Proa a la insurrección
Date:
Source:
El pueblo mexicano siempre ha sido muy solidario con los revolucionarios cubanos. Desde las gestas independentistas, cuando José Martí preparaba la guerra necesaria y encontró en tierras aztecas amigos fieles y lugar propicio para su labor. En la Patria de Juárez halló también Julio Antonio Mella refugio ante la persecución machadista, y en el enero de su muerte preparaba la insurrección popular con la que pensaba llevar a cabo la revolución agraria antimperialista que derrocaría a la república neocolonial. Hacia México pretendía ir Antonio Guiteras, con idéntico plan al de Mella, cuando cayó, arma en mano, en El Morrillo.
No es de extrañar que Fidel Castro, al cerrarle la tiranía batistiana toda posibilidad de oposición legal, marchara a ese hermano país. Antes de partir, había delineado la estrategia revolucionaria a seguir: vertebrar un movimiento ajeno a la politiquería, cuyas filas estaban abiertas “para todos los cubanos que sinceramente deseen restablecer en Cuba la democracia política e implantar la justicia social” y mediante el cual se desarrollaría la insurrección popular armada, con el fin de establecer “una revolución de pueblo, con sangre de pueblo y sudor de pueblo”.
Ya el Movimiento 26 de Julio era un hecho y con una Dirección Nacional ya designada, se constituía en cada municipio y provincia del país. Al núcleo inicial de moncadistas se habían unido a título personal ex combatientes del Movimiento Nacional Revolucionario de Rafael García Bárcenas, valiosos militantes de la Juventud Ortodoxa y jóvenes de diversa procedencia política. Pronto se les uniría Frank País y sus compañeros de Acción Nacional Revoluciona.
Fidel llegó a suelo mexicano el 7 de julio de 1955 y al día siguiente, ya en el Distrito Federal, se abrazaba con Raúl. Sus primeros contactos fueron con exiliados cubanos. A través de estos, en el pequeño apartamento de María Antonia González, conoció a un médico argentino, Ernesto Guevara. El Che recordaría después: “Nuestra primera discusión versó sobre política internacional. A las pocas horas de la misma noche en la madrugada era ya uno de los futuros expedicionarios”.
Días más tarde, acompañado de un amigo, marchó al encuentro del militar republicano español Alberto Bayo, quien había nacido en Camagüey, Cuba, y se comprometió a enseñar táctica de guerra de guerrillas a los futuros expedicionarios. “Marcho a los Estados Unidos le dijo Fidel a recoger hombres y dinero y cuando los tenga dentro de siete u ocho meses, a fines de este año, volveré a verle y planearemos lo que hemos de hacer para nuestro entrenamiento militar”. Sin mucha fe en aquel joven “fogoso, idealista y visionario”, Bayo replicó: “Sí, Fidel, prometo instruir á esos muchachos en el momento preciso”.
Por la ruta de Martí
En el siglo XIX, José Martí preparó la guerra necesaria con los centavos y dólares de la emigración revolucionaria. Hacia ella se dirigió también Fidel para financiar la expedición que reiniciaría la gesta independendista. En la madrugada del jueves 20 de octubre, gracias a la solidaridad de mexicanos amigos que les costearon el pasaje, partió junto con Juan Manuel Márquez hacia Estados Unidos. “En Nueva York el recibimiento que le hicieron a Fidel fue emocionante por lo multitudinario y lo sincero”, comentó Juan Manuel en carta fechada el 14 de noviembre.
En la lluviosa mañana del 30 de octubre, los dos revolucionarios hablaron ante cerca de 800 compatriotas reunidos en el Palm Garden. A la entrada del salón, al costo de un dólar, se ofertaba la edición neoyorquina de La historia me absolverá. Fidel proclamó: “Puedo informarles con toda responsabilidad que en el año de 1956 seremos libres o seremos mártires. Esta lucha comenzó para nosotros el 10 de marzo; dura ya casi cuatro años y terminará con el último día de la dictadura o el último día nuestro”.
La crónica de BOHEMIA sobre el mitin de Palm Garden provocó pavor en las filas batistianas. Arreciaron los ataques de libelos como Tiempo en Cuba, Ataja, Gente. Un joven oposicionista asumió erróneamente una posición escéptica ante la lucha armada. Fidel cuestionó tal actitud en declaraciones a BOHEMIA (Sirvo a Cuba. Los que no tienen el valor de sacrificarse, 20 de noviembre de 1955): “Interpreto el sentimiento de la mayoría de mis conciudadanos al afirmar que el pueblo hastiado de la tiranía y de los políticos incapaces de redimirlo vuelve sus ojos a la Revolución (...) Nos hemos jurado redimir a Cuba de tantas desvergüenzas o perecer en masa, que siempre será preferible a vivir tan infamemente (...) A un hombre joven no le queda hoy en Cuba más camino honorable que unirse a la Revolución”.
El mismo día en que circulaba BOHEMIA con esas declaraciones, intervenía Fidel ante un público entusiasta en el teatro Flagler de Miami: “Reuniremos a nuestros compatriotas detrás de una idea de dignidad plena para el pueblo de Cuba y de justicia para los hambrientos y olvidados, y de castigo para los grandes culpables”.
La tiranía batistiana comenzó a temer a sus palabras y mediante su cónsul en la Florida, trataron de impedir que se dirigiera a la concurrencia en Tampa. Los obreros metalúrgicos le cedieron su local y allí, el 27 de noviembre, ante más de 300 cubanos, prometió: “Si Batista se obstina en mancillar la Historia de Cuba, el pueblo se verá obligado a derribarle y nosotros iremos a la vanguardia”.
Como en Tampa, en Cayo Hueso Fidel dejó constituido el Club Patriótico 26 de Julio. El régimen batistiano no solo intrigó sino que compró al corrupto jefe de la policía de la localidad, quien les cerró todas las puertas a los revolucionarios, y el acto tuvo que celebrarse en el condado vecino de Murray, en el amplio parqueo del Kennel Club.
Cuando Fidel regresó a México, el 10 de diciembre, traía ya redactado el borrador del Manifiesto #2 del 26 de Julio a Cuba. No pudo ocultar su entusiasmo por las siete semanas de labor organizativa en los Estados Unidos cuando señalaba: “Todo lo hermoso de nuestra tradición histórica ha revivido en la emigración cubana con indescriptible fervor. Ya están en marcha los clubs patrióticos de Bridgeport, Union City, New York, Miami, Tampa y Cayo Hueso. Nuevos núcleos se irán organizando en Chicago, Filadelfia, Washington...”
Frente al 10 de marzo, el 26 de Julio
Las navidades de 1955 nada placenteras resultaron para La tiranía batistiana. La lucha en las calles, protagonizada por el movimiento estudiantil, iba en aumento. Los trabajadores azucareros continuaban en huelga, apoyados solidariamente por otros sectores obreros y el estudiantado. Miles de volantes inundaban nuestro archipiélago con la consigna “En 1956 seremos libres o seremos mártires”, y los muros y paredes aparecían pintados con las siglas del Movimiento 26 de Julio o letreros contra el régimen.
Frank País y Pedro Miret, acompañados de Celia Sánchez, realizaron por estos días un recorrido en yate por la costa sur del oriente cubano. En realidad, buscaban un lugar apropiado para el desembarco de la expedición de Fidel.
A la vez, la represión del régimen batistiano aumentaba. El moncadista Juan Almeida, en el penúltimo día de 1955, fue detenido. Tras ser interrogado, lo liberaron al día siguiente. Ya en el nuevo año, once artemiseños fueron conducidos al cuartel de la Guardia Rural y luego a la cárcel de Pinar del Río. A tres de ellos, Julito Díaz, Ciro Redondo y Pepe Suárez, trasladados al Castillo del Príncipe, se les puso a disposición del Tribunal de Urgencias de La Habana.
El grupo de combatientes que ya estaba en México, al que se le sumó a mediados de diciembre el cardenense José Smith, comenzó su entrenamiento de tiro en Los Gamitos, en las afueras de Ciudad México. Pronto, a este núcleo inicial se les agregaron Félix Elmuza, procedente de Miami, Juan Almeida y otros dos compañeros de La Habana; y tres camagüeyanos, entre ellos Cándido González.
Por esos días, Fidel conoció al mexicano Antonio del Conde, el Cuate, quien sería el principal suministrador de armas de la futura expedición. Del Conde se encargó de todos los aspectos legales de la facturación y permisos que exigían las autoridades. No exigió remuneración alguna y Fidel tuvo que asignarle el 10 por ciento sobre el valor de las operaciones en armas y equipos, a condición de conseguirlos al menor precio posible.
En Cuba, la dirección del Partido Ortodoxo decidió participar en el llamado Diálogo Cívico de la oposición con la tiranía, a despecho de los militantes de base, que se oponían a ello. Se produjo un altercado entre politiqueros y jóvenes ortodoxos durante una reunión de ese partido en el hogar del doctor Manuel Dorta Duque y los primeros comenzaron a exigirle a Fidel una condenación del incidente.
El jefe del Movimiento 26 de Julio, en su artículo La condenación que se nos pide (BOHEMIA, 11 de marzo de 1956) no justificó la actitud de los jóvenes, pero fustigó la actitud de la dirección del Partido Ortodoxo a sentarse a dialogar con la tiranía mientras prevalecía el estado de opresión y la falta de garantías por parte del régimen.
Los debates del Diálogo Cívico se suspendieron ante la prepotencia del Gobierno, de ningún modo dispuesto a negociar con la oposición, tal como Fidel había profetizado. En su artículo El Movimiento 26 de Julio (BOHEMIA, 1ro de abril de 1956), en un certero análisis sobre la situación cubana, definió: “No es culpa nuestra si el país ha sido conducido hacia un abismo en que no tenga otra fórmula salvadora que la Revolución... No amamos la violencia, porque detestamos la violencia, no estamos dispuestos a seguir soportando la violencia que desde hace cuatro años se ejerce sobre la nación”.
En otro momento de esta pieza periodística, expresaba: “Ahora la lucha es del pueblo. Y para ayudar al pueblo en su lucha heroica para recuperar las libertades y derechos que le arrebataron, se organizó y fortaleció el Movimiento 26 de Julio. ¡Frente al 10 de marzo, el 26 de Julio!”
La tiranía contraataca
Los futuros expedicionarios, como entrenamiento, realizaban grandes caminatas de unos cinco kilómetros por la ciudad, prácticas de remo en el Bosque de Chapultepec, ascensos a los cerros cercanos al Distrito Federal. A finales de marzo, comenzaron las clases teóricas sobre táctica guerrillera, impartidas por el cubano-español Alberto Bayo, quien ya se había percatado de que el joven “idealista y visionario” solía hacer realidad sus sueños.
Fidel le encomendó a Bayo “buscar en los aledaños de México un rancho grande con capacidad suficiente para albergar a la totalidad de los alumnos, al mismo tiempo que debía tener montañas para poder hacer ejercicios de tiro”. En Chalco, a unos cuarenta kilómetros al suroeste de la capital mexicana, encontró la hacienda que presentaba las condiciones requeridas, San Miguel, aunque para los cubanos sería conocida como Santa Rosa. Allí se adiestraron en el arme y desarme, lanzamiento de granadas, defensa personal. Las marchas nocturnas de cinco kilómetros luego se aumentaron a siete.
Ante la intensa actividad revolucionaria de Fidel, la tiranía planeó su asesinato. Los revolucionarios descubrieron estos planes y a Cándido González, Ramiro Valdés y Universo Sánchez le asignaron la protección del Jefe del Movimiento 26 de Julio. La tiranía pasó a un segundo plan y sobornaron a funcionarios y policías de la nación azteca.
El 20 de junio de 1956, fueron detenidos primeramente Cándido González y Julito Díaz; luego aprehenderían a Fidel, Universo y Ramiro. Al día siguiente, junto con Almeida cayeron presos otros compañeros. El 24 de junio, trece combatientes fueron conducidos del rancho de Chalco a la cárcel de Miguel Schultz 136.
La emigración revolucionaria no se cruzó de brazos. Pronto los cubanos presos tuvieron la asesoría legal requerida. La solidaridad mexicana se hizo sentir: organizaciones juveniles, estudiantiles y profesionales mexicanas solicitaron su libertad inmediata al presidente de la nación.
Veinte revolucionarios cubanos fueron liberados el 9 de julio. El general Lázaro Cárdenas intercedió ante el mandatario y a Fidel le concedieron la libertad provisional días después. El Che y Calixto García permanecieron en prisión unas semanas más.
Un yate llamado Granma
Frank País viajó a México a inicios de agosto. Su entrevista con Fidel transcurrió en una casa de la colonia Polanco. Ambos trabajaron en el plan único para el apoyo al desembarco y a la preparación de una huelga general. Convinieron en no extraer más compañeros de la provincia de Oriente, región por donde arribaría la expedición, e intensificar allí al máximo el adiestramiento de las células de acción a fin de que pudieran emprender acciones armadas que distrajeran a las fuerzas de la tiranía, lo que facilitaría la llegada de los expedicionarios y su ascenso a la Sierra.
A finales de agosto se produjo el encuentro entre Fidel y José Antonio Echeverría, presidente de la FEU y líder del Directorio Revolucionario. La firma de la Carta de México entre el Movimiento 26 de Julio y el movimiento estudiantil implicó, además de un importante paso en la unidad revolucionaria, la formal declaración de guerra de la juventud cubana contra la tiranía batistiana.
Todavía en septiembre no estaba claro cuál iba a ser el medio de transporte que trasladaría a los expedicionarios a la Isla. En un viaje a Tuxpan para probar unas armas, Fidel y el Cuate vieron un yate de madera en el varadero de Santiago de la Peña. Cuando supo que estaba en venta, el jefe del Movimiento 26 de Julio decidió que esa sería la nave de la expedición. Así entró el Granma en la historia de Cuba.
De Estados Unidos había llegado en septiembre Camilo Cienfuegos. Su amigo, Reinaldo Benítez, propuso incorporarlo a la expedición. René Rodríguez Cruz abogó también por él, pues conocía de su actitud decidida en los enfrentamientos de calle contra la tiranía. Al ser admitido, Camilo pasó a residir a una casa campamento donde ya estaban Almeida, Ciro y otros compañeros.
De Tuxpan a Alegría de Pío
El 25 de noviembre de 1956, cerca de las dos de la madrugada, el yate Granma soltó sus amarras y echó a andar sus motores. El Che escribió años después: “Salimos, con las luces apagadas, del puerto de Tuxpan... Teníamos muy mal tiempo y aunque la navegación estaba prohibida, el estuario del río se mantenía tranquilo”. La travesía estuvo signada por las marejadas, la sobrecarga de la nave y el hecho de que uno de los dos motores permaneció descompuesto durante dos días. El 2 de diciembre, al amanecer, arribaron a Cuba por el lugar conocido por Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de Las Coloradas, al nordeste de cabo Cruz.
Tres días más tarde, consignaría el Che, “de madrugada, después de una marcha nocturna interrumpida por los desmayos y las fatigas y los descansos de la tropa, alcanzamos un punto conocido paradójicamente por Alegría de Pío. Era un pequeño cayo de monte, ladeando un cañaveral por un costado y por otro abierto a unas abras, iniciándose más lejos el bosque cerrado”.
A media tarde, mientras almorzaban galletas con chorizo, sonó un disparo. Era la señal para que la tropa batistiana abriera fuego cerrado contra los expedicionarios. Un huracán de balas se cernió sobre ellos. Para su suerte, la maleza y las irregularidades del terreno no permitieron a la soldadesca una buena visibilidad. La bisoña tropa rebelde se fragmentó en varios grupos. Fidel intentó reagrupar a sus compañeros en un cañaveral cercano pero solo le siguió Universo Sánchez. Luego se toparían con Faustino Pérez.
En torno a Raúl se agruparon Efigenio Ameijeiras, René y Armando Rodríguez, Ciro Redondo y César Gómez. Lograron salir del cañaveral y refugiarse en la manigua. Ante los llamados a la rendición del enemigo, Almeida gritó: “Aquí no se rinde nadie”, seguido de una palabrota. Con él al frente, un grupo formado por el Che, Ramiro, Chao y Benítez cruzaron la guardarraya para alcanzar un monte salvador. Se iniciaba otra contienda.