero, los hombres de Castro se conectaron conmigo con noticias de que el encuentro estaba preparado para la noche siguiente en la Sierra y que todo el Estado Mayor rebelde se arriesgaría a acercarse al borde de la cordillera, de manera que no tuviera que ascender demasiado. No hay caminos por esos parajes y no podíamos utilizar caballos.
Para ir de La Habana a Oriente (a más de 500 millas de distancia) significaba manejar toda la noche y la mañana siguiente para estar en disposición el sábado por la tarde de llegar a la Sierra.
El plan para atravesar las líneas militares y las carreteras bloqueadas en Oriente fue tan simple como efectivo. Utilizamos a mi esposa como camouflage. Cuba está en plena temporada turística y nada puede parecer tan inocente como una pareja de norteamericanos viajando por la más hermosa y fértil provincia con algunos jóvenes amigos. Los soldados echaban una mirada a mi esposa, vacilaban un segundo y nos saludaban con una sonrisa amistosa. Si nos hubieran interrogado teníamos un “cuento” para ellos.
De esa manera llegamos a casa de un simpatizador de Castro, en las afueras de la Sierra. Allí quedaría mi esposa en calurosa hospitalidad. Me vestí con las ropas compradas en La Habana “para una pesquería”, suficientemente gruesas para soportar el aire frío de la .noche en las montañas y suficientemente oscuras para que me sirvieran de camouflage.
A la caída de la noche, fui llevado a una casa donde los tres jóvenes que fueron conmigo estaban reunidos. Uno de ellos era “uno de los 82”, una expresión que pronuncian con orgullo los sobrevivientes del desembarco original. Yo iba a conocer cinco o seis más. Un correo, con un jeep militar abierto se unió a nosotros.
Mal tiempo
Trajo malas noticias. Un carro militar con cuatro soldados del gobierno estaba situado en una carretera que teníamos que tomar para llegar cerca del punto donde debíamos encontrarnos con Castro a media noche. Además, una fuerte lluvia por la tarde convirtió las carreteras en un lodazal. Fidel Castro deseaba verme de todas maneras y algo había que hacer.
El correo aceptó de mala gana. A través de las llanuras de Oriente hay tierras dedicadas a plantaciones de azúcar y arroz que cuentan con caminos de tierra. El correo conocía cada palmo de la ruta y aconsejó que tomando un camino serpenteante, podíamos acercarnos lo suficiente. Tuvimos que atravesar una carretera fortificada por el Ejército y someternos al riesgo constante de patrullas armadas, de tal forma que debíamos tener bien preparado “el cuento”. Yo era un azucarero norteamericano que no sabía una palabra de español y que iba a ver las plantaciones en cierto pueblucho. Uno de los jóvenes que hablaba inglés era “mi intérprete”, los otros tenían también sus “papeles”.
Antes de partir uno de los hombres me mostró un fajo de billetes (el peso cubano es exactamente del mismo tamaño y valor del dólar norteamericano) que sumaba aparentemente $400, que eran enviados a Castro. Con el “rico americano” era natural que el grupo tuviera el dinero si éramos encontrados. Era una interesante evidencia que Fidel Castro pagaba por todo lo que tomaba a los guajiros de la Sierra.
Nuestra historieta convenció a una guardia militar cuando nos detuvo por un momento aunque se mostró dubitativa por unos segundos. Entonces vinieron horas de viaje al través de plantaciones de caña y campos de arroz en una travesía que sólo podía realizar un jeep. Uno de los tramos, advirtió el guía, estaba fuertemente custodiado por tropas del gobierno, pero tuvimos la suerte de no ver a nadie, hasta que después de millas de viaje accidentado no pudimos ir más lejos.
Era medianoche, la hora en que teníamos que encontrar a los soldados de Castro; tuvimos que caminar primero por un terreno difícil. Al final nos salimos del camino y nos deslizamos por una ladera hasta un arroyo iluminado por la luna llena. Uno de los muchachos resbaló y cayó al agua helada. Yo atravesé el arroyo con el agua hasta las rodillas, haciendo esfuerzos por no caer. A cincuenta yardas debía celebrarse la entrevista.
No estaba el centinela
No había centinela. Tres de nosotros esperamos mientras dos hombres reconocían los alrededores. A los quince minutos retornaban sin encontrar una pista de Castro. El guía sugirió que debíamos avanzar un poco, pero sin saber a dónde íbamos. Los hombres de Castro tienen una señal característica que yo escucharía incesantemente –dos pitazos bajos y suaves–. Uno de nuestros hombres trató de interpretarlos, pero sin éxito. Después de un momento nos dimos por vencidos. Teníamos que escondernos de una luna resplandeciente y de la vigilancia de las tropas. Nos cobijamos en un paraje de árboles y maleza en un terreno fangoso. Nos sentamos para una plática. El guía y otro joven que había peleado antes junto a Castro dijeron que irían más arriba para ver si podían encontrar algunas tropas rebeldes.
Tres de nosotros quedamos aguardando, una espera agónica de más de dos horas entumecidos en el fango, no atreviéndonos a hablar ni a movernos, tratando de conciliar el sueño momentáneo con la cabeza en las rodillas, molestados por mosquitos que estaban dándose el “banquete de sus vidas”.
Por fin escuchamos un precavido doble pitazo de bienvenida. Uno de nosotros replicó, mientras aguardábamos por otra señal. Habíamos trabado contacto con un centinela avanzado y un guía nos llevaría a un sitio en las montañas. El práctico conocía las montañas perfectamente, para llevarnos, como lo hizo serpenteando el camino.
Cita al amanecer
El guía se detuvo y silbó con precaución. Pronto se produjo la respuesta sonora. Hubo una pequeña plática y se nos hizo una señal hacia una gruta. La vegetación, el fango, la luz de la luna –todo brindaba la impresión de una selva tropical, más que Cuba parecía el Brasil.
Castro tenía su campamento a alguna distancia y un soldado fue a anunciarle nuestra llegada preguntándole si debíamos acercarnos o si él vendría a recibirnos. Poco más tarde el centinela volvió con noticias de que teníamos que esperar y que Fidel vendría al amanecer. Alguien me dio unas galletas de soda que tenían buen sabor, otro tendió una colcha en el suelo que parecía un lujo en esos parajes. La cueva era muy oscura para reconocer a alguien.
Hablamos en el tono de murmullo. Un hombre me contó cómo había visto destrozar y quemar la tienda de su hermano por tropas del Ejército y ejecutarle más tarde. “Prefiero estar aquí, peleando con Fidel que en otro lugar del mundo.”
Faltaban todavía dos horas para el amanecer y la colcha hacía posible un poco de sueño.
A la luz de la fosforera yo observé cuán jóvenes eran los hombres de Castro. Su jefe tenía treinta años y ya era viejo para el Movimiento 26 de Julio. Los rifles y la ametralladora que vi eran de fabricación norteamericana, todos modelos atrasados.
El capitán de la tropa era un negro corpulento de barba y bigote, con sonrisa brillante y disposición para la publicidad. De todos los que conocí, sólo él se interesó porque mencionara su nombre: Juan Almeida, “uno de los 82”.
Alguno de los muchachos habían vivido en los Estados Unidos y hablaban inglés, otros habían aprendido el idioma en los colegios. Había un jugador profesional de baseball con experiencia en las Ligas Menores, que tenía aún a su esposa en los Estados Unidos.
Lógica de la rebelión
El paraje de la Sierra en que nos encontrábamos era poco fértil. “Algunas veces comemos, otras no”, me confió un rebelde. En conjunto parecían gozar de buena salud. Sus simpatizadores le enviaban alimentos; los campesinos les prestaban ayuda; guías de confianza van a comprar aprovisionamientos, pese a que los comerciantes hacen sus ventas con riesgo y contra las órdenes del gobierno. Raúl Castro, el hermano más joven de Fidel, se adelantó con miembros del grupo. Poco más tarde apareció Fidel. Considerándolo por su físico y su personalidad, es un hombre corpulento, de seis píes, de piel aceitunada, de cara llena, de barba dispareja. Vestía un uniforme color olivo y llevaba un rifle con mirilla telescópica del cual se siente orgulloso. Parece que sus hombres tienen más de cincuenta de esas carabinas que dice temen los soldados. “Nosotros podemos alcanzarlos a mil yardas con estas escopetas.”
Después de conversar sobre algunas generalidades, nos sentamos sobre mi frazada. Alguien trajo jugo de tomate, sandwiches de jamón con galletas y latas de café. Para festejar la ocasión, Castro abrió una caja de tabacos, y conversamos por espacio de tres horas.
La conversación era un murmullo. Tropas del Ejército circundaban las cercanías, con la única esperanza de poder atrapar a Castro y a sus hombres,
Su personalidad es abrumadora. Es fácil convencernos de que sus hombres lo adoran y comprenden por qué es el inspirador de la juventud de Cuba. Estaba frente a un fanático, un hombre de ideales, de coraje y de cualidades para el liderazgo.
Los 82
La conversación comenzó con el relato de cómo pudo agrupar a los dispersos sobrevivientes de los hombres que desembarcaron el 2 de diciembre. Más tarde cómo pudo mantener alejadas a las tropas del Gobierno mientras jóvenes de todas partes de Oriente se unían a sus fuerzas, mientras el general Batista los abrumaba con sus prácticas antiterroristas. También contó cómo se aprovisionó de armas y comenzó los ataques de guerrilla, que hicieron se le considerara invencible. Quizá no lo sea, pero esa es la fe que inspira a sus partidarios.
Ellos han celebrado muchos combates e infligido muchas bajas al Ejército. Aviones del gobierno los bombardean todos los días; en efecto, a las nueve de la mañana vi volando a un avión. Las tropas tomaron sus puestos; un hombre que vestía una camisa blanca se escondió con prontitud, pero el aparato se alejó para bombardear la parte alta de la montaña.
Castro es un gran conversador, sus ojos carmelitosos brillan; su rostro se aproxima a su escucha y su voz tenue como en una pieza de teatro, presta un vívido sentido de drama.
—Llevamos setenta y nueve días peleando y estamos más fuertes que nunca –enfatiza Castro–. Los soldados están peleando malamente; su moral es baja y la nuestra no puede ser superior. Estamos matando muchos, pero cuando los tomamos prisioneros nunca los fusilamos. Los interrogamos, les hablamos cordialmente, tomamos sus armas y su equipo y los dejamos libres.
“Sabemos que siempre los arrestan después, y hemos oído que algunos son fusilados como ejemplos para otros. Ellos no quieren pelear y no saben cómo combatir en la guerra en las montañas. Nosotros sí.
“El pueblo cubano conoce las noticias sobre Argelia, pero nunca ha escuchado una palabra acerca de nosotros o leído una noticia por la rigidez de la censura. Nosotros seremos los primeros en contarlas. Tengo seguidores en toda la isla. Todos los mejores elementos, especialmente la juventud está con nosotros. El pueblo cubano resiste cualquier cosa menos la opresión.”
Le pregunté sobre las informaciones en que se aseguraba que proclamaría un gobierno revolucionario en la Sierra Maestra.
—Aún no –replicó–. Aún no es el momento. Lo haré en su oportunidad. Tendrá más impacto por la demora, ahora todo el mundo habla de nosotros.
“No hay prisa. Cuba está en estado de guerra, pero Batista trata de ocultarlo. Todo dictador debe demostrar que es poderoso, pues de lo contrario se cae; nosotros estamos demostrando que es impotente.” ‘
—El gobierno –comentó con amargura– está utilizando las armas suministradas por los Estados Unidos, no solo en su contra, sino también “contra todo el pueblo cubano”.
“Ellos tienen bazookas, morteros, ametralladoras, aviones y bombas –refirió–, pero nosotros estamos seguros en la Sierra; ellos tienen que venirnos a buscar.”
Castro habla algo de inglés, pero prefiere conversar en español. Tiene mentalidad más de político que de militar. Sus ideas de libertad, democracia, justicia social, de necesidad de restaurar la Constitución, de celebrar elecciones, están bien arraigadas. También cuenta con sus propias teorías económicas, que quizá un entendido consideraría pobres.
El Movimiento 26 de Julio habla de nacionalismo y anticolonialismo.
—Puedo asegurar que no tenemos animosidad contra los Estados Unidos y el pueblo norteamericano –replicó a mis preguntas–. Sobre todo –recalcó– estamos luchando por una Cuba democrática y por la conclusión de la dictadura. No somos antimilitaristas; por eso es que dejamos libres a los soldados prisioneros. No tenemos odio contra el Ejército porque sabemos que hay buenos hombres, incluyendo a muchos oficiales.
“Batista tiene tres mil soldados en el campo contra nosotros. No le diré con cuántos contamos por razones obvias. Trabajan en columnas de doscientos; nosotros en grupos de diez a cuarenta y estamos triunfando. Es la batalla contra el tiempo y el tiempo está de nuestro lado. “
El dinero que necesitan
Para demostrar que actúan correctamente con los guajiros pide que traigan “la contadora”. Un soldado trae un bulto de tela carmelita, que Castro abre. Hay más de cuatro mil pesos apilonados. Confiesa que ese es todo el dinero que necesita, pero que pudiera conseguir más.
—¿Por qué los soldados mueren por defender a Batista cuando sólo les pagan setenta y dos pesos al mes? –pregunta.
“Cuando ganemos les pagaremos cien pesos y ellos servirán a una Cuba democrática y libre.
“Yo siempre estoy en la línea de fuego –asevera con la confirmación de todos.”
El Ejército pudiera capturarle, pero en las presentes circunstancias luce casi invulnerable.
—Nunca saben dónde estamos –manifiesta a la vez que el grupo se levanta para despedirse–, pero nosotros siempre sabemos dónde están ellos. Usted se arriesgó en venir, pero nosotros tenemos toda el área ocupada y podrá salir con seguridad.”
Emprendimos el camino de regreso con la luz del día, pero siempre tratando de pasar inadvertidos. El guía avanzaba como una paloma casera por bosques y campos donde no hay sendero recto, bajando por el costado de la Sierra. Nos detenemos en la casa de un campesino; donde nos prestan un caballo y vamos en busca del jeep escondido durante la noche.
Atravesamos una carretera bloqueada por el Ejército, pero no tenemos dificultades.
Terminada la aventura, bañados y afeitados, volvemos a lucir como un turista norteamericano, con mi esposa como camouflage, no tenemos dificultades en el viaje de retorno por entre las carreteras llenas de soldados que nos llevan a La Habana. Para todos hemos estado en un fin de semana de pesquería y nadie nos molesta mientras tomamos el avión hacia Nueva York.