El líder de líderes que abonó el camino de la historia patria
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Más allá de las disímiles interpretaciones que frecuentemente aparecen sobre el término, no hay duda de que, cuando se menciona la palabra líder, de inmediato se nos dibuja la idea de alguien excepcional, con cualidades que no son comunes a la media de los seres humanos, alguien que nace para trazar los caminos, por los cuales transitarán luego miles de personas de su tiempo, y después de él.
Sin temor a equívocos, afirmaría que el de líder es de esos conceptos puestos en un pedestal, si se trata de respeto, admiración y aprecio sinceros. Ello es, en igual medida, privilegio y responsabilidad infinita, esencialmente, porque quien llega a ocupar ese lugar en la mente y en el corazón de quienes lo rodean, ya no volverá jamás a vivir para sí, y comenzará, aun sin proponérselo, a vivir para otros.
Se puede ser líder de diversas maneras, en cualquiera de los ámbitos de la vida. Hay líderes en la familia, líderes en las comunidades, líderes en empresas y las escuelas, líderes de la ciencia o la investigación, líderes políticos. Cada uno de ellos lo es, indudablemente, por sus cualidades humanas, morales, éticas, intelectuales, y por un proceso natural de reconocimiento que los sitúa a la cabeza de iniciativas, haceres, conductas, ideologías, siempre por méritos propios, ganados a base de esfuerzo, constancia y ejemplo.
Lógicamente, con eso no basta; se necesitan humildad, respeto por los otros, la sensibilidad necesaria para no convertir el reconocimiento en vanidad. También se necesita conciencia y madurez para asumir, en toda su dimensión, el compromiso que implica el liderazgo, en cualquier ámbito en el que se ejerza.
Precisamente es, en esta última reflexión, en la que radica la verdadera grandeza de un líder. Su capacidad de distinguirse, incluso, entre otros seres humanos con cualidades muy similares a las suyas. Son esas actitudes las que marcan el punto de inflexión, para que nazca lo excepcional dentro de lo excepcional, lo grande dentro de lo grande, lo único dentro de lo único, el líder de líderes.
A veces pasan años, y hasta siglos, para que una presencia de tal magnitud ocupe su espacio en esa dimensión extraordinaria, en la cual la virtud es el sentido mismo de la vida, y la otredad, el amor, la voluntad y la constancia son ingredientes insustituibles de la actitud.
Y es una forja lenta, pero imperturbable, en la que el ser humano va superándose a sí mismo, luchando contra sus propias debilidades, construyéndose en el bregar cotidiano, por libre y espontánea voluntad. No entiende el líder que lo es desde el principio; solo las circunstancias, el momento histórico, aquellos que lo rodean, le hacen comprender el lugar que ocupa y tomar plena conciencia de él.
Tiene que enfrentar duras batallas, no solo consigo, sino con un imaginario que lo coloca en el punto máximo de la perfección, sin reparar en su condición humana, que le impide vivir exento de errores.
Pero todo gran líder entiende y asume la responsabilidad sobre sus actos, y los enmienda con carácter, sin flaquezas, porque conoce el precio demasiado alto que paga aquel que se derrumba, que se hunde en la autocompasión, y deja de luchar por la conquista de los sueños más cimeros.
Sueños que no son suyos, porque siempre sueña en colectivo, y su mayor realización es construir el beneficio de la mayoría, aunque ello implique el desgaste propio por un desvelo constante. La ingratitud muchas veces le acompaña a cada paso, promovida por el revisionismo perenne, de eternos inconformes, pero no por la naturaleza revolucionaria de sus ideales, sino por la incapacidad de ver otra cosa que no sean las manchas del sol.
Pero hay luces imposibles de apagar, y que, lejos de disminuir su intensidad, crecen, mutan en expresiones extraordinarias de humanismo, sensibilidad, sabiduría, previsión, solidaridad, justicia, en sus expresiones más excelsas, nobles y verdaderas.
Llegado ese punto, ya no existe nada que le impida a un líder trascender, nada que frene su camino hacia la inmortalidad, hacia la existencia más allá del tiempo y del espacio que ocupamos en el mundo. Hay huellas en la historia demasiado profundas, demasiado firmes, como para ser, también cimiento de otros pasos que le continúan, que devienen extensión comprometida para que el camino ya surcado no quede trunco.
Orgullosos y privilegiados los pueblos que han visto crecer en su seno seres así, que atesoran su legado, y han sabido preservarlo por la valía incalculable de ese tesoro inmaterial.
Privilegiados los cubanos, por haber tenido a un Fidel que fue un líder en todas las dimensiones posibles, que nos habla desde la inmensidad de su legado, y que dejó abonado el suelo, para que otros líderes, también escriban su historia en esta tierra.