Una victoria que pertenece a la Revolución
Date:
15/08/2008
Source:
La Jiribilla
Author:
El recuerdo más grato que tengo de aquel verano de 1976 es que, había un compromiso muy grande con el Comandante en Jefe de enviarle la primera medalla de oro de aquella Olimpiada antes del 26 de Julio, porque prácticamente los Juegos se iniciaron durante la segunda quincena de aquel mes.
Los atletas que tenían la mayor responsabilidad eran Silvio Leonard, que se lesionó y Emilio Correa, que había perdido en las eliminatorias con Clinton Jackson, y me tocó a mí la honra de ser el que enviaba esa primera medalla de oro a Fidel, como saludo a la fecha del 26 y en homenaje a los Héroes y Mártires del Moncada.
Recuerdo que la noche anterior al evento de los 800 metros, estaban reunidos los dirigentes de la delegación, Jorge García Bango, Fabio Ruiz y otros, cuando llamó Belarmino Castilla hablé con él y les dije a todos: mañana va a brillar el oro aquí.
Estaba conmigo un compañero que siempre me acompañaba a los entrenamientos ―Ramoncito―, pues mi entrenador no acostumbraba a ir al estadio y le dije: ¿Tú has jugado pelota? ¿Tú sabes fildear?, pues prepárate, porque mañana cuando gane la medalla, te la voy a lanzar a las gradas en el lugar donde tú estés, y no la dejes caer porque será de oro y se puede dañar.
La carrera de los 800 metros fue muy estratégica. El polaco Zabierzowsky ―mi entrenador― estaba muy seguro de que la ganaríamos. Él me dijo: vamos a hacer un cambio desde el punto de vista técnico-táctico. Vamos a pasar en los 400 metros más rápido que los demás. En aquella época, normalmente se pasaba en esa primera vuelta, a los 51 ó 52 segundos, pero mi velocidad básica en esa distancia, era de 50,86, lo que obligaría al resto de los competidores a esforzarse al máximo. Por eso se cambió la estrategia de los 800 metros.
Se dice que a partir de 1976 este evento se convirtió en una carrera de velocidad. Antes se corrían los primeros 300 metros por carrilera. Hoy se corren solo los primeros 100 metros. Por esa razón, con aquellas zancadas tan grandes yo pude pasar por los 400 metros en 50,86 segundos. Delante me pasó el indio Sriran Singh, que fue uno de los que lideró la carrera. El polaco me había dicho que empezara a moverme desde los 500 metros. Y así fue.
La carrera fue muy táctica y muy emocionante. Wolhuter mordió el anzuelo. Prácticamente corrió paralelo a mí. Si un corredor va paralelo con el del carril número uno, de hecho tiene que recorrer una mayor distancia, porque se está alejando del círculo de los 400 metros.
Ya en los metros finales cuando nos disponíamos al ataque final, mis rivales no pudieron darme alcance. Entré con tiempo de 1:43.44, que luego fue rectificado como Récord Mundial y Olímpico de 1:43.50.
Esa carrera nos demostró las reales posibilidades que uno tiene cuando se aplica la técnica y se elabora una buena estrategia. Fue el 25 de julio de 1976, a las 5:15 de la tarde. Yo le dediqué la medalla al Comandante en Jefe, a los Héroes y Mártires del Moncada y al pueblo de Cuba.
No se me olvida que Wolhuter, cuando fui a saludarlo no me quiso dar la mano. Estaba molesto. No así, Ivo Vandamme, que me dio la mano y me felicitó por el triunfo y por el Récord del Mundo.
Fue la primera vez que un corredor ganó los 400 y 800 metros en una misma Olimpiada. Aún hoy, para poder hacerlo, habría que derrotar a dos consagrados a dos corredores estelares, uno de cada distancia.
Después vino el triunfo en los 400 metros. Claro, ya estábamos más seguros, porque esa era mi especialidad y contábamos con la alegría del triunfo anterior. Fue también una carrera muy táctica tratando de clasificar tercero o cuarto para no cansarme mucho. En la final, los norteamericanos usaron la estrategia de desprenderse, como decimos nosotros, desde el inicio de la prueba, es decir, poner tierra de por medio desde temprano, pero no pudieron resistir el empuje de los 50 metros finales y los derroté con tiempo de 44.26, por 44.40 que hizo el segundo corredor.
Para mí, aquellos Juegos Olímpicos fueron días de intenso trabajo. Recuerdo que había un oficial que me puso "Every Day", porque yo fui al estadio a competir todos los días que duró el atletismo: eliminatorias, semifinales y finales de 800 metros; eliminatorias, semifinales y finales de 400 metros, eliminatorias y semifinales del relevo 4 x 400 metros. Empecé el día 23 y terminé el 30, es decir, competí durante todos los días que duró el atletismo. Bajé más de tres kilogramos.
Fue una victoria no esperada por muchos. Algunos decían que no era posible. Hubo que convencerme a mí mismo, de que sí se podía. Recuerdo que durante el entrenamiento de altura, en México, hablábamos, Zabierzowsky, Figuerola, Lázaro Betancourt y yo y les manifestaba mi preocupación porque los 800 metros, que no eran mi especialidad, se correrían primero. Tanto me insistieron, hasta que les dije: está bien, yo voy a correr las dos.
Nunca olvidaré que al regreso de Montreal nos recibió el Comandante en Jefe y habló mucho conmigo sobre la carrera. Me dijo: "cuando yo gané los 800 metros en el año 45 ó 46, yo hacía 2 minutos y tantos segundos". Tiempo después, un señor que había sido conserje del Colegio de Belén, donde estudió Fidel, me regaló una foto con el siguiente pie: "Fidel, cuando ganó los 800 metros en la Universidad". El Comandante en Jefe un día me la firmó y me puso: "En la época en que Juantorena pudo competir conmigo, pero no había nacido todavía".
Son recuerdos muy agradables de una victoria que pertenece a la Revolución, al pueblo de Cuba y a la inteligencia de un hombre como Zabierzowsky que no era solo un entrenador, era un formador.
Y algo más que quiero añadir. Si estelar fue la carrera, estelar fue también la narración que hizo Héctor Rodríguez, que le puso alma, corazón y vida a aquella descripción cuando decía:
"Ahí viene Juantorena, Juantorena con el corazón."
Hay algo que me quedó por lograr en mi época de deportista activo y es que, a pesar de haber sido campeón y recordista mundial y olímpico, nunca pude ganar una medalla de oro en los Juegos Panamericanos. En los del 75, 79 Y 83, las lesiones me persiguieron. Álvarez Cambras me operó tres veces. Lamentablemente, siendo en aquella época el mejor del mundo, y perdónenme la inmodestia, nunca pude ser campeón panamericano.
Por último, un consejo a los jóvenes atletas: sean muy disciplinados, mantengan una estrecha relación con su entrenador y no olviden que compiten, no por comercialización, sino por su país, por un pueblo que hace muchos esfuerzos para desarrollar el deporte, la cultura, la educación y la salud.
Los atletas que tenían la mayor responsabilidad eran Silvio Leonard, que se lesionó y Emilio Correa, que había perdido en las eliminatorias con Clinton Jackson, y me tocó a mí la honra de ser el que enviaba esa primera medalla de oro a Fidel, como saludo a la fecha del 26 y en homenaje a los Héroes y Mártires del Moncada.
Recuerdo que la noche anterior al evento de los 800 metros, estaban reunidos los dirigentes de la delegación, Jorge García Bango, Fabio Ruiz y otros, cuando llamó Belarmino Castilla hablé con él y les dije a todos: mañana va a brillar el oro aquí.
Estaba conmigo un compañero que siempre me acompañaba a los entrenamientos ―Ramoncito―, pues mi entrenador no acostumbraba a ir al estadio y le dije: ¿Tú has jugado pelota? ¿Tú sabes fildear?, pues prepárate, porque mañana cuando gane la medalla, te la voy a lanzar a las gradas en el lugar donde tú estés, y no la dejes caer porque será de oro y se puede dañar.
La carrera de los 800 metros fue muy estratégica. El polaco Zabierzowsky ―mi entrenador― estaba muy seguro de que la ganaríamos. Él me dijo: vamos a hacer un cambio desde el punto de vista técnico-táctico. Vamos a pasar en los 400 metros más rápido que los demás. En aquella época, normalmente se pasaba en esa primera vuelta, a los 51 ó 52 segundos, pero mi velocidad básica en esa distancia, era de 50,86, lo que obligaría al resto de los competidores a esforzarse al máximo. Por eso se cambió la estrategia de los 800 metros.
Se dice que a partir de 1976 este evento se convirtió en una carrera de velocidad. Antes se corrían los primeros 300 metros por carrilera. Hoy se corren solo los primeros 100 metros. Por esa razón, con aquellas zancadas tan grandes yo pude pasar por los 400 metros en 50,86 segundos. Delante me pasó el indio Sriran Singh, que fue uno de los que lideró la carrera. El polaco me había dicho que empezara a moverme desde los 500 metros. Y así fue.
La carrera fue muy táctica y muy emocionante. Wolhuter mordió el anzuelo. Prácticamente corrió paralelo a mí. Si un corredor va paralelo con el del carril número uno, de hecho tiene que recorrer una mayor distancia, porque se está alejando del círculo de los 400 metros.
Ya en los metros finales cuando nos disponíamos al ataque final, mis rivales no pudieron darme alcance. Entré con tiempo de 1:43.44, que luego fue rectificado como Récord Mundial y Olímpico de 1:43.50.
Esa carrera nos demostró las reales posibilidades que uno tiene cuando se aplica la técnica y se elabora una buena estrategia. Fue el 25 de julio de 1976, a las 5:15 de la tarde. Yo le dediqué la medalla al Comandante en Jefe, a los Héroes y Mártires del Moncada y al pueblo de Cuba.
No se me olvida que Wolhuter, cuando fui a saludarlo no me quiso dar la mano. Estaba molesto. No así, Ivo Vandamme, que me dio la mano y me felicitó por el triunfo y por el Récord del Mundo.
Fue la primera vez que un corredor ganó los 400 y 800 metros en una misma Olimpiada. Aún hoy, para poder hacerlo, habría que derrotar a dos consagrados a dos corredores estelares, uno de cada distancia.
Después vino el triunfo en los 400 metros. Claro, ya estábamos más seguros, porque esa era mi especialidad y contábamos con la alegría del triunfo anterior. Fue también una carrera muy táctica tratando de clasificar tercero o cuarto para no cansarme mucho. En la final, los norteamericanos usaron la estrategia de desprenderse, como decimos nosotros, desde el inicio de la prueba, es decir, poner tierra de por medio desde temprano, pero no pudieron resistir el empuje de los 50 metros finales y los derroté con tiempo de 44.26, por 44.40 que hizo el segundo corredor.
Para mí, aquellos Juegos Olímpicos fueron días de intenso trabajo. Recuerdo que había un oficial que me puso "Every Day", porque yo fui al estadio a competir todos los días que duró el atletismo: eliminatorias, semifinales y finales de 800 metros; eliminatorias, semifinales y finales de 400 metros, eliminatorias y semifinales del relevo 4 x 400 metros. Empecé el día 23 y terminé el 30, es decir, competí durante todos los días que duró el atletismo. Bajé más de tres kilogramos.
Fue una victoria no esperada por muchos. Algunos decían que no era posible. Hubo que convencerme a mí mismo, de que sí se podía. Recuerdo que durante el entrenamiento de altura, en México, hablábamos, Zabierzowsky, Figuerola, Lázaro Betancourt y yo y les manifestaba mi preocupación porque los 800 metros, que no eran mi especialidad, se correrían primero. Tanto me insistieron, hasta que les dije: está bien, yo voy a correr las dos.
Nunca olvidaré que al regreso de Montreal nos recibió el Comandante en Jefe y habló mucho conmigo sobre la carrera. Me dijo: "cuando yo gané los 800 metros en el año 45 ó 46, yo hacía 2 minutos y tantos segundos". Tiempo después, un señor que había sido conserje del Colegio de Belén, donde estudió Fidel, me regaló una foto con el siguiente pie: "Fidel, cuando ganó los 800 metros en la Universidad". El Comandante en Jefe un día me la firmó y me puso: "En la época en que Juantorena pudo competir conmigo, pero no había nacido todavía".
Son recuerdos muy agradables de una victoria que pertenece a la Revolución, al pueblo de Cuba y a la inteligencia de un hombre como Zabierzowsky que no era solo un entrenador, era un formador.
Y algo más que quiero añadir. Si estelar fue la carrera, estelar fue también la narración que hizo Héctor Rodríguez, que le puso alma, corazón y vida a aquella descripción cuando decía:
"Ahí viene Juantorena, Juantorena con el corazón."
Hay algo que me quedó por lograr en mi época de deportista activo y es que, a pesar de haber sido campeón y recordista mundial y olímpico, nunca pude ganar una medalla de oro en los Juegos Panamericanos. En los del 75, 79 Y 83, las lesiones me persiguieron. Álvarez Cambras me operó tres veces. Lamentablemente, siendo en aquella época el mejor del mundo, y perdónenme la inmodestia, nunca pude ser campeón panamericano.
Por último, un consejo a los jóvenes atletas: sean muy disciplinados, mantengan una estrecha relación con su entrenador y no olviden que compiten, no por comercialización, sino por su país, por un pueblo que hace muchos esfuerzos para desarrollar el deporte, la cultura, la educación y la salud.