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Cincuenta y cinco julios atrás

Date: 

25/07/2014

Source: 

Periódico Granma
La Caballería Campesina encabezada por Camilo Cienfuegos recorrió diversos lugares de La Habana antes de participar en las celebraciones por el 26 de julio.Desde la presidencia de la república, Manuel Urrutia seguía manteniendo una actitud divisionista y perseveraba en su afán de obstaculizar la promulgación y aplicación de las leyes revolucionarias. Esto provocó una crisis en el Gobierno Revolucionario y Fidel se vio obligado a renunciar como primer ministro el 16 de julio de 1959...

Desde la presidencia de la república, Manuel Urrutia seguía manteniendo una actitud divisionista y perseveraba en su afán de obstaculizar la promulgación y aplicación de las leyes revolucionarias. Esto provocó una crisis en el Gobierno Revolucionario y Fidel se vio obligado a renunciar como primer ministro el 16 de julio de 1959. Al día siguiente, ante las cámaras de la televisión, argumentó los motivos de su decisión.

Ante la repulsa popular, Urrutia dimitió. El Consejo de Ministros eligió como nuevo presidente a Osvaldo Dorticós, hasta entonces Encargado de la Ponencia y Estudio de Leyes Revolucionarias en ese órgano. Pero la dimisión de Urrutia no implicó el regreso de Fidel a su cargo.

Por ello la Central de Trabaja­do­res de Cuba (CTC) convocó el 24 de julio, a partir de las diez de la mañana, a un paro general en todo el país por una hora para que Fidel revocara su decisión. Cuentan que un limpiabotas del Paseo del Prado, después de lustrarle un zapato a un turista, se negó a seguir su trabajo en el otro. “Espere, míster, a las once continúo”. Todo se paralizó menos los hospitales y centros de salud.

A las 5:15 a.m., exactamente a la hora en que se había iniciado seis años antes el asalto al cuartel Moncada, comenzó el 26 de julio de 1959 la sesión extraordinaria del Consejo de Ministros, precisamente en esa antigua fortaleza. A propuesta de Armando Hart, entonces titular de Educación, se acordó por unanimidad declarar la fecha como “Día de la Rebeldía Nacional”.

Pedro Miret, ministro de Agri­cultura, propuso que el 30 de julio fuera declarado “Día de todos los Mártires de la Revolución” en homenaje a Frank País, asesinado por la policía batistiana en una calle santiaguera. La moción fue aprobada igualmente por unanimidad.

En La Habana, a primera hora de la mañana, se inauguró en el triángulo formado por las calles 23, 25 y 30, en el Vedado, el parque de los Mártires. El edificio demolido que se ubicaba en ese lugar era la sede del tenebroso Buró de Inves­ti­gaciones, antro de torturas de la policía batistiana y en donde los servicios de inteligencia estadounidenses probaron la eficacia del pentotal y otras “técnicas de interrogación”, luego utilizadas contra el movimiento revolucionario latinoamericano.

Horas después, en el Paseo del Prado, se efectuó un desfile militar con la participación del Ejército Re­belde, la Policía Nacional Revo­lu­cionaria, la Marina de Guerra Revo­lucionaria y la Caballería Campesina, encabezada por Ca­milo, la cual había venido en sus corceles desde Ya­guajay, incorporando en el trayecto a otros jinetes de los municipios por donde pasaba.

Ya en la tarde, la entonces Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución José Martí, parecía pequeña ante tantos cubanos reunidos allí. Un mar de pueblo la cubría y hubo quien, tal vez huyendo del calor, quizás para ver mejor el acto, se encaramó en una torre del alumbrado y cómodamente se instaló ahí.

A las 4:00 p.m., comenzó el acto. Se leyó un mensaje del Che, quien por estar cumpliendo una misión del Gobierno Revo­lu­cionario en Tokío no podía estar presente. Usó de la palabra el expresidente mexicano, general Lázaro Cár­denas para expresar la solidaridad de su pueblo con Cuba. Raúl intervino después y afirmó que la esperanza de todos los cubanos era el regreso de Fidel a su cargo.

En ese momento, Dorticós le interrumpió para decir a todos que, ante el mandato del pueblo, Fidel había decidido retornar al cargo de primer ministro del Gobierno Revo­lu­cionario. La atronadora ovación y los vítores de un millón de gargantas ahogaron sus últimas palabras.