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Golpear al mundo allí, en la indiferencia

Date: 

09/03/2024

Source: 

Granma

Author: 

Cuando la muerte lo encontró, hará 25 años este 10 de marzo, Guayasamín aún tenía ideas y proyectos para al menos otras dos vidas, y no precisamente porque en esta hubiese hecho poco. En unas 14 horas diarias de trabajo, excepto los domingos, y desde muy joven, de su pensamiento y manos había salido una obra artística descomunal, por su hondura y número.
 
Entre exposiciones individuales en casi todos los centros vitales de las artes plásticas en el mundo, murales, monumentos, premios… parecía que Oswaldo Aparicio Guayasamín Calero, nacido en Quito, Ecuador, en 1919, de sangre indígena y mestiza, y familia pobre, había tocado la gloria bien temprano.
 
Sin embargo, rehuía decirse un hombre feliz. ¿Cómo serlo en el mundo en que le había tocado nacer? Sus piezas eran su instrumento contra la injusticia: «Hay que luchar hasta que cambie esta sociedad, y es peor todavía cuando existen tanques y aviones para matar a la gente (…) Creo que cada cuadro que he pintado en mi vida es un poco una bomba de tiempo (...) Son cosas que quedan para seguir golpeando al mundo de alguna manera».
 
Aquel que se autodefinió como un hombre que se daba, que creía en las razones artísticas y humanas –«creo que soy, simplemente, un humanista»– tuvo con Cuba una larga relación de admiración y generosidad, en la que los cuatro retratos que le hiciera a Fidel son puntos descollantes.
 
En su afán de mostrar siempre la sicología de quien retrataba, más que los rasgos físicos, esos cuadros son todos joyas, y todos diferentes, porque con el Comandante «un retrato, no basta. ¡Tiene tantos mundos dentro de él!»
 
Al ser declarado el artista ecuatoriano Pintor de Iberoamérica, apenas unos meses luego de su muerte, durante la ix Cumbre Iberoamericana celebrada en La Habana, el Líder Histórico de la Revolución Cubana lo llamó el hombre más noble, generoso y humano que había conocido en su vida.
 
El trabajo de Guayasamín denunció, desde una belleza y sello inconfundibles, el sufrimiento de los pueblos originarios y de los negros esclavizados, y el horror de las guerras y la violencia; y reflejó con igual efectividad la ternura, la inocencia y el amor.
 
Raigal y sincero, quizá sean las palabras más exactas para describir el legado de un hombre que defendía el arte como patrimonio de los pueblos, y por ello donó sus obras y colecciones a la Fundación que lleva su nombre; el que concibió La Capilla del Hombre, monumental espacio arquitectónico; y aquel cuyos restos reposan en una vasija de barro, bajo un árbol, mientras desde sus obras el dolor y la emoción nos miran para condenar la indiferencia.