Defensa histórica de Fidel Castro Ruz en el juicio por el asalto a los cuarteles Céspedes y Moncada
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El 16 de octubre de 1953, Fidel Castro Ruz, en su calidad de abogado, asumió su propia defensa durante el juicio en el que fue acusado por los asaltos a los cuarteles Carlos Manuel de Céspedes y Guillermo Moncada, ocurridos en Bayamo y Santiago de Cuba, respectivamente.
El juicio se llevó a cabo en la sala de enfermeras del hospital Saturnino Lora, hoy parte del Parque Histórico Abel Santamaría.
La periodista Marta Rojas, quien cubrió el juicio para la Revista Bohemia, recordó en una entrevista: «Pensé que vería a una persona abatida, pero en cambio, vi a alguien con una hidalguía y autoridad extraordinarias, incluso mientras lo llevaban esposado».
El régimen de Fulgencio Batista, alimentado por el odio y la sed de venganza, mantenía la consigna de asesinar a diez revolucionarios por cada batistiano caído, sin embargo, la firmeza, valentía y las denuncias de Fidel y sus compañeros, junto con la solidaridad del pueblo santiaguero, impidieron que la masacre de los asaltantes fuera aún mayor.
Marta Rojas también relató: «Para mí, la primera victoria emocional de aquel episodio tan doloroso por los crímenes, pero digno por la lucha del 26 de julio, fue la protesta de Fidel en esa sala repleta de soldados con bayonetas; él se levantó y denunció con fuerza que no se podía juzgar a una persona esposada; su protesta generó tal revuelo que el tribunal se vio obligado a suspender la sesión hasta que les retiraran las esposas a los acusados».
Una vez liberado de sus ataduras, Fidel solicitó asumir su propia defensa. Durante el juicio, uno de los momentos más impactantes fue cuando se le preguntó si era el autor intelectual del asalto a los cuarteles. Su respuesta fue contundente: «Aquí nadie debe preocuparse por ser acusado de eso, porque el único autor intelectual del Moncada se llama José Martí».
El juicio de la Causa 37 comenzó el 21 de septiembre de 1953, pero Fidel fue juzgado y condenado el 16 de octubre. En su intervención final, realizada en la sala de enfermeras del hospital civil, el líder revolucionario concluyó: «En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la Historia me absolverá».