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Fidel también combatió en las faldas del Pichincha

Fidel Castro durante una escala técnica en Ecuador es recibido por el presidente del país José María Velasco Ibarra en el salón de honor del aeropuerto Simón Bolívar, ecuador, 4 de diciembre de 1971. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas.
Fidel Castro durante una escala técnica en Ecuador es recibido por el presidente del país José María Velasco Ibarra en el salón de honor del aeropuerto Simón Bolívar, ecuador, 4 de diciembre de 1971. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Date: 

13/08/2023

Source: 

Cubadebate

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Mientras avanza la tarde y noche del 12 de agosto de 2006, un grupo de jubilosos jóvenes asciende las laderas del volcán Pichincha, símbolo de la libertad de Ecuador, para instalar cinco letras blancas enormes a más de 3 mil metros de altitud, luego de intensos quehaceres en varias jornadas.

Al siguiente día, un gigante cumple 80 años y Quito amanece con el cielo teñido de un azul luminoso. Cuando despunta el sol, mucha gente se sorprende y sonríe al ver el entrañable nombre en la icónica montaña, que él atesora en su alma. Disfrutan así el regalo más original que Fidel recibe en su ochenta onomástico.

Años después, en La Habana, Gerardo Hernández, Héroe de la República de Cuba, visita en su casa a Roberto de Armas, representante del PCC en la Embajada de Cuba en aquel momento, quien escalara el Pichincha junto a los solidarios muchachos, aquella tarde–noche memorable. Al despedirse del anfitrión, Gerardo percibe cerca de la puerta de salida la singular foto del Pichincha con el letrero, que los Cinco Héroes conocieran estando presos en Estados Unidos. Su reacción es inmediata: “Record Guines”, dice sonreído a Roberto, y este, mirándole los ojos, desde sus 77 años narra a Gerardo sus recuerdos de tan hermoso gesto y evoca los espléndidos nexos de Fidel con el pueblo ecuatoriano.

La primera visita de nuestro Comandante en Jefe a Ecuador ocurre el 4 de diciembre de 1971, en una circunstancia promisoria de las relaciones entre Cuba y América Latina: empieza a resquebrajarse la política de aislamiento, bloqueo y agresiones del imperio contra la Isla, impuesta por este a los gobiernos de la región desde 1960.

Fidel Castro junto al presidente del Ecuador José María Velasco 1971.
Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Fidel ha iniciado un recorrido por Chile días antes, el 10 de noviembre, invitado por el presidente Salvador Allende. Su presencia allí, luego de 12 años del asedio imperial a Cuba en América, es un acto de coraje del líder socialista chileno, que conduce un proceso de cambios revolucionarios inédito en el mundo. A mediados de ese mes, de súbito, le informan a Fidel que el presidente de Ecuador José María Velasco Ibarra lo invita a que realice una escala en Quito, en el viaje de retorno a La Habana.

En medio de sus intensas actividades en el país austral, Fidel capta la trascendencia del hecho y reacciona con entusiasmo ante la inesperada iniciativa. Pronto envía un emisario a Ecuador –Jorge Luis Joa, subordinado del comandante Manuel Piñeiro– para agradecer al presidente Velasco Ibarra su invitación y pedirle que lo reciba en Guayaquil, debido a problemas técnicos del avión IL–62 para despegar en Quito. Así sucede.

En la tarde del 4 de diciembre, el líder cubano arriba al aeropuerto militar de Guayaquil en un turbo hélice IL–18, vitoreado por una amplia colmena popular y gritos de ¡Cuba sí, yanquis no! Lo espera satisfecho el enjuto presidente de 78 años –que está por terminar su quinto mandato–, a quien acompañan el gabinete ministerial, el Alto Mando Militar, lo jefes de la policía nacional y representantes de casi todos los partidos de derecha, centro e izquierda, así como dirigentes de organizaciones sindicales, campesinas y estudiantiles. En verdad, parece un acogedor recibimiento oficial, político y social, no una escala técnica.

La sorpresiva presencia del legendario comandante estremece a Ecuador. Es la primera vez que él accede a la tierra de Eloy Alfaro y el pueblo capta enseguida el significado del hecho, expresando admiración y solidaridad hacia su persona y la Revolución Cubana. A pesar del cansancio por las jornadas en Chile (donde permanece 24 días y ha avisado horas antes en su discurso de despedida que ha visto el fascismo en las calles de Santiago), Fidel se reanima en cota volcánica, ante la calidez de los anfitriones y las valientes palabras de Velasco Ibarra durante la cena.

Dice el Presidente: “Para mí ha sido un honor y una satisfacción venir a Guayaquil a saludarlo a usted, a su paso hacia La Habana. En mi concepto, usted es un hombre que ha comprendido muy a fondo la hora actual de la humanidad y que se ha consagrado a ella con valor, con constancia, con sacrificio, con esfuerzo, viviendo peligrosamente. Por todo ello aprecio su personalidad”.

Además, para agradable extrañeza de muchos y desagrado de algunos, Velasco critica el aislamiento a que ha sido sometida Cuba: “Mi presencia aquí se va a interpretar como que inmediatamente pretendo establecer relaciones con Cuba. Eso de las relaciones es asunto que lo estudiaremos, que lo pensaremos.  (...) ¿Qué derecho había para expulsar a Cuba de la OEA? ¿No está garantizado expresamente, en la letra de la Ley la facultad de cada Estado de darse la forma política, económica, social? (…).”

Fidel realiza un discurso sustantivo, en el que esclarece las falacias contra la Revolución Cubana, típicas de la Guerra Fría, y comienza por enaltecer la postura de Velasco: “(...) nosotros debemos decir que el gesto del Gobierno del Ecuador y especialmente el gesto del Presidente de recibirnos aquí en Guayaquil, trasladándose desde la capital, no solo ha sido un gesto honorable, un gesto caballeroso, un gesto amistoso, sino y sobre todo un gesto valiente”.

La disertación del Velasco levanta amplia polvareda, en un momento en   que Washington acentúa su cerco a la isla, preocupado por el gobierno socialista de Salvador Allende en Chile y los procesos nacionalistas encabezados por el general Velasco Alvarado en Perú y el general Omar Torrijos en Panamá, más las posturas de acercamiento a Cuba de sus vecinos caribeños y ahora también de Ecuador.

A la par, en nuestra América la Revolución Cubana y su líder son cada vez más respetados. Según el historiador ecuatoriano Juan Paz y Miño, para Velasco Ibarra, “Fidel era un ejemplo de lo que debía hacer un revolucionario auténtico y de lo que debía hacer una revolución auténtica en América Latina. Siempre admiró, hasta su muerte, a Cuba, particularmente, a Fidel Castro”.

Apenas tres meses después de esa sorpresiva visita de Fidel a Ecuador, el 15 de febrero de 1972 el gobierno yanqui mueve sus tentáculos: ese día, Velasco Ibarra es víctima de un golpe militar organizado por la CIA. Preludio de lo que acontecerá en Chile, al año siguiente.

No obstante, el encuentro de Fidel en Guayaquil con dirigentes del Estado y fuerzas políticas y sociales de todos los signos, deviene fértil precedente. Ecuador se convierte más adelante en uno de los países donde el líder cubano cultiva las más amplias relaciones oficiales, políticas, sociales y culturales de heterogéneas posturas.

El hecho siguiente más notorio, fue la visita que hiciera a Cuba en 1985 el presidente socialcristiano León Febres–Cordero, invitado por Fidel. Su presencia resultó de interés noticioso, porque arribó a La Habana procedente de Washington y acompañado de una amplia delegación, que incluía empresarios, periodistas y miembros de su gobierno. También porque fue el primer presidente de derecha latinoamericano que visitó la Isla en la etapa revolucionaria, iniciándose una amistad entre ambos mandatarios que ayudó a contrarrestar el aislamiento de Cuba en la región, y los prejuicios promovidos por Estados Unidos en entes políticos y líderes latinoamericanos de semejantes posiciones.

Diecisiete años después de su primera estadía en Ecuador, y el mismo lapso sin arribar a otro país cualquiera de América Latina, Fidel viaja a Quito el 9 de agosto de 1988. En esta ocasión, ha sido invitado por el socialdemócrata de centro izquierda Rodrigo Borja a su toma de posesión presidencial, con el beneplácito del mandatario saliente Febres–Cordero.  Es la primera vez que el líder cubano asiste a la investidura de un presidente latinoamericano, lo que sería frecuente en años posteriores.

Su estancia en Quito es centro de mira de todo el pueblo ecuatoriano, que le manifiesta por doquier admiración y solidaridad, ratificándose una especie de consenso nacional de respeto y afecto en torno a su figura. Un ejemplo revelador, fueron los cordiales nexos personales que en esos días sostiene por separado con Febres–Cordero y Rodrigo Borja, acérrimos adversarios entre sí. Uno y otro querían hacerse cargo de hospedarlo, al igual que su entrañable amigo Oswaldo Guayasamín, pero él se excusó con los tres y optó por ir a la casa del embajador de Cuba, Carlos Zamora.

Una anécdota a destacar de esta primera visita a Quito, es el pedido que hace Fidel a los pilotos cubanos, antes de aterrizar, para que sobrevuelen el Pichincha y poder rememorar, desde la altura, la proverbial batalla final victoriosa contra el poder español en Ecuador, que aconteciera en sus laderas en mayo de 1822. En ella, las fuerzas independentistas estuvieron comandadas por uno de los próceres de nuestra América que él más admira, el joven Antonio José de Sucre, entonces general de brigada.

Arriba al aeropuerto Internacional de Quito,
para participar en las ceremonias de
investidura del nuevo presidente de Ecuador,
Lucio Gutiérrez,
14 de enero del 2003.
Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Los tributos a Fidel durante su primera estadía en Quito, se manifiestan de innúmeras maneras. La más vigorosa y humana tiene lugar a la espera del día de su cumpleaños, en casa de Guayasamín. ¿Cómo surge esta amorosa iniciativa?

En la tarde del 10 agosto, el visitante se encuentra en la Fundación Guayasamín, a donde ha ido para conocer las obras del artista y las colecciones de arte relacionadas con las culturas indígenas y el arte colonial. Berenice Guayasamín, hija del creador, rememora después ese momento: “Nosotros habíamos invitado a muy pocas personas, pero como la voz corre y ante la idea de conocerlo personalmente, de tener algún contacto con Fidel, realmente se nos fue de las manos. Había mucha gente en la Fundación y no podíamos negarles la entrada por ser amigos de muchos años. Lo que hicimos fue pedir que esperaran en los jardines. Para que Fidel pudiera visitar los museos, tuvimos que cerrar las puertas (...)”.

Y continúa ella este interesante relato: “Al salir, era tal la muchedumbre que tuvimos que sacarlo casi a escondidas. Y aquí hay una anécdota lindísima: mi padre había llegado a la Fundación en su carro que estaba parqueado al filo del museo. Al ver a la muchedumbre, resolvimos que los dos (Fidel y el Maestro) se embarcaran en ese carro, para ir a la casa de mi padre, que está más arriba de la Fundación. Subieron, cerraron las puertas, y como no había un chofer, yo me senté al volante. Iba conduciendo y le decía: ‘Comandante, este barrio antiguamente era un pueblito, ahora es parte de la ciudad…’ Y Fidel me dijo: ‘Oye chica, tú maneja, por favor, no me converses”.

Esa tarde en la Fundación, un niño de ocho años llamado Fidel, se presenta en el lugar con la madre para conocer a quien inspirara su nombre y entregarle un regalo de cumpleaños: un pájaro tallado en madera de balsa. Pero antes, como condición para entregarle el obsequio, le pide al Comandante que le regale su gorra. Él, sonriente, accede, pero le dice que lo haría, como efectivamente sucede, al final de la visita.

Guayasamín y su familia conocen en ese instante, gracias al gesto del niño, que Fidel cumpliría 62 años en Quito. Y raudos, junto a la Embajada de Cuba, organizan una velada nocturna el 12 de agosto, en la casa del insigne artista. De tal modo, sobreviene una oleada de invitados y auto invitados, más de 300, que alcanza su clímax al entrar Fidel y todos los presentes cantarle Las Mañanitas y sentir, él también, que están viviendo un momento excepcional de felicidad cuando el cumpleañero sopla las 62 velas de una enorme torta de chocolate que, según indagaron los organizadores, es su preferida.

Fidel dice sus palabras en tono coloquial e íntimo, mientras todos escuchan en cerrado silencio: “Es la primera vez que cumplo años fuera de Cuba voluntariamente” (las otras dos sucedieron durante el exilio en México). Y añade: “Me he sentido muy, muy feliz aquí, y este es uno de los días más felices de mi vida”.

Y mirando al amigo entrañable que está a su lado, confiesa: “Yo pienso que no he tenido en mi vida un privilegio tan grande como la amistad de Guayasamín, un hombre que hace el bien, un hombre bueno por naturaleza”. Y al final, afirma: “Quiero dedicar estos sentimientos al pueblo de Ecuador, a los extraordinarios hijos de Ecuador, como este, a mi hermano Guayasamín”.

Después el célebre creador plástico, en sus palabras de elogio, relata sus vivencias de las tres ocasiones en que ha hecho retratos a Fidel hasta 1986, el primero en mayo de 1961, y así termina el singular festejo

Días más tarde, el periodista cubano José de los Santos entrevista al pintor, quien rememora la visita de Fidel: “Ha sido una apoteosis para la ciudad, para el país, y para mí personalmente” (...) Hemos sido testigos de las múltiples actividades que desarrolló y aún estamos sorprendidos por su gran vitalidad. Yo me considero un gran trabajador, de 14 horas al día, pero cuando lo veo a él, me sorprendo. En Quito a veces ni durmió dos horas en un día”.

Los anteriores comentarios de Guayasamín y estos que siguen sobre la celebración del cumpleaños, confirman la excepcional diversidad de relaciones que ha cultivado Fidel en Ecuador: “(...) vinieron casi 300 personas para su cumpleaños, gente de todos los partidos, algunas extrañas para mi pensamiento, (...) gente a las que incluso les tengo cierto resquemor. Me dije: Bueno, Fidel sabe lo que hace, y por eso le expresé: ‘Mira, tú eres un genio en esto de la política internacional, así que haces y deshaces lo que tú quieras aquí”.

Y al final, como si lo pintara esta vez con palabras, el artista hace un resumen fabuloso: “En todo Ecuador, a todo nivel, desde gente de derecha hasta todas las gamas de la izquierda, es el personaje que más ha conmovido al país. Es un hombre de gran sabiduría (...). Cada frase de él, cada pensamiento, es en verdad un monumento, una granación hecha piedra para muchos años”.

Lo que no pueden imaginar quienes están esa noche de cumpleaños junto a Fidel, es que, momentos después, él se encontraría con dos jóvenes que ha conocido en los primeros momentos de su estadía en casa del embajador cubano. ¿Qué acontece?

Ese mediodía del 9 de agosto, el recién llegado visualiza por una ventana de la residencia a dos jóvenes en la parte trasera abierta de una camioneta, estacionada casi frente a la casa, donde sobresale una pintura con la imagen suya. Es obra de uno de los jóvenes, de nombre Danilo (el otro es periodista y un tercero es el chofer), quien durante meses ese año se empeñó en pintar un gran retrato en óleo de Fidel, movido tras el sueño de entregárselo en algún momento. Por eso, cuando supo de su presencia en Quito se aventura junto al amigo periodista Hernán Ramos a localizarlo, hasta que logran por intuición ubicarlo y deciden estacionarse frente a la casa del Embajador.

Minutos después, están dentro de la residencia con Fidel, quien los abraza como si fueran amigos de toda la vida. Hernán Ramos narra así ese instante mágico, tan natural en Fidel: “No terminábamos de llegar al segundo piso cuando un Fidel Castro alegre, risueño y colosal salió a su encuentro con tres jóvenes que brotaron, virtualmente, de la nada. Nos abrazó con una intensidad inédita, con una familiaridad espontánea difícil de olvidar”. Y les dice: “Ustedes son los primeros ecuatorianos con los que tengo el gusto de hablar. Ustedes son la vanguardia, ustedes se atrevieron y ya les admiro por eso”.

Luego, se interesa en el trabajo del joven pintor: “Mira, Danilo, estuve observando detenidamente, desde esta ventana, el cuadro que has pintado. Es muy bonito y me recordó los años de mi juventud. Te agradezco mucho, es un lindo detalle de tu parte. Ahora dime, muchacho: ¿qué hacemos con él, lo donamos a algún museo aquí en Ecuador o lo llevamos para Cuba? Tú decides”.

Danilo casi no pudo responder. “Solo atinó a decir que había pintado el cuadro para usted, Comandante, y quiero que se lo lleve a Cuba; esa será mi felicidad”.. Y añade Ramos: “Dijo también que el cuadro representa su forma sencilla de reconocer lo que Fidel Castro había hecho por los latinoamericanos, por los pobres, por la gente de abajo. Que estaba muy satisfecho por entregárselo personalmente y que con eso él tenía suficiente. Fueron minutos de intensidad y emotividad difíciles de describir, incluso hoy, 21 años después de ocurrido el hecho”.

Ramos tuvo la audacia de pedirle a Fidel una entrevista, a la que accedió, aunque deja pendiente el momento. Y cumplió: Pasadas las 12 de la noche del 13 de agosto, en una pequeña y discreta casa cercana a la de Guayasamin, los jóvenes esperan ansiosos junto a un equipo del Comandante organizador del encuentro.

Óleo sobre tela, dedicado por el autor a Fidel al cumplir 35 años.
Foto: Archivo.
 

Al llegar, al cabo de saludarlos les dice: “Ustedes fueron los primeros ecuatorianos con los que hablé y, miren la coincidencia, también serán los últimos, en esta visita a Ecuador que ya es inolvidable para mí, por muchas razones”.

En la madrugada, termina la entrevista. Fidel mira su reloj pasada la 1:30 a.m. y cuenta Ramos que antes de despedirse dice: “Según me contó mi madre alguna vez, resulta que a esta hora nací. Estoy muy feliz porque es la primera vez que celebro un cumpleaños fuera de Cuba… sin estar en la cárcel”. En ese momento hubo un aplauso encendido y prolongado de los presentes. Siguieron los abrazos y las fotos para el recuerdo. Por eso, sostiene Ramos que Fidel celebró dos veces su cumpleaños en Quito...

Visita Ecuador en otras dos ocasiones: al finalizar noviembre de 2002, cuando se inaugura la Capilla del Hombre, y para participar en la toma de posesión del presidente Lucio Gutiérrez, en enero de 2003.

Antes de concurrir a la inauguración de la obra cumbre de Guayasamín, invita a Cuba al presidente Gustavo Noboa, un académico y político independiente de centro–derecha, adversario de Febres–Cordero, que arriba a La Habana el 12 de noviembre de 2002 acompañado de varios ministros y una delegación empresarial.

Noboa cursa después a Fidel la invitación para estar presente en la inauguración del sueño de Guayasamín, quien falleciera tres años antes. El líder cubano es la personalidad más sobresaliente de este evento, lo que se explica por su proverbial amistad con Guayasamín, el apoyo formidable que dio a esta obra universal y gracias a los afectos y el prestigio ganados por él en gran parte de la población ecuatoriana.

Una vez más, Ecuador vibra y gira en torno a la presencia de Fidel las 48 horas que está en Quito y seis en Guayaquil. Además de participar en la inauguración de la Capilla del Hombre, junto a Hugo Chávez es homenajeado en la alcaldía de Quito, se reúne con dirigentes indígenas, sindicales y políticos, atiende a la prensa y dialoga por separado con el presidente Noboa, el ex presidente Rodrigo Borja y el ex vicepresidente León Roldós. Y al retornar a Cuba hace una parada en Guayaquil, para ver a su amigo León Febres–Cordero, quien le ofrece una cena familiar en su residencia.

Fidel y Guayasamín. Foto: José Dos Santos.

Rodrigo Borja comparte después este hermoso recuerdo, sobre el que sería su último encuentro con Fidel: “Cuando vino Fidel a la inauguración de La Capilla del Hombre, me llamó al teléfono para decirme que quería reunirse conmigo. Y me dijo: ‘Pero no vengas sin tu enciclopedia’. Entonces fui a comprarla. En mi Enciclopedia de la Política, en ‘Fidelismo’, sostengo que Fidel no es propiamente un ideólogo sino un líder político: uno de los mayores líderes del mundo en los últimos cien años. Le llevé la enciclopedia. Mis hijas me acompañaron hasta el Swisshotel, donde estaba hospedado, porque querían volver a verlo”.

Los hijos de Guayasamín y el pueblo de Ecuador, reconocen en Fidel la figura más relevante en la inauguración de la emblemática Capilla del Hombre en su primera etapa. El excelso artista dejó para la posteridad cuatro retratos del Comandante amigo, a quien, según confesó, tuvo necesidad de pintarlo varias veces, porque, dijo, Fidel es inacabable. Y su mérito es aún mayor, cuando se conoce que ningún otro creador plástico retrató a Fidel, siquiera una vez.

En la disertación que lee sobre la emblemática obra, Fidel expone mediante su oratoria el retrato hablado suyo de quien considera un hermano ecuatoriano.  Dibuja con sus coloridas palabras, facetas como esta: “Por primera vez me vi sometido a la torturante tarea.  Tenía que estar de pie y quieto, tal como me indicaban.  No sabía si duraría una hora o un siglo.  Nunca vi a alguien moverse a tal velocidad, mezclar pinturas que venían en tubos de aluminio como pasta de dientes, revolver, añadir líquidos, mirar persistente con ojos de águila, dar brochazos a diestra y siniestra sobre un lienzo en lo que dura un relámpago, y volver sus ojos sobre el asombrado objeto viviente de su febril actividad, respirando fuerte como un atleta sobre la pista en una carrera de velocidad”.

Sigue: “Al final, observaba lo que salía de todo aquello.  No era yo.  Era lo que él deseaba que fuera, tal como quería verme:  una mezcla de Quijote con rasgos de personajes famosos de las guerras independentistas de Bolívar.  (...) Estaba nada menos que en presencia de un gran maestro y una persona excepcional, que después conocería con creciente admiración y profundo afecto”.

Después, alude al último retrato que le hizo en 1996, “con rostro más o menos similar a los anteriores y unas manos largas y huesudas que resaltaban la imagen del caballero de la triste figura que él, casi al final de su vida, veía todavía en mí”.

¿Por qué Guayasamín necesita pintar en diferentes momentos a Fidel? En el libro Un abrazo de Guayasamín para Fidel, edición de Ocean Sur por los 80 años del Comandante en Jefe, el propio artista lo explica: “Fidel es el único personaje que no he podido atrapar en un sólo cuadro. Tiene muchas facetas y cada una merece un retrato: su ternura, su memoria, sus conocimientos, su oratoria, su firmeza, su fe en los pueblos, su generosidad, su dignidad… Tendré que pintarlo 20, 30 veces para captar cada una de sus maneras profundas de ser”.

Fidel traza después en su discurso otros rasgos del entrañable amigo: “Fue tal vez la persona más noble, transparente y humana que he conocido.  Creaba a la velocidad de la luz, y su dimensión como ser humano no tenía límites”.   Guayasamín confesó que su pintura “es para herir, arañar y golpear en el corazón de la gente.  Para mostrar lo que el hombre hace en contra del Hombre”. Y concluye: Guayasamín “quiso legar a su etnia indígena y a su pueblo mestizo y multirracial una obra perdurable”.

Cuando Fidel y Chávez estuvieron a finales de noviembre de 2002 en la inauguración de la Capilla del Hombre, Lucio Gutiérrez había ganado las elecciones presidenciales y, para sorpresa de muchos, se ausentó del país esos días, evidentemente para no estar en el evento ni encontrarse con Fidel y el líder bolivariano. Fue esa la primera señal de su posterior traición al pueblo ecuatoriano, entregándose sin escrúpulos al imperio y a la derecha neoliberal.

Seis semanas más tarde, en enero de 2003, Fidel asiste a la toma de posesión de Lucio. Aunque ya tenía la certeza –según me explicó Chávez tiempo después– de que el ex coronel no era alguien confiable, y así lo dijo en privado a su amigo.

Nuestro Comandante en Jefe fulgura otra vez en todos los actos. Permanece apenas 48 horas y realiza encuentros con otros presidentes, dirigentes de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), la familia de Guayasamín y algunos amigos, pero no así con Lucio Gutiérrez, que tampoco tiene la cortesía de recibirlo a solas.

En medio de la crisis social provocada por la traición de Lucio al movimiento indígena y otros sectores humildes, a los que mintiera de forma impúdica, es defenestrado en abril de 2005 por un tsunami popular de protestas y una fuerte oposición civil, exilándose primero en Brasil y después en Estados Unidos.

Al calor de tales hechos, siempre en sintonía con el pueblo ecuatoriano, en La Habana el “Comandante de Comandantes”, como le llamara Chávez, fulmina de un tajo al repugnante traidor: “fue un ‘farsante, mentiroso e hipócrita’, que intentó imitar a los militares revolucionarios del proceso bolivariano, liderados por el Presidente de Venezuela, Hugo Chávez”. Pero –añade–, ‘no llegaba ni a la suela de los zapatos de Chávez, y realizó una política de derecha y neoliberal que ‘no arregló nada’”.

Esta digna postura de Fidel, solidaria con el pueblo ecuatoriano, es fiel reflejo de su rechazo ético inequívoco a la apostasía, donde quiera que ella ocurra. Y en el caso de Ecuador, confirma su flexible capacidad para relacionarse con figuras políticas y sociales de todas las tendencias y, a la par, su resuelta oposición a los demagogos que traicionan a sus pueblos.

Un lapso estelar de las relaciones de Fidel con Ecuador, se inició poco tiempo después al asumir la presidencia el joven Rafael Correa, quien durante diez años de gobierno realizó inéditos y radicales cambios   favorables al pueblo. Fidel, desde su trinchera de ideas se mantuvo siempre al tanto de ese proceso; con entusiasmo y admiración apoyó las firmes y coherentes posiciones del nuevo líder ecuatoriano, entre los más conspicuos de esa etapa del progresismo, signada por el avance de las fuerzas antimperialistas y revolucionarias de la América Latina y el Caribe en el siglo XXI.

Pronto, Correa estableció una relación personal con Fidel, lo visitó en su casa varias veces y nueve años después de su primer encuentro, dijo en un acto en la Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría (CUJAE), el 5 de mayo de 2017, sentirse “honrado por el privilegio de haber conocido al líder de la Revolución, ser su amigo y, sobre todo, recibir sus consejos”.

Fidel dejó constancia de su admiración por Correa en una carta pública, el 25 de mayo de 2013, en ocasión de este ser reelecto para un nuevo mandato hasta 2017. Entre otras ideas, dice: “Querido Rafael, te felicito por tu valiente discurso de hoy y la gran autoridad moral y política con que asumes de nuevo la presidencia de Ecuador.  Percibí la firmeza de tu voz cuando de forma irrebatible condenaste el bloqueo económico a Cuba”.

Las palabras de Correa en el acto de homenaje a Fidel en la Plaza de la Revolución, el 29 de noviembre de 2016, reflejan la hondura de esa relación, que durante su mandato alcanzara las cotas más altas de cooperación y solidaridad mutua, y que no pudo empañar después la vil traición del innombrable.

De los discursos pronunciados por las numerosas personalidades del mundo esa noche memorable, casi todos de elevado valor, el de Correa sobresale entre los más emotivos y conceptuales, siendo a la vez el más aplaudido. Recuerdo este hermoso retrato: “Algunos luchadores en su vejez son aceptados hasta por sus más recalcitrantes detractores, porque dejan de ser peligrosos; pero tú ni siquiera tuviste esa tregua, porque hasta el final tu palabra clara y tu mente lúcida no dejaron principios sin defender, verdad sin decir, crimen sin denunciar (Aplausos). Bertolt Brecht decía que solo los hombres que luchan toda la vida son imprescindibles.  Conocí a Fidel y sé que jamás buscó ser imprescindible, pero sí que luchó toda la vida (Aplausos).  Nació, vivió y murió con la necedad de lo que hoy resulta necio:  la necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio”.

Y también estas otras ideas, tan fidelistas: “Nuevas tormentas, enfrenta Nuestra América, quizás más fuertes que aquellas que desafiaste durante 70 años de lucha, primero como estudiante y en el Moncada, luego como guerrillero en la Sierra Maestra, y, finalmente, al frente de una revolución triunfante. ¡Hoy más unidos que nunca, pueblos de Nuestra América! (Aplausos). Contigo, Comandante Fidel Castro Ruz, con Camilo Cienfuegos, con el Che, con Hugo Chávez Frías, aprendimos a creer en el hombre nuevo latinoamericano, capaz de librar con organización y conciencia la lucha permanente de las ideas liberadoras para construir un mundo de justicia y de paz (Aplausos). Por esas ideas seguiremos luchando, ¡lo juramos! (Exclamaciones de: “¡Juramos!”).

Retorno ahora al volcán, aquel 13 de agosto de 2006. ¿Acaso esta breve historia de los nexos de Fidel y Ecuador, no revela las razones amorosas que movieron a los jóvenes de la Coordinadora Juvenil de Solidaridad con Cuba a imaginar y plasmar en las faldas del Pichincha el simbólico nombre?

Esa audaz y creativa iniciativa, sintetiza en cinco letras blancas e inmensas la erupción de sentimientos de ese pueblo afectuoso y rebelde, que hizo de Fidel un hijo predilecto y disfrutó con él momentos estelares de su existencia.

Cuenta el joven periodista Hernán Ramos que, al comenzar el diálogo en la Residencia del embajador cubano, Fidel les dijo aquel 9 de agosto de 1988: “Estoy muy contento de estar en Quito; me impresiona la belleza que rodea a esta ciudad. Incluso le pedí al piloto que antes de aterrizar diera una vuelta completa sobre la ciudad para mirar el maravilloso paisaje de los Andes ecuatorianos. Miré con mucho interés el volcán Pichincha y el sitio donde el Mariscal Sucre venció a los españoles. Ustedes saben, a mí me fascina la Historia”.

Al siguiente día, 10 de agosto, dice Berenice Guayasamín que vio a Fidel parado en la terraza de la casa de su padre, “impresionado con las montañas”. Y viendo el Pichincha “preguntó cómo fue la Batalla de Pichincha, si bajaba agua de allí, cuántos litros, cuántos kilovatios generaba”. Y termina Berenice: “Yo estaba sorprendida, preguntaba de todo y de todo sabía”.

No fue casual, pues, que ese nexo entre Fidel y el Pichincha, fuese plasmado años después por los fraternos jóvenes en cinco letras, cada una de 12 metros de altura y 10 de ancho, que ellos cargaron en sus hombros y devinieron emblemas de la historia de estima a Fidel enraizada en los pueblos de nuestra América.

Pedimos a uno de esos jóvenes ecuatorianos, participante en tal jornada, que nos ofreciera sus recuerdos para este texto y tuvo la gentiliza de hacerlo en un mensaje de voz. Resumo algunos fragmentos:

“La Coordinadora Juvenil tuvo el apoyo muy fuerte de Robertico (de Armas); la capacidad que él tenía de conversar con los jóvenes, de hablar sobre los procesos revolucionarios, marcó la vida de muchos, marcó mi vida, así es que agradezco mucho las enseñanzas que él nos dio. Y sobre todo poner en práctica la solidaridad.

“Queríamos hacer un homenaje al Comandante Fidel Castro y nos preguntamos qué podemos hacer desde los jóvenes, que fuese suficientemente grande, lindo, elocuente y que el Comandante pudiera verlo desde Cuba. Y lo que hicimos fue subir a las faldas del Pichincha y escribir su nombre. Esas faldas que tienen una historia muy grande, una historia de libertad, de justicia, de lo que nuestros patriotas hicieron cuando nos independizamos de la corona española.

“Ahí pusimos el nombre de Fidel, un símbolo muy grande que se veía desde toda la ciudad, nuestro homenaje por el cumpleaños 80 del Comandante. Fue un gesto muy interesante de los jóvenes, porque cargamos todas las letras, caminamos mucho con las letras en la espalda, y Robertico venía caminando atrás, atrás, atrás... acompañándonos en esas inmensas alturas de Quito.

“Y el trabajo fue muy cooperativo, muy bueno, importante, para decir ‘estamos aquí desde la solidaridad y seguimos aquí desde la solidaridad’. Un abrazo grande Robertico, se te quiere mucho, te recordamos mucho...”.

Con este testimonio final, he deseado completar algunas de las dimensiones humanas e históricas que encierra el letrero de Fidel en las alturas del Pichincha, partes esenciales del árbol de la solidaridad: raíces, tronco, ramas, savia, hojas, flores, frutos... En palabras del Che, “deber y necesidad”.

Quienes en 1923 instalaron en el Monte Lee, en Los Ángeles, California, el conocido letrero de Hollywood con fines comerciales, no podían imaginar que, en el emblemático Pichincha de los Andes, un grupo de aguerridos jóvenes escribirían sobre sus faldas el 13 de agosto de 2006, una maravillosa página nuestra americana de admiración y amor a Fidel, pertinaz y creativo estimulador de sus sueños de emancipación.

  • A Roberto de Armas, ejemplo de revolucionario solidario anónimo