Con guayabera, machete y sombrero de yarey
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La celebración del primer 26 de Julio después del triunfo revolucionario se concibió como un gran acto de apoyo a la Ley de Reforma Agraria con la participación del campesinado cubano. Millares de habaneros brindaron sus hogares para alojar a los campesinos que, procedentes de todos los lugares del país, arribarían a la capital cubana.
Poco a poco se fueron conformando las ideas; el entusiasmo crecía por días. Fidel expresó su deseo de que los campesinos participaran en el acto al estilo mambí: con machetes, guayaberas y sombreros de yarey con una bandera cubana en el ala anterior. Asimismo, anunció un desfile del Ejército Rebelde y sugirió realizar grandes festejos en lugares públicos, para que los campesinos pudieran compartir con el pueblo habanero las alegrías de la conmemoración revolucionaria.
Ni siquiera la conmoción causada por la noticia de la renuncia de Fidel al cargo de Primer Ministro —el 17 de julio1— restó fuerzas a la organización de los festejos. Esos nueve días que estremecieron a Cuba aceleraron los preparativos. El acto por el 26 de Julio, transformado en una muestra de reafirmación revolucionaria, potenciaría las voces del pueblo cubano que reclamaba a Fidel su regreso a la dirección del Gobierno Revolucionario.
El 15 de julio, Fidel visitó el Monumento a José Martí y estudió detenidamente la mejor forma de ubicar la plataforma para la presidencia. Después, se dirigió al edificio de la Biblioteca Nacional y sugirió que su terraza se utilizara como tribuna del acto.
La mañana del 26 de julio
En la madrugada del domingo 26 de julio, el Consejo de Ministros sesionó en Santiago de Cuba. En el cuartel Moncada, a las 05:15 de la mañana —hora del inicio del histórico asalto— comenzó la sesión cargada de fuertes emociones.
Armando Hart, entonces ministro de Educación, propuso que el 26 de julio fuese declarado Día de la Rebeldía Nacional, y Pedro Miret pidió declarar el 30 de julio como Día de todos los Mártires de la Revolución Cubana, en conmemoración a la caída de Frank País. Ambas proposiciones fueron aprobadas por unanimidad.
A propuesta de Faustino Pérez, ministro de Recuperación de Bienes Malversados, el Consejo de Ministros acordó transferir al Instituto Nacional de Reforma Agraria los bienes recuperados a los malversadores y esbirros de la derrocada tiranía.
Invitada de honor al Consejo, la heroína del Moncada Haydée Santamaría Cuadrado pronunció un memorable discurso dirigido a Fidel Castro, para pedirle que regresara a su cargo: «porque así lo quieren los vivos y porque así lo quieren los muertos».
Mientras tanto, en La Habana comenzaban las actividades. En horas tempranas se inauguró la Plaza de los Mártires, en el triángulo formado por las calles 23, 25 y 30 del Vedado. Ese sitio, donde estuvo enclavado el edificio del siniestro Buró de Investigaciones de la policía de la dictadura, pasó a convertirse en lugar de esparcimiento y paz para el pueblo habanero.
A las diez de la mañana se inició el desfile del Ejército Rebelde ante el pueblo congregado a todo lo largo del Paseo del Prado, desde el Castillo de la Punta hasta la calle Monte. Fidel, acompañado por el general Lázaro Cárdenas, ex presidente de México, presenció el desfile militar que cerró con el paso a caballo de la columna campesina, conducida desde Yaguajay por Camilo Cienfuegos.
Al terminar el desfile, Fidel tomó un helicóptero que lo trasladó al parque Maceo, donde estaban situados los tanques y una sección de artillería pesada para realizar un simulacro de combate en homenaje a la fecha, con la participación de fuerzas de mar, tierra y aire.
Por primera vez el pueblo de Cuba pudo presenciar, con todos sus detalles, un simulacro de ataque a una unidad naval. El Comandante Fidel Castro dirigió las fuerzas de tierra que hicieron fuego contra el blanco situado a milla y media de la costa.
Concentración en la Plaza Cívica
En horas de la tarde, el pueblo habanero marchó hacia la Plaza Cívica —hoy Plaza de la Revolución—, acompañado por más de medio millón de campesinos con sus machetes, guayaberas y sombreros de yarey. Desde la terraza de la Biblioteca Nacional, el general Lázaro Cárdenas pronunció un memorable discurso sobre la gran amistad que une a los mexicanos y a los cubanos.
Luego, hicieron uso de la palabra el Presidente de la República, Osvaldo Dorticós, y el jefe de las Fuerzas Armadas, el Comandante Raúl Castro.
Dorticós preguntó a los presentes: ¿Desean ustedes o no que el doctor Fidel Castro siga al frente del Gobierno? Las voces de más de un millón de personas se unieron para clamar el regreso de Fidel, mientras brillaban los machetes campesinos y se agitaban al aire los sombreros de yarey, en una muestra desbordante de confianza y fe en el líder de la Revolución.
Raúl, en sus palabras, hizo notar que había miles de carteles en la plaza, pero todos tenían un solo reclamo: ¡Que regrese Fidel!
Ese fue el momento del acto en que Fidel aceptó retomar su cargo en el Gobierno Revolucionario.
Cuando Fidel se dirigió al pueblo, expresó:
«Me preguntaba (…) por qué esa muestra de júbilo extraordinario al anunciarse que sencillamente acataba la voluntad del pueblo cuando me demandaba reintegrarme de nuevo al cargo de Primer Ministro. Y la única explicación lógica, que no puede estar en la obra modesta que hasta aquí hemos realizado, la única explicación lógica de ese júbilo, es que el pueblo sabe perfectamente bien que a mí los cargos no me interesan; es que el pueblo sabe perfectamente bien que no estoy dispuesto a sacrificar un ápice de las conveniencias de la nación, que no estoy dispuesto a sacrificar un ápice de mi sentido del deber y del desinterés que me ha inspirado siempre en esta lucha, ni por el cargo de Primer Ministro ni por todos los cargos de Primer Ministro del mundo juntos2.
Sobre el impresionante espíritu mambí presente en la concentración, Fidel afirmó:
«(…) ningún espectáculo hemos visto nunca, ni creo que nunca se haya visto un espectáculo semejante al de esos machetes que se empuñan, al de esos machetes que se afilan y al de esos machetes que se rozan unos con otros. (…) porque esos machetes rechinan clamando justicia, porque —como dijo Maceo— la Revolución estará en marcha mientras quede una injusticia por reparar.
«Esos machetes no rechinan en balde. Esos machetes rechinan hoy por el campesino, pero rechinan también por el obrero. Esos machetes rechinan también por el obrero y rechinan también por todo el pueblo. Esos machetes rechinan por la patria»3.