El Moncada: Pruebas irrebatibles de los crímenes
Date:
15/04/2013
Source:
Periódico Granma
Los crímenes cometidos por la soldadesca del cuartel Moncada fueron perpetrados en tiempo récord. Solo el día 26 de julio de 1953, según el diario local Prensa Universal se registraron 48. Aún no se hablaba de asesinato, sino de asaltantes muertos en combate, lo cual era una ficción. la cifra fue aumentando en Santiago de Cuba y Bayamo, con el mismo eufemismo, al cabo fueron más de 60. En el combate propiamente dicho cayeron solo seis jóvenes revolucionarios. Los cadáveres aparecían lo mismo al borde de la carretera de El Caney que en un camino rural de Bayamo. La ficción fue desmentida por pruebas contundentes, a pesar del plan de silencio y enmascaramiento.
La evidencia o prueba de los crímenes se mantuvo oculta, aunque era fácil de determinar a partir de las pruebas técnicas del "levantamiento de cadáveres" practicada por los médicos forenses en varios sitios, comenzando por el propio Cuartel Moncada, y el examen de los cuerpos que fueron trasladados sobre la cama de un camión hasta el cementerio Santa Ifigenia, lugar donde otros forenses examinaron apresuradamente esos cadáveres.
Aunque no hay duda que se pueda considerar, como una de las pruebas más contundentes, la fotografía del asaltante José Luis Tasende, vivo, tras ser atendido en el Hospital Militar de Santiago de Cuba, aledaño al Moncada, esa misma mañana del 26 de julio. Los militares del regimiento creyeron que Tasende era un aforado del cuartel. Aparece con grados de sargento porque los jefes de células del Movimiento Revolucionario llevaban ese grado y todos vestían el uniforme de tela de kaki amarillo, idéntico al reglamentario del Ejército. Así también estaba uniformado el líder del Movimiento Revolucionario, doctor Fidel Castro, puesto que el propósito había sido tomar por sorpresa a la guarnición de los cuarteles —Moncada y Carlos Manuel de Céspedes— y una vez en poder revolucionario, llamar al pueblo a derrocar lo que entonces se identificaba como régimen de "facto", que devino tiranía.
La persona que lo retrató vivo, en uno de los pasillos del hospital, donde había otros heridos militares, se llamaba Zenén Carabia. Era un fotógrafo profesional que trabajaba para el Regimiento, aunque tenía su estudio comercial en la calle Aguilera, en Santiago de Cuba, cerca de un cine del mismo nombre que ya no existe. Su estudio se especializaba en hacer fotos de carné a aforados. Guardaba los negativos para reproducciones eventuales, pero no podría encontrar el negativo del supuesto carné de ese sargento herido. Las pruebas digitales del cadáver serían, posteriormente, la prueba de identificación del revolucionario Tasende.
La tarde del 26 de julio, luego de recorrer lo que el coronel Chaviano definió como "el teatro de los hechos", que comprendía el polígono, interiores del Moncada, pasillos y algunos exteriores del cuartel donde estaban tendidos los cuerpos de los revolucionarios para todos —incluida quien como yo no tenía experiencia—, se hizo evidente el montaje. No se podía creer en muertes en acción de combate, cuando uniformes que mal vestían los cadáveres no tenían huellas de bala, aunque los cuerpos estuvieran acribillados.
Terminado este dramático recorrido, el fotógrafo que me acompañaba, profesional de mucha experiencia, corresponsal de Bohemia: Panchito Cano, se dirigió conmigo al estudio de Zenén Carabia para comprarle las fotos de carné de los militares muertos en combate y hacerlas llegar conmigo al Director de la revista, Miguel Ángel Quevedo, o a Enrique de la Osa. Carabia le había entregado la fotografía de Tasende herido, no sin antes advertirle que no lo conocía pues había registrado su archivo de negativos y ese sargento no aparecía. "Quizás, pertenezca a otra provincia y haya venido a los carnavales" dijo, y por lo tanto no podía darle el nombre como sí lo hizo con los otros militares. Entregué al Director de Bohemia el material, con la advertencia: "un militar cuyo nombre, no conoce el que tiró la foto". A esas horas ya Tasende estaba siendo incluido en la lista de los asaltantes muertos en "combate".
Según el propio Carabia, a quien entrevisté luego del triunfo de la Revolución y cumplida su sanción —pues él siguió en el Moncada, adscrito al SIR (Servicio de Inteligencia Regional) y se le juzgó ante los tribunales revolucionarios—, la fotografía de José Luis Tasende incluso fue expuesta al menos 24 horas (como un militar herido) en el mural del Cuartel Moncada, hasta que llegó el informe dactilar. La censura de prensa establecida de manera tan estricta para los hechos del Moncada impidió su publicación.
Esa, sin duda, fue una gran prueba de los crímenes y quizás la más conocida. Pero no la única.
Ciro Redondo, combatiente del Moncada, vio asesinar a su compañero Marcos Martí y así lo denunció en el juicio. Los dos habían sido refugiados en La Cueva del Muerto, cerca de Siboney, por un republicano español llamado Arturo González del Río, aunque todos lo conocían en Santiago por su nombre de guerra en Gijón: "Campanal". Marcos Martí fue el último de los combatientes apresados por el Ejército asesino en Santiago, a la vista de testigos.
Si estos ejemplos no bastaran como pruebas, están las "diligencias legales" de los forenses; la mayoría de las cuales pude copiar cautelosamente del Sumario de la Causa 37 gracias a la arriesgada colaboración de Adolfo Alomá Serrano, oficial de Sala en el juicio del Moncada, cuando terminaban las sesiones.
Veamos algunas de esas pruebas forenses:
"Se reconoce a un cadáver vestido de militar que tiene debajo del pantalón, un pantalón blanco de creach y camisa blanca con dibujos rojos, zapatos carmelitas, mocasines tejidos y un cinto con la letra "P" presenta orificio de entrada en él. Epigastrio, herida en la cara interna tibia izquierda y tres en la posterior, una de salida en la lumbar izquierda y una de entrada en la lumbar media. La camisa militar que viste no tiene huellas de bala y se ocupó la ropa referida. Siendo la causa de la muerte hemorragia abdominal y la indirecta herida por proyectiles de arma de fuego."
"Se reconoce un cadáver que viste traje militar kaki sin entizar los cordones y al parecer, con el amarre que tienen antes de ser usados, zapatos negros y presenta una herida de salida en el hipocondrio izquierdo, una interparietal arriba y otra algo más adelante en la misma región, una de entrada en la región costal derecha posterior. Se dispone la ocupación de la ropa militar y zapatos observándose que la camisa del uniforme no tiene huellas de la bala que penetró por la espalda o por el hipocondrio. Siendo la causa directa de la muerte hemorragia abdominal y torácica y la indirecta, heridas por proyectiles de arma de fuego".
"Se examina un cadáver que viste pantalón blanco al parecer de enfermo, que dice o presenta un letrero que dice "Sala OP", tiene puesta una camisa sin huellas de bala y presenta herida por arrancamiento del pie izquierdo, herida de bala en el epigastrio (orificio de entrada) otra de salida en la región inter-escapular, una en la región maxilar izquierda, cara externa (orificio de entrada), una de salida en la cara lateral del flanco derecho, otra retroarticular derecha, con salida por la frontoparietal izquierda. Se ocupa la ropa relacionada, siendo la causa de muerte hemorragia intercraniana y abdominal y la indirecta, herida por proyectil de arma de fuego".
(Sin duda el cadáver anterior pertenecía a un combatiente de la retaguardia del Hospital Civil, que dirigía Abel Santamaría)
Bastarán estas elocuentes descripciones de los honestos médicos forenses, entre muchas pruebas semejantes que no se divulgaron durante el proceso: Causa 37, para probar los crímenes. Pero había más.
EL TESTIMONIO DE ANDRÉS GARCÍA
Los asistentes al juicio en la Sala del Pleno de la Audiencia, custodiada por decenas de soldados con bayoneta calada, nos estremeceríamos cuando el doctor Fidel Castro Ruz interrogó al asaltante del cuartel de Bayamo, Andrés García, a quien llamaban sus compañeros en la cárcel de Boniato "El muerto vivo" porque sobrevivió "milagrosamente" a una ejecución perpetrada en el camino de Veguitas y pudo escapar y recibir la solidaridad de una cadena de campesinos y militantes ortodoxos, no así sus compañeros Hugo Camejo y Pedro Véliz.
El joven Andrés García, en respuesta al interrogatorio del doctor Fidel Castro —en su condición de abogado acusador—, narró detalladamente, sin obviar nombres de ejecutores, la tortura de que fueron objeto él y sus compañeros. Denunció serenamente a los ejecutores hasta el momento en que estos los amarraron a él y sus compañeros al guardafango trasero de un jeep arrastrándolos por el camino de Veguitas, un largo trecho. Al cabo fueron dados por muertos y la soldadesca se retiró para buscar tres ataúdes. Cuando regresaron con las rústicas cajas mortuorias, solo encontraron dos cadáveres. Andrés García aún estaba con vida, luego de ser abandonado como muerto; pudo arrastrarse hasta la cuneta de un campo de caña y esconderse en el hierbazal. Permaneció escondido, y al amanecer unos vecinos lo recogieron, lo curaron y protegieron hasta el 1 de agosto que escuchó por la radio que Fidel había sido hecho prisionero por el teniente Sarría Tartabull. Toda la odisea de Andrés García y la de sus compañeros torturados por la soldadesca de Bayamo la relató, respondiendo cada una de las preguntas formuladas por el Jefe del Asalto al Moncada, doctor Fidel Castro, quien en su calidad de abogado solicitó levantar testimonio y acusar a los asesinos de Hugo Camejo y Pedro Véliz.
Era una prueba criminal sin paralelo.
Fue después de ese interrogatorio a Andrés García que el Tribunal recibió la orden de no permitir que el doctor Fidel Castro, principal encartado y abogado acusador, asistiera a las sesiones del juicio en la Sala del Pleno de la Audiencia de Oriente. El acusado se había convertido en el más contundente acusador, a la vista de una gran cantidad de personas en un juicio oral.
La evidencia o prueba de los crímenes se mantuvo oculta, aunque era fácil de determinar a partir de las pruebas técnicas del "levantamiento de cadáveres" practicada por los médicos forenses en varios sitios, comenzando por el propio Cuartel Moncada, y el examen de los cuerpos que fueron trasladados sobre la cama de un camión hasta el cementerio Santa Ifigenia, lugar donde otros forenses examinaron apresuradamente esos cadáveres.
Aunque no hay duda que se pueda considerar, como una de las pruebas más contundentes, la fotografía del asaltante José Luis Tasende, vivo, tras ser atendido en el Hospital Militar de Santiago de Cuba, aledaño al Moncada, esa misma mañana del 26 de julio. Los militares del regimiento creyeron que Tasende era un aforado del cuartel. Aparece con grados de sargento porque los jefes de células del Movimiento Revolucionario llevaban ese grado y todos vestían el uniforme de tela de kaki amarillo, idéntico al reglamentario del Ejército. Así también estaba uniformado el líder del Movimiento Revolucionario, doctor Fidel Castro, puesto que el propósito había sido tomar por sorpresa a la guarnición de los cuarteles —Moncada y Carlos Manuel de Céspedes— y una vez en poder revolucionario, llamar al pueblo a derrocar lo que entonces se identificaba como régimen de "facto", que devino tiranía.
La persona que lo retrató vivo, en uno de los pasillos del hospital, donde había otros heridos militares, se llamaba Zenén Carabia. Era un fotógrafo profesional que trabajaba para el Regimiento, aunque tenía su estudio comercial en la calle Aguilera, en Santiago de Cuba, cerca de un cine del mismo nombre que ya no existe. Su estudio se especializaba en hacer fotos de carné a aforados. Guardaba los negativos para reproducciones eventuales, pero no podría encontrar el negativo del supuesto carné de ese sargento herido. Las pruebas digitales del cadáver serían, posteriormente, la prueba de identificación del revolucionario Tasende.
La tarde del 26 de julio, luego de recorrer lo que el coronel Chaviano definió como "el teatro de los hechos", que comprendía el polígono, interiores del Moncada, pasillos y algunos exteriores del cuartel donde estaban tendidos los cuerpos de los revolucionarios para todos —incluida quien como yo no tenía experiencia—, se hizo evidente el montaje. No se podía creer en muertes en acción de combate, cuando uniformes que mal vestían los cadáveres no tenían huellas de bala, aunque los cuerpos estuvieran acribillados.
Terminado este dramático recorrido, el fotógrafo que me acompañaba, profesional de mucha experiencia, corresponsal de Bohemia: Panchito Cano, se dirigió conmigo al estudio de Zenén Carabia para comprarle las fotos de carné de los militares muertos en combate y hacerlas llegar conmigo al Director de la revista, Miguel Ángel Quevedo, o a Enrique de la Osa. Carabia le había entregado la fotografía de Tasende herido, no sin antes advertirle que no lo conocía pues había registrado su archivo de negativos y ese sargento no aparecía. "Quizás, pertenezca a otra provincia y haya venido a los carnavales" dijo, y por lo tanto no podía darle el nombre como sí lo hizo con los otros militares. Entregué al Director de Bohemia el material, con la advertencia: "un militar cuyo nombre, no conoce el que tiró la foto". A esas horas ya Tasende estaba siendo incluido en la lista de los asaltantes muertos en "combate".
Según el propio Carabia, a quien entrevisté luego del triunfo de la Revolución y cumplida su sanción —pues él siguió en el Moncada, adscrito al SIR (Servicio de Inteligencia Regional) y se le juzgó ante los tribunales revolucionarios—, la fotografía de José Luis Tasende incluso fue expuesta al menos 24 horas (como un militar herido) en el mural del Cuartel Moncada, hasta que llegó el informe dactilar. La censura de prensa establecida de manera tan estricta para los hechos del Moncada impidió su publicación.
Esa, sin duda, fue una gran prueba de los crímenes y quizás la más conocida. Pero no la única.
Ciro Redondo, combatiente del Moncada, vio asesinar a su compañero Marcos Martí y así lo denunció en el juicio. Los dos habían sido refugiados en La Cueva del Muerto, cerca de Siboney, por un republicano español llamado Arturo González del Río, aunque todos lo conocían en Santiago por su nombre de guerra en Gijón: "Campanal". Marcos Martí fue el último de los combatientes apresados por el Ejército asesino en Santiago, a la vista de testigos.
Si estos ejemplos no bastaran como pruebas, están las "diligencias legales" de los forenses; la mayoría de las cuales pude copiar cautelosamente del Sumario de la Causa 37 gracias a la arriesgada colaboración de Adolfo Alomá Serrano, oficial de Sala en el juicio del Moncada, cuando terminaban las sesiones.
Veamos algunas de esas pruebas forenses:
"Se reconoce a un cadáver vestido de militar que tiene debajo del pantalón, un pantalón blanco de creach y camisa blanca con dibujos rojos, zapatos carmelitas, mocasines tejidos y un cinto con la letra "P" presenta orificio de entrada en él. Epigastrio, herida en la cara interna tibia izquierda y tres en la posterior, una de salida en la lumbar izquierda y una de entrada en la lumbar media. La camisa militar que viste no tiene huellas de bala y se ocupó la ropa referida. Siendo la causa de la muerte hemorragia abdominal y la indirecta herida por proyectiles de arma de fuego."
"Se reconoce un cadáver que viste traje militar kaki sin entizar los cordones y al parecer, con el amarre que tienen antes de ser usados, zapatos negros y presenta una herida de salida en el hipocondrio izquierdo, una interparietal arriba y otra algo más adelante en la misma región, una de entrada en la región costal derecha posterior. Se dispone la ocupación de la ropa militar y zapatos observándose que la camisa del uniforme no tiene huellas de la bala que penetró por la espalda o por el hipocondrio. Siendo la causa directa de la muerte hemorragia abdominal y torácica y la indirecta, heridas por proyectiles de arma de fuego".
"Se examina un cadáver que viste pantalón blanco al parecer de enfermo, que dice o presenta un letrero que dice "Sala OP", tiene puesta una camisa sin huellas de bala y presenta herida por arrancamiento del pie izquierdo, herida de bala en el epigastrio (orificio de entrada) otra de salida en la región inter-escapular, una en la región maxilar izquierda, cara externa (orificio de entrada), una de salida en la cara lateral del flanco derecho, otra retroarticular derecha, con salida por la frontoparietal izquierda. Se ocupa la ropa relacionada, siendo la causa de muerte hemorragia intercraniana y abdominal y la indirecta, herida por proyectil de arma de fuego".
(Sin duda el cadáver anterior pertenecía a un combatiente de la retaguardia del Hospital Civil, que dirigía Abel Santamaría)
Bastarán estas elocuentes descripciones de los honestos médicos forenses, entre muchas pruebas semejantes que no se divulgaron durante el proceso: Causa 37, para probar los crímenes. Pero había más.
EL TESTIMONIO DE ANDRÉS GARCÍA
Los asistentes al juicio en la Sala del Pleno de la Audiencia, custodiada por decenas de soldados con bayoneta calada, nos estremeceríamos cuando el doctor Fidel Castro Ruz interrogó al asaltante del cuartel de Bayamo, Andrés García, a quien llamaban sus compañeros en la cárcel de Boniato "El muerto vivo" porque sobrevivió "milagrosamente" a una ejecución perpetrada en el camino de Veguitas y pudo escapar y recibir la solidaridad de una cadena de campesinos y militantes ortodoxos, no así sus compañeros Hugo Camejo y Pedro Véliz.
El joven Andrés García, en respuesta al interrogatorio del doctor Fidel Castro —en su condición de abogado acusador—, narró detalladamente, sin obviar nombres de ejecutores, la tortura de que fueron objeto él y sus compañeros. Denunció serenamente a los ejecutores hasta el momento en que estos los amarraron a él y sus compañeros al guardafango trasero de un jeep arrastrándolos por el camino de Veguitas, un largo trecho. Al cabo fueron dados por muertos y la soldadesca se retiró para buscar tres ataúdes. Cuando regresaron con las rústicas cajas mortuorias, solo encontraron dos cadáveres. Andrés García aún estaba con vida, luego de ser abandonado como muerto; pudo arrastrarse hasta la cuneta de un campo de caña y esconderse en el hierbazal. Permaneció escondido, y al amanecer unos vecinos lo recogieron, lo curaron y protegieron hasta el 1 de agosto que escuchó por la radio que Fidel había sido hecho prisionero por el teniente Sarría Tartabull. Toda la odisea de Andrés García y la de sus compañeros torturados por la soldadesca de Bayamo la relató, respondiendo cada una de las preguntas formuladas por el Jefe del Asalto al Moncada, doctor Fidel Castro, quien en su calidad de abogado solicitó levantar testimonio y acusar a los asesinos de Hugo Camejo y Pedro Véliz.
Era una prueba criminal sin paralelo.
Fue después de ese interrogatorio a Andrés García que el Tribunal recibió la orden de no permitir que el doctor Fidel Castro, principal encartado y abogado acusador, asistiera a las sesiones del juicio en la Sala del Pleno de la Audiencia de Oriente. El acusado se había convertido en el más contundente acusador, a la vista de una gran cantidad de personas en un juicio oral.