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La Historia me absolverá. Programa singular de la Revolución triunfante

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Revista La Jiribilla

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Para nosotros era muy duro salir en libertad, salir a la calle una vez cumplida la condena en la cárcel de mujeres de Guanajay. Era muy duro para Melba y para mí, pero llegó el momento, y tuvimos que salir. Los primeros días fueron violentos porque no teníamos comunicación con Fidel, ni con ninguno de los compañeros de los que habían logrado ir hacia el extranjero —Guatemala y México—, ni tampoco con algunos, muy pocos, que pudieron permanecer en Cuba. Sabíamos —Melba y yo— que éramos seguidas y no queríamos que nuestros compañeros se arriesgaran.

Pero tuvimos comunicación con Fidel y él nos dio una tarea; nos mandó a decir en aquella primera carta que trajo Mirta, de todo lo que éramos capaces y podíamos hacer Melba y yo, denunciar los crímenes era prioritario. Como primera tarea, teníamos que imprimir su discurso.    

Empezamos a recibirlo escrito de su puño y letra. Ir viendo aparecer las letras pequeñas para que cupiera bastante en una hoja, esa letra inconfundible de Fidel, era como una gran fiesta para nosotras dos.

Tuvimos que buscar un impresor —resultó ser Emilio Jiménez, en su pequeña imprenta se imprimía de todo, incluso pasquines políticos. El profesor José Valmaña Mujica, cliente de Jiménez pues allí se hacían impresos de su Academia privada, nos ayudó mucho. Era muy difícil encontrar un impresor, buscar  dinero y después, lo fundamental, ver cómo repartíamos el folleto: fue La Historia me absolverá. Sacar los manuscritos de la prisión ya era una proeza. Algunas veces nos llegaba una de las últimas páginas, sin tener las anteriores sobre el asunto tratado. Nos emocionábamos mucho leyendo aquellos fragmentos y nos acordábamos de cuando nos contaste por primera vez algo del alegato; recuerdo que fue el Día de los Reyes Magos de 1954, el 6 de enero, en la cárcel de Guanajay, nosotros jugábamos con los hijos de las presas comunes sacando nuestras manos entre las rejas, disimulábamos mientras nos contaste rápidamente lo que había dicho Fidel en el Hospital, en ese mismo Hospital donde había estado Abel con nosotros, con Melba y conmigo, el 26 de julio, y de donde lo sacaron vivo para asesinarlo después, y a donde nos fue a buscar Boris y lo apresaron también para torturarlo y morir.

Planchar algunas de aquellas hojas escritas con jugo de limón, pasarlas a máquina, Manuel, el padre de Melba mecanografió —algunas las planchó Lidia, la hermana de Fidel, aunque todas no venían así—, recoger el dinero, hacer esas tareas era una enorme felicidad; ya no tenía ante mi vista la penumbra de una escalera oscura, ahora veía de nuevo la luz... Ya sentíamos que podíamos estar en la calle, aunque ellos continuaron presos y los otros estuvieron muertos.

Sacar impresa La Historia me absolverá fue para mí, y creo que también para Melba, una de las tareas más duras y a la vez más gratas de mi vida.

Él nos expresaba la importancia decisiva que tenía para la causa el discurso ante el Tribunal porque ahí estaba contenido el programa y la ideología sin la cual no era posible pensar en nada más grande.

Era para Fidel el documento básico sobre el cual llevar adelante la lucha, de modo que las exhortaba a prestarle el mayor interés porque había que fundirse en el pueblo, al cual se habría convocado a la lucha en Santiago de Cuba el 26 de julio si se hubiera logrado el plan de ocupación por sorpresa del Moncada. Él no quería que se viera a los moncadistas como a “un grupo” más; los que así pensaban se equivocaban miserablemente, nos decía en la correspondencia. El trabajo en torno a La Historia me absolverá, contribuyó a unir a compañeros que estaban dispersos, que no habían podido ir al Moncada y luego a otros que ni siquiera conocíamos aún.

Nada se pudo publicar sobre la autodefensa en los periódicos, ni se escuchó en la radio, hasta que apareció editado en folleto. Esto no quiere decir que una vez editado clandestinamente los periódicos lo mencionaran. Ello no ocurriría sino hasta después del triunfo de la Revolución. El documento político ideológico, de propaganda revolucionaria y movilizador para la continuación de la lucha, sería asumido como programa singular de la Revolución triunfante, denominado Programa del Moncada.

(…)

Sacar aquellos ejemplares de la imprenta había sido una odisea. Prácticamente fue delante de la policía pues al día siguiente la allanaron. No podíamos sacarlos de otra manera, tenía que ser rápidamente. Después teníamos que ver dónde colocarlos en La Habana, de pronto no sabíamos dónde parar. No los sacamos de la imprenta paquete a paquete porque nos hubieran descubierto, utilizamos un camión.

Después había que distribuir La Historia me absolverá como nos indicaba Fidel, y él quería la mayor cantidad en Oriente, Santiago de Cuba.

Sabes lo que significaba para nosotras que apareciera allá ese folleto diciéndole al pueblo, a Santiago de Cuba, lo que Fidel había dicho en su alegato. Todos nosotros sentíamos un compromiso con la ciudad de Santiago porque de verdad Santiago de Cuba nos dio un apoyo total.

Cuando nos llevaban en los ómnibus de la cárcel de Boniato al juicio, en la Audiencia, en septiembre de 1953, había una aglomeración en el camino; entonces creíamos que el pueblo había salido a gritar contra nosotros, y vimos que nos iban a tirar cosas, que entraban por las ventanillas de aquel ómnibus; ante el primer gesto pensé que podían ser piedras, ¡tantas calumnias se habían dicho contra nosotros! Pero no eran piedras, eran flores y gritaban ¡Vivan!...

Te diré que ya impresa La Historia me absolverá, los hermanos Ameijeiras —Gustavo y Ángel (Machaco)—, al ver que Melba y yo no podíamos hacer llegar el folleto a ninguna parte porque no podíamos hacerlo sin un centavo, nos dijeron:

“Si ustedes son capaces de alquilar un carro por una semana y darnos cinco pesos, se los hacemos llegar a Santiago”. Lidia Castro Argote, la hermana mayor de Fidel, nos ayudó en lo que pudo. Alquilamos el carro y les dimos cinco pesos, con esos cinco pesos llegaron. ¿Cómo fue aquello? Pues en cada pueblo que entraban ellos le hacían un cuento a un amigo para que les dieran un peso o dos pesos. Decían que se habían quedado sin gasolina, o se habían quedado sin dinero para comer; con ese peso o dos pesos le echaban gasolina al carro y así llegaron a Santiago —mil kilómetros, casi, de carretera—, tomando buchitos de café para no gastar ni un centavo. Así hicieron llegar La Historia me absolverá a Santiago de Cuba y con otras ayudas a la provincia de Oriente, en general.  

Fuente: La Pequeña Gigante. Historia de La Historia me absolverá. Marta Rojas