Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz con motivo del inicio del curso escolar 1995/96 y sus 50 años de vida revolucionaria, iniciada en la Facultad de Derecho, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de la Habana, el 4 de septiembre de 1995
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Queridos y entrañables amigos:
Primero que todo les debo pedir excusas por el calor olímpico que tenemos esta noche en esta Aula Magna. En 35 años de Revolución no consiguieron ni para ventiladores, ni para aire acondicionado, ni para nada (RISAS). No sé si es falta de arquitectos o falta de recursos, si es que la arquitectura no lo permite; pero algo tienen que inventar ustedes, porque si es verdad que la atmósfera se está calentando, y parece que es verdad, no sé cómo van a seguir celebrando actos en esta Aula Magna de la universidad.
Quiso la generosidad de ustedes vincular el inicio de este curso con la circunstancia casual de que aproximadamente por esta fecha, quizás unos días más tarde, se cumplen 50 años --¿ustedes están seguros de que no se han equivocado? (RISAS)-- de mi ingreso a esta universidad.
Un día como hoy, debo ver que constituye un privilegio especial para mí, aunque sea duro el día, aunque hayamos tenido la Asamblea Nacional todo el tiempo, aunque me hicieran recorrer el infierno de la escuela de derecho, muy bien remozada, sin una sola ventana abierta, Delio --tú no tienes nada que ver con eso, lo tuyo es la historia--, y las luces de todos los que nos acompañaban, sin duda que tiene que experimentar uno la sensación de energía necesaria para cumplir esta delicada tarea que ustedes me han dado de dirigirles la palabra en la noche de hoy.
Decía privilegio porque cómo no considerar esto un privilegio. Es de esas cosas que no se pueden pensar nunca, que un día, 50 años después, en medio de una Revolución, incluso de un momento difícil de la Revolución, en medio de un período especial, se iba a producir este encuentro.
Es posible que los padres de muchos de ustedes no hubieran nacido todavía hace 50 años, de modo que estoy reunido --se puede decir-- con los nietos de aquella generación que ingresó en la universidad en el año 1945. Ni siquiera una imaginación fértil habría podido concebir algo así.
Fue un privilegio ingresar en esta universidad también, sin duda, porque aquí aprendí mucho, y porque aquí aprendí quizás las mejores cosas de mi vida; porque aquí descubrí las mejores ideas de nuestra época y de nuestros tiempos, porque aquí me hice revolucionario, porque aquí me hice martiano y porque aquí me hice socialista, primero socialista utópico, gracias a las conferencias de aquel profesor que mencionábamos anteriormente, Delio, que daba clases de economía política, y de economía política capitalista, tan difícil de comprender y tan fácil de descubrir en su irracionalidad y en sus cosas absurdas. Por eso fui primero socialista utópico, aunque también gracias a mis contactos con la literatura política, aquí en la universidad y en la escuela de derecho, me convertí al marxismo-leninismo.
En esta universidad viví momentos difíciles, muy difíciles, tan difíciles que resulta un verdadero azar, incluso, el haber sobrevivido a aquellos años universitarios. Libré luchas muy duras, con toda la persistencia y toda la decisión necesarias, hasta que después se acercaron otros años y otras épocas.
Debo decir que cuando ingresé en la universidad de política sabía muy poco, muy poco. ¿Qué sabía yo de política en aquella época? Lo más que recuerdo es que tuve un hermano, o un medio hermano, postulado para representante por el Partido Auténtico, allá por la provincia de Oriente. Recuerdo que en aquel momento eran 42 representantes por Oriente, y que cada partido llevaba sus candidatos. Yo tendría tal vez unos 14 años, y andaba enseñando a votar, estaba con unas boletas por allá recorriendo los bohíos y las casas de Birán, enseñando a votar por Pedro Emilio Castro. No recuerdo el número exacto en que estaba en la boleta, pero yo tenía que darle la explicación a aquella gente, que era analfabeta casi toda, el lugarcito, el partido y todo, donde tenían que marcar la cruz.
Pero no se vayan a pensar ustedes que yo era revolucionario a los 14 años, o que yo era político a los 14 años y había hecho una opción política determinada, sino que el otro era mi hermano y me había ofrecido un caballo si ganaba las elecciones (RISAS). En realidad fue una campaña --sí, sí, eso fue como en el año 1939-- muy poco desinteresada la que hice. Pero él me hablaba, él tenía aquella amabilidad de tratarme; siempre a los muchachos les gusta que los traten, que los tomen en cuenta, y me dio la tarea aquella que estuve realizando hasta el día de las elecciones, y todo mi esfuerzo se vino abajo, llegó la guardia rural y no dejó votar a nadie.
Quizás yo tenga que hacer alguna rectificación histórica del año exacto --creo que fue antes--, tendría que recordar en qué elecciones fue. Posiblemente yo no tenía ni siquiera 14 años cuando hice aquella campaña política y Pedro Emilio quedó primer suplente entre los representantes que le tocaban a aquel partido. Ya hubiera sido cuestión de suerte, si por accidente fallecía alguno de los representantes aquellos y Pedro Emilio llegaba a la Cámara y cumplía su promesa del caballo. Se imaginarán ustedes --tal vez algunos no, pero sí los que son del campo, los que viven en el campo-- lo que significa que le hagan una promesa de ese tipo que me hicieron a mí; creo que era árabe, no sé, él me prometió todo en aquella campaña. Era mi primera experiencia política.
Y las elecciones las resolvieron a planazos, porque allí realmente los auténticos tenían amplísima mayoría. Llegaron los soldados, pusieron dos filas, los electores a favor del gobierno de un lado y los que estaban contra el gobierno del otro; estos votaron y aquellos no votaron. Eso fue en todas las escuelas en aquella zona, sobre todo en el campo. Así hacían las elecciones y aquellas primeras que yo conocí.
Yo sí recuerdo una amargura muy grande cuando vi que allí golpearon a la gente, la maltrataron, la avasallaron, y así pude presenciar la primera gran farsa política, las elecciones fraudulentas que pude ver en mi vida.
Después en las elecciones presidenciales pasaba lo mismo, y así en el año 1940 Batista obtiene la presidencia de la república. Batista era realmente el hombre de plan de machete, de abuso de autoridad; los soldados eran reyes, estaban todos al servicio de las grandes compañías, de los grandes latifundios, de los grandes intereses, recibían privilegios, prebendas de todo tipo.
En el campo había un abuso tremendo, era increíble que se pudiera mantener durante tanto tiempo una situación como aquella, con unas parejas de guardias rurales de aquel ejército que fue creado después de la disolución del Ejército Mambí, con el uniforme norteamericano, con el machete norteamericano, el fusil norteamericano, los caballos venían de Texas, y con eso, realmente, imponían el terror en los campos de nuestro país, por lo cual se puede explicar aquella fatal situación de nuestros campesinos y de nuestros trabajadores agrícolas que vivían pasando hambre, vivían en el desempleo la mayor parte del tiempo.
Yo tuve la oportunidad, en aquellos tiempos de muchacho, de niño, de convivir con todas aquellas familias muy pobres, eran los muchachos con los que nosotros nos reuníamos, con los que jugábamos; sobre todo eso pude pensar mucho después, a lo largo de mi vida en el recuerdo de todo lo que vi siendo niño. Quizás esas fueron por lo menos algunas imágenes, algunos recuerdos, algunas impresiones que pudieran haber ido creando un cierto sentido de simpatía y de solidaridad hacia aquella gente.
Durante mi vida las circunstancias especiales del lugar donde nací, la ocupación de mis padres, me llevaron a tener que tomar decisiones. No me lo creerían si les digo que la primera decisión la tomo cuando estaba en primer grado, y tuve que obligar a una familia que me atendía o me hospedaba allí, en Santiago de Cuba a llevarme interno en el primer grado al Colegio de La Salle, donde asistía como externo, de manera que llegué interno a la escuela en el primer grado.
En quinto grado tuve que tomar otra decisión e irme de aquella escuela, principalmente por cuestiones de abuso que cometían los profesores, sobre todo por haber hecho uso contra mí de la violencia física; me obligaron también a hacer uso de la violencia física contra aquel inspector --no quiero mencionar nombre, para qué, esas cosas pertenecen al pasado--, y tuve que rebelarme y luchar físicamente cuando estaba en quinto grado, primer trimestre del curso.
De ahí fuimos para el Colegio Dolores, allí pasé mi poco de trabajo --no es cuestión de hacer historia sobre todo eso. A pesar de que había llegado a una escuela de un nivel más alto, pude, más o menos, dar respuesta a las exigencias de ese centro, y otra vez me habían enviado externo y no interno, de modo que tuve que librar, un poco más adelante, una tercera batalla para que me pusieran interno.
Llego al quinto grado, estoy hasta el segundo año de preuniversitario --ya había aumentado a cinco años el bachillerato, que eran cuatro-- y de allí decidí irme sin conflictos para el Colegio de Belén, que era el mejor colegio que tenían los jesuitas en este país. Me atrajo la idea, me sentía más conforme con la disciplina de los jesuitas y su comportamiento en general.
Desde entonces hacía bastante deporte, me gustaba escalar montañas desde temprano, siempre que había salidas de esas que nos llevaban a El Cobre o a otro lugar, yo me perdía en el intento de escalar algunas de las montañas que veía en el horizonte; si había torrenciales aguaceros, a cruzar ríos crecidos. Todas aquellas aventuras me gustaban, era un deporte que practicaba. Eran tolerantes los profesores, a veces yo llegaba tarde, hacía retrasar dos horas el ómnibus y no me creaban gran problema por eso.
Ya después cuando pasé al otro colegio tuve mejores condiciones para poder practicar mucho deporte y también escalamiento de montañas, todo eso ya en el Colegio de Belén.
¿Era buen estudiante? No, no era buen estudiante, yo debo empezar a decirles a ustedes que no me puedo presentar ante esta generación como buen estudiante. Iba a clases, es cierto, y, como les contaba hoy el profesor Delio --no sin desagrado por su parte, porque él quisiera que yo hubiese sido un modelo en todo--, el profesor estaba en mi aula por aquí y yo con la mente estaba por allá. Se lo explicaba, que estaba yo sentado allí con todos los demás, el profesor explicaba una materia y yo estaba pensando quién sabe en cuantas cosas, o en montañas, o en el deporte, o en cualquier otra de las cosas que a veces piensan los muchachos, y las muchachas.
Luego, me convertí en un estudiante finalista, que es la peor recomendación que se le podría dar a cualquiera; ahora, era un buen finalista. Creo que en eso tal vez podía competir con Ana Fidelia en esa última carrera en que ganó el campeonato mundial, porque los demás iban delante y yo, al final, dedicando todo el tiempo al estudio: recreo, almuerzo, comida, como autodidacto.
Le contaba al profesor que, incluso, matemática, física y asignaturas de ciencias, las estudiaba por mi cuenta cuando llegaba el fin de curso, donde, por último, obtenía buenas notas, muchas veces por encima de los primeros expedientes del curso. Ese era mi esfuerzo final. Los profesores jesuitas me aplaudían mucho en época de campeonato, me lo perdonaban todo y me criticaban al final de curso, cuando escribían a mi casa y auguraban un fracaso seguro del curso.
No se me olvida un profesor de mucho carácter, era inspector, y ese fue el que me llamó una vez y llamó a un señor que era representante mío por acá, o representante de mi padre, y allí le dijo que yo perdía el curso. Ni me acuerdo, de los tres, si sería el segundo curso que tenía allí en la escuela. Dio las quejas. Yo estudié como hacía siempre, y recuerdo un día que saliendo del comedor el inspector aquel severo me dice: ¿Sabes cuánto sacaste en física?, con un acento español. Yo me hago el bobo así y digo: Algo hay aquí que él viene con esta pregunta, pero yo sabía que había hecho un buen examen, y le digo: "No". Dice: "¡Cien!" La primera excelencia había sacado 90, el hombre brillante de la escuela había sacado 90 cuando tenía que ir al instituto a examinarse, o iban los profesores del instituto allí a examinar.
También hubo una asignatura, geografía de Cuba, que de todos los alumnos solo uno sacó 90 y me tocó a mí ese honor, todos los demás por debajo. Una gran polémica de la escuela con el instituto, cómo era esto, no, que los libros, que los textos. Bueno, ¿y Castro por qué libro estudió? ¿Castro qué hizo? Yo estudié por los mismos libros que los demás, solo que le añadía cosas de la imaginación (RISAS). Ahora, no inventaba un cabo, ni una bahía, ni un río, pero siempre le añadía algo de mi cosecha al examen, o por alguna razón les gustó el examen y me dieron 90. Ese modo de ser sí que es algo que les recomiendo a ustedes que jamás sean: finalistas.
A mí no lograron inculcarme el hábito de estudiar todos los días, y, ya digo, me consentían todo por las medallas deportivas, me trataban mejor que al equipo Cuba. Las críticas al final. No me enseñaron el hábito realmente de estudiar todos los días.
El colegio era de jesuitas, como decía, eran españoles. La República Española hacía dos o tres años había finalizado y uno de los profesores o de los responsables de los estudiantes, que era muy amigo mío, me contaba cómo eran los fusilamientos después de la guerra. Estaba como de sanitario y me hacía cuentos largos de la cantidad de prisioneros que fusilaron en España cuando se acabó la guerra civil. Realmente producían indignación. El me lo contaba como la cosa más natural del mundo, no exponía criterios, pero sí era dramática la historia que hacía de todo lo que ocurrió, de todo aquello allí.
Lógicamente las posiciones eran conservadoras, eran de derecha, aunque la escuela técnicamente era en muchas cosas una buena escuela, pero con toda la enseñanza dogmática. No hay que olvidarse de que uno tuvo que ir a misa y tuvo que estudiar historia sagrada --casi casi sería lo único, Delio, en que yo podría competir contigo, en historia sagrada, porque todos los años nos ponían un curso del primer año, del segundo--, todo el tiempo realmente estuvimos en la enseñanza dogmática, la enseñanza era absolutamente dogmática. En general había algunos laboratorios, algunas investigaciones, algunas cosas; pero yo pienso que ese sistema de enseñanza había que revolucionarlo porque no enseñaba a pensar realmente. Las cosas había que creerlas aunque no se comprendieran; no creerlas era pecado digno del infierno.
Sin ánimo de hacer crítica, de verdad no tengo el menor ánimo de hacer críticas de aquella escuela, pero estoy explicando realmente qué tipo de enseñanza nos daban, es decir, muy alejada a lo que se concibe el ideal de la enseñanza para cualquier joven.
Por lo demás, la vida se desenvolvía en la escuela bien para mí por los deportes, las exploraciones, las excursiones, todas esas cosas. Tenía buenas relaciones con los demás muchachos, excelentes relaciones, de eso me pude dar cuenta el día que finalizó el curso, realmente por la forma en que recibieron el momento en que me entregaban el título de graduado de bachiller en la escuela. Yo mismo no podía imaginarme que tenía tantos amigos en la escuela. Creo que era resultado del tipo de relaciones que tenía con los demás, sin hacer política, ni mucho menos; pero cuando entro en la universidad, ¿qué puedo conocer de política?
¿Qué había traído de la escuela, qué había traído tal vez de mi casa, qué había traído? Un profundo sentido de la justicia, una ética determinada que se va adquiriendo. Debe tener preceptos cristianos esa ética, inevitablemente, la que uno aprendió de una forma o de otra, la que uno aprendió luchando contra injusticias desde muy temprano, luchando contra abusos desde muy temprano, con un sentido de igualdad en mi relación con todos los demás desde muy temprano y, además, indiscutiblemente, de un temperamento o de un carácter --como se quiera llamar-- rebelde. Reaccionaba, no me resignaba jamás al abuso y a la imposición por la fuerza de las cosas.
Cuando llego a esta universidad a finales del año 1945, estamos viviendo una de las peores épocas de la historia de nuestro país y una de las más decepcionantes. Estoy viviendo realmente los rezagos de una revolución frustrada, que fue la Revolución del 33, donde tuvo lugar una revolución realmente, porque la lucha contra Machado derivó en una revolución.
Alguien mencionaba hoy el 4 de septiembre, como dice: fecha infausta porque nació el batistato. No, el 4 de septiembre no fue una fecha infausta, el 4 de septiembre fue una fecha revolucionaria. Hoy nosotros no tenemos por qué avergonzarnos de empezar el curso, porque los sargentos se sublevaron, sencillamente, contra todos los jefes aquellos que estaban comprometidos. Participaron muchos revolucionarios en aquel movimiento, y participaron los estudiantes, incluso, en aquel movimiento que desalojaba del poder a toda la vieja oficialidad del ejército. Es decir que Batista empieza su vida en una actividad que era revolucionaria, los problemas vienen después cuando interfieren los yankis, se introducen en la política interna de Cuba y convierten a Batista en un instrumento de sus intereses en este país. Hay un gobierno, primero una pentarquía, después fue presidido por Grau San Martín, profesor universitario de fisiología, que había tenido muy buenas relaciones con los estudiantes, nombran un gabinete donde estaba Guiteras en un cargo muy importante, y se adoptan una serie de medidas revolucionarias en aquel gobierno que duró apenas tres meses, medidas de tipo obrero, medidas con relación, por ejemplo, a la empresa eléctrica. Se produce creo que la intervención de la compañía eléctrica, algo de lo cual se estuvo hablando mucho tiempo después, y realmente se forma un gobierno revolucionario que aplica una serie de leyes hasta que el imperialismo, utilizando su instrumento, desaloja a aquel gobierno del poder, y es cuando se inicia la etapa de los gobiernos de Batista detrás del trono; es decir, quitaba y
ponía gobiernos, y mantuvo el poder durante 11 años hasta 1944.
Cometieron abusos de todas clases, crímenes de todas clases, robos de todas clases. ¡Ni se sabe cuánto robó aquella gente, saquearon al país! Era el hombre de los yankis.
Luego aquella revolución se frustra. Después vinieron grandes luchas. Vino la huelga de marzo del año 1935, un intento de derrocar al gobierno, que fue reprimido a sangre y fuego por el gobierno de Batista, por los militares; sembraron el terror en la ciudad y en todo el país y frustraron la revolución. No se sabe la secuela que tiene una revolución frustrada, aunque después siguió el proceso político.
Luego vino una situación internacional complicada: el auge del fascismo, Hitler adquiría poder en Europa tremendamente y se armaba hasta los dientes; la URSS seguía una política de purgas donde se cometieron todo género de abusos y de crímenes realmente. Claro, todas estas cosas se supieron después mucho mejor, a raíz de la denuncia que hizo Jruschov en el año cincuenta y tantos, después de la muerte de Stalin; pero prácticamente descabezaron el partido, descabezaron las fuerzas armadas, lo descabezaron todo y contribuyeron a crear las condiciones más adversas cuando llegó el momento de la guerra, si se exceptúa el gran esfuerzo de industrialización.
Pero en aquella época también funcionaba la Internacional Comunista, el Komintern, que era la que trazaba la política de todos los partidos comunistas en el mundo. Fue cuando lanzaron las consignas del frente amplio ante el peligro del fascismo, política que siguieron todos los partidos comunistas con una gran disciplina, diríamos que con una ejemplar disciplina, lo cual creó una situación nueva.
Batista empezó a declararse también antifascista y estuvo de acuerdo en la creación de su frente amplio; el Partido Comunista participa en esa política de frente amplio cumpliendo disciplinadamente, y no estoy haciendo un juicio histórico, ni mucho menos. Quizás a investigadores e historiadores les competa analizar, en ese cuadro y esas circunstancias, si era posible otra variante, si era posible otra alternativa; pero aunque exteriormente resultaba una política incuestionablemente correcta, porque lo que permitió el acceso de Hitler al poder en Alemania fue la división entre la izquierda alemana, la socialdemocracia y el Partido Comunista alemán, que le abrieron las puertas de par en par a Hitler para hacer lo que hizo después. Es decir que una política antihitleriana quizás debió comenzarse antes, pero en Cuba le correspondió a un partido marxista-leninista estar aliado a un gobierno sangriento, represivo y corrupto como el de Batista.
Digo esto porque eso tiene consecuencias ulteriores también, a mi juicio, en la política del país. Mientras el ejército reprimía a campesinos, reprimía a obreros, reprimía a estudiantes, el Partido se veía obligado, por los compromisos de tipo internacional, a ser aliado de ese gobierno; aunque debe decirse que, realmente, fue incansable en la defensa de los intereses de los trabajadores. Todas las huelgas, las batallas fundamentales que se libraron en aquel período por el salario, por la mejoría de las condiciones de vida de la población, las llevó a cabo, realmente, el Partido Comunista y los dirigentes obreros comunistas con una gran lealtad, con una entrega total; pero una gran parte del pueblo era antibatistiano, una gran parte del pueblo repudiaba los abusos, los crímenes y la corrupción, y esa contradicción llevó, lógicamente, a que muchos jóvenes, gente con inclinación revolucionaria y gente de izquierda, dejaran de mirar con simpatías al Partido marxista-leninista cubano. Esa es la realidad histórica objetiva.
Se acaba la guerra, y después de la guerra contra el fascismo empieza la guerra fría, la lucha contra el socialismo por parte del imperialismo, que había surgido con un enorme poder de aquella guerra, mucha más riqueza, casi todo el oro del mundo lo tenían atesorado ellos, y empieza la guerra fría.
Va coincidiendo con ese momento que hay un cambio de gobierno en Cuba: pierde Batista las elecciones de 1944 y gana Grau. Mucha gente se hizo la ilusión de que al fin había vuelto un gobierno del pueblo, un gobierno honesto, un gobierno casi revolucionario, pudiera decirse; pero ya aquella fuerza había sido sometida a la erosión de la política, a la politiquería y a la corrupción.
Una de las más grandes frustraciones de nuestro país fue lo que empezó a ocurrir a los pocos meses del gobierno de Grau. Desde luego, entonces se llamaba revolucionario todo el mundo, todo el que había estado contra Machado, el que había estado en el 33, el que había estado en la huelga política tal en la otra y en todas aquellas luchas durante muchos años; entonces se llamaban revolucionarios y tenían el gobierno. Bueno, el gobierno lo tenían los políticos, pero había mucha gente que procedía de aquellas filas, cuyo título era revolucionario.
En ese momento ingreso en la universidad, un año después del triunfo de Grau; ya empezaban las protestas por todas partes por los negocios sucios, las malversaciones. En la universidad hay, desde luego, efervescencia; muchos de los que estaban con aquel gobierno habían sido del Directorio Revolucionario, eran ministros. Había una enorme confusión.
Cuando llego a la universidad con mi ignorancia, para los comunistas era un personaje extraño, porque decían: "Este, hijo de un terrateniente y graduado del Colegio de Belén, debe ser la cosa más reaccionaria del mundo." Algo casi que asustaba era yo para los pocos compañeros comunistas que había en la universidad. Había pocos, muy buenos, muy luchadores, muy activos; pero tenían que luchar en condiciones desfavorables.
Ya empezaba a volverse también contra ellos la represión, porque unido a la guerra fría empieza la represión contra los comunistas, empiezan a marginarlos; toda la campaña, toda la propaganda, una campaña y una propaganda anticomunista feroces en todos los medios de divulgación masiva, radio, periódicos --no había televisión en esa época--, todo machacando contra el comunismo en todas direcciones. Muchos de sus más capaces y abnegados dirigentes obreros fueron asesinados más tarde.
El sentimiento antimperialista se había debilitado mucho y en nuestra universidad, que en tiempos fue el baluarte del antimperialismo --desde la época de Mella y desde la época de Villena, desde la época del Directorio, en la etapa de la lucha contra Batista--, ya ese sentimiento antimperialista había desaparecido, fui testigo de ello. Miren que hablaba con gente de todas partes, de derecho, de todas las facultades, y rara vez usted oía a alguien expresar un pensamiento antimperialista.
La universidad se había convertido en un baluarte que estaba en manos del gobierno de Grau, las autoridades, todos los organismos nacionales de la policía judicial, policía secreta, buró de investigaciones de actividades enemigas --no recuerdo exactamente cómo se llamaba--, la policía nacional, todas esas instituciones estaban en manos del gobierno de Grau. El ejército era cosa aparte, para represiones mayores, si acaso había una gran huelga; pero la que se ocupaba de esas actividades era la policía. En la universidad había una policía que estaba controlada totalmente por ellos.
De modo que mis primeros meses en la universidad los estoy compartiendo un poco con el deporte, porque quería seguirlo practicando, y me inicio ya en actividades políticas. Pero no era una política que trascendiera todavía hacia el exterior de la universidad, sino que era política interna.
Entonces, me autopostulo candidato a delegado por la asignatura de antropología. Esa era una asignatura especial porque era una materia en la cual se podía ayudar a los estudiantes de distintas formas, con informaciones sobre los días de las prácticas, con avisos sobre días de laboratorio y exámenes, porque había muchos estudiantes que no venían a la universidad, estaban matriculados pero no asistían, y también organizo la candidatura del primer curso. Naturalmente, ya había alumnos del segundo curso y del tercero que estaban tratando de captarnos para obtener la mayoría, porque, entonces, en las elecciones los delegados de las distintas asignaturas de un curso elegían al delegado de curso, y los
delegados de curso elegían al presidente de la escuela de derecho. Así fue.
Empecé en esas actividades en el primer año; claro, tenía que compartir eso con el deporte. No había pasado mucho tiempo y se demostró que eran inconciliables el tiempo que tenía que dedicarle al deporte y el que tenía que dedicarles a las actividades políticas. Indiscutiblemente que me incliné de manera total por las actividades políticas, en organizar la candidatura, en apoyarla, en buscar apoyo entre los estudiantes; trabajábamos bien. Nos encontramos al frente algunos politiqueros que eran dueños de aquello, pero los métodos de trabajo nuestros dieron resultado.
Recuerdo que el día de las elecciones fueron a votar alrededor de doscientos y tantos alumnos. Yo saqué 181 votos y mi contrario sacó 33, y el partido nuestro ganó todas las asignaturas y todos los delegados del primer curso, completo --¿cómo fue en la última elección?--, fue el voto unido; ganó la mayoría y me eligieron a mí entonces delegado del curso. Por ahí aparece que me eligieron después tesorero de la escuela. Realmente, si me eligieron tesorero la escuela de derecho no tenía ni tuvo nunca un solo centavo, así que sería un cargo honorífico, el tesorero de la nada. Así empezó, ese fue el primer año.
Ya empezaba a destacarme relativamente, empezaban a fijarse en uno, y ya, al mismo tiempo, el proceso de descrédito del gobierno avanzaba aceleradamente y los estudiantes nos manifestábamos contra aquel gobierno.
Casi coincidiendo con esa etapa surge la rebelión de Chibás con los ortodoxos, que termina con un partido llamado Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo, en respuesta a la frustración que había significado el gobierno de Grau; y nosotros ya nos manifestábamos contra el gobierno. Los dirigentes aquellos de la universidad tenían puestos, botellas, cargos y todo en el gobierno, tenían todos los recursos del gobierno.
De manera que mi lucha se hace más complicada en el segundo año, cuando la escuela de derecho se vuelve decisiva para la elección de la FEU; entonces hice el mismo trabajo en el segundo curso --el curso que vino detrás, el primer año de la carrera--, seguí trabajando en el segundo y en el primero, realizamos la misma política. Pero hay que decir que en el segundo curso los adversarios no pudieron hacer candidatura, no encontraron gente para organizar candidatura, es la realidad. Y en primer año, con un método de trabajo similar, se logró otra victoria arrolladora. Ya teníamos los dos cursos y los más numerosos de la escuela de derecho, y ahí es cuando ya los intereses del gobierno se empeñan en mantener la FEU de todas formas y a querer, primero, conquistarnos a nosotros, y, después, intimidarnos.
En la escuela de derecho, en ese segundo año, en esa segunda elección, mis adversarios a nivel de escuela, que no todos eran progubernamentales, tienen una fuerza, y había por ello una cierta división de fuerza. Pudo haber sido otro el resultado; pero uno de los individuos, el de cuarto año, al existir cinco cursos y tener un voto, se vuelve decisivo, por lo que resultó electo presidente de la escuela, aunque de carácter débil, con el compromiso de votar en la FEU contra la candidatura del gobierno. Creo que yo estaba actuando un poco precipitadamente y con mucha pasión dentro de la lucha interna de la escuela, porque con un poco más de experiencia habría buscado alguna fórmula para la elección de alguien más capaz y leal dentro de los adversarios internos, que todavía no estaban muy definidos en una posición o en otra, pero que no eran necesariamente gubernamentales. Así que estuvimos los cursos inferiores y superiores divididos, y la división promovió un individuo que tenía el compromiso solemne de votar contra el candidato del gobierno en la FEU. Ese es el individuo que no cumple el compromiso de votar en la FEU por los que estaban en oposición al gobierno, y entonces nos vimos obligados a destituirle, sencillamente reunimos una mayoría de cuatro y lo destituimos, porque los cuatro delegados de curso, primero, segundo, tercero y quinto, logramos coincidir en la cuestión de la candidatura de la FEU.
Se volvió así la escuela de derecho la manzana de la discordia y el voto decisivo en la universidad.
Hay que decir que en aquella época, y como consecuencia de una revolución frustrada --como explicaba anteriormente--, en el país había una serie de facciones llamadas revolucionarias, exaltadas en extremo por todos los medios de divulgación y generalmente aceptadas por una parte importante de la opinión pública, todas por algún antecedente, porque habían estado en esto o en lo otro. Surgieron así una serie de grupos que empezaron siendo grupos revolucionarios; todos, desde luego, en relaciones con el gobierno, aunque con ciertas rivalidades entre ellos.
Yo estoy aquí solo en la universidad, absolutamente solo, cuando, de repente, en aquel proceso electoral universitario, me veo enfrentado a toda la mafia aquella que dominaba la universidad. Están decididos a impedir a toda costa la pérdida de la universidad: controlaban, dije, el rectorado, controlaban la policía universitaria, controlaban la policía de la calle, lo controlaban todo, y deciden que la destitución aquella no era válida, con el argumento simplista de que como en los estatutos no se hablaba de la destitución, a pesar de que existían antecedentes importantes en sentido contrario aceptados por esas mismas autoridades; pues no, y deciden en el rectorado que no era válida la destitución del presidente de la escuela de derecho, y, por lo tanto, ese era el voto que decidía si la universidad seguía estando en manos de gente que apoyaba al gobierno o la universidad estaba en manos de gente contra el gobierno. Esa es la historia.
Aquello se tradujo para mí en una infinidad de peligros, porque el ambiente que yo observaba en la universidad, desde que llegué el primer año --aunque todavía era sostenible, nadie se ocupaba de nosotros--, era un ambiente de fuerza, de miedo, de pistolas, de armas; y el grupo este que dominaba la universidad estaba estrechamente vinculado al gobierno, tenía todo el apoyo del gobierno y todos los recursos y armas del gobierno.
¿En qué sentido yo pienso que pude haberme precipitado un poco? Tal vez yo debía haber prolongado un poquito más aquella lucha o aquel enfrentamiento; sin embargo, no pude resistir los intentos de intimidación, de amenaza y entré en lucha abierta con todas aquellas fuerzas, en lucha abierta, solo. Hay que decir que solo, porque no tenía nada, no tenía organización para enfrentar aquello, no tenía un partido que me diera un apoyo, así que es la rebelión contra aquel intento de avasallar a la universidad y de imponerse por la fuerza en la universidad.
Por ahí se han escrito artículos con relación a aquellos años que pasé en la universidad. Los compañeros han buscado materiales, fechas, todo. Yo no estoy muy satisfecho con los artículos, pero respeto su libertad de publicarlos, y están bastante bien, tienen bastantes cosas, pero hay muchas cosas omisas, en general, de aquella situación.
No voy a intentar ahora una historia pormenorizada sobre aquellos hechos; pero sí sé que ya las presiones físicas sobre uno eran muy fuertes, las amenazas eran muy fuertes, se acercaban las elecciones de la FEU y fue el momento en que aquella mafia me prohibe ingresar en la universidad, no puedo volver más a la universidad.
Creo que Luisito Báez Delgado escribió un artículo por ahí que dice que yo me fui para una playa a pensar si volvía o no, que por fin volví --dice Luisito--, y si regresé o no armado, no lo he dicho.
Más de una vez lo he contado a los amigos. No solo me fui a una playa a meditar, incluso lloré con mis 20 años, lloré, no por el hecho de que me prohibieran venir a la universidad, sino porque iba a venir de todas maneras a la universidad. Ni se sabe cuánta gente era, una pandilla aquella, todas las autoridades, todo lo tenían, y decido volver, y volví armado. Se podía decir que era el comienzo de mi peculiar lucha armada, porque la lucha armada en aquella circunstancia era casi imposible. A un amigo de mayor edad y determinados antecedentes antimachadistas y antibatistianos le pedí me consiguiera una pistola, me consiguió una Browning con 15 tiros. Yo me sentía superarmado con una Browning de 15 tiros porque, en general, era buen tirador; eso se lo debía a haber estado en el campo y a haber utilizado muchas veces los fusiles de mi casa sin permiso de nadie, los revólveres y todas las armas posibles, y dio la casualidad que resulté un buen tirador.
Ahora, ¿por qué lloré? Lloré porque pensaba que me tenía que sacrificar de todas formas, porque cómo después de la lucha que yo venía librando en la universidad con el apoyo de los estudiantes universitarios, con el apoyo de la escuela, con un apoyo grande, casi total --me refiero a los alumnos de mi curso y de los cursos que venían detrás, aunque también alumnos de otras escuelas--, iba a aceptar la prohibición de volver a la universidad, y tomo la decisión, me consigo un arma --me dolía mucho pensar que tal vez nadie reconociera el mérito de aquella muerte, de que los propios enemigos serían los que escribirían la versión de lo que ocurriera aquí--; pero yo estaba decidido a venir y no solo a venir, sino a vender caro mi vida. No sabríamos cuántos serían los adversarios que tendrían que pagar junto conmigo aquel encuentro, y decido volver. Realmente no lo dudé nunca ni un segundo.
¿Qué es lo que impide que ese día yo muera? Realmente este amigo tenía otros amigos, y había distinta gente, distintas organizaciones y bastante gente armada por dondequiera, algunos eran muchachos jóvenes, valiosos, valientes, y él toma la iniciativa. Este era un amigo que tenía muy buenas relaciones con los estudiantes, y dice: "No te puedes sacrificar así." Y convenció a otros siete u ocho a que vinieran conmigo, gente que yo no conocía, la conocí por primera vez ese día. Digo que eran excelentes. He conocido hombres, he conocido combatientes, pero esos eran muchachos sanos, valientes. Entonces ya no vine solo.
Hoy preguntaba yo por las dos escaleritas, y es que nos reunimos allí, donde había una cafetería --y debía seguir habiéndole aunque fuera en otro lugar, ya no hay nada--; se habían concentrado los guapos y la mafia por allí, por los alrededores de la escuela de derecho y en la escuela de derecho, y les dije a los demás: "Ustedes tres entran por el frente, tres de nosotros vamos a subir por una escalera desde allí, otros tres por aquí", y llegamos allí de repente, y aquella gente, que eran como 15 ó 20, se pusieron a temblar. No consideraban ni siquiera que se podía realizar semejante desafío, a semejante poderío y a semejante fuerza. Pero esa vez no pasó nada, lo que hicieron fue temblar. Yo vine a la universidad y seguí viniendo a la universidad, pero ya venía de nuevo solo. Eso fue un día, venía ahora otra vez solo.
Tenía arma, sí, a veces tenía; pero entonces surgía otro problema en aquel enfrentamiento: ellos tenían la policía universitaria, la policía de la calle todos los organismos represivos que mencioné antes, tenían los tribunales, tenían el Tribunal de Urgencia, y había una ley en virtud de la cual, si usted usaba un arma, iba preso. Entonces me encuentro con el tercer dilema: tengo que enfrentarme a aquella mafia armada y no puedo usar armas, porque si uso armas me sacan del juego y me meten preso. Aquellos tribunales eran muy rigurosos y a exhortación del gobierno sacaban a cualquiera de la circulación; entonces tuve que seguir aquella lucha contra aquella banda armada, desarmado casi siempre, porque había solo ocasiones excepcionales en que conseguía un arma, ¡un arma, no tenía nada más!; pero la mayor parte del tiempo estaba desarmado.
Toda aquella batalla alrededor de la universidad y de la posición de la universidad frente al gobierno tuve que librarla, podemos decir, desarmado. Por eso digo que era una lucha armada en condiciones muy peculiares, en que yo muchas veces lo que tenía era solo la piel. Y se cansaron de hacer planes de un tipo o de otro; el azar, la suerte... Hubo una ocasión en que salió el aula entera de antropología y fue conmigo hasta el lugar donde yo residía, rodeándome porque yo estaba desarmado, y ellos, los adversarios, organizados y domados allí.
Así eran las características que tuvo altibajos, porque por fin aquella gran batalla por la FEU ese año se resuelve. Era tan tensa la situación, que se resuelve en una especie de arreglo al final de una reunión en el local de la FEU donde estábamos mezclados amigos y enemigos y se buscó un candidato que no fuera ni de los que estaban en las posiciones nuestras, ni de los que estaban en las posiciones a favor del gobierno. Hubo un cierto período de reconciliación y de calma.
Les explico con esto brevemente por qué fueron tan difíciles las condiciones aquellas para mí, durante un período relativamente largo y con muchas vicisitudes y anécdotas, excepto una cierta calma, y en medio de todo eso el surgimiento de la expedición de Cayo Confites.
Ya esto es al final del segundo curso, la lucha está bastante intensa --sí, fue en 1945, 1946, y mediados de 1947--; ya me habían designado presidente del Comité Pro Democracia Dominicana, presidente del Comité Pro Liberación de Puerto Rico, había una gran conciencia antitrujillista en la universidad, también cosas como la liberación de Puerto Rico, estaba Albizu Campos en aquella época, protagonizó algunos de sus alzamientos, dio lugar a importantes manifestaciones.
No he mencionado dentro de todo esto, en la lucha contra el gobierno, la cantidad interminable de manifestaciones que se organizaron hasta Palacio. En algunas de esas fotografías que están por ahí yo estoy en el muro de Palacio, haciendo un discurso contra Grau, estaba allí frente a su oficina; entonces él quería recibir una representación, nosotros no quisimos tener ningún contacto. Era la crítica, la protesta por la muerte de un joven, no recuerdo exactamente las circunstancias, fueron varios casos como este.
Pero en medio de aquellas luchas que tenían altibajos, muy difíciles, aquella gente tenía cada vez más poder. Es la época de Alemán, el BAGA famoso, robo desmesurado; este tenía ambiciones políticas, todos esos grupos que dominaban la universidad se unieron a Alemán, utilizaron la noble causa dominicana como una bandera de política revolucionaria.
Fue por la época en que se creían llegadas las condiciones para organizar la batalla final contra Trujillo y, realmente, los que organizaron la expedición de Cayo Confites, aparte de los dominicanos, era mucha de esta gente, y el que suministró los fondos, fundamentalmente, fue Alemán, ministro de educación. Fue una de las cosas peor organizadas que he visto en mi vida: recogieron mucha gente por las calles de La Habana, sin atender a condiciones de cultura, a condiciones políticas, conocimientos, era organizar a toda velocidad un ejército artificial; reunieron más de 1 200 hombres.
Yo, naturalmente, veo que se va a producir la lucha contra Trujillo, soy presidente del Comité Pro Democracia Dominicana, no lo pensé mucho, preparé las maletas y, sin decirle nada a nadie, me fui para Cayo Confites y me enrolé en aquella expedición.
Pero quizás lo más importante de todo eso es el hecho de que yo me enrolo allí donde está la inmensa mayoría de mis enemigos; cosa curiosa: me respetaron. Porque si algo pude aprender, como una lección, en todos esos años en que había que desafiar la muerte desarmado muchas veces y casi todos los días, es que el enemigo respeta a los que no le temen, el enemigo respeta a los que lo desafían, y aquel gesto de que yo me fuera a cumplir con mi deber que tenía como estudiante, inspiró respeto entre ellos, fue así.
Es estando allá, en Cayo Confites, en la etapa final..., porque mientras Alemán era el zar del dinero, que suministraba todos los recursos para aquella expedición, Trujillo compró a Genovevo Pérez, que era el jefe del ejército, y entonces es cuando las pugnas se desatan abiertamente entre varios de aquellos grupos que se calificaban de revolucionarios. Y muchos se lo creían, honradamente se lo creían, porque, ¿qué era una revolución?, no lo sabían. ¿Quiénes podían ser o eran los abanderados de una revolución o expresaban las ideas revolucionarias? Los comunistas, los que defendían a los trabajadores, los que tenían una ideología, los que tenían una teoría revolucionaria, y fuera de eso, ¿cuál podía ser la teoría revolucionaria? Para muchos de ellos la revolución consistía en castigar a un esbirro de la época de Machado, o de la época de Batista, que había cometido crímenes contra la gente. En eso consistían muchas de sus concepciones de qué era ser revolucionario.
Pero todo eso fue degenerando, y es cuando se produce la matanza de Orfila. Este grupo que tenía todo el enorme poder de policía y represión, de todo, cuando en una casa de familia se forma un tiroteo en un intento de capturar y matar a uno de los jefes adversarios, mata incluso a la señora de la casa, mata a aquella gente, y al ejército lo envían allí a ponerle fin a aquella batalla que había durado cuatro horas --nosotros estábamos en Cayo Confites.
Se hace famoso un periodista porque logra tomar película de todo aquello y se publica, un escándalo colosal. Es el momento que aprovecha Genovevo, el jefe del ejército, para liquidar la expedición de Santo Domingo, porque, lógicamente, veía en aquella expedición un adversario también dentro de la política interna, gente que significaba un peligro para él, en caso de obtener éxito en aquel movimiento de lucha de Santo Domingo. Eso es lo que les permite aprovechar la ocasión y liquidan, meten presos a muchos de aquellos jefes, les quitan todos los mandos que tenían en la motorizada, en el Buró de Actividades Enemigas, en la secreta, en la judicial, en la policía nacional; les quitan todos los mandos, perdieron todos esos mandos.
De modo que cuando se frustra la invasión de Santo Domingo --y ya nosotros nos íbamos para Santo Domingo con los que persistían-- hubo deserciones, hubo de todo. Ya desde entonces yo tenía idea de la lucha guerrillera, ya me habían dado una compañía de soldados, aquello se veía que era caótico: falta de organización, falta de eficiencia, falta de todo. Yo dije: pero hay que ir. Y por poco yo comienzo la lucha guerrillera en Santo Domingo, porque ya a partir de las experiencias cubanas y de muchas cosas, que sería largo de contar, a partir de la convicción de que se podía luchar contra el ejército, ya desde entonces yo pensaba en la posibilidad de una lucha guerrillera en las montañas de Santo Domingo. Estoy hablando del año 1947.
Cuando regreso, que no caí preso, no me resigné a la idea de caer preso --también sería larga de contar esa historia-- me escapé de caer prisionero, logré salvar algunas armas que después se perdieron por una delación. Y cuando en La Habana todo el mundo creía que a mí me habían devorado los tiburones de la bahía de Nipe, el muerto se aparece por la escalinata universitaria y todo el mundo tenía los ojos así de grandes, porque yo había estado una serie de días sin contacto hasta que llegué aquí a La Habana.
Hay un cambio en la situación porque se ha producido aquella batalla de Orfila, aquella intervención del ejército, aquel desarme del grupo principal que dominaba la universidad; es decir, una situación óptima, un apoyo por parte de los estudiantes total, les puedo decir así, con esas palabras.
Pero, entonces, tenía un problema, que era el siguiente: como la expedición esta fue por junio o julio y se prolonga más allá de septiembre, yo tenía que examinar en septiembre algunas asignaturas que no había examinado, y cuando llego ya no hay tiempo de examen, y tenía que escoger --otro dilema--: matriculaba como alumno oficial para seguir trabajando dentro de las instituciones oficiales de la FEU en segundo año --tenía que matricularlo otra vez--, o me hacía alumno por la libre. Y esa fue una decisión muy importante, porque una de las cosas que yo repudiaba era el hecho de estudiantes sempiternas y de líderes sempiternas, que se matriculaban una vez y otra vez y otra vez, y yo había hecho muchas críticas de todo eso y no podía incurrir en aquello, y dije: Por poderosas que sean las razones, sencillamente me voy a matricular por la libre.
Desde que me matriculé por la libre se vio la contradicción de un apoyo muy grande de los estudiantes, ¡muy grande!, y mi condición de estudiante por la libre, que no me permitía aspirar a cargos oficiales en la organización. Pero no vacilé en hacer eso, y me alegro y me satisface el haber hecho eso que hice en aquel momento.
Cuando regresé, ya había, como decía, una situación mucho mejor, hasta de cierta garantía, de cierta tranquilidad. Entonces fue cuando me di a la tarea de tratar de organizar un congreso latinoamericano de estudiantes en Colombia, que coincidiera con la famosa reunión de la OEA, donde iban a tomar no se sabe cuántos acuerdos reaccionarios. Logramos reunir gente, visité a Venezuela, visité a Panamá, había bastante efervescencia en esos lugares. En Colombia, en contacto con los estudiantes, me pusieron en relación con Gaitán, que resultó ser un líder de condiciones excepcionales, con un gran apoyo de masas y al que, desafortunadamente, asesinan aquel 9 de abril, una hora antes de reunirse con nosotros por segunda vez. Estábamos nosotros haciendo tiempo para llegar a él cuando se produce el estallido de Bogotá.
Esa es la historia de lo de Bogotá. También fue otra historia muy larga de contar. Creo que Alape, un escritor colombiano, reunió bastante información para todo eso.
Fueron los episodios fundamentales. Bueno, hay muchos más, muchas cosas, yo simplemente estoy haciendo el esquema, para que se tenga una idea del cuadro en que se trabajaba.
Lo fundamental para mí fue mi propia formación política y mi toma de conciencia revolucionaria. Yo tenía la vieja idea de la guerra de independencia, las cosas martianas, la gran simpatía por Martí y el pensamiento de Martí, las guerras de independencia, sobre las cuales he leído prácticamente todos los libros que se publicaron, hasta que entré en contacto, primero, con las ideas económicas, con los absurdos del capitalismo, y voy desarrollando una mentalidad utópica, de socialista utópico, no de socialista científico. Todo es un caos, todo está desorganizado; sobran por aquí las cosas, hay desempleo por acá; sobran los alimentos, hay hambre por allá. Voy tomando conciencia del caos que era la sociedad capitalista, empecé por ahí; llegar por mi propia cuenta a la idea de que aquella economía, de la cual se nos hablaba y se nos enseñaba, era absurda.
Es por ello que cuando por primera vez tengo oportunidad de encontrarme con el famoso Manifiesto Comunista de Marx, me hace un gran impacto, y hubo algunos textos universitarios que ayudaron. La "Historia de la legislación obrera", escrita por un personaje que después no fue consecuente con su historia, pero escribió un buen libro; también la obra de Roa y las historias de las ideas políticas. Es decir que había algunos textos de algunos profesores que ayudaron a entrar en materia, hasta que en la biblioteca del Partido Socialista Popular --y fiado, porque no tenía con qué pagarlo-- fui adquiriendo toda una biblioteca marxista-leninista. Ellos fueron los que me suministraron los materiales, con los cuales yo después, con una enorme fiebre, me dediqué a leer.
Ya para entonces el Partido Ortodoxo estaba fundado y yo era parte de él desde los inicios y antes de adquirir una conciencia socialista. Vine luego a convertirme en algo así como una izquierda del Partido Ortodoxo.
Ahora, ¿cuál fue una idea clave en todo lo que ocurrió después? Mi convicción de que el Partido Comunista estaba aislado y que en las condiciones que existían en el país y en medio de la guerra fría y la cantidad de prejuicios anticomunistas que había en este país, no era posible hacer una revolución desde las posiciones del Partido Socialista Popular, aunque el Partido Socialista quisiera hacerla. El imperialismo y la reacción habían aislado a este Partido lo suficiente como para impedirle, de manera absoluta, la realización de una revolución, y es cuando me pongo a pensar en las vías, los caminos y las posibilidades de una revolución y cómo hacerla.
A partir de la efervescencia que se había producido en el país, de la fuerza que había tomado aquel movimiento de Chibás en las masas --partido que, en general, excepto en la capital de la república, ya estaba cayendo en manos de terratenientes, porque aquí cuando surgía un partido popular no tardaban mucho tiempo en caer las direcciones provinciales en manos de terratenientes y de ricos; ya ese proceso se estaba planteando en la ortodoxia--, me veo dentro de un partido que tiene una gran fuerza popular, unas concepciones atractivas en la lucha contra los vicios y la corrupción política e ideas que en lo social no son ya totalmente revolucionarias. Y es a partir de esa contradicción y de la trágica muerte de su combativo y tenaz fundador, que elaboro la concepción de cómo había que hacer la Revolución en las condiciones de nuestro país.
El suicidio de Chibás deja sin jefe aquel partido. Había que llegar a las elecciones, había que obtener el triunfo electoral en aquellas condiciones; pero en las elecciones aquellas, para el Partido del Pueblo Cubano, con el gran aval que le dejó la muerte del propio Chibás, era inevitable su victoria.
Ante la imposibilidad de la revolución por aquella vía y lo inevitable de una rápida frustración, elabora una estrategia para el futuro: desde dentro del gobierno y desde dentro del propio Congreso lanzar un programa revolucionario y organizar un levantamiento popular. Ya a partir de aquel momento tengo toda la concepción, todas las ideas que están en "La historia me absolverá", cuáles debían ser las medidas, cómo plantearlas, qué hacer. Esa fue la primera concepción revolucionaria, que la pude elaborar, digamos, apenas seis años después de haber ingresado en la universidad aquel mes de septiembre. Se puede decir que tardé seis años en adquirir una conciencia revolucionaria y en elaborar una estrategia revolucionaria.
Todo aquello cambió cuando se produce el golpe del 10 de marzo, que interrumpe todo aquel proceso y establece un gobierno militar por la fuerza. Ese fue otro desafío, y no era nuestra línea la de hacer solos la Revolución ni mucho menos. Pensábamos que por elemental sentido de interés nacional, por elemental sentido de honor patriótico, las fuerzas de oposición se reunirían para luchar contra Batista, y nosotros empezamos a prepararnos para ese momento, para luchar unidos con las demás fuerzas en lo que creíamos que era un hecho inevitable, imprescindible en nuestro país, y empezamos a preparar a la gente aquí en la universidad. Fue una operación secreta. Por esa aula de los mártires universitarios pasaron 1 200 hombres del 26 de Julio.
Toda la experiencia de lo que vi cuando Cayo Confites y todos aquellos problemas me enseñaron bastante. Algunas experiencias que tuvimos en los primeros meses de la lucha clandestina nos enseñaron bastante cómo trabajar, y llegamos a entrenar en esta universidad a 1 200 antes del 26 de julio con la cooperación de varios compañeros de la FEU y de la universidad.
Voy a decir algo más --no lo he dicho nunca--, tuve que entrenar a la gente del 26 de Julio clandestino también en la universidad, porque entre los estudiantes cuando se produce el 10 de marzo surgen muchos celos. Hay gente que cree que se va a volver a repetir la historia del 33, que todo saldría de nuevo de la universidad, y efectivamente salió de la universidad, pero salió de otra forma, y entonces, debo decirlo con amargura, había celos entre algunos de los estudiantes. Yo tenía que trabajar clandestinamente.
¿Qué había ocurrido, entre otras cosas? Que al darse el golpe del 10 de marzo, los únicos que tenían dinero, millones, recursos de todo tipo era el gobierno derrocado, y empezaron a movilizar todos esos recursos para comprar armas y, por supuesto, aquella gente tenía contra mí un odio bastante fuerte. Ya para eso habría que buscar en el periódico "Alerta" las denuncias que hice las últimas semanas antes del golpe del 10 de marzo, y que recibieron los honores del cintillo de la primera plana del periódico de más circulación que había en el país. Eso fue ya en el mes de enero, febrero. Pretendían atribuirme la culpa del golpe de Estado, y eso que no salieron dos artículos más que estaba preparando, que eran peores todavía, desmoralizantes, bajo la consigna: "No hay que ir a Guatemala."
A partir del hecho aquel de que Chibás se suicida porque acusa a unos políticos de que tenían fincas en Guatemala y no pudo probarlo, lo presionaron extraordinariamente, se desesperó y se mató. Yo decía: "No hay que ir a Guatemala", y empiezo a sacar todas las fincas que tenían aquí esta gente y todos los negocios sucios que hacían; me sirvió mi profesión novel de abogado para buscar en los registros de propiedad y dondequiera todas las escrituras, todos los papeles que se presentaron con pruebas irrefutables y que causaron un gran impacto.
De modo que incluso aquella gente pretendía atribuirme la culpa de la desmoralización que había dado lugar al golpe de Estado, una infundada idea sin sentido pero fuerte, y me encontré, por un lado, a aquellos con un odio tremendo, celos en la universidad, debo decirlo. Y para que no le quede ninguna intranquilidad a nadie, jamás por parte de José Antonio, jamás, que fue siempre buen compañero y buen amigo; pero el problema es que había una revolución y parecía que había gente que quería arrebatarle a la universidad la Revolución. Esos fenómenos se dieron, y en esas condiciones fue que nosotros organizamos el 26 de Julio. Solo cuando vimos los enormes errores de quienes por sus recursos podían impulsar la rebelión, las divisiones entre partidos y organizaciones, y la incapacidad para la acción, cuando no quedaba alternativa alguna, fue que decidimos iniciar la lucha con las fuerzas del 26 de Julio.
Creo que he abusado bastante de la paciencia de ustedes; pero ya que me trajeron aquí, ya que los compañeros de la FEU cuando me invitaron hace unos días me hicieron un montón de preguntas, pensaba que les interesarían estas cosas y decidí contarlas. Es muy desagradable tener que contar cosas en que uno ha estado involucrado. He tratado de hacerlo de la forma más impersonal posible, aunque no me haya quedado otro remedio que trasmitirles algunas de las experiencias que viví. Por
eso guardé siempre aquel cariño por la universidad, donde precisamente tuvieron lugar esas luchas.
Creo que en cualquier análisis que yo haga de mi propia vida, nada realmente tuvo más mérito en lo personal que el que tuvieron para mí aquellos años de lucha en la universidad (APLAUSOS).
Seguimos unidos a la universidad en todos los preparativos del 26 de Julio, participamos en aquellas manifestaciones, porque nosotros teníamos una fuerza, se podría decir, tuvimos pruebas de eso. Había un montón de organizaciones y había mucha gente que estaba en esta, en otra, en otra, la misma gente. Nosotros logramos tener una organización de 1 200 gentes entrenadas. Usamos muchas cosas legales.
Olvidaba señalar que todo el 26 de Julio fue organizado bajo absoluta legalidad. Usamos los locales de Prado 109 del Partido Ortodoxo, allí me reunía yo con cada una de las células, las enviábamos aquí a entrenarse en la universidad y después a otros lugares. Fue un trabajo enorme, apoyándonos, fundamentalmente, en la juventud del Partido Ortodoxo que, como decía, tenía mucha ascendencia entre las masas, mucha simpatía entre la gente joven, y el 90% de los compañeros escogidos salieron de las filas de la juventud del Partido Ortodoxo sin la dirección de la juventud. Desde luego, trabajando nosotros por abajo es que se logró hacer ese reclutamiento, así algunas regiones dieron mucha gente, muy buenas, como Artemisa y, en general, todas.
De esos solo pudimos emplear nosotros alrededor de 160 en el Moncada, pero por cada hombre que empleamos en el Moncada y en Bayamo ocho no pudieron participar. Realmente pudimos hacer una buena selección de los grupos que avanzaron hasta allá, pero todo en la legalidad.
Eso tiene muchas historias y muchas anécdotas interesantes de cómo fue todo aquello, todos aquellos meses que transcurrieron desde el 10 de marzo de 1952 hasta el 26 de julio de 1953. Baste decirles un dato: yo recorrí 50 000 kilómetros en un carrito que tenía, un Chevrolet 50-315; lo había comprado a crédito, a cada rato me lo quitaban, se fundió dos días antes del Moncada. Pero en aquella época nosotros alquilábamos carros, ya trabajábamos de otra forma, desde luego, supondrán ustedes, ajustada a las condiciones.
Hubo algo favorable: no nos prestaba mucha atención la policía de Batista, porque estaba vigilando a los auténticos, a la Triple A y a toda aquella gente que tenían cientos y miles de armas, y sabían que nosotros no teníamos armas, que no teníamos recursos, parecía como un entretenimiento, no nos dieron mucha importancia, y eso nos ayudó a trabajar en la legalidad todo el tiempo ese, salvo algunos raros períodos en que había que mantenerse discreto.
Y si me falta algo por decir es que, aunque aquí hubo luchas y hubo conflictos --aquí en esta universidad--, que yo he mencionado, unos cuantos de los que fueron enemigos aquí, y algunos de los que hasta quisieron matarme y estuvieron en planes para matarme, se unieron después a la Revolución con el movimiento, sobre todo, en la Sierra Maestra, en la guerrilla. Así que muchos de los que fueron adversarios aquí, y fuertes adversarios, después se unieron al Movimiento 26 de Julio, y lucharon y algunos murieron, para que ustedes vean las paradojas que tiene la vida y cómo unos tiempos son sustituidos por otros. Tuvieron confianza y se unieron.
Siempre tuve mucha admiración por los compañeros que hicieron eso, mucho respeto. Y quizás si de algo, un día como hoy, nosotros pudiéramos sentir una especial satisfacción, es del hecho de que, si cuando nosotros llegamos aquí hace 50 años nos encontramos una sociedad fragmentada, una universidad fragmentada, donde el espíritu antimperialista se había olvidado, donde los pocos comunistas podían contarse casi con los dedos de la mano, tengamos hoy aquí, al cabo de 50 años, una universidad tan diferente.
Ustedes son la antítesis de todo lo que vimos nosotros aquí. Y eran muchachos entusiastas, para una manifestación rápidamente se movilizaban, pero no era una conciencia política, no era una conciencia revolucionaria; era el temperamento inquieto y rebelde de los jóvenes, las tradiciones heroicas de la universidad, porque habría que decir aquí que nosotros al llegar a esta universidad fuimos impregnados bastante rápidamente por las tradiciones universitarias, desde los actos del 27 de noviembre por el fusilamiento de los estudiantes en 1871 hasta la muerte de Trejo, la muerte de Mella, la historia de Mella, de Martínez Villena, la historia de aquellos que murieron, aunque no fueran comunistas como Mella y Villena, toda aquella historia, sin remontarnos ya a una etapa más lejana que fue recordada aquí hoy, como fue la presencia de Céspedes, la presencia de Ignacio Agramonte.
A la universidad se entraba y eso sí se respiraba, un aire de tradición heroica, que en muchos hacía su efecto, y en nosotros hizo un especial efecto esa atmósfera de esta universidad, que era lo que tenía, lo que nos encontramos nosotros, la materia prima con la que trabajamos.
Entonces resulta impresionante comparar, resaltar la diferencia entre la universidad de hace 50 años y la universidad de hoy. No voy a hablar ya de cifras, de datos, de cuántos estudiantes tenemos, ni de cuántas facultades, ustedes lo saben de sobra. Había tres universidades en aquel tiempo --dos o tres, no sé si la de Santa Clara estaba--, en 1945 una sola, era esta.
Si comparamos lo que es hoy la enseñanza universitaria, baste decir que el número de profesores universitarios es superior al número total de maestros y profesores que había en Cuba antes del triunfo de la Revolución, para citar un dato. Pero sin remontarnos a cifras, todo lo que ha significado, los 530 000 graduados, el baluarte de la Revolución que ha sido la universidad, sin mencionar eso, baste ver la calidad de los compañeros que hoy integran nuestra escuela de derecho y nuestra universidad, la atmósfera, el espíritu.
Es inevitable sentirse feliz de pensar que ninguno de ustedes tendría que pasar por las pruebas que pasó un estudiante que entró hace 50 años. Por eso un día, después del triunfo, cuando vine a la universidad, dije: Lo que sufrí en esta universidad tiene más mérito que todo lo que sufrí en la Sierra Maestra, porque fue realmente así.
El que ustedes se hayan podido librar de todo eso, que tengan una universidad como la que tienen, unos profesores como los que tienen, una conciencia como la que tienen, una tarea histórica como la que tienen, ¡qué diferencia tan abismal!, que ustedes puedan hacer sus programas, sus planes, participar en todo, hacerlo todo, decidirlo todo, tener el privilegio de vivir esta época, yo diría que la más gloriosa de la historia de Cuba. El período especial pasará a la historia como la época más gloriosa de la vida de nuestro país.
Hoy vemos a un pueblo haciendo milagros, cosas inconcebibles, en las condiciones más increíbles: ese curso que se inició hace dos o tres días, ese proceso electoral que tuvo lugar hace unas cuantas semanas, en estas condiciones tan difíciles como las que no ha pasado ningún país de América Latina, frente a un poder tan grande.
Lo que les contaba antes, al compararlo con lo de hoy, viene a significar una especie de destino o una especie de fatalismo que siempre nos haya tocado librar luchas muy difíciles, contra enemigos muy poderosos: las luchas aquí en la universidad contra gente tan poderosa, las luchas contra Batista, las luchas contra el imperio, y la lucha contra el imperio en la época del hegemonismo, del dominio unilateral del mundo prácticamente por una gran potencia. Y ha habido el espíritu y la presencia de ánimo de luchar y de resistir; ese espíritu está presente en nuestro pueblo y ese espíritu es como una semilla que no puede morir.
Hoy lo vemos también en los demás pueblos, poco a poco se van sobreponiendo del golpe, van reaccionando, van ideando nuevas formas de lucha y cada vez se le hará más difícil al imperio gobernar al mundo.
Quizás se imaginaron que ya lo tenían todo resuelto y por mil años, quizás soñaron en aquellas ideas hitlerianas del imperio del Reich de mil años, frente a un mundo que se hace cada vez más difícil de gobernar, donde surgen cada vez más problemas.
Hoy, 50 años después, estamos todos enfrascados en la misma lucha; pero hoy, 50 años después, podemos decir también que saldremos victoriosos.
¿Quién creía que podíamos resistir un mes, dos meses, tres meses, con el golpe terrible que sufrimos? ¿Quién podría creer que cinco años después de la desaparición del campo socialista aquí estaría Cuba, revolucionaria, socialista, luchando, resistiendo? ¿Quién podría decir que estaríamos haciendo las cosas que estamos haciendo ahora? ¿Quién podía imaginarlo? Y ya el mundo lo empieza a reconocer, no solo la capacidad de resistencia política, sino la capacidad de irnos recuperando económicamente. Es una realidad, pasaremos por esta prueba y por las pruebas que haya que pasar.
Si los fundamentalistas llegan a dominar no solo el Congreso, sino también la Casa Blanca, a lo mejor nos esperan ocho, nueve o diez años más de bloqueo; pero estoy seguro de que hoy son cada vez menos los que dudan que el país pueda o no resistir. ¡Resistiremos!
Hoy los veo a ustedes, sus caras juveniles, la edad que yo tenía cuando ingresé aquí. ¡Cómo les queda lucha por delante, cómo les quedan batallas!; pero en qué condiciones excelentes están ustedes para ello: unidos, contando con el país, contando con el Partido, contando con el pueblo, contando con el gobierno.
Y esos vínculos entrañables desarrollados entre nosotros han hecho posible lo increíble de la participación y de la unión entre estudiantes y Revolución, y eso hay que cuidarlo mucho. Eso lo sabe el enemigo. Cuánto dieran ellos por poder separar a los estudiantes de la Revolución, cuánto dieran ellos por poder separar a los obreros de la Revolución, al pueblo de la Revolución, y planes tienen, variantes tienen. Y lo que nosotros podemos pedirles en un día como hoy es que ustedes sigan siendo, y lo sean cada vez más, baluartes inconmovibles de la Revolución, baluartes invencibles, baluartes que no se rinden ni claudican jamás.
Y en nombre de los héroes que hemos mencionado aquí hoy, desde Céspedes, Agramonte, Mella, Villena, José Antonio --para resumirlos todos--, los exhorto a eso, a que nuestra patria pueda decir: Hemos escrito la página nunca escrita y hemos logrado la compañía jamás lograda de los estudiantes, de todos, desde los pioneros hasta los estudiantes universitarios.
Es una satisfacción pensar que los sueños de todos aquellos que recordamos están hoy en nuestras manos. Solo nosotros podemos hacerlos sólidos, indestructibles. Solo nosotros, ustedes, los trabajadores, los campesinos, el pueblo, podemos hacer este milagro que estamos haciendo, esta resistencia heroica que estamos escenificando, este momento histórico que estamos viviendo, sin ningún mérito especial, sin ser ni en lo más mínimo modelo. Empecé diciéndoles lo mal estudiante que fui. Ahora, eso sí, nunca me regalaron una nota, nunca busqué preguntas importantes; me estudiaba las materias.
Tengo un pequeño récord académico por ahí --no sé si será mucho, habrá que buscar un poco los detalles-- de las 47 asignaturas que examiné en año y tanto. Matriculé 20 ya por la libre --como se dice, estaba por la libre--, y me dediqué a estudiar, en medio de otras actividades, pero principalmente a estudiar, y en un año saqué 20 asignaturas; el otro matriculé 30. No era una manía de matricular asignaturas, tenía necesidad, porque quería sacar los cuatro títulos: Derecho, Derecho Diplomático, Derecho Administrativo, y luego el de Doctor en Ciencias Sociales y Derecho Público. Me faltaban para este último solo tres asignaturas que las sabía ya muy bien.
En aquel entonces estaba pensando disponer de una pausa para estudiar, y quería estudiar Economía Política; pero necesitaba una beca. Para ganarme la beca tenía que sacar aquellas 50 asignaturas, y lo había logrado; pero en ese momento los acontecimientos se precipitaban en Cuba y cambié de planes, dejé de seguir aquel proyecto y me dediqué por entero ya a la lucha revolucionaria.
No me tomen por modelo, yo acepto los honores que me han dado como un acto de generosidad, de amistad, de cariño de todos ustedes; no me considero modelo, y mucho menos modelo de buen estudiante. Sí he tratado de ser un buen revolucionario, he tratado de ser un buen combatiente, y si a algunos se les ocurriera imitar un caso como el mío, les ruego que imiten mis pocos aciertos y se ahorren los muchos errores que pueda haber cometido.
Por tanto, con modestia absoluta, total y sincera, acepto este acto de cariño con que ustedes me han honrado esta noche y me han obligado a esa horrible tarea de tener que hablar de mí mismo.
Muchas gracias.
(OVACION).