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Ñico López

Date: 

07/2024

Source: 

Boletín Revolución

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El joven que ­firma con tanta vehemencia las líneas anteriores, ya conocía el riesgo: en 1953 había sido uno de los protagonistas del asalto al cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, una de las acciones del 26 de Julio que lideró Fidel. Por estos días en los que se recuerda a héroes y mártires, es imprescindible el nombre de Ñico. Su muerte tuvo lugar años después, cuando fue asesinado a los pocos días del desembarco del Granma; sin embargo, es muy necesario y justo el homenaje.

Se trataba de un flaco altísimo, que sobresalía en cualquier grupo y que se caracterizaba por su dinamismo, agilidad y sensatez. Cuentan que algunos amigos solían decirle «siete-pisos». Había nacido en una familia humilde, en Marianao, y solo pudo estudiar hasta tercer grado en una escuela pública. Trabajó desde muy joven vendiendo boletos de los sorteos de beneficencia para contribuir con la economía de la casa, y luego ayudando en lo que fuera en el Mercado de Cuatro Caminos.

Como muchos de su generación, militó en la ortodoxia, conoció a Fidel en Prado 109, y luego del Golpe de Estado del 10 de Marzo se une al grupo de jóvenes que preparaba la lucha contra el dictador Fulgencio Batista. De los días previos al asalto, el combatiente Adalberto Ruanes recordaba en 1965:

Recuerdo que la última práctica fue bastante divertida porque había llovido mucho; en la forma en que nos había citado era como una ­esta o algo así y todo el mundo fue limpio con zapatos blancos, muchos fueron de traje, y cuando llegamos a la fi­nca lo que nos encontramos fue un fanguero terrible: Raúl Martínez Ararás, Fidel, Ñico, Calixto García, bueno, todos los compañeros estábamos reunidos ese día allí. Recuerdo que a cada uno le daban 10 balitas 22 y la escopeta; nos decían que había que correr cerca del blanco, tirarse en el suelo, cargar la escopeta y disparar al banco en el menor tiempo posible, para ver con qué rapidez uno lo hacía. Uno de los compañeros que primero la hizo se lanzó y se enfangó toda la ropa, entonces a Ñico se le ocurrió la idea de despojarse de la ropa y quedarse en ropa interior y así lo hicimos todos para no enfangarnos.

Concepción Fernández, su mamá, señaló hace muchos años sobre él: «Dondequiera que estuviese, estaba pendiente de nosotros. Desde Guatemala, desde México, durante el exilio, nos llegaron siempre sus cartas y fotografías, con dedicatorias en las que el amor a la patria y a la Revolución ocupaban el primer lugar».

Luego del asalto al cuartel de Bayamo, Ñico y otros compañeros logran escapar y luego tiene que ir al exilio. Desde allí, mantiene comunicación con su familia y sus amigos. No fue un joven de estudios, pero sí de luces naturales y mucho sentimiento. Lo demostraba con su actitud, con sus cartas desde México o Guatemala, como esta nota que ­gura entre los documentos suyos que se conservan:

Espero terminar estos sencillos versos algún día cuando al regresar a tu dulce hogar nuestra Patria sea libre, para entonces te prometo algo más lindo y dulce para tus años, hermosos y juveniles. Antonio López Noviembre 19/554

Ñico fue de los que no pasan por alto el dolor ajeno, y mucho menos ponen el suyo por encima del de los demás. Por eso también hizo breves apuntes sobre el plan agrario en Cuba, ideas que demuestran la coherencia de pensamiento de una generación, entre jóvenes que estudiaron y otros que no, pero que interpretaban la realidad de la misma manera, con la revolución como único camino:

Un plan agrario en Cuba necesita hombres de capacidad y responsabilidad, lo sé, pero un plan agrario para llevar a vías de hecho una verdadera y completa reforma agraria, necesita también hombres bien inspirados en el sano propósito de servir los intereses del campesino tan engañado por los políticos que a través del tiempo solo han demostrado que engañan a las clases oprimidas del campo, que de buena fe han depositado su confi­anza en ellos.

Raúl Castro Ruz y Ñico fueron amigos, así se ven juntos en prácticas de tiro, en el exilio en México; en la foto que permanece cerca, en el despacho; en aquel testamento que redactase el propio Raúl a inicios de la lucha en la Sierra en el que refería que, de saber el monto de lo que le correspondía en la herencia familiar, habría dejado una parte para construir una casa a la madre y la hermana de Ñico, consciente de las necesidades de aquella familia y lo que representaba para ellos la vida de aquel muchacho. Así recordaba al amigo:

Si abundáramos en detalles de la corta, pero fecunda existencia de Ñico López, basta señalar algunas anécdotas; basta recordar cómo lo vimos en una oportunidad con doscientos pesos del Movimiento incipiente en los bolsillos y verlo caminar cuadra y cuadras, por ahorrarlo los seis centavos del pasaje al Movimiento; basta recordarlo haciendo esos recorridos con sendos agujeros en sus gastados zapatos cubiertos con un cartón, cosas que sabemos por convivir con él, no porque las pregonase; basta recordarlo tomándose un café con leche, como único alimentos, en cualquier cafetín habanero, al ­final de cada jornada a altas horas de la noche, y teniendo en el bolsillo dinero del Movimiento; basta recordarlo emprendiendo dentro de cualquier reunión una crítica ­firme y fraterna contra todos los errores y debilidades que los demás pudiésemos cometer; basta recordarlo irreductible, incorruptible, en la postura que mantuvo hasta el día de su muerte.

Este no ha sido —ni tenía como propósito— un escrito cronológico de la vida de Ñico, pero ojalá sea un motivo para ir tras las huellas más profundas de este revolucionario. Conocer al joven mediante sus propias palabras puede ser un buen inicio. Así se revela el muchacho que estuvo en el asalto al cuartel de Bayamo el 26 de Julio y que luego de la acción fue al exilio; el que conoció en Guatemala a Ernesto, nuestro Che; el que luego fue a Oriente a coordinar trabajos del Movimiento 26 de Julio y el futuro desembarco, llevando su ropa en un cartucho porque no tenía maletín; el flaco que mataron alevosamente de dos disparos en Boca de Toro, el 8 de diciembre de 1956, después de la dispersión de Alegría de Pío, y que los guardias mostraban a la aviación como trofeo de guerra…el muchacho altísimo que, cuando la gente comenzó a murmurar que entre los cuerpos de los expedicionarios muertos habían visto uno que sobresalía entre todos, sus conocidos suspiraron: ese es Ñico...

Casi tres meses antes de morir, el 26 de septiembre de 1956 desde México, escribe a su hermana Hortensia; en medio de la carta, deja una especie de testamento político cuando define lo que es para ellos y para Cuba el tiempo que están viviendo:

No obstante que estamos los dos convencidos de los sacrifi­cios y las abnegaciones que reclama la lucha, es bueno repetir que es así como en realidad los cubanos que aman a su patria le dan a ella sus mejores años, sus mejores gestos, su más desinteresado esfuerzo, porque ¿qué importa acaso vivir físicamente en un estado de miseria cuando se tiene en el corazón las más altas y las más ricas cualidades morales?¿Cambiaría alguien que haya sentido en realidad el verdadero amor, que haya comprendido los verdaderos sentimientos humanos, esa bella y dulce sensación espiritual por todas las riquezas del mundo?

Pues sí …este muchacho es Ñico. El que trasciende los lugares que llevan hoy su nombre y se muestra en cada una de sus palabras con la esencia de aquella generación. El que supo seguir las palabras de otro Antonio inmenso, el Titán, y dejarnos como herencia in­finita que la patria está ante todo.