El rango de lo inmenso
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Stevenson no está. Fidel no está. Dos hombres, unidos en vida por una larga amistad y, sobre todo, por el gran sentimiento de lealtad.
Fidel lideró una Revolución, navegó en un yate con 81 hombres, se fajó en la Sierra Maestra, puso a correr al tirano, disertó con la palabra, fue faro y guía de los pobres y oprimidos del mundo. Sin embargo, pudo tomar otro camino.
Pudo desentenderse de los abusos, de la desigualdad; cualidades le sobraban para convertirse en abogado de renombre.
Pero, la lealtad a sus ideales lo sumergió de lleno en una lucha no individual, sino de millones de personas.
Teófilo Stevenson ganó a puro golpe tres Olimpiadas, algo que solo otros dos humanos han logrado en una historia centenaria. En sus manos, literalmente, tuvo la oportunidad de tumbar a George Foreman, a Joe Frazier, o al mismísimo Muhammad Ali, a cambio, en cada caso, de un puñado de dólares por vestir sin la estrella solitaria.
«No cambio mi pedazo de Cuba ni por todo el dinero que puedan ofrecer». «¿Qué es un millón de dólares comparado con el amor de ocho millones de cubanos?» Esas fueron las palabras del gigante tunero, que han funcionado luego como base de formación para otros grandes de los cuadriláteros. Félix Savón, por ejemplo, dijo que «peleaba por una idea, por defender nuestro país».
Lealtad. Esa es la palabra. La relación entre Fidel y Stevenson, más allá de sus inmensas siluetas, pasa por la incondicionalidad.
Nos cuenta Fraymari Arias Meléndez, viuda de Teófilo, que cuando se juntaban, no parecían el Comandante y el campeón indiscutible. «Eran solo dos hombres comunes, de carne y hueso, conversando, bromeando, preocupándose cada uno por las cosas del otro. Eran como padre e hijo», precisa en exclusiva con nuestro diario.
«Teófilo lloraba frente al televisor cuando veía a Fidel recibiendo a alguna personalidad. Le tenía mucho cariño. No imagino cómo hubiera asimilado este momento, pero estoy segura de que sentiría el dolor en carne propia, el mismo que nos invade cuando perdemos un familiar», precisó Fraymari.
Y no cuesta imaginar el rostro agrietado de Teófilo con lágrimas. Sería solo la reacción de cubano, de cualquier cubano que, como él, siguió el camino de la lealtad a su líder, el camino del compromiso.
En una de sus Reflexiones, específicamente la firmada a las tres y quince de la tarde del 12 de junio del 2012, Fidel esbozaba sin medias tintas que Stevenson se había marchado.
«Ningún otro boxeador amateur brilló tanto en la historia de ese deporte. Podría haber obtenido dos títulos olímpicos adicionales, si no hubiese sido por deberes que los principios internacionalistas impusieron a la Revolución. Ningún dinero del mundo habría sobornado a Stevenson», decía el corto texto.
Pudieron ser cuartillas y cuartillas escritas por el Comandante sobre el genial pugilista, pero unas sencillas palabras calaron hondo y mostraron todo el valor de un hombre que jamás dio la espalda a la Revolución.
«¡Gloria eterna a su memoria!», escribió Fidel aquella jornada gris de junio. Con total certeza, exactamente lo mismo diría ahora Stevenson en honor a su Comandante.