Ochenta Agostos
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El hombre que se enfrentó a la dictadura de Batista desde el mismo 10 de marzo de 1952, que organizó el asalto al Cuartel Moncada, que sufrió prisión y salió de Cuba rumbo a México, en 1955, para preparar el desembarco de los 82 expedicionarios del Yate Granma, que dirigió la lucha armada contra el ejército de la dictadura (auspiciada y apoyada por el gobierno de Estados Unidos), que condujo masivamente al pueblo hacia la victoria del 1ro de enero de 1959, y ha encabezado durante más de 47 años la revolución más radical del siglo XX frente al imperio más poderoso que recuerda la humanidad, arribará próximamente a 80 años de vida.
Toda persona interesada en la historia y en la política debe sentirse obligada a reflexionar cómo esto ha sido posible. Muchos se sentirán motivados a escribir sobre la hazaña colosal de esta destacada personalidad del siglo XX y que continúa asombrando con su accionar en el siglo que está comenzando. Entrego aquí mi modesta contribución a ese objetivo.
En primer lugar, Fidel se propuso, con métodos martianos, lograr la unidad de nuestro pueblo sobre el fundamento de los intereses de la inmensa mayoría de la población e inspirado en la tradición revolucionaria cubana y latinoamericana de vocación universal. Era el único camino de la victoria. Dos hombres en la historia patria: Martí y Fidel fueron los que hicieron factible esa unidad. Es necesario que los jóvenes estudien los métodos y formas políticas que permitieron alcanzarla. Por ahí podremos encontrar la pista para entender la originalidad de la contribución de Fidel. Propongo se estudie a partir de la cultura de hacer política.
Quiero detenerme en este apasionante tema que considero es el fruto más útil y original de la historia de las ideas cubanas y que encuentra en Martí y en Fidel su más elevada expresión. No me estoy refiriendo sólo a cultura política, que, desde luego, constituye la fuente de la cual se nutrió este patrimonio cultural sino a las maneras prácticas de su materialización y de vencer los obstáculos que se levantan ante todo proyecto revolucionario. Esta práctica tiene fundamentos filosóficos y está presente con fuerza en la muy singular influencia ejercida por Fidel Castro en el mundo de los últimos 50 años.
Las formas de hacer política de Martí y de Fidel, en diferentes momentos, constituyen un elemento sustantivo de la identidad nacional cubana y son un aporte original al pensamiento y a la cultura política universales. Se trata, en efecto, de una cultura que constituye la esencial contribución cubana al acervo del saber político de occidente. Consiste en superar radicalmente la vieja fórmula reaccionaria de divide y vencerás y hacer triunfar la idea de unir para vencer.
Para las nuevas situaciones internacionales, ya no es eficaz la vieja política de dividir para dominar que caracterizó al imperio romano y que Maquiavelo retomó en la época de ascenso de la burguesía. En épocas de globalización se necesita integrar fuerzas solidarias para enfrentar los dramáticos desafíos de la centuria recién comenzada. Ahí está la riqueza de la política fidelista.
Este nuevo aniversario de nuestro Comandante en Jefe suscita en el pueblo cubano profundos sentimientos de regocijo, y no solo entre los cubanos, sino en todos los revolucionarios del mundo, y aún más, en todas las personas sensatas y honestas que aspiran a un mundo mejor, porque lo cierto es que la obra de Fidel Castro, desde los tiempos del Moncada hasta hoy, su sabiduría y crisol de ideas han contribuido de manera sustancial a concebir y avanzar hacia ese mundo mejor al que aspiran cientos de millones de personas en todo el planeta.
La tradición revolucionaria, política, social y cultural que él representa no es patrimonio exclusivo de Cuba, sino de toda América, la bolivariana y martiana, y esta tradición tendrá una fuerza creciente en la medida en que el imperio norteamericano en su decadencia vaya demostrando, con los hechos, su torpeza y maldad que, como decía José Martí, van muy relacionadas.
Martí proclamó que Patria es Humanidad y en Fidel, como su mejor discípulo, se revela esta vocación de abrazarse al mundo. Desde los tiempos de Cayo Confites, en 1947, hasta la más reciente ayuda internacionalista brindada en Pakistán por nuestros médicos ha sido una constante en la política de Fidel. Los ejemplos están también en el aliento y apoyo a los movimientos de liberación nacional en varios continentes, que se personifican en su grado más alto en el Guerrillero Heroico Ernesto Che Guevara; y en los combatientes cubanos que lucharon y murieron en África y en América Latina.
Las ideas de libertad, igualdad y fraternidad habían tenido en el Viejo Continente una expresión formal, sin que jamás se materializasen de forma integral ni propiamente se concibiesen en su dimensión verdaderamente universal. En América Latina y el Caribe, en cambio, se forjó una cultura con una altísima sensibilidad en relación con el hombre y la naturaleza, que se desarrolló sobre la base de tres grandes categorías: la ética, la educación y la práctica política. La raíz de esta ética se encuentra en la definición dada por José de la Luz y Caballero cuando caracterizó la justicia como ese sol del mundo moral. De esta forma, la nación cubana, desde su alumbramiento (1868), materializó en la vida real los principios humanistas de la mejor tradición espiritual universal. Los decretos de independencia, abolición de la esclavitud e igualdad para todos se dictaron entonces. Fidel asume todo el legado del pensamiento democrático de las revoluciones europeas del siglo XVIII desde la óptica de los intereses de los pobres de la Tierra. Martí afirmó: Dígase hombre y se han dicho ya todos los derechos. Y también nos dejó como mandato: Injértese en nuestras republicas el mundo pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas.
Desde la forja de la nación cubana aquellos ideales de la Ilustración y de la Revolución francesa fueron asumidos en Cuba por el pensamiento cristiano, es decir, el que representan Félix Varela y Luz y Caballero, sin ponerlo en contradicción con los grandes descubrimientos de la ciencia. Se asumió así la ética del cristianismo en nuestra cultura como una de las claves esenciales de la identidad nacional. Se dejó el tema de Dios como un asunto propio de la conciencia individual. Por esta razón, un poeta y escritor como Lezama Lima, desde su sensibilidad cristiana, nos habla de Martí como de un misterio que nos acompaña y Julio Antonio Mella, comunista, se refiere a la necesidad de descubrir el misterio del programa ultrademocrático de José Martí. En realidad se trata del misterio de Cuba que es posible descubrir con el rigor de la ciencia.
También en ese misterio de Cuba puede hallarse la verdad objetiva de que Fidel es hijo de una historia, de una memoria largamente abrazada por nuestro pueblo, síntesis superior de lo cubano. Pudiéramos decir que en él se expresa la combinación genial de Maceo y de Martí; en estos dos grandes patriotas hay cultura y hay disposición hacia la acción en un grado excepcional, pero cada uno tiene sus características específicas. Fidel tiene la de ambos: genio militar, genio de la política y además capacidad excepcional para organizar y dirigir los problemas de carácter económico y social.
Hay quienes han calificado a Fidel de extremista porque confunden radicalidad con extremismo. Él es un hombre radical, lo que significa, como señaló Martí, ir a la raíz, y ella no está en los extremos, sino en el centro de la verdad y de la acción revolucionaria. Y es al propio tiempo un hombre armonioso que se empeña en la búsqueda del mayor apoyo posible para cualquier obra que emprende. En esto consiste su genio político, en combinar acertadamente la radicalidad con la búsqueda de la armonía.
En el pensamiento y la práctica de Martí y de Fidel están presentes ambos componentes. En cierta ocasión de grandes debates en el seno de los revolucionarios Fidel fijó, como posición de principio, que no debíamos ser ni implacables ni tolerantes.
Martí al concebir la política como un arte nos da una definición aleccionadora:
La política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación, cueste el sacrificio, o la merma importante del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila, y su batalla preparada.
Como se aprecia, para Martí la política es una categoría de la práctica pero que se relaciona con las aspiraciones éticas de valer universal. En Fidel, como mejor discípulo del Apóstol, vemos también un claro sentido de distinguir y relacionar la práctica y las aspiraciones ideales y siempre teniendo como categoría más alta: la justicia.
Ha sido, por educación y fundamentos éticos, defensor de la institucionalidad y de los principios del derecho. Sería muy útil investigar y estudiar la historia de la tradición jurídica cubana y dentro de ella también la de Fidel. Porque desde los tiempos en que aspiraba a ser elegido como representante al Parlamento antes de 1952 concibió proponer una legislación complementaria a la Constitución de 1940 para hacer efectiva la disposición que establecía la abolición del latifundio. Cuando se produjo el golpe de Estado de Batista, el 10 de marzo de 1952, publicó un trabajo desenmascarando la afirmación del dictador de que se trataba de una revolución. Fidel tituló aquel trabajo “Revolución no, Zarpazo”. Posteriormente en su alegato de autodefensa “La historia me absolverá”, presentó un programa revolucionario que tenía sólidos fundamentos jurídicos. Esta ha sido una constante que hay que estudiar y que está presente en toda su acción política. Un ejemplo sobresaliente se produjo también en 1976 cuando fue aprobada por abrumadora mayoría, en plebiscito popular, la Constitución de la República de Cuba, socialista, y más recientemente la ratificación radical de ese carácter por la Asamblea Nacional siguiendo los procedimientos previstos en la ley vigente. Esa ratificación fue acompañada de una amplísima movilización popular con un destacado papel de las organizaciones de masas. Esto debe tomarse en cuenta no solo hoy sino para cuando por ley de la vida otros revolucionarios asuman la dirección en un tiempo que desearíamos fuera bien lejano. Entonces, quien intente gobernar en Cuba sin fundamentos jurídicos o con artimañas legales le abriría el camino a la contrarrevolución y al imperialismo. Esto, desde luego, no ocurrirá, entre otras razones, porque hemos educado a generaciones de cubanos en el respeto a la juridicidad y el socialismo está ensamblado en la más rigurosa cultura moral y de derecho de la nación cubana porque el partido será la continuidad histórica de la Revolución, será su gran dirigente.
Posee también entre sus virtudes una enorme capacidad para involucrar a las masas en la solución de los problemas. Esa capacidad le viene de la tradición martiana, de su compromiso de servicio público y de una muy cultivada sensibilidad social.
En su personalidad se entrelazan en una identidad lo ético y lo político y alcanzan en él un sentido universal. Este rasgo le confiere en nuestros días una estatura internacional como estadista que incluso aquellos que no comparten sus ideas se ven obligados a reconocer. Es depositario de una tradición intelectual cubana que se asume en lo individual por una inteligencia creadora superior.
Fidel no se puede explicar sin Martí, como tampoco sin la cultura del pensamiento euro-occidental que tuvo sus cumbres en el legado científico social revolucionario de Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin. Es el más importante representante en los últimos 53 años, contados desde el Moncada, de la política, la cultura y la historia del país. Está junto a Martí en la cima de este inmenso saber.
En Fidel está presente, de manera sintetizada, la eticidad de Nuestra América, representada, en grado supremo, por el verbo y la acción martianos, con lo más avanzado de las concepciones filosóficas, políticas y sociales de la edad moderna. Se trata de una síntesis ejemplar que desdichadamente, después de la muerte de Lenin, faltó en la práctica política del llamado socialismo real del siglo XX.
La historia ha confirmado de manera trágica la certeza de Fidel cuando desde los años iniciales de la Revolución Cubana destacó el papel determinante de los factores morales en la lucha en favor del socialismo. Estudiar el papel de la subjetividad en la historia constituye uno de los desafíos claves del siglo que comienza. Es nuestro compromiso intelectual con el Che. Lo hemos hecho y se continuará haciendo a partir de la tradición ética y de la cultura de hacer política heredadas del Maestro para, como aspira Fidel, cumplir el mandato martiano de convertir a Cuba en universidad del continente.
Sobre esos fundamentos y con el antecedente de los grandes forjadores del socialismo de Nuestra América, que podemos reconocer, entre otros, en Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui, y con las ideas y sentimientos antiimperialistas que nos representamos en Antonio Guiteras y Augusto César Sandino, Fidel logró, en la segunda mitad del siglo XX, articular la tradición revolucionaria latinoamericana del siglo XIX con el pensamiento socialista de Marx, Engels y Lenin. Pudo hacerlo porque asumió el marxismo en tanto método de investigación y guía para la acción, tal como lo caracterizaron Engels primero y más tarde Lenin. Sobre estas bases, Fidel ha podido unir al pueblo y conducir al país hacia la revolución victoriosa en el nuevo milenio. Fue posible por su inmensa cultura.
Si Cuba resiste y no ceja en su camino, es porque los principios éticos que sustentan a la Revolución, y que Fidel expresa en su práctica política y social, son carne y sangre de nuestras más profundas convicciones y de nuestro proyecto revolucionario. La ética del socialismo cubano no se destruye como los estados o los muros.
Conocí al Comandante en Jefe cuando yo tenía 15 o 16 años. Fue a mi casa en Matanzas con un grupo de la FEU para conversar con mi hermana Marina y otros estudiantes de derecho de aquella ciudad y obtener su apoyo en las elecciones estudiantiles. Recuerdo que mi padre, refiriéndose a Fidel, dijo que le parecía un joven noble por su rostro y su palabra y expresó el temor de que algunos de los que en la Universidad actuaban al servicio del gansterismo lo echaran a perder. La historia demostró que él fue quien dominó, desde la ética martiana, a aquellos personajes existentes alrededor del mundo estudiantil. Muchos de ellos devinieron después abiertos contrarrevolucionarios. El muchacho noble que mi padre percibió tuvo el valor y el corazón abierto para vencer al mundo corrompido que incluso salpicaba hasta la misma universidad.
Antes del 10 de marzo de 1952, Fidel era ya una figura ampliamente conocida por los sectores juveniles y estudiantiles por sus luchas y sus ideas radicales. Después del golpe de Estado se fue convirtiendo en uno de los dirigentes más destacados de la juventud cubana. Recuerdo que me encontré con Fidel en una reunión en el local del Partido Ortodoxo en el céntrico Paseo del Prado y que en aquella reunión tuve el honor de coincidir con su planteamiento de que las direcciones corrompidas perderían vigencia y serían desplazadas por otros dirigentes totalmente nuevos y diferentes. Del Paseo del Prado salimos caminado y, como era su costumbre, me puso el brazo sobre el hombro y me sorprendí cuando se interesó por el hecho de que yo visitaba el local de la FEU con un grupo de compañeros para aprender el manejo de las armas. Me pregunté entonces quien le habría informado a Fidel del asunto porque era algo que manejábamos con mucha discreción. Después del asalto al Moncada, al conocer que el responsable estudiantil del adiestramiento de jóvenes que tenia la FEU, Pedro Miret, era uno de los participantes de aquel hecho heroico, me percaté que Fidel conocía, a través de él, a los que íbamos a las oficinas de la organización estudiantil con intenciones insurreccionales.
Ya desde entonces se puso de manifiesto, junto a su genio político, su capacidad para sumar voluntades, garantizar la unidad de la nación en las más difíciles circunstancias y movilizar al pueblo hacia objetivos concretos y posibles. Capaz de dirigir y conducir una guerra y llevarla a la victoria, ha sido también un genio de la cultura de hacer política. Lo recibió de la mejor tradición latinoamericana, es decir, de la cultura de Nuestra América, la que puede brindar un aporte esencial en el mundo de hoy en el que se pone de manifiesto una pobreza intelectual y cultural, bien conocida por todos, sobre lo que significa hacer política. En esas circunstancias Fidel se convierte en un elemento clave de la política internacional.
Audacia, realismo, firmeza en los principios, sabiduría estratégica e inteligencia para asumir la táctica correcta ante cada coyuntura son los elementos que configuran la enorme dimensión de su extraordinaria actuación política.
José Martí dijo: Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Estos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Estos hombres son sagrados.
La universalidad de Fidel Castro está en que contiene en su corazón todo el decoro político y moral de la mejor tradición cubana y que esta se corresponde con las exigencias más profundas de la humanidad del siglo XX y del recién iniciado siglo XXI. Dos ideas suyas nos dan una visión clara de esa proyección hacia el futuro. La primera caracteriza la realidad del mundo en esta centuria recién comenzada:
O cambia el curso de los acontecimientos o no podría sobrevivir nuestra especie. La segunda idea suya que quiero subrayar es la siguiente:
El gran caudal hacia el futuro de la mente humana consiste en el enorme potencial de inteligencia genéticamente recibido que no somos capaces de utilizar. Ahí está lo que disponemos ahí está el porvenir.
Esta visión viene de la más profunda herencia martiana. Recordemos aquel pensamiento del Apóstol: Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud [...]. También cuando subrayó la necesidad de instruir el pensamiento y de educar los sentimientos. La filosofía martiana que Fidel ha venido desarrollando parte de relacionar la inteligencia con el amor y cuyo resultado sería alcanzar la felicidad. Esto se halla en la propia conciencia humana y puede ser fundamentado con el rigor de la ciencia. Luz y Caballero dijo que Varela fue el que nos enseñó a pensar primero. Podríamos afirmar hoy que el maestro del Colegio El Salvador fue el que nos enseñó a conocer y Martí el que nos enseñó a actuar. Fidel, heredero de esta historia, nos ha enseñado a vencer.
Pensar, conocer, actuar y vencer, he ahí la clave y ello solo es posible si partimos de que “el secreto de lo humano” está en la facultad de asociarse. Pensamiento martiano comparable a lo que Carlos Marx en los Manuscritos filosóficos afirmó acerca de que el sujeto se hace objetivo en su relación con los demás sujetos.
Estas ideas, que están en la esencia del pensamiento de Martí y de Fidel, abren el camino para el socialismo del siglo XXI y con ellas hacer frente a la aguda crisis por la que atraviesa hoy la humanidad.