Frei Betto: Fidelidad y compromiso (Un testimonio sobre su presencia y labor en Cuba)
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(2) La unidad nacional: Única opción para Fidel
Desde la propia lucha insurreccional, Fidel combatió las expresiones de discriminación con los creyentes, fuesen católicos o de otras creencias religiosas. Él conocía perfectamente, por las experiencias vividas, la cultura universal que poseía y su excepcional sensibilidad humana y política, que la Fe religiosa puede generar mujeres y hombres dispuestos al martirio a nombre de la Revolución, como también inquisidores fanáticos ajenos a todo sentido de humanidad.
Abordar las circunstancias de política interna y externa en que Fidel aceptó la asimilación oficial del llamado ateísmo científico como cosmovisión del Partido Comunista de Cuba y el Estado cubano, supera el alcance de este testimonio. Es tema que demanda de un profundo examen histórico. Hacerlo constituye una deuda con la propia historia de la Revolución y con el culto fidelista a la verdad de los hechos. Muchas lecciones podría aportar para que el ideal socialista cubano se torne sustentable en los tiempos por venir, más allá incluso del campo correspondiente a los asuntos religiosos.
Lo relevante para este testimonio, al repasar la historia de los últimos 65 años, es que siempre Fidel buscó el modo de llamar la atención sobre las áreas que debían y podían ser puntos de encuentro, primero, y después puntos de unidad en torno no a una idea metafísica o abstracta sobre Dios - tarea más para teólogos y filósofos que para políticos revolucionarios- sino sobre cómo instalar aquí en la tierra, y en Cuba de manera particular, con el concurso de todos los ciudadanos, un país más justo, equitativo, participativo y próspero, entre otros atributos rectores.
En este terreno de los asuntos religiosos, como en otros, fue arquitecto, impulsor y conductor directo de los cambios unitarios que de manera pública y acelerada se sucedieron en la década de los 80.
El estudio atento a las referencias de Fidel sobre el tema objeto de atención, muestra su capacidad y nivel de conocimientos como para distinguir los diferentes planos en que el mismo se expresa, esto es, como cosmovisión particular del mundo a partir de la creencia en lo sobrenatural e intangible; como sistema de representaciones subjetivas explicables desde diferentes perspectivas analíticas, pero siempre con origen social concreto y peso activo en cada sociedad, indiferentemente de la formación económico social que le dé identidad; y como base conceptual de los más diversos sistemas institucionales concebidos para reproducir a escala social los valores de la Fe, léase en particular las Iglesias.
Sólo que esto último es imposible lograrlo fuera del ámbito de la política. Y es aquí donde suelen jugar un papel clave las Iglesias, sus líderes y sus reglas para actuar en los distintos sistemas políticos.
Fruto de esa visión compleja sobre los planos de la realidad que se interrelacionan en el terreno de los “asuntos religiosos”, Fidel logra visualizar cuál era el Cristo histórico que debía reivindicarse en una Revolución como la nuestra. Aquí, quizás sin proponérselo, terminó reivindicando al mismo Cristo que los teólogos de la liberación fundamentaron como base de la opción por los pobres que colocaron en primer plano.
En síntesis, Fidel defendió la misma cristología liberadora de hombres como Gustavo Gutiérrez, el peruano que escribe Teología de la Liberación. Perspectivas, el libro fundacional de esta corriente de pensamiento; de teólogos como Leonardo Boff y de pedagogos como Frei Betto.
A la vez, captó la necesidad de distinguir entre los intereses y nexos terrenales de las instituciones religiosas, con las iglesias como pilar de ellas, y el impacto social de mil rostros que suele tener el ejercicio de la fe religiosa en el seno de los pueblos.
Y captó algo más, que en el caso de Cuba la Revolución no sólo debía cuidar las buenas relaciones con los creyentes en todas sus manifestaciones por una razón de unidad interna de la nación, sino para no facilitar a los enemigos de las causas revolucionarias el pretexto que otras revoluciones facilitaron en este terreno.
A fin de que se puedan juzgar los planteos de Fidel a Betto, los que denotan continuidad y los que reflejan añadidos a sus enfoques sobre la Religión, la Fe y las Iglesias, siguen in extenso con criterio cronológico los siguientes enfoques suyos, todos ellos contenidos en Fidel Castro Ruz. Revolución y Religión, excelente compilación hecha por la dirección política de las FAR en 1997:
En medio de la lucha en la Sierra Maestra, instruye a todos los jefes de la guerrilla que debían tomar medidas extremas para evitar divisiones por razones de fe religiosa. Así lo consigna este testimonio del Che durante una de sus habituales conferencias a los milicianos en La Cabaña, el 22 de enero de 1961:
“…nosotros nunca hemos venido a dividir, y constantemente hemos tratado de unir. Esa era una de las consignas primeras que desde la Sierra Maestra nos diera nuestro Jefe Fidel Castro: no separar a los cubanos…por su manera de pensar en materias espirituales; siempre tratar de juntarlos, siempre tratar de limar las asperezas que puedan existir y las lógicas diferencias de pensamiento que pueda haber…entre un católico y un protestante o una persona sin religión; no acentuar las diferencias, sino acentuar todos los puntos de contacto, todas las aspiraciones honestas, que nos permitan marchar hacia la victoria”.
A fines del año 59, cuando la lucha de clases en el país ya está al rojo vivo por razones de amplio dominio hoy, Fidel encaró directamente la manipulación que trató de hacer la contrarrevolución de la figura de la Virgen de la Caridad del Cobre, en un recién concluido Congreso Católico. A propósito, afirmó esto el 15 de diciembre de este año:
“…quisieron crear problemas y conflictos entre la conciencia política y la conciencia religiosa del pueblo, cuando son dos conciencias que pueden marchar perfectamente juntas, cuando se basan en la justicia, cuando se basan en el bien, porque no creo que pueda haber una sola medida justa en la sociedad humana, no creo que pueda haber una obra buena en la sociedad civil de los hombres que no quepa en una sana y justa conciencia religiosa…!la Revolución es la encarnación de los principios más nobles del hombre, de los principios más justicieros del hombre!”.
Otra posición de principios expuesta por Fidel en este discurso, al hacer alusión a las críticas de la jerarquía católica sobre la Revolución, y en particular sobre las falsas acusaciones que contra ella estaban haciendo dos sacerdotes desde los EEUU, fue la siguiente:
“A nosotros no nos pueden estorbar nunca los sentimientos religiosos. Lo que estorba a la Revolución son los sentimientos contrarrevolucionarios”. Y habría que añadir, las calumnias sobre la que estos últimos sentimientos se fueron montando en esta etapa clave del proceso de cambios.
Dos días después, en una comparecencia en el programa “Ante la Prensa”, el jueves 17 de diciembre, Fidel vuelve a subrayar el respeto a los sentimientos religiosos del pueblo y añade de manera más específica:
“…nunca hemos tenido ningún género de roce con los sentimientos religiosos del pueblo y nunca lo tendremos. Al contrario, cuando las prédicas de Cristo se hable y se definan y se…mejor dicho, definidas no, están más que definidas, cuando las prédicas de Cristo se practiquen verdaderamente, podíamos decir que en el mundo estaba ocurriendo una Revolución”.
“Nadie olvide que a Cristo lo anatematizaron en aquella sociedad; nadie olvide incluso que lo crucificaron, y que sus ideas y sus prédicas fueron muy combatidas y aquella prédica de Cristo no prosperó en la alta sociedad de aquel tiempo”.
“Las prédicas de Cristo germinaron en el corazón de los humildes de Palestina, porque el mismo Cristo no escogió un palacio, Cristo no nació en un palacio, ni era hijo de una familia acaudalada de aquella sociedad. Cristo era hijo de un humilde carpintero de Israel y Cristo nació en un pesebre, como nacen prácticamente muchos de nuestros compatriotas, que no tienen asistencia de un médico, ni tienen ropas de seda para cubrirse cuando nacen”.
Meses después, al clausurar una reunión de coordinadores de cooperativas cañeras en La Habana, el 10 de agosto de 1960, expresa esta radical posición y la matiza a continuación advirtiendo que igual que existe un clero al servicio de las grandes riquezas y privilegios, también existe otro al servicio de los más pobres. Evita, así, una postura a ultranza contra la institución católica:
“… !Traicionar al pobre es traicionar a Cristo! ¡Servir a la riqueza es traicionar a Cristo! ¡Servir al imperialismo es traicionar a Cristo!”
Meses después, el 29 de noviembre de 1960, al resumir el acto en homenaje a los estudiantes de medicina fusilados por el colonialismo español en 1871, Fidel aclara de manera precisa:
“Ninguna ley revolucionaria se hizo contra ninguna iglesia, y si las leyes de la Revolución se hicieron contra bienes materiales, es algo sumamente claro que la actitud de algunos clérigos hacia la Revolución no ha obedecido jamás a ninguna razón de tipo religioso, y que, en cambio si resuellan por la herida de los intereses económicos afectados de las clases con las cuales estaban aliados”.
“Y esas verdades las dijo aquí ya, en esta misma tribuna, un digno sacerdote católico. Esas mismas verdades fueron aquí proclamadas por quien puede venir con sus hábitos a hablar en esta tribuna revolucionaria, para servir a la patria sin negar a Dios, para servirle al pueblo sin negar a Cristo”.
A continuación, Fidel aborda una idea fundamental que, años después (1985) le planteará Frei Betto, la del carácter laico o confesional del Estado. Afirma en este punto:
“Y aquí se puede servir una fe política y revolucionaria y una fe religiosa, porque la República practica el respeto pleno a la libertad de culto, su respeto para los que creen como para los que no tengan creencias religiosas”.
Días después, el 16 de diciembre de 1960, en la Plenaria Nacional de Círculos Sociales, en La Habana, retoma el tema y subraya la importancia de preservar la unidad nacional, sin hacer el juego a las maniobras divisionistas de interés para los EEUU y sus base aliada interna:
“…nosotros creemos que ser anticomunista es ser contrarrevolucionario; como es contrarrevolucionario ser anti-católico; ser anti-protestante y ser anti-cualquier cosa que tienda a dividir a los cubanos. Todo el que tienda a dividir al pueblo para hacerle el juego al imperialismo es contrarrevolucionario”.
El 13 de marzo de 1962, Fidel revela al unísono cómo valoraba la fe religiosa de todo aquel que la profesase con sinceridad, y su concepción ética acerca de la verdad histórica en los marcos de una Revolución como la cubana. Lo hace durante el acto en homenaje a los caídos en ocasión del Asalto al Palacio Presidencial en 1957, encabezado por José Antonio Echeverría.
Durante el evento es leído el Testamento Político del líder universitario. El maestro de ceremonia recibe la indicación de eliminar las tres líneas donde éste alude al “favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra Patria”. Así lo hace y Fidel lo advierte de inmediato.
Ello determina que, entre otras afirmaciones contundentes, haya hecho las que siguen, que guardan una relación de validez total para el momento actual de la Revolución y el propio futuro de ésta en virtud del contenido ético que poseen:
“¿¡Será posible, compañeros!? Vamos a hacer un análisis. Seremos nosotros, compañeros, seremos, compañeros, tan cobardes y seremos tan mancos mentales, que vengamos aquí a leer el testamento de J.A. Echeverría y tengamos la cobardía, la miseria moral, de suprimir tres líneas. Sencillamente porque esas líneas hayan sido expresión, bien formal de un modismo, o bien de una convicción, que a nosotros no nos toca analizar, del compañero José Antonio Echeverría, vamos truncar lo que escribió? ¿Vamos a truncar lo que creyó? ¿y vamos a sentirnos aplastados, sencillamente por lo que haya pensado, por lo que hay creído en cuanto a la religión? ¿Qué clase de confianza es esa en las ideas propias? ¿Qué clase de concepto es ese de la Historia? ¿Y cómo concebir la Historia de manera tan miserable? ¿Cómo concebir la Historia como una cosa muerta, como una cosa putrefacta, como una piedra inmóvil? ¿Podría llamarse “concepción dialéctica de la Historia” semejante cobardía? ¿Podrá llamarse marxismo semejante manera de pensar? ¿Podrá llamarse marxismo semejante fraude? ¿Podrá llamarse marxismo semejante engaño? ¡No! Quien conciba la Historia como debe concebirla, quien conciba el marxismo como debe de concebirlo y lo comprenda y lo interprete y lo aplique a la Historia, no comete semejante estupidez…”.
“¡El invocar sus sentimientos religiosos – si esta frase fue expresión de ese sentimiento – no le quita a José Antonio Echeverría nada de su heroísmo, nada de su grandeza y nada de su gloria…”.
“Y la grandeza de la Revolución es saber ir uniendo todo esfuerzo, toda esa sangre para hacer la Revolución y para llevarla adelante. ¿Cómo podemos nosotros pararnos ante nuestros enemigos con moral, haciendo esos trucos?...”.
“Se sabe que un revolucionario puede tener una creencia religiosa, puede tenerla. La Revolución no obliga a los hombres, no se mete en su fuero interno, no excluye a los hombres que quieren a su Patria, los hombres que quieren que en su Patria haya la justicia, se ponga fin a la explotación, al abuso, a la odiosa dominación imperialista…”.
Así concluye la intervención:
“Y, ¿qué tiene que ser la Revolución? La Revolución tiene que ser una escuela de revolucionarios, la Revolución tiene que ser una escuela de hombres valientes, la Revolución tiene que ser una escuela de pensamiento libre, la Revolución tiene que ser una forja de caracteres y de hombres…la Revolución tiene que llevar a los hombres al estudio, a pensar, a analizar, para tener convicción profunda, tan profunda que no haya menester de hacer esos trucos”.
Al pronunciar el discurso de clausura del Congreso Cultural de La Habana, el 12 de enero de 1968, en un contexto mundial de expansión de las más variadas ideas de libertad; y en medio del desarrollo de conceptos y prácticas pastorales liberadoras favorecidas por el Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín en el caso de la Iglesia Católica, Fidel remarca las siguientes posiciones que luego ampliará a Frei Betto, en 1985:
“Tuvo el marxismo geniales pensadores: Carlos Marx, Federico Engels, Lenin, para hablar de los fundadores. Pero necesita el marxismo desarrollarse, salir de cierto anquilosamiento, interpretar con sentido objetivo y científico las realidades de hoy, comportarse como una fuerza revolucionaria y no como una iglesia seudorrevolucionaria”.
“Estas son las paradojas de la historia. ¿Cómo cuando vemos sectores del clero devenir en fuerzas revolucionarias vamos a resignarnos a ver sectores del marxismo deviniendo en fuerzas eclesiásticas?”.
La visión anterior de los hechos, resultante de su observación sistemática de las distintas realidades de América Latina y el Caribe, incluidas aquellas donde se fundían fe religiosa y compromiso revolucionario, se mantuvo como elemento latente en Fidel: como demanda de cambios a hacer en el momento histórico oportuno, tanto interno como externo. Hoy se puede operar con esta hipótesis.
Dos eventos claves se producen en ocasión de su viaje a Chile en 1971. Ambos ayudan a conocer el nivel de importancia que él concedía a los asuntos donde se expresa la relación entre fe religiosa y política. Uno de ellos fue la conversación que sostiene con los estudiantes de la Universidad de Concepción, el 18 de noviembre de 1971. El otro, el diálogo con sacerdotes del Movimiento Cristianos por el Socialismo, en Santiago de Chile, el 29 de noviembre del mismo año.
En la Universidad de Concepción, cuyo encuentro fue organizado por integrantes de la Izquierda Cristiana, nacidos del seno de la Democracia Cristiana chilena que había derivado hacia posiciones que terminaron siendo aliadas del golpe militar de Pinochet, en 1973, Fidel responde así la pregunta inicial de Francisco Pérez, el moderador, sobre si él veía a los cristianos sólo como aliados tácticos:
“Le digo sin vacilación mi pensamiento: nosotros debemos ver a los cristianos de izquierda, a los cristianos revolucionarios como aliados estratégicos de la revolución. No compañeros de viaje. ¿Está claro?”.
En el pensamiento político de Fidel, cuando éste se estudia en su evolución, lo “estratégico” connota una dimensión de largo plazo e imprescindible para la sustentabilidad de un proceso o sistema institucional. De aquí se puede inferir que cuando alude a la “alianza estratégica” con los creyentes, apuntaba más a la visión de la unidad posible que se abordará más adelante, que a una proyección de menor entidad histórica.
Durante el diálogo con los representantes del Movimiento de Cristianos por el Socialismo, el 29 de noviembre, el líder cubano subraya estas posiciones fundamentales que permiten constatar el movimiento de su pensamiento político respecto a los cristianos:
“Nosotros estamos pasando a una fase de la humanidad en que yo diría: si el cristianismo se pudo haber llamado hace dos mil años una doctrina utópica, que venía a ser como un simple consuelo espiritual, yo pienso que en esta época puede ser una doctrina no utópica, sino real, y no un consuelo espiritual para el hombre que sufre. Puede producirse la desaparición de las clases y surgir la sociedad comunista. ¿Dónde está la contradicción con el cristianismo? Todo lo contrario: se produciría un reencuentro con el cristianismo de los primeros tiempos, en sus aspectos más justos, más humanos, más morales. Lo demás, sabemos cómo es”.
“Pero para ustedes, aquí entre nosotros, yo les digo que hay un gran punto de comunidad entre los objetivos que preconiza el cristianismo y los objetivos que buscamos los comunistas; entre la prédica cristiana de la humildad, la austeridad, el espíritu de sacrificio, el amor al prójimo y todo lo que puede llamarse contenido de la vida y la conducta de un revolucionario”.
Luego de exaltar estas áreas de coincidencia entre el cristianismo, el socialismo y comunismo como proyectos de sociedad centrados en el bienestar y la felicidad del ser humano, incursiona en las raíces políticas y de clase del conflicto particular que tuvo la Revolución cubana con la jerarquía católica y la base social de la misma en los primeros años de su ascenso al poder.
En este punto hace una aclaración fundamental, al precisar que no se aplicó una línea de mayor rigor con los sacerdotes implicados en actividades político-contrarrevolucionarias, por “un sentido también de nuestras obligaciones internacionales: nosotros sabíamos que en América Latina no era así”. Aludía aquí al tipo de religiosidad de Cuba, con peso menor del catolicismo a nivel de las amplias masas populares. Admite que no se quería dar la imagen de una Revolución hostil a la religión en sus distintas expresiones.
Reconoce, además, que pese a esta política, la confrontación política “puede haber dejado recelos también en la parte del clero. Quedó un clero reaccionario fuera siempre haciendo campaña y tratando de perturbar”. Vistos los hechos, la confrontación dejó huellas en ambas partes y ello explica lo que más adelante afirma Fidel: “No se hizo un trabajo de acercamiento, no podía hacerse porque no existían ni siquiera precedentes. El precedente lo dio el movimiento de izquierda de los sacerdotes de América Latina”.
Dicho lo anterior, el líder de la Revolución añade: “Es curioso que son ustedes los que van a ayudar a hacer una política, y buscar el acercamiento. ¿Qué quiero decir con acercamiento? No sólo paz, no sólo relaciones amistosas, sino encuentro de comunidades, de objetivos y de propósitos. No hemos hecho eso…”. De este momento del intercambio se puede inferir que ya Fidel está pensando en la importancia del protagonismo externo, colectivo y/o personal, para reconstruir las relaciones del Estado revolucionarios con los medios religiosos locales en toda su diversidad. Betto aparecerá en escena nueve años después.
Señala a continuación que “es necesario que nosotros tomemos la iniciativa de viabilizar eso para que estos movimientos se desarrollen también en Cuba” Aludía de este modo a una conexión más activa, por parte del Estado, el Partido y las propias iglesias, con las experiencias progresistas y revolucionarias de los medios cristianos de América Latina y el Caribe.
Acto seguido subraya: “Esa es mi opinión”. Con ello revela la complejidad de las soluciones a lograr, en la medida en que estas no sólo pasaban ya por las instituciones religiosas, sino por el propio Partido y el Estado cubanos, donde las posiciones ateístas habían tomado fuerza importante: otra muestra del cuidado que él solía tener para que las políticas a aplicar fuesen resultado de consensos internos que las tornasen duraderas. Como advirtió Piñeiro en septiembre de 1980, Fidel no quería que los avances se diesen como resultado de medidas administrativas.
El 20 de octubre de 1977, Fidel se reúne con representantes de las iglesias de Jamaica. Durante este intercambio alude a las tensiones iniciales de la Revolución con la Iglesia Católica y reitera las razones políticas que las determinaron, de esta manera: “…se produjo un conflicto no de la Revolución con las ideas religiosas, sino con una clase social que trató de utilizar la Iglesia (Católica) como arma contra la Revolución. Esa es la realidad”.
En este punto explicita las razones por las cuales la dirección de la Revolución se propuso ser en extremo cuidadosa en sus respuestas. Lo que afirma coincide exactamente con la primera observación que Betto le hará casi tres años después, en julio de 1980, al indagar sobre la actitud del Gobierno cubano hacia la Iglesia Católica:
“Sin embargo, yo, que hablé de que existieron conflictos entre las revoluciones y la Iglesia en la historia, yo creo que esos conflictos se redujeron a la mínima expresión en Cuba. Y esto se debe a que nosotros pusimos un especial cuidado en que nunca la Revolución Cubana fuera a aparecer ante el mundo, ante el pueblo y ante los pueblos, como enemiga de la religión. Porque si eso ocurría, íbamos a estar realmente prestando un servicio a la reacción, un servicio a los explotadores, no sólo en Cuba, sino sobre todo en América Latina”.
“Por eso nosotros lo hicimos, no sólo por principio – y lo digo con toda franqueza, que para nosotros el respeto a la creencia religiosa es un principio - sino además incluso por estrategia, por estrategia política, por táctica política…”.
“Nosotros no estábamos pensando en Cuba, estábamos pensando sobre todo en América Latina…”.
Tras regresar de los festejos por el primer aniversario del triunfo de la Revolución Sandinista, en cuyo marco se reunión con religiosos locales, estos lo interpelan acerca de por qué no hablar de unidad entre cristianos y marxistas, más que de alianza estratégica. Esta fue una de las reacciones de Fidel y así la expone el 26 de julio de 1980, durante su discurso en homenaje al 27 aniversario del Asalto al Cuartel Moncada:
“…hay algunos religiosos en Nicaragua que nos dijeron que por qué alianza estratégica y por qué sólo alianza estratégica; por qué no hablar de unidad entre marxistas-leninistas y cristianos. Yo no sé lo que pensarían los imperialistas sobre eso. Pero sí estoy absolutamente convencido de que la receta es altamente explosiva. No está sólo Nicaragua, está El Salvador, y allí las fuerzas revolucionarias y las fuerzas cristianas están unidas”.
De esta manera, por la vía de los hechos históricos que estaban marcando la identidad a las nuevas revoluciones en el continente, Fidel coloca en las condiciones de Cuba el tema, mediante un recurso pedagógico muy sensible para la cultura política internacionalista de nuestro pueblo. Estaban en marcha, con éste y otros hechos, los esfuerzos por “cambiar todo lo que debe ser cambiado” en este terreno.
Entre 1981 y mayo de 1985 cuando Betto graba las 23 horas que dan origen al libro Fidel y la Religión, visitaron Cuba y compartieron sus vivencias de fe y sus experiencias políticas decenas de religiosos de América Latina y el Caribe, de Europa y los propios EEUU. Lo hicieron en grandes eventos y con impacto público nacional. Otros en diálogo directo con cuadros del Partido en las provincias del país y los que teníamos la misión de conocer y socializar lo que estaba ocurriendo a nivel internacional en materia de relación entre Fe y Política.
Se aceleraron, de este modo, los esfuerzos por construir la unidad posible de marxistas y cristianos en las condiciones de Cuba, en defensa del socialismo, sin discriminaciones ofensivas al ideal humanista que él representa, en sintonía total con la aspiración martiana de una República con todos y para el bien de todos.
El libro que nace por iniciativa de Betto y que Fidel visualizó como fundamental para crear las condiciones subjetivas para el cambio, aceleró todos los procesos, puso el tema en el debate público y facilitó el ambiente unitario que el IV Congreso del Partido consagró, como primer paso para transformaciones más profundas que luego se desarrollaron entre “creyentes” y “no creyentes” en Dios, pero creyentes por igual en la Vida, la justicia, la Equidad y el Amor al Prójimo, entre otras nobles aspiraciones del ser humano.
Y se puede afirmar que Fidel y la Religión fue, además, expresión y síntesis de la admiración y la confianza que ya el líder de la Revolución Cubana sentía por el fraile dominico.
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