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La estrategia del Moncada

Date: 

00/08/2014

Source: 

Revista Resumen Latinoamericano y del Tercer Mundo

Author: 

El golpe de estado del 10 de marzo de 1952 fue sin duda uno de los sucesos más dramáticos y significativos de la historia republicana de Cuba. Con el asalto del poder político de la nación por Fulgencio Batista, se quebrantaba de manera abrupta la vida del país e iniciaba un período de agudización extrema de los graves problemas que enfrentaba la sociedad cubana.
 
Para la inmensa mayoría de la población, el cuartelazo militar significó una bofetada en el rostro colectivo de la ciudadanía. Batista era una odiosa figura del pasado que el pueblo cubano repudiaba y creía sepultada para siempre. El golpe de Estado contribuyó a cristalizar las condiciones para el estallido de la lucha popular. A partir de ese hecho comienzan a sentarse las bases para la acelerada creación de una situación revolucionaria en Cuba. El 10 de marzo produjo un sentimiento de indignación, frustración y vergüenza nacionales.
 
En la coyuntura creada en Cuba por el golpe, quiso la historia que el pueblo contara con una nueva vanguardia combatiente surgida del seno del propio pueblo y dotada de una estrategia, una táctica y unos métodos de lucha que demostraron ser los únicos capaces de asegurar la solución necesaria: la solución revolucionaria.
 
La estrategia de lucha contra el régimen surgido del golpe militar, elaborada por Fidel Castro y el grupo de jóvenes revolucionarios que integrarían después del Movimiento 26 de Julio, no fue producto de la improvisación ni fruto de un ejercicio de voluntarismo personal de Fidel, convertido desde el primer momento por su capacidad de aglutinar y movilizar voluntades, su claridad de pensamiento, su personalidad, su honestidad, su decisión de luchar— en el dirigente indiscutible e indiscutido del nuevo movimiento revolucionario. Esa estrategia, por el contrario, fue el resultado de una meditación profunda sobre el conjunto de condiciones objetivas y subjetivas existentes en aquel momento en la sociedad cubana.  
 
Fue sobre la base de ese análisis realista como llegaron Fidel y sus compañeros a la conclusión de que la lucha armada frontal contra la dictadura de Fulgencio Batista era la vía fundamental para la solución de los dramáticos problemas que tenía planteados ante sí el pueblo cubano en los inicios de la década de 1950.
 
Sin duda, la explotación acumulada de las masas, la entrega más flagrante a los intereses imperialistas del nuevo régimen de facto, el incremento de la represión contra el pueblo, la pérdida de la esperanza en una evolución institucional, la agresión contra el sistema constitucional de 1940, la politiquería y la corrupción acentuadas, eran factores presentes que contribuían a crear una base de condiciones subjetivas para la revolución.
 
Para Fidel era evidente que luchar contra la tiranía batistiana, como paso previo indispensable hacia la toma del poder y la ulterior transformación radical de las estructuras socioeconómicas del país, significaba luchar contra el aparato militar y represivo, que era el sostén fundamental de todo el sistema de dominación. Y aquí se tropezaba con la primera limitante de carácter subjetivo. Décadas de opresión neocolonial, unidas a experiencias anteriores como la revolución de 1930, habían contribuido a crear el mito de que ese poderoso aparato era invulnerable e invencible. Existía en Cuba el apotegma de que una revolución podía hacerse con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército, y esta falacia había contribuido a frenar la acción revolucionaria.
 
Antonio Guiteras había tratado de llevar adelante una revolución a contrapelo de la máquina castrense, y había sucumbido heroicamente. Había sido el ejército, la masa de clases y soldados, el que había dado un paso inicial importante en la lucha revolucionaria tras la caída del dictador Machado en 1933, y había sido el propio ejército el que había frenado e invertido ese proceso pocos meses después. A ese aparato que encarnaba el poder había que tenerlo de aliado o espectador, pero nunca de enemigo. Y la concepción estratégica elaborada por Fidel se basaba precisamente en el hecho de que era ése el enemigo a derrotar.
 
Lo primero que había que hacer, pues, era llevar a la conciencia de las masas que ese enemigo no era invencible, que era posible no sólo enfrentársele, sino llegar a derrotarlo. No era ésta, desde luego, una tarea que pudiera cumplirse por la vía de la prédica o la persuasión. Había que demostrar mediante acciones concretas que esa estructura militar aparentemente inconmovible podía ser sacudida.
 
De una cosa estaba convencido Fidel, sin embargo, y era que los revolucionarios no podían cruzarse de brazos a esperar por la maduración de las condiciones subjetivas mediante medios políticos convencionales en el marco de la propia actuación represiva de la tiranía. En la situación objetiva concreta de aquel momento histórico en Cuba, su deber como revolucionarios era hacer la revolución.
 
Como el propio Fidel ha dicho posteriormente, la voluntad inquebrantable de luchar y la propia acción revolucionaria son en determinadas circunstancias los motores que mejor impulsan a los pueblos en el camino del futuro. En Cuba, la lucha armada fue el instrumento que propició el desarrollo de las condiciones subjetivas para la revolución.
Así, al decir del Che, el Moncada fue rebelión contra las oligarquías y los dogmas.
 
La estrategia del Moncada se basó en la necesidad, por una parte, de golpear la base de sustentación del régimen y demostrar con los hechos que era posible luchar exitosamente contra el aparato represivo, así como la necesidad de despertar la voluntad popular de combate mediante una acción que hiciera detonar la lucha de las masas, las cuales, según el plan concebido, serían convocadas de inmediato a la huelga general y armadas para desatar la insurrección popular.
 
Los preparativos de la acción tuvieron que llevarse a cabo por la vía conspirativa. Otra forma hubiera condenado el plan al fracaso sin iniciales. Alrededor de Fidel, Al Santamaría y los demás organizadores del proyecto se fue agrupa do un núcleo de jóvenes obreros, empleados, campesinos y estudiantes, provenientes en su mayoría las filas de la Juventud Ortodoxa unidos por la convicción de c era preciso hacer algo concreto y la disposición a sacrificarlo todo — incluso la vida si fuere necesario— ese empeño.
 
Es este grupo el que va a encarna: nueva vanguardia combatiente para la etapa de luchas que se avecina. La oposición burguesa tradicional había mostrado su ineficacia total. El derrocado Presidente Carlos Prío y la mayoría de sus colaboradores del Partido Auténtico habían aceptado el hecho consumado golpe sin ofrecer siquiera una resistencia simbólica, mientras algún que otro desplazado del poder entretenía en fraguar míticas conspiraciones de salón. Agrupaciones políticas se habían apresurado ofrecer su colaboración a Batista gesto de servil oportunismo.
 
Si en algún momento abrigó Fidel una lejana esperanza de poder actuar de acuerdo con estas fuerzas tradicionales de oposición, muy pronto se convenció de que su movimiento debía seguir solo el camino que se había trazado. Dinero armas les sobraban a aquella oposición, pero esos recursos tan necesarios para la lucha jamás podrían ser obtenidos por esa vía. El dinero sería puesto por los mismos futuros combatientes a costa de indecibles sacrificios; las armas las irían a buscar a los cuarteles del tirano.
 
Por su parte, el partido marxista-leninista estaba políticamente aislado. En estos años de guerra fría y de intenso clima de anticomunismo fomentado a escala internacional por el imperialismo y sus poderosos medios de propaganda, cuyo grado de penetración e influencia en Cuba era particularmente profundo, los militantes comunistas, perseguidos, calumniados y reprimidos, defendían con firmeza sus principios en las más adversas condiciones. Es una realidad que al aislamiento del destacamento comunista habían contribuido la política de alianzas mantenida por el PSP entre 1939 y 1944, y su estrecha visión sobre el papel y potencialidades de otras fuerzas sociales y políticas en el país. A todo esto vendría a sumarse a partir de marzo de 1952 su incomprensión del papel de la insurrección armada como vía principal de lucha contra la tiranía.
 
Todos estos factores se sumaron, por tanto, para propiciar el surgimiento de esta nueva vanguardia que tomará la bandera de la revolución y la conducirá al combate. Carlos Marx escribió en su opúsculo titulado El 18 Brumario de Luis Bonaparte que la historia es como un viejo topo que aunque parezca estar acorralado siempre encuentra una salida. En esa ocasión, una vez más, el viejo topo de la historia de que habló Marx ofreció una respuesta a una situación que parecía sin salida.
 
Antes del 10 de marzo, la concepción estratégica de Fidel se había basado en desarrollar, contando con la amplia base social de las masas ortodoxas, una intensa lucha política en favor de objetivos generales similares a los que más tarde fueron recogidos en el programa del Moncada, que serviría de punto de partida para la movilización popular hacia la lucha revolucionaria. El golpe de Estado, naturalmente, cerró de plano las puertas para el desarrollo de esta estrategia. Una vez demostrada la impotencia de los medios legales para combatir al régimen de facto en la Cuba de 1952, sólo quedaba la opción de la lucha armada. A la violencia de la reacción era preciso responder con la violencia de la revolución.
 
Esa respuesta fue el Moncada.