Martí en Fidel, más que un símbolo
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—Póngase allí— fue una orden, no una casualidad que Fidel fuera fotografiado ante un afiche de José Martí en el Vivac de Santiago de Cuba.
Ya entre la soldadesca del Moncada el 26 de julio, cuando recorríamos lo que el coronel Chaviano había anunciado como «el teatro de los hechos», algunos de los oficiales y clases comentaban que Fidel había «acabado» con los festejos por el Centenario de Martí en Santiago.
Casi fue un escarnio para los elementos del Vivac ordenarle que posara allí para lo que podríamos llamar «la foto oficial», donde el asaltante tuviera detrás al Martí que había ofendido, cuando en verdad estaban exaltando algo más que un símbolo para él. Se trataba de la razón de ser de sus postulados patrióticos y el contenido mismo del programa que defendía Fidel y por el que cayeron, en su inmensa mayoría asesinados, sus compañeros de lucha.
Precisamente un pensamiento de Martí a quien honraban decía: «Ningún mártir muere en vano, ninguna idea se pierde en el ondular y en el revolverse de los vientos. La alejan o la acercan, pero siempre queda la memoria de haberla visto pasar». De modo que para los que murieron por ella la llevaron en su memoria.
De nuevo, dos meses después de aquella foto ¿de escarnio?, José Martí volvió a ser el personaje protagónico en el interrogatorio a Fidel en el juicio del Moncada (Causa 37). Un político que nada tuvo que ver con el asalto, ni tenía vínculo alguno con los ideales de aquellos jóvenes que acompañaron a Fidel en la gesta, fue acusado de ser el autor intelectual de la acción. Además, se le imputaba haber sido el portador de un millón de pesos, supuestamente entregado por el expresidente Carlos Prío, para que el joven abogado Fidel Castro comprara las armas y pagara los gastos que requería. Aquel acusado era abogado, se llamaba Arturo Arango Alsina.
Los cargos en su contra pronosticaban una pena bien alta según el criterio del Tribunal.
El individuo perjuraba que él no tenía nada que ver con la acción, pero su palabra no valía. Fue entonces cuando este se dirigió al principal encartado —Fidel— y le preguntó si él era el autor intelectual, como constaba en los cargos, y Fidel, que ya había pasado de acusado a abogado de autodefensa, y vestía la toga correspondiente, le respondió desde el estrado: «Nadie tiene que preocuparse porque lo acusen de ser el autor intelectual, porque el autor intelectual de los hechos es José Martí, el Apóstol de nuestra independencia».
El abogado en cuestión fue exonerado.
No sabían que el programa del Moncada era fundamentalmente martiano. Además, el Manifiesto del Moncada a la Nación decía, entre muchos signos martianos: «Ante la tragedia de Cuba contemplada con calma por líderes políticos sin honra, se alza en esta hora decisiva arrogante y potente, la juventud del Centenario del Apostol, que no mantiene otro interés como no sea el decidido anhelo de honrar con sacrificio y triunfo, el sueño irrealizado de Martí».
Y subraya: «La Revolución declara su respeto por las naciones libres de América hermana que han sabido conquistar, a costa de cruentos sacrificios, la posición de libertad económica y justicia social que es índice de nuestro siglo. Y hace votos, en esta hora decisiva, porque la clarinada cubana sea una estrella más en la conquista de los ideales latinoamericanos, latentes en la sangre de nuestros pueblos y en el pensamiento de nuestros hombres más ilustres».
Los que pretendían ofender a Fidel haciendo que en su condición de acusado posara ante Martí, ignoraban que precisamente él había escrito antes un artículo en la revista Bohemia, donde denunciaba el atroz destrozo del estudio del escultor Fidalgo que había esculpido una serie de estatuillas de José Martí e inscrito en su base: «Para Cuba que sufre»
Tampoco que el fotógrafo que tomó las imágenes del destrozo había sido Fernando Chenard Piña, uno de los asaltantes que fue torturado y asesinado en las mazmorras del Moncada.
Luego en el alegato de autodefensa estarían volcados por Fidel los más claros conceptos martianos sobre los más diversos temas, desde la educación a los elevados principios éticos del Apostol.
Es que como decía Martí: «Los hombres de alma baja no puede comprender la virtud». Para Fidel, como Martí el hombre «no mira de qué lado se vive mejor. Sino de qué lado está el deber».
Ningún símbolo más a propósito para definir la gesta que comenzaba y que victoriosamente hiciera efectivo todos los postulados de Martí, que aquella foto con la que creían amonestar al joven abogado Fidel Castro Ruz, en el Vivac de Santiago de Cuba, o cárcel municipal.